La obra de Brigette

Autorstwa yaizasanchezoui

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Un hombre posesivo, una bailarina destrozada, una vida en común y ninguna vía de escape. Więcej

Introduction
UN

DEUX

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Autorstwa yaizasanchezoui

Un hombre elegantemente trajeado señalando un mapa en la televisión llama mi atención. Nubes y lluvia adornan el croma. Mañana, pasado, el día siguiente, todos tienen una misma palabra en común: Lluvia. Sonrío mientras le doy la vuelta a los filetes en la sartén, me imagino a mi misma paseando por la calle bajo la lluvia, bailando sin cesar hasta que no pueda más, observando las estrellas en el cielo por la noche mientras el viento acaricia mi piel, quiero cubrirme por el bello manto del Rocío, brillar, sentirme mágica. Suspiro. Me pregunto si podré salir mañana, si Joseph se irá a la ciudad con sus amigos, si se quedará en casa con una nueva mujer, o tal vez tenga que trabajar. Tal vez alguien cometa una atrocidad para así liberarme de mi tormento por un par de horas más. Lo siento por aquellas personas que sufren a cambio de mi libertad, debería sentirme culpable, odiar el pensamiento de querer que a alguien le pase algo malo, pero no es así, no me siento culpable, me siento afortunada.

— ¿Todavía no has terminado? — arrastra la silla a mis espaldas bruscamente y se sienta en ella. Puedo notar su mirada sobre mi nuca, al igual que su mano en mis nalgas, deslizándola hacia mis piernas. — Tengo hambre, Brig.

— Ya casi está. — retiro los filetes del fuego y termino de saltear las verduras.

— Sabes que no me gusta tener que esperar. — acaricia mi venda y con su dedo da pequeños tirones en ella. Retira su mano y se recuesta en la silla. — ¿Que te ha pasado en la pierna?

— Nada. — cojo aire y lo suelto en un suspiro, me giro para enfrentarlo y coloco los platos de comida sobre la mesa. — Sólo es un pequeño rasguño.

— Un rasguño. —Puedo sentir la rabia que recorre su cuerpo por como aprieta con fuerza su cerveza, tanto que sus nudillos se tornan de blanco. Suelta una falsa risa al tiempo que frota su mandíbula. Es entonces cuando con todas sus fuerzas lanza la botella de cerveza contra la pared. — ¿¡Quien te ha dejado salir!? — Grita desbocado al tiempo que se levanta tirando la silla al suelo. Apoya sus manos en la mesa y deja caer su cabeza entre sus hombros. De nuevo se ríe y da un fuerte golpe con su puño en la mesa. Silencio, aguanta la respiración, esconde el miedo. No parpadees. Joseph camina hacia mí, arrastra mi silla hasta tenerme frente a él y agarra mi pierna. La estira bruscamente. Solo será un momento, ¿que es un poco de dolor si así te libras de algo peor? No digas nada, no te pronuncies, todo está en orden. Sólo unos segundos más. Joseph se agacha y me arranca la venda sin ningún cuidado, arañando mi piel, asegurándose que la marca de sus dedos queda grabada.

En cuanto sus ojos se posan sobre mi herida, gruñe todavía más cabreado y se levanta dejando mi pierna caer. No llores. Apenas me da tiempo a reaccionar cuando siento la mano de Joseph golpearme con fuerza. Una lagrima se desliza por mi mejilla, con mis manos intento calmar el picor. Tranquila, Brigette. Pero la tranquilidad apenas dura, pues de nuevo me agarra, esta vez por el pelo y me tira al suelo. Me quedo quieta, tumbada sobre la fría baldosa blanca, no puedo respirar. Aguanta. Pronto acabará. Pronto se cansará, resiste. Intento moverme, levantarme poco a poco, se puede escuchar la desesperación con la que lucho por respirar, la tos que llega cuando al fin lo consigo. Está fuera de control, y sólo puedo esperar lo peor. Recuerda actuar cómo a él le gusta, no avives la llama de su enfado, un enfado injustificado. Ya ni siquiera se acuerda o tal vez sólo sea una excusa para ponerme la mano encima.

— ¡Mira cómo lo has puesto todo! — me levanta a la fuerza y señala las gotas de sangre que ahora manchan el suelo. Me empuja una vez más, bruscamente, y se dirige de nuevo a su sitio. — Limpialo y lárgate de aquí, no quiero verte. Me da asco tenerte delante.

— Lo siento. — hablo con un hilo de voz, un susurro apenas audible. Me arrepiento al momento...

— ¿¡Que lo sientes!? — amenaza con levantarse de nuevo, sus afilados ojos negros se clavan sobre mí, agujereándome, acuchillándome. — Yo te voy enseñar a lo que es sentirlo cómo no desaparezcas de mi vista, puta asquerosa.

Corre. Rápido. Sobrevive. Busca la salida más rápida y vuela. Recoge la venda, limpia el suelo. Levántate y no te tropieces al hacerlo. Cada movimiento que hagas es crucial. Date prisa, se acaba el tiempo. Recuerda aguantar el dolor, no cojees, resiste. Sal de la cocina, en el pasillo. Al suelo, la espalda contra la pared. Calma, respira, ya no puede verte. Es el momento. Rómpete. Cáete. Vacíate. No te olvides de llorar, llorar es importante. Ya lo has hecho antes, deberías saberlo, sigue los pasos. Siempre la misma pauta, el mismo compás, la misma letra y la misma canción. Nada varía. Hoy es así, mañana también y pasado igual que ayer. Aguantar la respiración, dejar el aire en el pecho, suspirar fuerte, preparar las lagrimas y expulsarlo todo a la vez. Pero no te demores, ha empezado la cuenta atrás. Lentamente me levanto, apoyando las palmas en la pared, ayudándome a mi misma. Recorro el pasillo hasta llegar a la habitación. Quita los cojines, en la silla. Cuelga su ropa, saca sus zapatos, su corbata. Date prisa, queda poco tiempo. Ahora sí, apaga la luz, métete en la cama. Recuerda ponerte el camisón antes de irte a dormir. Tápate, cierra los ojos, pero permanece despierta, sabes que no le gusta, sabes que no puedes. ¿Cuál fue la última vez que dormiste la noche entera?

Tic, tac. He perdido la noción del tiempo. Alerta. Temblando. Esperando. Así es cómo se congela. A oscuras, observando la luz que se cuela entre las ranuras superiores de la persiana. Pensando. Dejando la mente en blanco. Las voces se apagan, los tumbos comienzan, el olor a alcohol esperando aferrarse a mi piel. Tranquila, con suerte caerá rendido. Ha sido un día largo. La luz del pasillo, la de la habitación. Se encienden, se apagan. Se hunde el colchón, se siente el frío. Silencio. Contente. No te muevas. Se tumba, de espaldas. No tiene ganas. Tira de la manta, se tapa, tose, se quita el reloj. Buenas noches, aquí se acaba. Para él. Para mí tan sólo es un descanso, descanso bajo una constante tensión. Ojalá y duerma toda la noche del tirón, sin desvelos, sin paseos nocturnos. Sigues soñando, pero sabes que nunca será así. Nunca podrás descansar teniéndolo a tu lado, tan cerca. En la misma cama, la misma casa, incluso la misma ciudad. No podrás seguir sabiendo que él sigue ahí.

Cinco de la mañana, se escucha el timbre, tumbos en la puerta. Se despierta, ahora suena su teléfono. Las luces se encienden, el revuelo comienza, Brigette, tu te alegras, esto no es usual, sabes lo que significa. Se trata de algo grave, urgente, requieren de su presencia. Escucha, presta atención, incorpórate, entérate. ¿Cuánto tiempo será esta vez? Parece serio, su equipo está de camino. Los teléfonos no paran de sonar y Joseph ya se está vistiendo. La puerta principal abierta de par en par y hombres que no dejan de entrar. Suben y bajan, entran y salen. Maletines, teléfonos y papeleo. Observan la hora, coches esperando en la carretera. Cuatro hombres salen a la vez, con prisa, casi corriendo. El alboroto se disipa y llega el silencio. André observa en silencio desde la puerta, vestido con su tan usual traje gris oscuro y un sombrero. Pasarán días, Brigette, puede que semanas.

— Iba a preparar café. — le ofrezco mientras me ato la bata. — Este alboroto me ha desvelado. — André entra al apartamento y cierra la puerta, lentamente camina hasta la cocina y se sienta a la mesa. Lo observo, intentando desesperadamente caerle bien. — ¿Puedo ofrecerle algo para acompañarlo, unas galletas o tostadas, tal vez unas crepes?

— El café está bien. — no se molesta en mirarme, tan solo fija su mirada en sus documentos que no han tardado en ocupar toda la mesa.

Ten paciencia, Brigette. Recuerda que con él puedes bailar. Con él no hay golpes, no hay violaciones. Relájate. No tengas miedo. Con él no habrá problemas, todo es más fácil. Callado, siempre trabajando. ¿Cuántas veces te ha dirigido la palabra? Tan sólo te mira para repetir las normas, siempre las mismas. Sólo dos horas si quieres estar sola, avisando siempre de a dónde y a qué hora. Sabes que él siempre estará cerca. No hablar con nadie o quedar con desconocidos, sólo con quienes están en la lista. Por supuesto nada de alejarse a más de cinco kilómetros del barrio, por si pensaba fugarme. Abro la boca sin tener muy claro que decir. ¡No! ¡Cállate! Piénsalo bien. ¿De verdad merece la pena? ¿Qué vas a decir? No sabes nada sobre él, ha sido amable un par de veces, ¿y qué? Ya te ha pasado antes, siempre engañan. Recuerda que trabaja para Joseph, no puede ser bueno... Mi corazón se ha acelerado ante la posibilidad de quedarme sin nada. Supongo que no es momento de averiguar qué es lo que piensa, al menos hasta mañana. Cuando termine de bailar. Cierro la boca y le doy la espalda. Ya está listo el café. Bien, esto te distraerá, bebe un poco y vuelve a la cama. Coloco dos tazas sobre la mesa evitando sus papeles y las lleno por la mitad, así terminaré antes y él se la podrá rellenar. Pasará la noche en vela, podré dormir, por primera vez. Tranquila.

— Deberías descansar, no es necesario que te quedes levantada por mí. — tres veces, ha sido amable tres veces. Pero no te emociones, no lo olvides.

— Claro. Le dejaré trabajar a su gusto, si necesita cualquier cosa no dude en pedírmelo. — levanta la mirada de sus documentos, el frunce del ceño se profundiza. Silencio, largos segundos. Asiente con la cabeza y regresa a sus papeles.

— Está bien, no te preocupes. — estira su brazo antes de ponerse a escribir y yo dejo de existir.

— Buenas noches. — no estoy convencida de haberlo dicho en alto o en un pensamiento, pues André ni siquiera reacciona al sonido de mi voz.

Un suspiro, miles de emociones. Darse la vuelta y regresar al dormitorio. El simple recuerdo de su cuerpo en la cama me produce escalofríos. El miedo, la rabia, la condena. Todo escrito en las paredes, en cada rincón de la casa, cada paso y cada aliento. Las paredes cada vez están más cerca, un nudo en la garganta, ganas de chillar. Subo la persiana, necesito respirar. Las luces, París, el amanecer. Suspiro, cierro los ojos. Sentarse en la cama sin apartar la mirada, la piel erizada. Las mismas sabanas o dormir destapada. Me acurruco en la esquina, las rodillas clavadas en el pecho. Pasarán días. Estás a salvo, o no tan en peligro. Se escucha la radio, los coches, un André presionado al teléfono. Han pasado horas, tan sólo cinco minutos de descanso. Metida en la cama, tapada hasta los hombros, dando vueltas, la bata todavía puesta. Me levanto sobresaltada, extrañada. Un par de pasos y vuelta a empezar. Exentos de conversaciones, qué vamos hacer hoy. De un lado a otro, papeles en la cocina, la encimera y el salón. Algo no cuadra, este no es el desastre al que estoy acostumbrada. Su mirada me desconcierta. Incertidumbre. ¿Qué ocurre? Cansancio, agotamiento. La corbata aflojada y la camisa desabrochada. Tranquila, no has visto nada. O tal vez deba preguntar, puede que haya algo que pueda hacer, me juego mucho con esto, actuar o permanecer al margen, todo puede cambiar.

— No sabía que estabas despierta. — la camisa se cierra, la corbata vuelve a su sitio, aclara la garganta. — Siento el desorden.—  no te mira, pero lo hace, te observa apartando la mirada. 

— No se preocupe. — demasiado seca, pero no tengo más palabras. Tal vez no las necesite, André parece perdido, todo lo observa, todo se desmorona.

— Brigette,  no creo que pueda acompañarte hoy. — no, no, no. Para. Calla. — Será mejor que busques algo que puedas hacer en casa.  — el mundo a los pies, un nudo en la garganta, los ojos de cristal. Quieta. Espera. Respira. Llora. No, no llores. Regresa, Brigette, vuelve. Reacciona.

— ¿Por qué? — su mirada penetrante acalla mi voz entrecortada, nunca lo había cuestionado, nunca había cambiado el plan. Te mira. Silencio. Suspira. Camina. Ya no baila.

— Tengo mucho trabajo, no puedo distraerme. — miente. Mentira. Algo pasa. No lo entiendo. Intenta excusarse. No se quiere sentir mal. Lo hace, lo sé. Me sigo preguntando por qué.

— Aquí no puedo bailar. — golpes en las ventanas, en el tejado. Agua. Cae. Riega. Corre. Llueve. — Está lloviendo. — se gira, el balcón, el cielo tornado en gris. No entiende. Observa, asiente. Cabizbajo. Respira. Cansado. Desesperado, destrozado.

— ¿Te encuentras bien? — si. No. ¿Qué quieres que diga? Tal vez. Un poco. Para nada. En absoluto.

— Quiero salir. — piensa antes de hablar. ¿Por qué lo has hecho? Debías callar. ¡Silencio! No me importa, quiero que lo entienda, intentarlo al menos.

— Brigette. — camina hacia mí, mantiene las distancias. Un pañuelo de tela en su mano, pronto limpiando mi cara. Llorando. Lloraba. Lloro. Quiere hablar, pero no se lo permito.

— Por favor. — hace mucho que no suplico, hace mucho que no rechisto, apenas me pronuncio, pero me ahogo, no puedo respirar, todo se cierra, todo se cae.

— Conoces las normas. No puedo acompañarte, por lo que no puedes salir. — de nuevo la dureza, el frío, un muro. Se aleja, regresa a la mesa, a sus papeles, sus documentos.

— Puedo salir sola. — se ha cansado, está harto, no quiere escucharme. Pasa las manos por su pelo y cierra los ojos, coge aire, los abre, me mira. — Joseph no se enterará.

—  Media hora. Media hora para que vayas a comprar tabaco y algo para comer. Nada más. En cuanto lo tengas, volverás inmediatamente. — intentando aguantar las ganas de sonreír, sintiendo la opresión de mi cuerpo desvanecerse. Asiento con la cabeza y camino sobre mis pasos de vuelta a la habitación. Un vestido, un moño, un pañuelo en el cuello. Bolso, siempre el grande, dónde están las puntas. En el espejo, observando mi reflejo, sin marcas visibles. Hoy pareces contenta. Mascara marrón en las pestañas, labios rojos como el cabello. Zapatos, chaqueta. Inspira, expira. Sal por la puerta y disfruta. Enfrentarse al pasillo, recorrerlo, ahora el salón desde donde André me mira.

— Brigette. — me detengo, no me atrevo a mirar, pero lo hago igualmente.  — Media hora. — me advierte, no se fía. Asiento, no se arrepentirá, tengo que ganarme su confianza.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Contar los escalones con la mirada en los pies. No hay vecinos a quienes cruzar. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Parada frente al portal. La puerta grande y pesada, barrotes. Encarcelados. Empuja la puerta y sal, corre, vive, ríe y ve. Los pies en la calle, la lluvia en la cara, el olor a baguette y a periódicos. La brisa de primavera. Detente, solo unos segundos. Recuérdalo. Disfrútalo. Inspira, expira. Abre los ojos y continúa. La gente caminando entre paraguas, se saludan, las terrazas  repletas a pesar de la lluvia, toman el café, unos en bici, otros en coche. Las palomas picoteando entre migas. El estanco a pie de calle, la panadería en frente. Veinte minutos para mí, sólo diez para que confíe. Pasear con tranquilidad, sin temor. Observo mi secreto, alzo la vista al cielo. Ahí está, mi vía de escape, una azotea, algo más que eso. Pasos de baile, liberación, expresión. No podría vivir si no fuera por lo que pasa en ese lugar.

Cantos. Bailes. Obras. Danzas. Actuar. Si, actuar. No saber cuál es la verdad. Fingir, engañar, practicar. Constancia. Repetir. Esa es mi habilidad. Música, volvamos a empezar. Subir las escaleras casi con los zapatos en la mano, empujar el portón. Las puntas en los pies, cuerpo al viento, arriba, de puntillas. Sur les pointes. Respira, coge aire, llena tus pulmones. Inspira, disfruta. Inspirate, empapate, muévete. Siente la lluvia. Delicadeza, sensualidad, crudeza, frialdad. Gira. Los brazos, la espalda, un arco perfecto. Fouetté en tournant. Gira, gira, gira. Al suelo, no caigas. Inclínate, saluda, una caricia. Sutil. Ya casi está, ya toca. Arriba. Salta. Grand Jeté. Lucha. Resiste. Detente. De nuevo, lento. Cambré. Ya casi termina. Prepárate, suave. Pose finale. Sonríe. Orgullosa. Lo has hecho bien.

Quedan ocho minutos, hora de marcharse. Relájate, siéntate, puntas fuera. Inspira, expira. Vuelta a la realidad. Los edificios, la brisa, está saliendo el sol. Todo es perfecto, todo un secreto. Excepto para él. Mis ojos se fijan en el balcón de enfrente, un joven apoyado en la barandilla, atento a cada uno de mis movimientos. Anonadado, con sus gafas en la mano. Lo reconozco. Se me eriza la piel, el corazón se acelera. Me ha visto. Conoce mi lugar, comparte mi intimidad. Esto no debería pasar. Sonríe ligeramente, un gesto con la cabeza, me felicita. Desaparece. Me asusto, debo irme. Doy media vuelta, reojo mis cosas y me dirijo a las escaleras. Bajo con prisa, he perdido el tiempo. Seis minutos, llegaré. En la puerta, un cuerpo, el mismo hombre. Se disculpa, quiere hablar conmigo, no puedo.

— Espera. — su mano roza mi brazo, el tacto de otra persona se hace extraño. En un impulso, huyo.

— ¡Non! — una sensación recorre mi cuerpo, no puedo evitar tener miedo. Pienso en girarme, en mirarlo, en detenerme, pero apenas dura ese pensamiento en mi cabeza. — Je suis désolé.

— ¿Cómo te llamas? — me grita, el grito más sutil que jamás se ha dirigido a mí. Un estallido de adrenalina invade mi corazón.

— Brigette. — contesto. Solo cuando estoy lo suficientemente lejos me atrevo a mirar. Sigue ahí, parado en el mismo lugar observando cómo me marcho. Mis pies se han parado, mi cuerpo no obedece, ni siquiera bailando podría salir de esta espiral de emociones.

Con fuerza, date la vuelta y continúa con tu caminar. André estará esperando. Ya casi estoy en el portal, apenas unos pasos más. La llave en la cerradura, giro, la mano en el pomo. Empujo la puerta, los nervios a flor de piel y la respiración pesada, ahí está André, observando por la ventana, el ruido lo ha hecho girarse. Abro la boca a punto de disculparme.

— No lo hagas. — se adelanta a mi propio pensamiento. — No has hecho nada por lo que disculparte, además, me pone nervioso.

Da un par de pasos estirando su brazo hacia mí. Cierro la puerta y me acerco para darle lo que me pidió. No se molesta en volver a mirarme, tan solo mira el contenido y saca el paquete de cigarrillos. Tira la bolsa sobre la butaca de Joseph antes de colocarse uno entre los labios. Lo enciende, suspira y de nuevo observa a través de la ventana. Pensativo, perdido. Nunca lo había visto con esta actitud. Me cuesta reconocerlo. Supongo que no me incumbe, no vivimos la misma realidad, él no me entiende, y yo tampoco a él. 

  — Gracias.   —  su gratitud me sorprende, no hay nada que yo haya echo, sin embargo, siento que soy yo quien debería darle las gracias. — Lo necesitaba.

  —  No hay de qué. — hago una mueca acompañando a mis palabras, André se gira de nuevo y yo me dirijo hacia el pasillo, pero me detengo antes de salir.  — Yo también debería darte las gracias.  — me mira por encima del hombro y asiente con la cabeza. — Gracias, André.

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