Rodrigo Zacara y el Asedio de...

By victorgayol

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SEGUNDA PARTE DE LA SAGA DE RODRIGO ZACARA -EN PROCESO- LEER PRIMERO "RODRIGO ZACARA Y EL ESPEJO DEL PODER" S... More

Saludos
1. Un despertar ajetreado
2. Garra de Dragón
3. El heredero de Arakaz
5. La poción de la verdad
6. La trampa
7. La escapada
8. Tarsin
9. Regreso a la fortaleza
10. Un nuevo ataque

4. Asalto a la bandera

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A lo largo del día siguiente Rodrigo permaneció muy atento a cualquier rumor que pudiera mencionar su relación con Arakaz, pero no escuchó nada parecido. Afortunadamente, parecía que Kail no había llegado a escuchar esa parte de su conversación, o si lo había hecho al menos había decidido no contarlo. Pensándolo bien, tal vez sí que lo había hecho, pero nadie le había hecho caso. De cualquier forma, parecía que Rodrigo no tenía razones para preocuparse. Kail seguía dirigiéndoles sus miradas de desprecio, tanto a él como a sus compañeros, pero eso no era ninguna novedad y no les preocupaba en absoluto.

El domingo, a la hora de la cena, Adara se presentó en el comedor para anunciar que nada más terminar tenía reservada una tarea muy especial para todos. Sus palabras fueron recibidas con abundantes protestas, ya que nunca habían tenido tareas después de la cena, pero Adara les aseguró que era por una buena razón y que pronto se lo agradecerían.

—Lo primero que quiero que vamos a hacer es dividirnos en dos grupos —explicó—, y para simplificar las cosas, los que cumplís años en un día par os reuniréis en el patio de armas, y los que cumplís en día impar os reuniréis en el patio de las fuentes. Y espero que nadie intente cambiarse de grupo porque tengo registrada vuestra fecha de nacimiento. Así pues, cuando terminéis de cenar iréis al lugar que os ha tocado a reuniros con vuestro grupo. Allí os dirán lo que tenéis que hacer.

En cuanto la maestre terminó de hablar, todos los escuderos se pusieron a comparar sus fechas de nacimiento con sus compañeros, para saber quienes estarían en su mismo equipo.

—¿Alguno de vosotros está en el equipo impar? —preguntó Rodrigo—. Yo nací el uno de septiembre.

—Aixa y yo estamos contigo —comentó Darion—. Nacimos un 29 de junio.

—Pues yo soy par —dijo Vega—. Mi cumpleaños es el 10 de agosto.

—Yo también soy par—dijo Óliver—. El mío es el 30 de Abril.

—¿El treinta de abril? —repitió Noa—. Entonces cumples años la semana que viene. Tendremos que buscarte un regalo.

—Bueno, tampoco quiero que os molestéis mucho —respondió Óliver—. ¿Conocéis alguna tienda de videojuegos por aquí cerca?

—¿Qué son los videojuegos? —preguntó Noa.

—No es fácil de explicar —respondió Rodrigo entre risas—, pero no te molestes en buscarlo. Estoy seguro de que no encontrarás nada parecido por aquí.

—¿Y tú, Noa? —preguntó Rodrigo— ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—El dos de diciembre —respondió la chica—. Pero yo no participo. Es sólo para los escuderos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Óliver.

—Porque he ayudado a Mirena a prepararlo —respondió ella con aire misterioso—. No os puedo decir nada, pero creo que os va a gustar.

—Pues vamos allá —dijo Darion—. Cuanto antes lleguemos, antes sabremos lo que nos espera.

Todos juntos salieron del comedor y se dirigieron a la puerta principal. Al salir al patio Noa se despidió de ellos. Como de costumbre, dijo que se iba en la enfermería, aunque esta vez no era para hacer prácticas, sino para poder verlo todo desde un punto elevado. Como no quiso darles más pistas, los cinco se despidieron de ella y luego se separaron. Óliver y Vega se encaminaron hacia el patio de armas y Rodrigo y los mellizos dirigieron sus pasos hacia el patio de las fuentes. El cielo estaba empezando a oscurecerse y la luna, que era casi llena, ya asomaba por detrás de las murallas. Los tres caminaban deprisa, rodeados por muchos otros escuderos que seguían el mismo camino. Muchos saludaban a Rodrigo y se alegraban de que estuviera en su mismo grupo.

Cuando llegaron al patio de las fuentes ya había muchos chicos y chicas, que formaban un círculo en torno al caballero Aldair. Aunque estaba de espaldas a ellos, Rodrigo lo reconoció por su rizada melena de color castaño. Parecía que estaba preparando algo con unos palos y unas telas.

—Bueno —dijo cuando por fin parecía que no faltaba nadie—. Lo primero que tenéis que hacer es elegir un arma: espada o arco. Los que elijáis espada tenéis que haceros una con estos palos de madera y forrarla con uno de estos trapos. Los que elijáis el arco tenéis que hacer flechas con una bola de trapo en la punta, todas las que os dé tiempo.

—¿Y por qué no usamos las protecciones, como de costumbre? —preguntó Kail.

—Ya lo veréis —respondió el caballero Aldair—. Ya podéis poneros manos a la obra. Tenéis diez minutos.

—¡Vaya! —Se lamentó Aixa—. Nos ha tocado con Kail. ¿Estará permitido lanzar flechas a los de tu propio equipo?

—Tú hazlo, pero con disimulo —sugirió Darion—. Yo elegiré la espada. Siempre se me ha dado mejor.

—Yo también —dijo Rodrigo, cogiendo un trapo y un palo de madera.

Mientras trabajaban, el caballero Aldair fue acercándose a cada uno de ellos y explicándoles la mejor manera de sujetar el trapo alrededor de la espada y en la punta de las flechas. Rodrigo y Darion terminaron enseguida, y se pusieron a ayudar a Aixa, que preparaba flechas sin parar. Poco después se acabó el tiempo y Aldair reclamó de nuevo su atención.

—Muy bien —dijo—. Supongo que muchos conocéis el juego de Asalto a la Bandera. Cada equipo va a tener su propio campo. El vuestro serán los jardines del sur, y el del otro equipo serán los jardines del norte. Ésta será vuestra bandera —añadió, levantando un estandarte de color azul—, y todos vosotros llevaréis un pañuelo del mismo color. Los del otro equipo tendrán una bandera roja y llevarán pañuelos de color rojo. El objetivo del juego será quitarle al otro equipo su bandera y traerla hasta vuestro campo. Podéis esconder la vuestra dónde queráis, con la condición de que tiene que estar de pie, clavada en el suelo, y que ninguno de vosotros puede permanecer a menos de cien pasos de ella.

—¿Y qué podemos hacer con las espadas y las flechas? —preguntó un chico.

—Ahí está lo más interesante del juego —respondió el caballero Aldair—. La dama Mirena nos ha preparado esta ampolla de Pelidrim —añadió, mostrando una especie de botella de cristal—. Se trata de una poción que al menor contacto con tu piel te deja completamente dormido durante media hora. Ahora la verteré en un barril lleno de agua y vosotros empaparéis con ella los trapos de vuestras espadas y vuestras flechas. Así, si conseguís alcanzar a alguien del equipo contrario, la poción atravesará su ropa y se quedará dormido al instante.

—¡Genial! —dijo Darion, muy emocionado.

—Hay una norma fundamental que no podéis olvidar en ningún momento —añadió Aldair—. En ningún caso, repito, en ningún caso se puede atacar a alguien que pueda hacerse daño si se queda dormido. Es decir, que si hay alguien subido a una tapia, a un árbol o lo que sea, no se le puede atacar. ¿Queda claro?

—¿Y si alguien se sube a un árbol y se niega a bajar? —preguntó una chica.

—Pues peor para él —respondió el caballero Aldair—. Se perderá el resto del juego. ¿Alguna pregunta más? ¿No? Muy bien, pues a partir de ahora tenéis quince minutos para esconder vuestra bandera y decidir vuestra estrategia. ¿Quién es el que tiene más edad de todos vosotros?

—Creo que soy yo —respondió Corentín—. Cumpliré dieciocho años el mes que viene.

—Muy bien —dijo Aldair—. Entonces coge la bandera y lleva a tu grupo hasta los jardines del sur. Llevaos también las espadas, las flechas y el barril de pelidrim. Tenéis que manejarlo con mucho cuidado u os dormiréis a vosotros mismos.

—Ya veréis —dijo Rodrigo a Darion y Aixa—. Apuesto a que Kail se duerme antes de que empiece el juego.

—Dentro de quince minutos oiréis el sonido de un cuerno que indicará el comienzo del juego. Recordad que algunos de los Caballeros estaremos vigilando que cumpláis las normas ¡En marcha!

Sin perder nada de tiempo, Corentín agarró la bandera azul y pidió a otros dos muchachos mayores que llevaran el barril con la poción adormecedora. El resto cogieron sus espadas, sus arcos y sus flechas y trotaron tras él, que iba dando instrucciones según avanzaban.

—Tenemos que buscar un lugar lo más cerrado posible para colocar la bandera —decía—. Así nos será más fácil protegerla. Creo que lo mejor será que la pongamos en la esquina que forma la muralla con los establos, así tendremos dos flancos protegidos y sólo nos tendremos que preocupar de los otros dos. De eso os ocuparéis los arqueros. Cuando coloque la bandera quiero que contéis cien pasos, cada uno en una dirección, y busquéis un árbol donde subiros.

—También quiero diez espadachines que formen una barrera en la mitad del campo —añadió, después de pensar un poco—. De eso nos ocuparemos los más mayores. Nuestra misión será tratar de impedir que los del otro equipo consigan entrar en nuestro campo, pero si alguno lo consigue, no quiero que abandonéis vuestra posición. Dejaremos que los arqueros se ocupen de él, y si por casualidad consigue esquivar todas las flechas, le estaremos esperando para impedir que pueda regresar a su campo con nuestra bandera. ¿Estáis de acuerdo?

Hubo un murmullo general de aprobación, por lo que Corentín continuó explicando su estrategia.

—Los demás espadachines seréis los encargados de intentar coger la bandera del otro equipo. Primero quiero que os escondáis y no gastéis fuerzas. Esperad a que vayan cayendo en nuestra trampa defensiva. Cuando muchos de ellos estén cansados o hayan caído dormidos entonces será vuestro momento, y además tendréis la oscuridad a vuestro favor. Primero tenéis que moveros con mucho sigilo para intentar averiguar donde tienen escondida su bandera. Si alguien la encuentra quiero que grite "bandera", y todos los demás acudiremos a apoyarle. Saldremos de nuestros escondites y correremos hacia el lugar donde se haya oído el grito. El objetivo será enfrentarnos a ellos, para que el que tiene la bandera pueda salir corriendo.

—Es un plan brillante, Corentín —le dijo Darion—. Parece que llevaras años planificando esto.

—Me gustan los juegos de estrategia —contestó Corentín—. Siempre me ayudan a recordar que no basta con manejar bien la espada. Bueno, pues ya hemos llegado —añadió, clavando la bandera en el suelo—.Mojad vuestras espadas y flechas con la poción y tened mucho cuidado de no tocarlas. Luego que los arqueros cuenten cien pasos desde aquí y busquen un árbol al que subirse.

Aixa todavía estaba trepando a un árbol con la ayuda de Darion cuando se oyó el sonido del cuerno. Cuando por fin alcanzó una rama un poco elevada Rodrigo le pasó las flechas con cuidado y él y Darion le desearon buena suerte antes de alejarse. El cielo ya se había oscurecido casi por completo, aunque la luna bañaba los jardines con su luz blanquecina. Los dos chicos avanzaron sigilosamente procurando mantenerse ocultos entre los arbustos. De momento sólo veían a algunos de los miembros de su propio equipo que avanzaban rápidamente intentando alcanzar su posición en el medio del campo.

—Oye, ¿qué te parece si avanzamos juntos? —preguntó Darion—. Así si nos encontramos con uno del otro equipo podremos vencerlo entre los dos.

—Vale, pero recuerda lo que ha dicho Corentín. Primero tenemos que permanecer escondidos.

Cuando vieron que algunos de sus compañeros más mayores buscaban un lugar para esconderse, Rodrigo y Darion comprendieron que habían llegado al centro de los jardines, por lo que trataron de hacer lo mismo y se agazaparon detrás de un arbusto. No debían tratar de cruzar al otro lado hasta que los del equipo contrario hubieran sufrido unas cuantas bajas. Los dos trataron de mantenerse quietos, en silencio y bien agachados, pero de pronto oyeron unos pasos que venían del otro lado directamente hacia ellos. Rodrigo levantó la espada dispuesto a defenderse en caso necesario, y Darion imitó su movimiento, pero justo entonces Nayara apareció a su lado, agazapada. Les hizo una señal de que mantuvieran quietos y esperó unos segundos. Entonces, cuando los pasos del otro se oyeron a tan solo un par de metros, la muchacha saltó de repente haciendo un giro con su espada que alcanzó al otro en la pierna, haciendo que un instante después se desplomara sobre la hierba.

—Quedaos ahí —les susurró Nayara—. Yo estaré por aquí cerca y procuraré que no se acerque nadie. No os mováis hasta que nos hayamos deshecho de unos cuantos.

—Un poco más allá, Nayara. Yo cubriré esta zona —dijo la voz de otro muchacho.

Rodrigo y Darion se quedaron muy sorprendidos al oír la segunda voz. Otro de sus compañeros más mayores estaba escondido a pocos metros de ellos y no se habían dado ni cuenta. Nayara se desplazó un poco más hacia la izquierda y muy pronto tanto ella como el otro muchacho estaban enfrentando sus espadas contra todos los que intentaban cruzar a su lado.

—El plan de Corentín está funcionando —les susurró Nayara tras vencer a su segundo oponente cerca del escondite de Darion y Rodrigo—. Están enviando a los más mayores al ataque y los más jóvenes se han quedado en la defensa. Así lo tendréis más fácil para conseguir su bandera.

A continuación Nayara cruzó al otro lado para ayudar al otro chico, que estaba teniendo problemas con un contrincante que manejaba su espada con mucha rapidez y fuerza, y le asestaba un golpe tras otro sin darle tiempo para recomponerse. Nayara se situó al lado de su compañero y empezaron a atacar los dos al mismo tiempo. Aún así, su oponente todavía les hizo frente a los dos a la vez durante más de medio minuto, hasta que finalmente la espada de Nayara logró tocarle un brazo y cayó de espaldas.

—¡Vaya! —dijo Nayara— ¡Creo que nos hemos librado de uno bueno!

Cuando Nayara y su compañero consiguieron dormir al octavo contrincante, indicaron a Rodrigo y Darion que ya era el momento de que fueran a buscar la bandera. Si el resto de sus compañeros habían tenido tanto éxito como ellos, el otro equipo tendría que estar ya muy debilitado.

—Intentad avanzar poco a poco, sin que os vean —dijo Nayara—. Es mejor que os separéis, y si atacan a uno de vosotros, que el otro siga adelante.

Rodrigo y Darion asintieron y se separaron. Rodrigo corrió agazapado hasta otro arbusto que estaba unos treinta pasos más adelante, y sintió los pasos de su amigo un poco más rezagados y a su izquierda. A continuación dedicó unos segundos a escuchar y a observar lo que tenía delante, y al no percibir ningún movimiento volvió a avanzar. Estaba seguro de que el otro equipo también habría colocado su bandera en un rincón de la muralla, y eso dejaba solo dos posibilidades, pero todavía faltaba mucho para llegar al otro extremo de los jardines. Una vez más volvió a detenerse a observar, pero esta vez alguien le sorprendió por la espalda. Afortunadamente pudo oír sus pasos justo a tiempo para girarse y parar el ataque con su espada. Aún así le había pillado descolocado y en posición de desventaja, y su contrincante parecía unos años mayor que él. Estaba resistiendo a duras penas los golpes de su espada, y enseguida comprendió que tarde o temprano iba a ser vencido.

Rodrigo ya estaba asumiendo su inminente derrota cuando se oyó un golpe seco detrás de su contrincante. Esto le provocó una pequeña distracción que Rodrigo aprovechó para dirigir su espada hacia su cintura y ¡plaf! Un momento después su adversario estaba tendido en el suelo todo lo que era de largo.

Rodrigo alzó la mirada para descubrir qué o quién había causado ese ruido, temiéndose que pudiera ser otro miembro del equipo contrario, pero no vio absolutamente nada. Entonces oyó más ruidos a su alrededor y gente que corría de un lado para otro. Por fin descubrió que Darion se había subido a un árbol y estaba lanzando piñas para despistar a los defensores del campo contrario. Rodrigo dejó escapar una sonrisa y decidió aprovechar la ocasión para seguir avanzando.

El jaleo provocado por Darion parecía haber causado estragos, porque esta vez Rodrigo pudo avanzar hasta situarse cerca de la muralla del otro extremo de los jardines. Ahora tenía que tomar una decisión: girar a la izquierda o hacia la derecha. Entonces pensó que quizá sería buena idea intentar escuchar y descubrir en qué lado estaban los defensores del equipo contrario. Eso le daría una idea de dónde se encontraba la bandera.

Fue una suerte que hubiera decidido pararse a escuchar, porque gracias a ello descubrió que tenía a dos miembros del equipo contrario delante de sus narices. Entonces distinguió la voz de Óliver:

—Oye, Vega, creo que ahí delante he oído algo. Voy a acercarme a ver.

Rodrigo intentó mirar entre los arbustos y vio que su amigo se dirigía derecho hacia él. No le iba a quedar más remedio que enfrentarse a Óliver. Eso se le hacía un poco extraño, pero tuvo que recordarse que era sólo un juego. Preparó la espada y se colocó en una posición que le permitiera saltar de forma repentina. Óliver se acercó hasta el arbusto y estaba a punto de rodearlo, cuando de pronto...

—¡Malditos mosquitos! —gruñó Óliver, dándose un golpe en la pierna con su propia espada. Un instante después se desplomó encima del arbusto, casi encima de Rodrigo.

—Óliver, ¿estás bien? —preguntó Vega.

Rodrigo titubeó unos segundos, pero entonces pensó que tal vez pudiera engañar a Vega.

—Sí, si —dijo en un susurro, para que no le reconociera la voz—. No pasa nada. Aquí no hay nadie.

—Vale, pues tú quédate ahí, que yo voy a acercarme más a la bandera, por si acaso —dijo Vega.

Rodrigo no podía creerse la suerte que tenía. Acababa de librarse de Óliver gracias a un mosquito, y ahora Vega le iba a mostrar el camino hacia su bandera.

«No hay nada como tener amigos» —pensó, riendo para sus adentros, mientras empezaba a seguir a Vega, procurando moverse cuando ella se movía y detenerse cuando ella se detenía. Al poco rato llegaron a una zona donde Rodrigo pudo distinguir varios jugadores del equipo rojo. No había duda. Su bandera tenía que estar a cien pasos de allí. El principal problema ahora sería atravesar la barrera de espadachines que tenía delante. Una vez dentro de la frontera de cien pasos ya sólo tendría que preocuparse por las flechas, aunque en realidad eso no parecía facilitar mucho las cosas.

—Vega —se sorprendió otro chico—. ¿Qué haces aquí? ¿Quién protege el lado izquierdo?

—No pasa nada —respondió Vega—. Óliver se ha quedado allí, pero está todo muy tranquilo. ¿Por aquí habéis visto a alguien?

—En absoluto —respondió el chico—. Me temo que están jugando a la defensiva y aquí no vamos a pintar mucho.

Rodrigo se acomodó y siguió observando, tratando de idear un plan, pero parecía completamente imposible pasar al otro lado sin que ninguno de ellos se diera cuenta. Entonces oyó unos pasos detrás de él. Estaban muy cerca.

—Tranquilo —dijo —. Soy yo, Darion.

Rodrigo volvió a relajarse cuando distinguió la melenita rubia de su amigo. Luego le hizo un hueco a su lado, para que pudiera esconderse con él.

—¿Preparado para el ataque? —preguntó Darion.

—Sí, pero no sé cómo —respondió Rodrigo.

—A ver qué te parece mi idea —dijo Darion—. Cuando cuente tres salimos corriendo hacia ellos, pero cuando empiecen a caer flechas fingiremos que nos han alcanzado y nos tiraremos al suelo. Entonces cuando los vigilantes se nos acerquen, los atacamos por sorpresa y luego corremos hacia la bandera.

—Es un buen plan —concedió Rodrigo—. Siempre y cuando las flechas no nos alcancen de verdad.

—Ningún plan está libre de riesgos —dijo Darion—. Entonces, ¿Preparado?. Una, dos y... ¡tres!

Los dos se levantaron y corrieron directamente hacia Vega y su compañero, con las espadas en alto, como si fueran a hacer un ataque desesperado. Tal como había previsto Darion, enseguida comenzaron a caer flechas a su alrededor, y los dos se tiraron al suelo, haciéndose los dormidos pero con la espada todavía en la mano.

—Me parece que son Darion y Rodrigo —dijo Vega, acercándose.

—Hay que recoger las flechas y devolvérselas a los arqueros —dijo el otro, acercándose también.

Rodrigo procuró mantenerse completamente inmóvil mientras los pasos se acercaban. Entreabriendo los ojos pudo distinguir unas botas de cuero que por su tamaño debían de ser de Vega. Cuando por fin las tuvo a su alcance hizo un pequeño giro de muñeca que bastó para que su espada rozara la pierna de la chica. Luego echó a correr.

—¡En zig-zag! —gritó Darion, que también corría a su lado.

Los dos chicos consiguieron dejar atrás la barrera de los cien pasos, pero todavía seguían lloviendo flechas a su alrededor. Un momento después ya podían distinguir la bandera delante de ellos, pero Rodrigo agarró del brazo a su amigo y los dos se tiraron al suelo detrás de un seto.

—¿Qué haces? —preguntó Darion—. ¡Ya casi la tenemos!

—Aquí estamos a salvo —dijo Rodrigo—. Deja que gasten flechas.

Durante diez o veinte segundos las flechas siguieron lloviendo a su alrededor. Muchas se clavaban en el seto que les protegía, y sin duda les hubieran alcanzado de no estar bien resguardados.

—¡Basta! —gritó alguien—. ¡No gastéis más flechas! ¡Esperad a que salgan!

—Hay que pedir refuerzos, o nunca podremos salir—dijo Rodrigo.

—¡Bandera! ¡Aquí! —gritó Darion.

Enseguida varias siluetas aparecieron entre las sombras y al momento otros jugadores intentaron cerrarles el paso. Rodrigo y Darion observaban mientras un poco más allá tenían lugar tres o cuatro combates simultáneamente. Poco a poco fueron llegando más jugadores, tanto de su equipo como del contrario. Algunos iban cayendo, pero otros ocupaban su lugar. Rodrigo, mientras tanto, recogía las flechas del seto y las que quedaban a su alcance.

—¿Para qué recoges las flechas, si no tenemos arco? —le preguntó Darion.

—Nos vendrán bien para salir de aquí —dijo Rodrigo—. Mientras tú llevas la bandera, yo puedo lanzar flechas a cualquiera que se nos acerque. No necesito un arco para eso.

—Muy bien —dijo Darion—. Pues ahora o nunca. ¿Estás listo?

—Estoy listo —confirmó Rodrigo, recogiendo la última flecha.

—Pues allá voy —dijo Darion, saliendo disparado hacia la bandera. Rodrigo corrió detrás de él, dejando la espada en el suelo. A partir de ahora su éxito ya no dependía de ella, sino de su habilidad para correr y esquivar a los adversarios. Lo que sí que se llevó consigo fueron las flechas, que le podrían servir para librarse de algún jugador del otro equipo que quisiera cortarles el paso.

—¡Ponte detrás de mí! —gritó Rodrigo, en cuanto vio que Darion había cogido la bandera roja. Seguidamente corrió hacia una zona que parecía menos concurrida, haciendo zigzags para esquivar las pocas flechas que todavía les quedaban a los del equipo contrario.

—¡Tienen la bandera! —gritó uno de ellos, intentando plantarles cara, pero justo entonces apareció Corentín y se lo quitó de en medio. Luego el joven se unió a Darion y Rodrigo en su carrera hacia su propio campo. Rodrigo iba lanzando flechas a cualquiera que se acercara por delante, mientras que Darion iba en el medio con la bandera y Corentín le protegía la retaguardia. El recurso de las flechas resultó ser muy útil. Rodrigo las lanzaba como si fueran dardos, y gracias a ello consiguió librarse de varios chicos del equipo contrario. En realidad estaba casi seguro de haber dormido también a uno o dos de su propio equipo, pero no podía permitirse el lujo de comprobar el color de sus pañuelos. Ahora lo más importante era llegar hasta su campo con la bandera del equipo rojo.

—¡Lo logramos! —gritó Corentín, al pasar al lado de Nayara—. ¡Estamos en nuestro campo! Enhorabuena chicos. ¡Habéis estado geniales!

Todos los jugadores del equipo azul que no estaban dormidos en el suelo corrieron a felicitarles y a sumarse a su comitiva. Darion avanzaba en el centro con el estandarte y todos los demás corrían, saltaban y se abrazaban alrededor. Entonces de pronto los que iban delante se quedaron como petrificados mirando al suelo. El círculo se abrió y Rodrigo y Darion pudieron ver lo que les había causado semejante conmoción.

—¡Aixa! —gritó Darion, dejando caer la bandera roja.

Su hermana estaba allí, tendida en el suelo,pero no dormía plácidamente como el resto de jugadores vencidos. Su cabezareposaba sobre una raíz y estaba completamente manchada de sangre.    

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