En su afán por mantener las mejores posiciones a nivel mundial en educación, el gobierno británico contrató a los mejores en materia de ciencia, tecnología y programación para lograr hacer un chip. El plan era que estos fueran capaces de amplificar las cualidades más destacables del individuo que los usara, ya sea inteligencia, fuerza, velocidad, resistencia etcétera.
A partir de lo anterior, se trabajó meses en el performance de tales maquinas, el proyecto no era nada barato, en esencia una buena parte de sus reservas se gastaría en su manufactura y no era seguro que funcionaran.
Después de un año de trabajo logra salir el primer prototipo funcional, también se aceptan las primeras pruebas en humanos; son un éxito y se inicia la producción en masa para posteriormente implementarlos en cada institución educativa del país.
No pasó casi nada de tiempo hasta que notaron las fallas de seguridad que tenía el chip, si fuese hackeado por alguien, ese alguien podría controlar todas las decisiones y funciones motrices del usuario, todo esto gracias a que el chip conecta directamente con el sistema nervioso central. A partir de estas fallas, el gobierno decide retirar y eliminar cada chip, a excepción de cinco ejemplares que se usarían para investigaciones futuras.
Un infiltrado de perfil bajo vio el potencial de los chips para la creación de soldados sin voluntad, que siguieran cada orden por muy horrorosa que fuera, y gracias a los problemas causados por la reciente pérdida económica, le fue fácil robarlos.
A partir de notarse la desaparición de los únicos ejemplares que quedaban, se emprendió una investigación especial que llevó hasta una escuela militarizada especial (una de las mejores). Se pensó, en principio, en mandar al ejército y policía local a recuperarlos, pero para evitar cualquier contratiempo y posible riesgo, el gobierno recurrió a su equipo especializado en crisis y recuperaciones, equipo denominado "BSGS" (por sus siglas British Secret Governmental Service).