Las reglas del destino (EN ED...

Por ACoronado

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A sus 85 años, la demencia senil lo ha sumergido en las páginas. Las palabras de un viejo libro lo atormentan... Más

"Mi historia, su historia y nuestro destino"
Premios y reconocimientos
Personajes
Soneto 116
Prefacio
PRIMERA PARTE: Un amor de verano
Capítulo 1: Un pasado en presente
Capítulo 2: Regla número cuatro
Capítulo 4: El intruso
Capítulo 5: Una movida peligrosa
Capítulo 6: La nueva melodía
Capítulo 7: Un pequeño romance
SEGUNDA PARTE: La vida real
Capítulo 8: Repercusiones
Capítulo 9: Ausencia
Capítulo 10: Conocí a una chica
Capítulo 11: Lejos de casa
Capítulo 12: Rompiendo las reglas

Capítulo 3: La mesera

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Por ACoronado

Cerré el libro por un momento y me acomodé la corbata, tenía una pequeña mancha en la camisa azul que quería ocultar. Empezaba a sudar, una oleada caliente se hizo al lugar tan rápido que necesité echarme aire con la mano. O quizás solo eran los nervios. Sabía que estaba por adentrarme a la historia, a sus primeros berrinches, a nuestras primeras discusiones... Necesité sentirme joven para ponerme en aquellos viejos zapatos de niño que jugaba a ser un adulto. Me necesité en aquel pellejo.

El cielo era una explosión de colores cálidos. Estiré una mano hacia el horizonte con la intención de teñir mis dedos con esos naranjas intensos, pero solo recibí el saludo de un sol que ascendía para vigilarnos. A lo lejos las aves empezaban su jornada y una que otra lancha pesquera iniciaba su curso. La mirada pintó en el paisaje aquellos otros destellos de luz que en algún momento juré vivir; sin embargo, la memoria no era una buena aliada, lo único que lograba recordar era el camino a casa. Abrí nuevamente el libro y puse los ojos sobre las líneas.


Los siguientes días pasaron de forma monótona y aburrida. Nadie la conocía. Le pregunté a todos los amigos de Jared, la busqué por cada rincón de la ciudad, recorrí cada iglesia y cada supermercado, pero nadie sabía quién era Sandy Tinley. Quise creer que ella había inventado ese nombre, pero la probabilidad de que dos mentirosos se encontraran me parecía incierta. Entonces me cuestioné la posibilidad de que aquello jamás hubiera pasado, pero mi camisa aún conservaba su aroma. Pasé alrededor de quince días caminando cerca del lago con la esperanza de volver a verla, pero de ella solo quedaba el fugaz recuerdo haciéndose al reflejo del lago. Solo existía en mi memoria.

Y entonces ocurrió. Una nueva cafetería abrió sus puertas para darle luz a ese lugar olvidado por Dios. Se llamaba Café tres chicos y todos lo amaban, desde los más jóvenes, por su área de karaoke, hasta aquellos ancianos que solo querían tomar café y leer un buen libro. Recuerdo el rostro de las amigas de Jared al mencionar el lugar por primera vez, fue como si de un gran antro se tratara, pero solo era una simple cafetería. Así de aburrido era ese recóndito lugar en Minnesota donde una tal Sandy Tinley parecía haber desaparecido.

El sábado, 3 de julio, Scarlett me invitó a comer con ella y Jared a la cafetería; lo que yo no sabía es que todo se trataba de una trampa para presentarme a Elizabeth, una de sus amigas. Cuando Jared me vio llegar, corrió hacia mí para decirme que me tenía una sorpresa de piernas largas, pero lo único que pude ver en esa chica fue el presagio de unos cuantos besos sin sentido.

Nos sentamos cerca de la puerta principal porque el lugar estaba a reventar; cada mesa estaba ocupada, incluso la barra estaba llena. Tres lindas chicas se partían el alma tratando de tomar todas las órdenes y una joven hacía malabares tras la barra con las malteadas y tazas de café. Fui considerado, solo pedí café negro y una rebanada de pastel de zanahoria, pero Scarlett y Elizabeth hicieron pedidos excesivamente complicados solo para hacer desatinar a las meseras.

―Me gusta ver la cara de las chicas cuando Scar ordena, todas quieren arrojarle la libreta en la cara ―dijo Jared apretando su mano―. Espero que un día lo hagan ―me susurró al oído.

―¿Te dije que Elizabeth fue aceptada en la Universidad de Chicago? ―señaló su novia de la nada, recordándome que su amiga seguía con nosotros―. La aceptaron porque sus notas eran las mejores de la clase aun cuando estaba en el equipo de porristas.

―Quiero estudiar Leyes, mis padres son abogados. Espero seguir su camino.

―Felicidades ―dije sin darle importancia.

―Tal vez puedan tomar un café de vez en cuando...

No pude seguir escuchando lo que decían, unos ojos avellanados del otro lado de la cafetería llamaron mi atención. Llevaba uniforme de mesera y el cabello recogido en una cola de caballo; supe que era ella porque su sonrisa se había clavado en mi cabeza y se presentaba de nuevo ante mí. Caminó hasta nuestra mesa y se detuvo por un instante al verme, pero retomó el paso. Sentí que mi rostro se iluminaba. Sonreí como loco, como si me hubieran dado la mejor noticia de mi vida.

―Un capuchino con un cuarto de leche descremada, un cuarto de leche de soya, un cuarto de leche deslactosada y un cuarto de ¿crema batida? ―mencionó mirando la nota y soltó una pequeña risa―. Por favor, no me hagan decir toda la orden.

Scarlet y Elizabeth cuchicheaban viendo que trataba de mantener en equilibrio la bandeja de bebidas mientras que con la otra mano cargaba la cafetera.

―Ese es de ella, el de atrás es de ella, la malteada de vainilla es de él y yo solo quiero café ―dije tratando de ayudar.

Me puse de pie para tomar las bebidas y repartirlas, me molestó la mirada burlona que le lanzaban y supe que tendría unos cuantos puntos extra con ese gesto. La chica del muelle me miró en silencio y esbozó una pequeña sonrisa que duró poco menos de dos segundos. Saboreé esos labios en mi mente. Al acercarme a ella pude percibir el aroma de su perfume mezclado con el del café.

―Hola ―dije solo para ella.

Permanecí de pie, mirándola como un niño tonto.

―Hola ―respondió desviando la mirada.

Elizabeth se aclaró la garganta para hacerse notar, pero ni el claxon de un camión me haría quitarle los ojos de encima a la joven que llevaba uniforme de mesera y los ojos más bellos que jamás había visto.

―Te busqué por todas partes, pero no estabas. Por un momento pensé que la tierra te había tragado o que solo fuiste el producto de mi imaginación.

No sabía por qué o cómo, pero verla nuevamente me producía la misma sensación que cuando un niño mira los regalos bajo el árbol de Navidad.

―O quizá solo no buscaste bien.

Giró sobre sus talones y caminó directo a la barra. La miré dejar la charola a un lado, recargarse y agachar la cabeza; me pregunté qué le sucedía. Se veía cansada. La miré por unos segundos sin decir nada, solo ignoré al resto del mundo y me detuve a observar a esa chica de delicada figura que parecía derrumbarse.

Elizabeth se hizo notar de nuevo. Se acercó un poco más a mí y puso su mano sobre mi hombro. Aquel gesto me recordó por qué ninguna de las chicas de la fiesta había logrado captar mi atención e hizo que la chica del muelle me gustara todavía más. Volví los ojos hacia la barra.

―Jared me contó que estuviste en el equipo de atletismo...

No me interesaba mentirle a Elizabeth solo para acostarme con ella, porque esa chica no me parecía nada relevante.

―Disculpen ―la interrumpí ―, ahora regreso.

Me levanté de la mesa y caminé hacia Sandy, me recargué tan cerca de ella como para hacerla sentir mi presencia. Busqué su mirada y la vi sonreír de forma disimulada, pero yo no tenía intención alguna de ser disimulado; quería que viera todo el interés que sentía por ella. Sabía que las chicas necesitan sentirse seguras para dar el siguiente paso. Olí su perfume y el aroma trajo el recuerdo de mis manos sobre su piel. Me gustó tenerla cerca. Nos saboreé estando juntos. Pero su imagen me trajo de golpe a la realidad, me hizo cuestionarme la fuerza de aquel recuerdo, si solo se trataba de una noche y nada más.

―Tenía ganas de verte. Lo único que hice en estos días fue mirar cable y no dejar de pensar en ti. Debí venir antes a este lugar —dije recordando el juego—. No sé por qué dejé pasar tanto tiempo antes de venir a probar "las deliciosas recetas de la abuela Keller" —leí el encabezado del menú.

—Pues, ya lo sabes, puedes regresar cuando gustes, porque "el Café tres chicos es el lugar donde todos quieren estar" —mencionó con falso entusiasmo.

Se recargó de nuevo sobre la barra y frunció los labios. Quise creer que ese extraño gesto no era la reacción que le provocaba mi presencia. Se veía pálida y sus ojeras resaltaban incluso más que sus ojos. Una mezcla de pensamientos se apoderó de mi mente: por un lado, quería seguir jugando, envolverla en palabras y hacerla caer; pero otro lado solo quería saber qué le sucedía.

―De verdad te busqué ―dije tratando de encontrar su mirada―, pero nadie parece conocerte.

―Es porque nadie me conoce. Me mudé a principios de junio.

―¡Oh! Eso lo explica todo. ―Sonreí al recordar toda la odisea que tuve para encontrarla―. Hace una semana fue a la iglesia que está a unas calles de aquí, le pregunté al reverendo si te conocía e hizo que me quedara a la ceremonia. ―No mentía―. Quizás con eso puedo hacerte saber lo mucho que necesité verte.

Levantó la mirada y volteó hacia la mesa donde Jared y las chicas me esperaban, después cerró los ojos con fuerza. No entendía sus reacciones ni su silencio, no parecía la misma chica.

―Tus amigos te esperan. Además, la chica de cabello castaño es muy bonita y parece interesada en ti ―dijo en voz baja.

Giré el rostro para encontrar la mesa y vi a Elizabeth tratando de llevarme a ella con su mirada penetrante. Volteé a ver de nuevo a Sandy, ponía en una charola los pasteles, pero parecía esforzarse mucho para hacerlo.

―¿Te sientes bien? ―pregunté ayudándola con el último plato.

Negó con la cabeza y me dio la charola.

―Llévala a tu mesa por mí, ¿sí?

No pude siquiera responder, porque dio la vuelta y salió por una puerta cerca de la cocina. Esperé por unos segundos, quise creer que ella jugaba conmigo, pero me di cuenta de que me comportaba como un estúpido. Entonces, caminé con la charola hacia la mesa y me senté en silencio.

―Veo que conseguiste un empleo ―dijo Jared abalanzándose sobre los pasteles―. Si tu madre te viera, seguro estaría orgullosa.

―Sí, claro ―respondí sin prestar atención a mis palabras.

―A puesto a que te darán las mejores propinas.

Siguieron hablando, pero no pude escuchar lo que decían, porque seguía con los ojos sobre aquella puerta, y después de unos minutos, la vi dirigirse a paso veloz hacia la salida con una mochila sobre el hombro. Las campanillas de la puerta sonaron. No pude reaccionar inmediatamente, todo había pasado tan rápido que aún sentía la charola sobre las manos. Corrí tras ella como un loco, como un tonto que pensaba con la cabeza fría, pero lo cierto era que estaba cansado de esperar por ella. Las campanillas sonaron de nuevo. La vi tratando de quitarle el candado a una de las bicicletas y caer de rodillas; se cubrió el rostro con las manos y permaneció en el suelo. No podía entender lo que pasaba. ¿Huía de mí o realmente se sentía mal? Me sentía estúpido por creer que todo se trataba de mí.

―¿Qué es lo que pasa? ―pregunté acercándome despacio a ella.

Separó las manos de su rostro y volteó hacia mí, pude ver que se esforzaba para sonreír. Seguí sin reconocer a la chica que jugó conmigo aquel 19 de junio, lo único que veía era a una niña frágil.

―Tengo cólicos.

―¡Oh! ―respondí sorprendido.

No pude decir nada más. Me sentí un verdadero idiota. Tragué saliva y me acerqué para ayudarla con la bicicleta.

La miré alejarse un poco cuando me tuvo a escasos centímetros y sentí un vuelco en el estómago. Me pregunté si estaba mal vestido o si olía mal, pero jamás me sentiría mal vestido con esa playera de The Police. Titubeé por un instante y terminé de quitarle el candado a su bicicleta con temor a dárselo y que se marchara sin decir más.

―¿Te gustaría ir a cenar conmigo? ―dije de la nada―. O, si prefieres, podemos ir al cine o por un helado...

―¿Por qué? ―me interrumpió.

Yo sabía por qué o creía saberlo, pero no podía decirle que me urgía ponerla en mi lista de conquistas. Y en realidad había pasado tanto tiempo en ese aburrido pueblo que sentía la necesidad de permitirle jugar un rato conmigo, porque hacer cualquier cosa con ella era mejor que hacer cualquier cosa con Jared. Sentía que estaba desvariando.

―Tú sabes por qué.

Se incorporó despacio y tomó la bicicleta por los cuernos. Traté de levantarme despacio para evitar que saliera corriendo. No entendía por qué se resistía tanto. Sabía que también se sentía atraída por mí. Me pregunté si seguía jugando aún después de aquel beso. Pero ¿por qué?

―Dean, sé cómo terminará todo esto ―dijo con tono serio― y prefiero evitárnoslo.

―¿A qué te refieres?

―No me conoces, no es fácil estar conmigo y no quieres estar con una chica como yo. Me equivoqué al permitirme ese momento de locura en el muelle. Quizás fue por el alcohol...

―Tú no tomaste ―la interrumpí.

―Tal vez tienes razón, tal vez no tomé, pero de igual manera me equivoqué. No debí seguir tu juego.

―Fuiste tú la que me besó.

―Y que te haya besado no significa que tenga una deuda contigo o que deba salir contigo.

Levantó la bicicleta para sacarla del aparcadero y volvió a encontrar mi mirada. Se veía pálida, parecía que en cualquier momento iba a desvanecerse.

―No quiero una relación ―dijo después de unos segundos de incómodo silencio.

―¿Y por qué crees que quiero una relación?

―Por la forma en la que me miras.

―¿Cómo te miro? ―pregunté confundido.

Guardó silencio y me miró sin borrar una sonrisa tan pálida como su rostro. Quise quitar su bicicleta del centro y demostrarle que ella quería eso tanto como yo, pero solo me permití mirar sus bonitos ojos. No pude evitar pensar que alguien escribía sobre ese instante, que se burlaba de mí de la misma manera como yo esperaba burlarme de ella. Y entonces me di cuenta de que no solo la veía, la miraba.

―Yo solo quiero invitarte a cenar ―dije tomando los cuernos de su bicicleta.

―Y yo solo no quiero cenar contigo ―dijo tomando con fuerza la bicicleta y dando unos pasos lejos de mí.

La vi subirse a ella y avanzar. No pude y no quise insistir, lo último que quería era que se sintiera presionada, y no esperaba tener una respuesta forzada, sino una genuina. Quería que Sandy Tinley saliera conmigo porque ella así lo quisiera, no porque el dolor de los cólicos y la insistencia de un joven mal vestido la obligaran a decir que sí.

La vi hasta que desapareció con la distancia. Sentí las sienes punzarme y pude notar que el aire perdió su aroma. No tenía idea de por qué me afectaba tanto su rechazo y mucho menos sabía por qué no podía irme de ese lugar; solo quería aceptar la derrota y conseguir a otra chica, pero no podía hacerlo. Lo único que sabía era que ella me gustaba tanto como para desperdiciar el verano en ese pueblo olvidado por Dios.

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