Sencilla Obsesión

By HaimiSnown

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YA NO Está Disponible ENTERA Un deseo pensado al ver una estrella fugaz resultará ser el principio del fin de... More

Sencilla Obsesión
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
ATENCIÓN LECTORES DE PERÚ
SENCILLA OBSESIÓN EN GOODREADS
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La historia será retirada
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Capítulo 4

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By HaimiSnown

Avril Lavigne - Falling Down**********************


Presente


La mañana había amanecido fría y mojada. Octubre bañaba el aire con espesas nieblas que se levantaban cerca del mediodía y rociaban la tierra con gotas brillantes. El sol era perezoso, se despertaba cada día más tarde y desaparecía más temprano de su puesto.

Jared recorrió con ritmo veloz la distancia entre su casa y el hotel, aprovechando para despertar su musculatura dolorida. Había pasado la mayor parte de la noche escribiendo, y su mente, igual que su cuerpo, se encontraba en un estado semi comatoso, negándose a aceptar la realidad y sus encargos.

Por suerte la luz era grisácea y opaca, perfecta para sus ojos irritados y sensibles. La alfombra de hojas secas crujía bajo sus pasos y la brisa traía la fragancia especial de la estación: recuerdos del ardiente verano y promesas de un no muy distante invierno.

Le gustaba seguir un horario, y empezaba cada día solucionando los problemas del hotel. De ese modo se las arreglaba para tener libre hasta la hora del cierre si no aparecían situaciones emergentes que requerían su presencia.

Encontró a Mara en la recepción y ella lo recibió con una sonrisa agradable. Había tenido la suerte de contratarla hace un año atrás como directora de operaciones, un eufemismo que significaba que le había derogado sus obligaciones. Ella se encargaba de todo, no obstante, las decisiones las tomaban juntos y las firmas finales eran las de él.

—Buenos días.

Jared le correspondió a la sonrisa, aunque los músculos de su cara protestaron ante la sencilla operación.

Mara era joven, encantadora, le apasionaba el área y parecía tener la capacidad de trabajar veinticuatro horas al día. Además, era organizada, elegante y no le había fallado ni una sola vez desde que había comenzado. Podía decir que eran amigos, más desde que Cedric «el niño de oro» se había mostrado muy interesado en su persona. Y, aunque estaban al principio de la relación, veía un final feliz para ellos dos y le gustaba la idea de que indirectamente había hecho el papel de Cupido. Se alegraba por su amigo, pero él mismo prefería mantenerse lo más lejos posible de las palabras que enlazaban dos corazones. El compromiso y las relaciones de larga duración habían sido expulsados del diccionario de su vida.

—Hola, Mara. ¿Con qué empezamos?

—Tienes que mirar el presupuesto para la suite y aprobar las ofertas para los meses de diciembre y enero —le informó mientras estudiaba unos papeles que tenía sobre el mostrador—. Y el fotógrafo contratado para la publicidad te espera en tu oficina.

—¿Ha llegado? Bien, perfecto. En cuanto acabe con él, sube para que resolvamos los otros asuntos.

—Hmm...—carraspeó y sonrió—, es ella.

—¿Cómo?

—El fotógrafo es una mujer.

Jared se quedó petrificado por un presentimiento de mal augurio. Tan intenso fue el escalofrío que le sacudió la columna vertebral, que su respiración se heló y tuvo la sensación de ver el vapor congelado rozándole la nariz. ¡No podía ser...!

—¿Cómo se llama? —inquirió, rogando no estar en lo cierto.

Esperó lo que le pareció una eternidad hasta que Mara buscó los documentos necesarios y verificó el nombre.

—Íria Golding —le informó en voz alegre, sin saber que acababa de citar la sentencia de su jefe.

La cabeza de Jared empezó a martillear con ferocidad. ¿Cómo se me escapó?, se preguntó, procurando hacer memoria del momento en que había visto el contrato. No había pensado ni un momento que fuera posible. Normalmente se fiaba de Mara y no leía lo que firmaba, se basaba en sus notas explicativas. Y de ninguna manera hubiera imaginado ver el nombre de ella en los documentos, así que los había firmado con los ojos cerrados.

Forzó las ruedas de su cerebro a moverse y encontrar una escapatoria.

—¿Podemos revocar el acuerdo?

Mara lo miró con los ojos abiertos como platos.

—No lo creo. De hecho es un contrato bastante firme y con anexos claramente estipulados. ¿Pasa algo?

Jared se fijó que la chica de la recepción también lo miraba de modo extraño. Cerró los ojos con fuerza y controló el ritmo de su respiración.

—No, no pasa nada. Iré al encuentro, pero busca cualquier manera para invalidarlo.

Se alejó con rapidez, sin mirar por dónde iba.

El hotel había sido construido más de cien años atrás por su tatarabuelo y se parecía a una casa colonial de dos niveles. Las habitaciones habían sido muy amplias al principio, pero su abuelo las había modificado para introducir los cuartos de baño individuales. La piedra rojiza y la madera eran elementos centrales, y él había intentado mantener el estilo rústico, añadiendo todo el confort que un turista pijotero podía pedir.

Subió la escalera en forma de caracol y se dirigió hacia el último cuarto del pasillo, el que había acondicionado como su oficina. Las ventanas amplias daban hacia el bosque y la vista le hacía mucho más fácil el fastidioso trabajo con el papeleo.

Se dio cuenta de que casi corría y aminoró el paso, procurando a la vez calmar su carácter. Sus zancadas no se escuchaban por la gruesa alfombra del pasillo. Se tomó un segundo de pausa delante de la puerta, preparándose mentalmente para la confrontación.

Íria estaba de pie al lado de la ventana, luciendo elegante y segura de sí misma. Vestía un traje oscuro con pantalón y chaqueta sobre una camisa que parecía de seda, del mismo color que sus ojos. Tenía el pelo recogido en un moño severo y la única concesión frívola eran los botines de tacón alto.

Le sonrió como si estuviera encantada con el encuentro.

—Buenos días.

Jared la saludó con la cabeza y se sentó detrás del escritorio, señalándole con un gesto la otra silla situada del lado contrario. Todavía no tenía idea de cómo manejar la situación y cómo jugar las cartas, teniendo en cuenta que había empezado el juego con la peor mano posible.

—¿Este era el trabajo que se te ofreció y por el cual has vuelto? —le preguntó.

Espero hasta que Íria se sentara. Luego cruzó las piernas y lo miró con sinceridad.

—Había decidido volver antes de que me ofrecieran el trabajo.

—¿Sabías que ibas a trabajar para mí?

Ella rio de modo sutil, como si la respuesta fuera indudable.

—Claro que sí. Los nombres de las partes aparecen en el primer párrafo del contrato. Jamás firmo sin estudiar bien las condiciones.

Jared sospechó que algo en su rostro le había desenmascarado, ya que ella se echó a reír a carcajadas.

—¡No lo sabías! No tenías idea de que me contrataste a mí, ¿verdad? Me pareció extraño cuando la agencia me informó que habías aceptado todas las cláusulas. Ahora me alegro de insistir en ponerlas —declaró satisfecha.

—¿De qué hablas? —preguntó Jared, confundido.

—Lee el contrato. ¿Cuándo quieres que empecemos? ¿Tienes algún plan? ¿Has pensado en alguna perspectiva? —se interesó Íria, pasando con rapidez a tener una expresión profesional. Al lado de la silla se encontraba su bolso y un portapapeles. Lo cogió y lo abrió, preparándose para tomar notas.

Jared meneó la cabeza.

—Espera. No pienso trabajar contigo. Delegaré el asunto a un encargado o hablarás con mi supervisora, pero no... —se detuvo al percatarse que ella se abstenía con dificultad de no estallar de nuevo en carcajadas. Sus ojos brillaban y se mordía el labio inferior. Incluso apretaba el bolígrafo como si quisiera romperlo—. ¿Qué? —inquirió, teniendo la certeza de que su día iba de mal en peor antes de recibir respuesta.

—Que trabajemos sin intermediarios es una de las cláusulas.

La sentencia retumbó en el cuarto con tal violencia que Jared no pudo decir más de un ¡demonios!, mentalmente. Sentía sus neuronas funcionando, pero trotaban y se agitaban destornilladas, sin tener claro hacia qué dirección ir.

—Es como yo trabajo, Jar. No me gusta implicar a terceros. Mi trabajo es el mejor y quiero mantener mi renombre —le informó una Íria orgullosa, con el mentón ligeramente inclinado hacia arriba.

Jared se dejó caer contra el respaldo del sillón, esperando que la posición relajante se transmitiera a su cerebro y su cabeza dejara de martillar.

—¿Por qué no me avisaste en nuestros últimos encuentros? —Se dio cuenta que la pregunta era necia antes de acabarla y, obviamente, Íria no perdió la oportunidad de contraatacar.

—Primero, pensaba que lo sabías, aunque me extrañó la «cálida» bienvenida que me diste. Segundo —ella levantaba un elegante dedo a medida que hablaba—, no me diste la oportunidad de hablar. Al final decidí tomar la vía oficial y pedir cita por el camino formal.

—¿Por qué? —Jared murmuró como para sí mismo, meneando la cabeza por la incredulidad—. ¿Por qué aceptaste el trabajo?

—¿Por qué no debía hacerlo?

Los siguientes segundos pasaron en un torneo de miradas: la de ella segura, incluso provocadora, la de él hostil y perturbada. Las preguntas correctas no vieron la luz y las explicaciones se quedaron atascadas entre los pensamientos.

Íria se aclaró la voz y fue la primera en bajar la cabeza, fijando su mirada en la hoja en blanco que tenía delante.

—Necesito que me comentes tus expectativas... sobre el proyecto —añadió con rapidez al percatarse del doble significado de sus palabras.

—Al contrario que tú, yo juego limpio. —Jared sonrió torcido, disfrutando de lo que decía—. No pienso trabajar contigo. Estoy seguro de que tendré la solución de cómo anular el contrato antes de mañana y tú serás libre de volver...—agitó la mano en el aire— a donde sea que has estado los últimos trece años.

La mirada de Íria se enfrió como los glaciares de la Antártida y él apreció, sin querer, la fuerza de su personalidad. Recogió sus cosas con tranquilidad y se levantó en toda su altura con la espalda recta, a la vez que alzaba el mentón.

—Te deseo suerte con eso. Pero no la tendrás. Mis abogados son iguales de buenos que los tuyos, incluso mejores. Si quieres una guerra, encantada de participar aunque me daría pena verte besar el polvo. Yo tengo un contrato firmado y pienso cumplirlo. —Le tiró una cartulina en el escritorio—. Este es mi número. Llámame en cuanto estés preparado para empezar el trabajo. No tengo prisa. Vivo aquí —añadió mordaz y salió con la cabeza en alto.

Jared se encogió en el sillón, mirando el techo. Consideró si hubiera exagerado. Al fin y al cabo habían pasado trece años, había tenido casi una vida para auto psicoanalizarse y superar el trauma. Si estuviera forzado a trabajar con ella, estaba seguro que podría hacerlo. Los límites los ponía su voluntad. Podría hacerlo, pero no le cabía duda de que su límite se quedaba establecido a distancia de miles de kilómetros de Íria.

***

Trece años atrás

Íria avanzó en el bosque con la cabeza en alto, admirando las crestas de los árboles. Tenía la cámara preparada en la mano, aunque la correa colgaba de su cuello por si necesitara desatenderla. Miraba hacia arriba y, no obstante, caminaba con cuidado para no engancharse entre las raíces salidas o las plantas. Nunca se había aventurado tan lejos, pero se había sentido atraída por el aire fresco y el silencio, y se había quedado por haber encontrado la hermosura y una vida totalmente diferente de la que ella experimentaba cada día.

Los altercados entre sus padres no habían cesado, todo lo contrario, habían empeorado, y ahora que tenía las vacaciones de verano, no encontraba salida. Hacía lo imposible para estar menos tiempo en casa, e incluso así, era demasiado. Pasaba muchos ratos con Liza, pero por desgracia no podía mudarse con ella. Así que cogía su cámara y se perdía en paseos interminables, procurando volver a casa lo más tarde posible.

Escuchó el ruido de agua gorgoteando y siguió el sonido. Pronto vio el resplandor de las ondas de un río pequeño, no más de unas cucharadas de agua que serpenteaban por encima y por debajo de unas piedras grandes, cubiertas de musgo verde. Encantada por la imagen, tomó primero unas fotografías, luego la probó con la mano. Estaba fría y cristalina, y el sonido se oía como pura música relajante.

Dejó la cámara en el suelo, se quitó las deportivas y metió los pies en el agua. Se tumbó y miró hacia el cielo, contenta de haber encontrado la paz.

—Te dije que deberías cuidarla mejor —escuchó una voz a su espalda.

Soltó un grito, asustando las aves que se sobresaltaron más que ella. Al girarse se encontró con que Jared la miraba por debajo de la visera de una gorra deportiva, con la espalda apoyada contra un tronco y el cuaderno sobre las rodillas.

—¿Qué haces aquí? —lo interrogó mientras se levantaba y se ponía las zapatillas.

Jared sonrió y cerró el cuaderno, dejándolo a un lado, encima de su mochila.

—La pregunta correcta es, ¿qué haces tú aquí?

—Estaba... paseando. Tomando fotos —ella contestó rápido, señalando la cámara olvidada en el suelo como si fuera su testigo—. ¿Y tú?

—Paseando, tomando el aire.

Íria estaba segura de que había detectado un leve tono burlón, pero con la gorra escondiéndole la mitad del rostro no podía leer su expresión.

En las últimas semanas de clase su relación había avanzado tanto que cuando se encontraban, Jared la saludaba con un movimiento de cabeza. Íria se había quedado un poco decepcionada por la distancia que mantenía. Había pensado que si daba el primer paso, conseguiría acercarse más a él. Incluso lo había perdonado por la noche del baile y le había sonreído cada vez que lo había visto, pero Jared había seguido tratándola con el mismo interés que a una hoja de lechuga.

Quería conocerlo, saber cosas de él. Como: ¿qué escondía en el cuaderno?, ¿por qué se mantenía al margen?, ¿por qué era tan distante, tan misterioso? No tenía el valor de preguntarle a Liza, aunque sospechaba que ella sabía incluso qué número llevaba en los zapatos. Pero Liza le había hablado de todo el instituto, de todo el pueblo, menos de Jared.

Tenía entendido que la madre de él se encargaba del hotel de la zona y eso lo sabía porque su padre acababa de conseguir un empleo allí. Un milagro por el cual debía agradecerle a la abuela Candela que era muy amiga de la abuela de Jared. Sin embargo, el resto de su vida seguía escondida, e Íria planeaba quitar el velo de una manera u otra.

—¿Vienes a menudo aquí? —se interesó, acercándose con pasos perezosos.

—¿Por qué quieres saberlo?

Jared preguntó eso cabizbajo, a la vez que jugaba con el bolígrafo sobre el cuaderno, dándole vueltas entre los dedos y deteniéndolo en la tapa con un movimiento brusco. Luego volvía a repetir la operación, pareciendo que su atención se centraba en el proceso. Al percatarse que no recibió respuesta, levantó la cabeza, mirándola interrogante.

Harta de su actitud superior y visiblemente desinteresada, Íria explotó:

—Porque quiero conocer tu horario y acosarte —ironizó. Por desgracia, Jared no la entendió de la manera que ella había planeado.

—¿De verdad? —Él sonrió, estudiándola con fascinación poco disimulada desde la punta de los zapatos hasta la parte superior de su cabeza y todo el camino al revés.

Íria se cruzó de brazos, con la sensación de que su mirada pudiera penetrar a través de la ropa.

—¡Deja de ser tan imposible! —ordenó. Avanzó y se sentó a su lado, moldeando su espalda sobre la madera áspera del tronco. Desde esa posición no podía inspeccionarla, pensó complacida.

—No sabía que lo era —murmuró Jared, siguiendo con la mirada sus movimientos—. ¿Piensas quedarte? —inquirió, pareciendo sorprendido por su decisión.

Íria se sentía insultada por su evidente rechazo, pero no pensaba mostrarlo.

—¿Es tu bosque? —espetó.

—No, claro que no. —Jared retomó el juego con el bolígrafo mirando hacia adelante.

Como permanecieron un rato en silencio, Íria aprovechó para estudiarlo por el rabillo del ojo. Los músculos de su maxilar jugaban bajo la piel y había fruncido los labios. No entendía por qué su presencia parecía fastidiarlo tanto, pero ella no pensaba retirase. Le gustaba el sitio, y si él no quería compartirlo, debería marcharse. Se acomodó mejor contra el tronco y cerró los ojos, relajándose. Unos rayos de sol que atravesaban el follaje jugaban cálidos en su rostro. Oía el chirrido de los insectos, el ritmo de la respiración de Jared a su lado, y la fragancia de pino, abeto y hierbas, llenaba el aire.

Casi se había dormido cuando escuchó un susurro que dejaba entender un agudo grado de peligro:

—No. Te. Muevas. —Jared había pronunciado cada palabra por separado y le estaba apretando la mano con tanta fuerza que se le durmieron los dedos al instante.

Íria abrió alarmada los ojos para quedarse de piedra. No podría moverse ni si se lo ordenaban. A menos de un metro de sus piernas, una serpiente ondulaba su cuerpo, avanzando con la cabeza en alto y la lengua siseando. No era grande, no más de medio metro, pero no tenía pinta de visitarlos con intenciones honorables.

El corazón le estalló contra las costillas y sus oídos no escuchaban nada más que el horrible siseo. Miró a Jared con los ojos casi saliendo de las órbitas en una pregunta muda.

No le hizo caso. Observaba al reptil con la misma concentración con la cual lo hacía este. Su mano empezó a desplazarse milímetro con milímetro buscando algo en la tierra. Íria no podía ver de qué se trataba, pero dudaba del éxito de su plan, si tuviera alguno. La serpiente se acercaba y ante sus ojos se hacía cada vez más grande. La hierba se desplazaba como un arroyo con el movimiento de su cuerpo. Una hoja seca le rozó la piel descubierta de la pierna, e Íria ahogó un grito. Sudor frío le cubría la espalda y apretó los dientes en un intento de dejar que castañearan.

—A la de tres, corre —susurró Jared, sin mirarla.

Sus dedos agarraban un palo largo de madera, gordo como el brazo de ella, lo que no decía mucho a favor de su cuerpo.

—Uno...

¿Estás loco?, Íria gritó en su mente. ¿Vas a matar una serpiente con una rama? Las palabras no salieron de su boca y todos sus sentidos se concentraron en oír la señal.

—Dos...

Tensó los músculos al máximo. Retorció un poco el cuello y fijó la mirada en la boca de Jared. Cuando sus labios se abrieron y antes de que diera la señal, se levantó impulsada como un proyectil y empezó a correr, con la imagen de los colmillos de la serpiente en su piel. Oyó el sonido de un golpe seguido de unas maldiciones, pero no se detuvo. Continuó trotando hasta que sus pulmones chillaron y le fallaron las rodillas. Se dejó caer en el suelo a cuatro patas, tragando aire con dificultad. Entonces miró hacia atrás, pero no se veía ni se escuchaba nada. Giró y se sentó sobre el trasero, abrazándose las rodillas. No tenía idea de dónde se encontraba ni en qué dirección había corrido.

El bosque era silencioso y la luz de la tarde danzaba alegre entre las ramas. Su respiración se recuperó, pero su cuerpo seguía convulsionándose bajó sacudidas incontrolables.

Después de unos minutos, empezó a preocuparse por Jared. Reconocía que había actuado como una cobarde, pero ¿cómo se suponía que debía reaccionar? Él no había parecido muy afectado, su sangre se había mantenido tan fría como la de la serpiente. Le había dado la impresión de que había pasado por situaciones parecidas antes.

Se levantó, probando el estado de firmeza de sus pies. Constató que temblaban un poco, pero podía usarlos. Dio dos pasos indecisos y escrutó los alrededores.

—¿Jar? —llamó susurrando.

Le contestó el chirrido de un ave. Llenó los pulmones de aire y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Jareeeedd!

Las hojas de los árboles se sacudieron con el vuelo de los pájaros asustados. Por el rabillo del ojo observó movimiento a su derecha y concentró la vista.

Jared se acercaba con su cámara en la mano y la mochila colgada del palo que tenía sobre un hombro. Se había puesto el gorro al revés y sus oscuros ojos brillaban con diversión en el rostro iluminado por una expresión presumida. Al acercarse, Íria escuchó que silbaba una canción.

Se cruzó de brazos, molesta con su actitud. Se comportaba como si nada hubiera pasado y estuviese de excursión por el bosque.

Sin parecer observar su disgusto, Jared le tendió la cámara y se rio entre dientes.

—¿Cuántas veces tengo que repetirte que debes cuidarla?

Íria la tomó con brusquedad y colgó la correa de su cuello.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Esa cosa asquerosa ha muerto?

—Nop —contestó Jared, y se encaminó sin importarle lo que hacía ella.

—¿Cómo qué no? —Íria chilló a sus espaldas. Al ver que se alejaba, empezó a correr para alcanzarlo.

Jared sonrió, mirándola con los ojos entrecerrados y meneando la cabeza en un gesto de incredulidad.

—¿Crees que podría haber matado una serpiente con una rama? Vaya... vaya —chasqueó la lengua—. Ya me has dado el papel de superhéroe.

Íria gritó mentalmente, hecha un nudo de nervios. Ahora entendía por qué él no se relacionaba bien en sociedad. ¡Porque no sabía hacerlo! Decía lo que le pasaba por la cabeza, sin preocuparse por los sentimientos de los demás.

—Para tu información —dijo ella, levantando el mentón aunque Jared no podía verla—, no pensaba que ibas a matarla con un palo de madera. Por eso, estaba preocupada por ti.

Él paró de golpe, e Íria, que no conseguía mantener el ritmo caminando un paso atrás y en aquel momento estaba mirando el suelo, chocó contra su hombro.

—¿De verdad? —le preguntó pareciendo conmocionado con la idea. Luego se echó a reír de nuevo y reanudó la marcha, mientras la informaba—: No era venenosa.

Con ganas de tirarle algo en la cabeza, Íria juró que un día se vengaría.



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