Engel (En edición)

By AlmaMara

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En un futuro no tan lejano, Ada, una joven estudiante con el raro don de predecir el futuro a través de sueño... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25: POV Dareh
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Los Capítulos Extra De Engel

Capítulo 10

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By AlmaMara

Unos segundos después fue Dareh quien abrió los ojos y miró a Styan furioso.

—Nunca vuelvas a tocarme— gruñó.

—¿O qué, gatito? ¿Me vas a arañar?— Styan se rió, pero antes de que pudiera parpadear, Dareh estaba en pie empujándole y haciéndole colisionar contra la pared.

—No tienes ni idea de nada, así que cierra de una vez la boca, maldito necio— su voz sonaba grave, con ira contenida. Era como si el resentimiento hacia Styan fuera más allá de lo que habíamos visto hasta ahora. Incluso Styan parecía sorprendido por la reacción del híbrido.

—Eh, calma...— masculló desconcertado.

Dareh tomó aire y lo soltó despacio, calmándose y dejándose caer al suelo.

—¿Estás loco o qué te pasa, adefesio?— Styan se sacudió la ropa en un acto desesperado por conservar parte de su dignidad pisoteada por la velocidad y la fuerza de Dareh. —Sólo intentaba despertaros. Os habéis dormido sin cenar y ya es hora de salir a buscar al enano.

—¿Qué?—pregunté todavía aletargada.

—Que nos vamos a buscar al hermano de Tristan. Estabais tan ocupados cogiditos de la mano que no os habéis enterado del plan— su tono parecía burlón, pero a la vez resentido.

Me sentí culpable. A sus ojos debía parecer eso mismo: Dareh y yo buscando cualquier oportunidad para estar cogidos de la mano.

—Styan, no es lo que crees...— intenté explicarme, pero Dareh alzó una mano con discreción indicándome que no siguiera hablando.

—¿Qué es lo que creo? Yo no creo nada, lo único que hace falta es tener ojos en la cara para darse cuenta de lo que está pasando.

—¿Estás celoso?— preguntó Dareh con una sonrisa socarrona.

—¿Celoso? ¿De qué? ¿De una mojigata atolondrada y soñadora que tiene la cabeza en las nubes? No, estoy mejor solo que mal acompañado, gracias.

—¿A qué vienen esos insultos?— protesté ofendida.

—¡Vienen a que me da la gana decirlos!— Styan había empezado a alzar la voz por encima de los decibelios acústicamente confortables.

—¿Quieres calmarte?— le apremié.

—¿Que me calme? ¿Cómo voy a calmarme? Estoy harto de todo esto... estoy...— las palabras no querían salir de su boca. Me miró a mí, luego a Dareh y luego bufó impotente.— Os espero fuera.

Dicho eso, salió de la casa y cerró la puerta con un sonoro golpe.

Tristan se asomó alarmado cargando unos papeles.

—¿Qué le pasa a ese? ¿Quiere llamar la atención para que muramos a manos de los bandidos antes de poder hacer nada?

—No hagas caso, ya se le pasará— lo defendí, pero estaba preocupada. Nunca había sido él quien se había marchado a mitad de la discusión. Siempre era yo la que perdía los papeles y acababa por dejarlo hablando solo, pero esta vez había sido él. ¿Estaría demasiado enfadado?

—Pues espero que no haga mucho ruido ahí fuera— dijo Tristan mientras extendía unos papeles sobre la mesa de la cocina.—Este es un mapa de la cuidad, y aquí se ve el lugar donde tienen a mi hermano, Aarón— señaló un pequeño recuadro—. Exactamente aquí. Tenemos que pensar un plan para poder hacerlo lo más rápido y discretamente posible.

—Pues yo opino que lo mejor será aprovechar el factor sorpresa, asustarlos, y llevarnos a tu hermano en medio de la confusión— sugirió Dana con una sonrisa maliciosa.

—Pero eso podría ser peligroso— intervino June— ¿Y si entre tanto revuelo dañan al niño?

—No, lo haremos así— interrumpió Dareh—, forzamos la entrada en silencio, mientras Tristan va a buscar a su hermano, Dana y yo acabamos con quien esté vigilando y salimos corriendo.

—¿Y nosotras? También queremos ayudar— dijo June cruzándose de brazos disconforme.

—No. Ada y tú os escondéis donde no os puedan ver— Dareh no dio lugar a posible protesta. 

June me miró molesta. Yo sabía que ella quería ayudar, aunque no controlaba bien su don, siempre podía ser de ayuda en la distancia. 

—Me parece bien— acabó diciendo Tristan mientras daba una palmada en el aire de forma casual para romper la tensión—. Saldremos en diez minutos, así que coged ropa de abrigo, porque el lugar está a las afueras y hace un poco más de frío que en la ciudad.

Como había anunciado Tristan, diez minutos después emprendimos la marcha hacia la casa donde encontraríamos a su hermano pequeño.

—El lugar está cerca— susurró.

Era de madrugada y no queríamos llamar la atención de las gentes indeseables de la calle. Tristan nos condujo por unas calles concurridas, por las que, según él, era seguro caminar. Nos había prestado algo de ropa para cubrirnos del frío y ocultarnos entre la gente, en especial a los Naewat. A pesar de que era de madrugada, había mucha gente por la calle.

—¿Es que la gente no duerme de noche?— pregunté extrañada.

—La mayoría de esta gente son traficantes. Salen por la noche a comerciar, cuando los soldados no los ven, o mejor dicho, hacen como que no los ven. Toda esta gente viene a comprar víveres. La crisis alienígena está acabando con la estructura social y esta gentuza se aprovecha de eso para poner precios desorbitados a cosas tan básicas como la harina o el arroz, que ya no se pueden encontrar en los supermercados.

—Qué triste— me conmovió ver la necesidad de las personas. Observé a una mujer que no tendría más de treinta años discutir con un hombre de apariencia deslucida, por rebajar el precio de un par de bolsas de lo que, a simple vista, me pareció arroz.

Lo peor estaba por llegar, pues, aunque no lo supieran, estaban a las puertas de la Primera Guerra Estelar, la que les haría perder todo lo que podría tener valor, e incluso la vida de la mayoría de los seres humanos.

De repente, ante nosotros, un hombre golpeaba a un chaval que no tendría más de doce años, llamándolo ladrón. Me asusté muchísimo. El pequeño salió corriendo con dificultad. Parecía que se había hecho daño en el pie.

—¡¡Que sea la última vez que te veo por aquí, desgraciado!! —gritó el traficante, mientras disparaba con un rifle al aire.

El ensordecedor estruendo que produjo aquel arma me forzó a esconderme detrás de Dareh. Lo cierto era que, por muchas veces que lo hubiese leído en la clase de historia, jamás habría imaginado que la realidad podría ser algo tan horrible.

Dareh agarró mi mano intentando consolarme y, de nuevo, todo desapareció a mi alrededor, tal y como había ocurrido la primera vez que nos tocamos. Estábamos en la puerta del gran edificio de cristal.

—¡June! ¿Qué haces ahí?— grité alarmada al ver que empezaba a caminar hacia su interior.

Dareh, sin soltar mi mano, empezó a correr hacia ella, pero cuando estaba a punto de alcanzarla, una barrera invisible se lo impidió.

En el momento en que perdimos de vista a June, la barrera desapareció y corrimos con todas nuestras fuerzas para intentar salvar a mi amiga.

—¡June!— la llamé, pero era como si se hubiera volatilizado. Empecé a llorar nerviosa.

—Ada, tranquila, no es más que un sueño— me dijo Dareh intentando consolarme.

—¡No lo es!— grité — es una predicción. Algo va a ocurrir con June...

Dicho esto, la vi parada en un rincón de la estancia. Parecía enferma. Estaba más pálida de lo normal y sudaba mucho. Respiraba con dificultad y aceleradamente. Cuando abrió la boca de su interior salió una bestia enorme que rugió y devoró a mi amiga en un abrir y cerrar de ojos.

—¡¡No!!— grité, pero no había nada más que hacer.

La bestia se giró, me miró con sus horribles ojos amarillos y empezó a acercarse a mí amenazadora, gruñendo y mostrando unos dientes tan grandes y afilados como dagas.

—Ada, vámonos de aquí— susurró Dareh, quien se iba colocando delante de mí lentamente. Intentó soltar mi mano para que nos despertásemos, pero no se lo permití.

—No, tengo que saber lo que pasa. No podemos dejar las cosas así...

Él me miró preocupado. Agarró mi muñeca con la mano que quedaba libre y de un tirón soltó nuestras manos. En seguida volvimos a aparecer en la calle mercado, donde estábamos rodeados por Styan, Tristan, Dana y June, observándonos preocupados.

—¡June!— abracé a mi amiga.

—¿Qué te ha pasado Ada?— inquirió inquieta— de repente os habéis detenido y no reaccionabais a nuestras llamadas.

—He tenido una visión horrible. Dareh lo ha visto también...

—¿Dareh lo ha visto? ¿Cómo es posible?— se extrañó Styan.

—No lo sabemos... sólo pasa...— musité— Pero June, algo va a pasar contigo. No debes venir...

—¿Cómo que no?— preguntó extrañada.— ¿Y qué voy a hacer? No debemos separarnos, Ada.

—Podemos extremar las precauciones, ahora que sabemos que puede pasar algo— sugirió Styan preocupado.

—No será suficiente— no me atrevía a decirlo en voz alta, pero lo sabía, y sabía que ellos lo sabían también: Era imposible cambiar una predicción.

—Se está haciendo tarde— apremió Tristan— movámonos. No es buena idea quedarnos aquí llamando la atención.

Me convencí a mí misma que no tenía por qué ocurrir nada aquella noche, pues June aparecía en el edificio de la Montreal. Evitar ir allí podía ser la solución para mantener a salvo a mi amiga.

Salimos de aquellas calles bulliciosas y concurridas y llegamos a las afueras de la pequeña ciudad. Frente a nosotros había campos de cultivo cubiertos por plásticos iluminados. Había aprendido que eso se llamaban invernaderos en la clase de ciencias sociales.

—¿Por qué hay gente trabajando a esta hora?— preguntó June.

—Es el turno de la noche. Hay tanta escasez de comida que la gente trabaja día y noche, produciendo de todo sin importar la estación del año, la tierra nunca descansa, los trabajadores tampoco— explicó Tristan. —El lugar está allí— señaló una pequeña casita situada entre unos campos de cultivo a unos doscientos metros de donde estábamos.

Intentamos caminar por las zonas más oscuras entre los invernaderos para no llamar la atención. Al llegar a la casa, nos agazapamos entre los enseres de trabajo rural que había desperdigados por todas partes. Tristan se adelantó y miró por las oscuras ventanas.

—Dana, Dareh ¿sois rápidos?— preguntó volviendo a acercarse a donde estábamos.

—Tan rápidos que tus ojos no serían capaces de seguirnos— alardeó la Naewat muy pagada de sí misma con una sonrisa confiada.

—Entonces voy a forzar la puerta. Cuando esté abierta entraré a buscar a mi hermano y vosotros me seguís. Hay un hombre sentado en una silla, supongo que es el vigilante y se despertará en cuanto entremos. Cuando lo haga, tenéis que dejarlo fuera de combate antes de que pueda despertar a nadie más.

—Eso no será problema.

Mientras mirábamos cómo se marchaban hacia la puerta principal, nos quedamos escondidos y Styan refunfuñó una serie de palabras malsonantes que no sabía que conocía. Nos asomamos a una ventana desde donde podíamos ver a un niño durmiendo en un sofá junto a una mujer recostada en un sillón que también dormía.

—Están ahí— susurré.

—¿No os parece que esto está resultando demasiado fácil?— reflexionó Styan mientras entrecerraba los ojos.

—¿Fácil?

—Sí. Tristan entra en el edificio de la Montreal, consigue el lugar exacto donde está su hermano sin levantar sospechas, escapamos sin dificultad, incluso escoltados por unos guardias que nos dejan solos sin hacer más preguntas, y sin más problemas, aquí estamos, con un solo vigilante al que sortear... No sé, imaginé que la Montreal era una empresa más poderosa. ¿Me seguís?

Entonces se me ocurrió que todo aquello podría ser una trampa.

—Tenemos que avisarles para que no despierten a nadie...— dije mientras me acercaba a la puerta por la que habían entrado.

—¡Ada, no!— me llamó June, pero no le hice caso. Llegué a tiempo para ver cómo entraban en la casa y las luces se encendían.

—¡A por ellos!— gritó un hombre.

—¡No!— exclamé cubriéndome la boca con ambas manos.

Me asomé a la puerta y vi, o mejor dicho, intenté ver cómo los Naewat dejaban fuera de combate a un montón de hombres que los estaban esperando armados.

Asustada, me escondí detrás de un coche desde donde podía ver el interior de la vivienda.

Todo iba bien hasta que vi cómo un hombre enorme sin pelo en la cabeza y con tantos tatuajes que apenas podía ver el color de su piel empujaba a June cogiéndola del pelo y amenazándola con un arma en la cabeza, y la introducía en el interior de la casa.

—June...— la voz apenas salía de mi cuerpo. No fui capaz de correr a socorrerla. Estaba demasiado asustada.

—¡Quietos todos si no queréis que esta preciosidad pague las consecuencias!— gritó el hombre.

—Frank, maldito seas...— farfulló Tristan apretando los dientes.

—Eh, Tristón, no pongas esa cara. ¿Creías que íbamos a ponértelo tan fácil? El jefe te ha visto buscar información sobre el escondite de tu hermano y preparó el comité de bienvenida. Pero no contábamos con que los Naewat estarían de tu lado. Eres un maldito traidor.

Todos estaban tensos observando al enorme Frank apretar el arma contra la sien de June, cuando de repente, Dareh, tan rápido como un parpadeo, se abalanzó sobre el gigante sin pelo y apartó el arma de la cabeza de June.

—¡¡¡Aarón!!!— gritó Tristan.

La mujer y el pequeño estaban mirando y cuando el pequeño reconoció a su hermano, corrió hacia él y le abrazó.

Una nueva pelea comenzó en el interior de la casa, cuando algunos de los guardas que habían recuperado el sentido, intentaron ayudar a Frank. Aprovechando el caos, Tristan empujó a su hermano fuera de la casa.

—¡Aarón!— lo llamé. El pequeño, asustado, corrió a mis brazos y se escondió a mi lado.

Dana y Dareh intentaron acabar con Frank a la vez, pero no había manera y Tristan forcejeaba con otro vigilante. La mujer había salido a buscar al pequeño Aarón, así que nos agazapamos para que no nos viera. Me asomé por el otro lado y vi a un hombre llevarse a June, meterla en un coche.

—¡No, June!— intenté levantarme para salvarla, pero el pequeño Aarón me agarró con fuerza.

—No me dejes solo— tenía los ojos llenos de lágrimas. Estaba aterrorizado.

Devolví la mirada al coche que ahora se alejaba con mi amiga en su interior y la impotencia empezó a bullir dentro de mi. Abracé al pequeño, que me devolvió el abrazo. Estaba temblando. Él no tenía abrigo para protegerse del frío, así que me desabroché la chaqueta y se cobijó dentro, bajo mi brazo. Tenía que hacer algo para que el pequeño no se asustase y empecé a darle un poco de conversación.

—Hola pequeño, me llamo Ada ¿Y tú?

—Soy Aarón.

—¿Cómo estás, Aarón?

—Pues no muy bien. Estoy preocupado por mi hermano. No quiero que le pase nada.

—Estará bien. Tiene amigos muy fuertes que le ayudan, pero ahora tienes que quedarte muy calladito, ¿de acuerdo?— el pequeño asintió mientras se secaba las lágrimas.

Nos quedamos allí escondidos unos minutos más mientras lágrimas silenciosas rodaban por mis mejillas. June se había ido.

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