El desconocido.

By NaiaraHernandezGonza

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Vicky buscaba olvidar en aquella noche, con lo que no contaba es que apareciera el hombre que turbaría sus su... More

El desconocido.
Capítulo 1: ¿Quién es el desconocido?
Capítulo 2: Volver a caer.
Capítulo 3: Un despreciable mentiroso.
Capítulo 5: Seamos amigos.
Capítulo 6: Sorpresa, sorpresa...
Capítulo 7: Mi nota favorita.
Capítulo 8: Don't know why.
Capítulo 9: La confesión.
Capítulo 10: Deseo concedido.
Capítulo 11: Una fiesta, un orgasmo y muchos celos.
Capítulo 12: Como niños.
Capítulo 13: Y llegó...
Capítulo 14: Olvidar...
Capítulo 15: Secretos desvelados
Capítulo 16: La nueva Vicky
Capítulo 17: La verdad y solamente la verdad.
Capítulo 18: Dejando de ser una desconocida.
Capítulo 19: Te necesito.
Capítulo 20: Buscándome.
Capítulo 21: Vacaciones.
Capítulo 22: Una desagradable visita.
Capítulo 23: Otro punto de vista.
¡SEGUNDA PARTE!
La Desconocida.

Capítulo 4: Una propuesta inesperada.

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By NaiaraHernandezGonza

Capítulo 4: Una propuesta inesperada.

Sin fuerzas para aguantar dos clases más me marche a casa, donde estuve todo el día en la cama, mirando el techo, buscando alguna idea para olvidar al propietario de los ojos que me tenían hechizada.

Le había enviado un mensaje a Mel para decirle que no se preocupara por mi, y que hablaríamos mañana. Nunca antes había tenido tantas ganas de contraer un virus que me tuviera en cama como una semana, siete días para buscar la forma de quitarme a Ryan de la cabeza. 

Salí a correr para despejar mi mente. Pelusa como siempre movía el rabo de un lado para el otro de la alegría mientras corríamos por la playa. Eso me dio un poco de entusiasmo, hasta que empezó a llover. Sujeté a Pelu entre mis brazos y me eché a correr hasta casa. Llegué empapada así que me di un baño de agua caliente para aliviar los temblores por el frío. Esa noche dormí en mi cama, el olor de Ryan seguí impreso en mi almohada. De nuevo el sueño volvió a aparecer, parecía tan real, no podía apartar mis labios de los suyos mientras sus manos recorrían cada curva de mi cuerpo y las mías se aferraban a sus hombros, clavándole las uñas cada vez que me embestía con dureza. Desperté jadeando y bañada en sudor, no sabía como iba a olvidar a Ryan Applewhite si era lo primero que veía al cerrar los ojos.

Cuando amaneció me dolía todo el cuerpo, la cabeza no la aguantaba y no paraba de estornudar. Al parecer mis plegarías habían sido escuchadas. Llamé a Mel para explicarle que faltaría a la universidad por un resfriado.

–¿Vicky estas bien? ¿Quieres que pase a verte? – Preguntaba una y otra vez.

–Mel solo es una gripe. Me tomaré algo para aliviar el dolor de cabeza y me acostaré. No te preocupes– Le repetí por tercera vez.

Mi amiga tenía la tendencia de actuar de madre de vez en cuando.

Llamé también a la cafetería donde trabajaba, para hablar con Amaya, una de las camareras. Durante más de media hora estuvimos hablando sobre el capullo de nuestro jefe, quien se creía Brad Pitt y más bien se parecía  a Golum. Me contó que durante lo que llevaba de vacaciones no habían tenido muchos clientes, algo que solía ser normal. También me dijo que Celina otra de mis compañeras, le estaba haciendo ojitos al jefe, las dos reímos cuando llegamos a la misma conclusión “quiere pedirle un aumento de sueldo”. Amaya era una chica agradable, y muy simpática. Tenía dos niños preciosos a los que adoraba, era madre soltera por lo cual no paraba de trabajar. Las pocas veces que habíamos salido tenía que volver pronto a casa por los niños. Era una madre ejemplar y una gran amiga.

Decidí llamar a mis padres, pero me arrepentí desde que mi padre volvió a insistir en que dejara la literatura y estudiara derecho. Como siempre terminamos discutiendo, cuando colgué el teléfono estaba que echaba chispas. ¿Por qué les resultaba tan difícil aceptar que quería ser escritora y no abogada?.  Para despejarme revisé mi Facebook, mis amigas las Rets, un grupo de mujeres que había conocido gracias a esa red social, me habían mandado varios mensajes preguntando como me iba el curso. Les había contando lo que pasó aquella noche en la playa, y enseguida había tenido mi línea de teléfono colapsada, me habían pedido hasta el más mínimo de detalle. Era increíble la amistad que habíamos hecho entre todas, aún con tantos kilómetros de distancia. Me apoyaban y aconsejaban en todo. Sabían como sacarme una sonrisa. Respondí todos los mensajes que me mandaron. Más tarde me di un baño que terminó por relajarme, y aliviarme un poco la congestión, aunque el dolor de cabeza persistía, me tomé una pastilla para aliviar el dolor, me puse el pijama más cómodo que tenía, que consistía en unos pantalones de yoga manchados de lejía y una camisa del grupo Nirvana que me quedaba cuatro tallas grande. Me tiré en el sofá, con Pelusa acostado entre mis piernas y el sueño pudo conmigo.

Unos golpes en la puerta me despertaron. Miré por la ventara y el sol todavía brillaba. Me levanté a regañadientes y abrí. Me encontré con un mensajero cargando un ramo de rosas blancas, mis preferidas.

–¿Vicky Herrera? –preguntó.

Asentí y me entregó un papel para que firmara. Cogí las flores, le di las gracias y cerré la puerta. Coloqué las rosas  en un jarrón, me percaté de la nota que se encontraba entre los pétalos. Pensé que serían de Mel, solía hacer cosas como esas, pero al ver aquella letra las mariposas revolotearon a sus anchas por mi estómago.

                                 “Siento todo lo que ha pasado. Espero que te recuperes pronto.

                                                                    Ryan.”

¿Por qué me mandaba rosas? ¿Por qué pedía disculpas? Así me era más difícil olvidarlo, prefería tenerlo como el tipo egocéntrico y narcisista que lo creía, así podría quitármelo antes de la cabeza.

Miré aquel precioso ramo y deshacerme de él fue mi primer pensamiento, pero opte por colocarlo en mi mesa de noche, un síntoma más de mi locura.

Mel me llamó más tarde y me informó de los nuevos trabajos que habían mandado. Durante varios minutos hablamos de cuando iría a probarse el vestido de novia, pero había algo raro en su voz… me estaba ocultado algún detalle.

–Mel Granet–le dije–¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que me ocultas?.

Al otro lado de la línea mi amigo permaneció en silencio, lo que me confirmaba las sospechas, había algo que se estaba callando.

–Odio que me conozcas tan bien– Se quejó con un resoplido– verás hoy Applewhite me ha preguntado por ti. Más bien diría que me interrogó.

Mi corazón me martilleaba en el pecho.

–¿Qué te dijo? – La curiosidad podía conmigo.

–¿Qué por que no habías ido a clase? ¿Qué de que estabas mala? ¿Qué si habías ido al medico?... Ya sabes las “típicas “preocupaciones de un profesor.

Obvié la burla de mi mejor amiga y le pregunté:

–¿Te dijo algo más?

–Ahora que lo pienso, sí. Me pregunto que tipo de flores te gustaban. Le dije que…

–Rosas blancas­– Le corté.

–¿TE HA MANDADO FLORES? – chilló al otro lado del teléfono.

Solo musité un “Ajá” lo cierto es que aquel detalle me sorprendió tanto como a Mel. Ryan no parecía la clase de hombres que enviaba flores.

 Por fin la noche cayó y con ella mi fiebre empeoró. Me dolía todo el cuerpo y no paraba de estornudar, no pude ni terminar la sopa que había preparado ya que antes de acabar estaba vomitando. En ese momento ya no me parecía tan buena idea tener un virus. Me recosté en la cama con la mirada puesta en las rosas y Morfeo me absorbió.

Volví a despertarme en la madrugada, esta vez no era por un sueño, no podía controlar los vómitos, mi fiebre había empeorado. Me sentía demasiado débil. Necesitaba ir al medico, pero en mi estado no podía conducir. Llamé a Mel quien enseguida se presentó en mi casa. Una hora más tarde volví encontrándome mucho mejor. Me habían pinchado un antibiótico y mandado unos medicamentos que debía alternar con mucha agua y un descanso apropiado. Estaba tan cansada que desde que mi cabeza tocó la almohada quedé dormida.

El sol entraba por mi ventana, sentía como la fiebre había vuelto a subir. Salí de la cama y al entrar en el salón me encontré con mi mejor amiga sentada en el taburete de la barra de desayuno, que conectaba el salón y la cocina.

–¿Qué haces aquí? – Le pregunté mientras me acercaba a la nevera.

–En el estado que estabas anoche no te iba a dejar sola. ¿Cómo sigues? – sus ojos escrutaron mis rostro.

–Mejor. Vas a llegar tarde a la universidad– le advertí.

Ella se encogió de hombres mientras se llevaba otra cucharada de leche y cereales a la boca. Durante el desayuno insistí en que me encontraba mejor, ya que Mel no quería ir a clases por si empeoraba. Al final terminó desistiendo y fue a la universidad, no si antes hacerme prometer que le llamaría si en algún momento no me encontraba bien.  Toda la mañana la pase en el sofá con fiebre, estornudos y el peor síntoma de todos: Una amiga que se excedía con la preocupación. Doce llamadas y veintitrés mensajes, y eso que solo tenía un resfriado.

El almuerzo no sirvió de mucho, acabe volviendo a vomitar de nuevo. Me tomé la medicación y me metí en la cama, donde otra vez caí rendida.

Alguien llamando a la puerta me despertó cuando el cielo estaba empezando a oscurecer. Mel estaría preocupada por que no daba señales de vida, pensé. Llegué hasta la entrada arrastrando los pies, no tenía fuerzas para caminar por culpa de la fiebre. Al abrir mi cuerpo entero se paralizo. Ryan estaba de pie en el umbral de mi casa, con unos pantalones de pinza en color gris y un jersey negro con cuello en pico.

–¿Qué coño haces aquí? –le inquirí cruzando los brazos encima de mi pecho, más que nada para ocultar la camisa de propaganda rota y descolorida que llevaba puesta. Era lo único que me tapaba, aunque me llegará hasta los muslos.

–He venido a ver como te encuentras y a traerte un poco de caldo– Alzó una de las manos en la que llevaba una bolsa plástica.

Las mariposas volvían con el maldito aleteó y a mi me entraron ganas de cargármelas una por una.

–Estoy mejor. Y gracias pero ya he comido. – dije mientras empezaba a cerrar la puerta.

Ryan puso la mano en la madera, impidiendo que terminara de cerrarla.

–Por favor Vicky. Solo quiero asegurarme de que estas bien. Mel me ha contando que anoche tuviste que ir al medico y que apenas pruebas bocado. – ya hablaría yo con mi mejor amiga.

–Ya te he dicho que estoy bien y también que he comido– esta vez suavice el tono de voz ya que él parecía verdaderamente preocupado.

Examinó mi rostro, y comenzó a bajar la mirada por mi cuerpo, haciendo que algo dentro de mí se activara.

–De acuerdo, me marcho. Pero por lo menos coge el caldo– me pidió.

Abrí un poco más, y justamente cuando iba a aceptar la comida, el olor llegó hasta mi lo que ocasionó que saliera corriendo hacía el baño, dejando a Ryan en el umbral con cara de preocupación.

 El estómago se me removía una y otra vez, no paraba de devolver. La garganta me ardía, y otra vez el cuerpo se me quedaba sin fuerzas. Escuché unos pasos detrás de mí y al instante tuve las manos de Ryan agarrándome el pelo, y acariciándome la espalda.

–Vete… por favor– le supliqué como pude.

Las lágrimas se empezaron a formar en mis ojos debido al dolor que sentía.

–No pienso moverme de aquí– me aseguró.

No puse más resistencia, no tenía fuerzas para discutir.

Cuando el dolor hubo remitido, y los vómitos habían cesado, me dirigí al lavabo, me eché agua en la cara y me lave los dientes, todo esto siendo consciente de que Ryan no me quitaba los ojos de encima. Como si no tuviera compañía me dirigí al salón y me acosté en el sillón, con un brazo sobre mis ojos. Sentí los pasos masculinos detrás de mí, y noté como se ponía de cuclillas a mi lado.

–Vicky…– susurró.

Retiré el brazo y se me cortó la respiración por la cercanía de su cara a la mía. Con lentitud llevó su mano a mí frente para comprobar mi temperatura, cuando terminó acarició mi rostro mientras me pedía:

–Deja que te lleve al medico. Tienes fiebre.

¿Realmente estaba preocupado? Por que eso era lo que parecía, ¿pero por qué?.

–No. Me tomaré la medicación y se me pasará. – Hice ademan de levantarme pero sus manos, me frenaron.

–No te levantes, iré yo.

No me negué, le dije donde estaban y fue a por ellas. Al darme cuenta que los medicamentos se encontraban en mi mesa de noche junto al ramo que me había mandado, maldije por lo bajo. Cuando volvió trajo las pastillas junto con un baso de agua, estaba atentó a todo.

–No tienes que hacer esto– le dije después de tragarme la ultima capsula.

–Cierto no tengo por que, pero quiero hacerlo– cogió el baso y lo llevó a la cocina, trayéndome otro lleno de zumo junto con la bolsa que había traído.

Sacó el caldo en un cuenco de plástico y también una chocolatina de mi marca favorita.

–Ahora come. Aunque sea un poco, te ves pálida y necesitas vitaminas.

Me bebí todo el caldo, que calmó un poco a mi estómago, me tomé un poco del zumo y cuando terminé Ryan llevó todo a la cocina. Durante el tiempo que yo comía, él solo me miraba, en ningún momento ninguno de los dos hablamos, solo intercambiamos miradas.

–¿Te sientes mejor? – preguntó mientras se sentaba en el sillón que quedaba frente a mi.

–Sí, gracias. – mi agradecimiento era sincero, jamás habría esperado que acudiera a cuidarme.

–El caldo de mi madre es milagroso. – la comisura de su labio se levanto levemente.

–¿Tú madre lo ha preparado?.

–Así es. Me lo preparaba cuando era niño siempre que cogía algún virus, y como si fuera un milagro me dejaba como nuevo. Hoy en día sigo acudiendo a ella cada vez que me pongo malo.

–Gracias por haberme traído un poco. –No pude seguir mirándolo, algo dentro de mi estaba cobrando esperanzas.

“Tu y tus cuentos. ¡Que solo te ha traído un maldito caldo, no te ha pedido matrimonio” mi conciencia como siempre bajándome de las nubes.

–Mi madre quería que te trajera el caldero entero, pero me pareció demasiado. Así que ha hecho que antes de venir me bebiera dos tazones. Y créeme me llevé una buena regañina por cada tazón.

Mi imaginación creo aquella imagen en mi cabeza, lo que originó que riera sin parar. El todo poderoso Ryan Applewhite regañado por su madre, tenía que ser una escena digna de ver.

Ryan me miraba desde el otro sofá mientras yo reía. Cuando mis carcajadas cesaron miré en su dirección, aquel hombre era un completo desconocido, y aún así no podía sacarlo de mi mente.

–¿Te parece gracioso que me haya tenido que llevar dos broncas por traerte el caldo? – preguntó sin apenas poder contener la risa.

Fingiendo seriedad negué con la cabeza, pero antes de poder decir nada, la risa se me escapó.

–Vale, sí. Me parece muy gracioso. –Hablé entre carcajada.

Lo único que oía eran nuestras risas. Miré a Ryan y me encanto la imagen que ofrecía, riendo y despreocupado, no se asemejaba en nada al profesor engreído que solía ser.

–Lo siento Vicky– Soltó de repente. Mi sonrisa se borró, ahí estaba de nuevo, la realidad. – Siento no haberte contando lo de mi boda.

Mi mente volvió a funcionar, volví a caer en la cuenta que aquel hombre estaba prometido, nunca podría pasar nada más entre los dos.

–No tengo ganas de hablar de eso. – Me levanté y fui a la cocina con la mera excusa de no tener que mirarlo.

Ryan fue detrás, se apoyó en la jamaba de la puerta con su mirada fija en mi.

–Se que no quieres, pero necesito que me escuches. Por favor Vicky. – Suplicó– Se que no me creerás, pero nunca te mentí. Simplemente te oculte lo de mi compromiso. Pero en lo demás fui totalmente sincero.

Mi atención estaba puesta en sus palabras, aunque estuviera revolviendo los cajones buscando nada en concreto, pero era la mejor forma de no enfrentarme a él.

–Vicky por favor mírame– Su cuerpo se pegó al mío. Sentía su calor, su aroma.

Me giré torpemente. Me sentí más pequeña que nunca, no por su altura, si no por aquellos ojos azules con los que tanto soñaba. Una de sus manos acarició mi mejilla y sin poder evitarlo cerré los ojos ante su contacto, dejándome llevar.

–Aquella noche en la playa… fue increíble. Estuve contemplando como dormías y algo dentro de mí me impedía marcharme, pero tenía que hacerlo. Sin nombres, sin teléfonos, nada para que se volviera a repetir. – Aquellas palabras hicieron que mi estómago se revolviera, ¿Cuántas notas de agradecimiento abría dejado Ryan?

–No quieres tener que explicarle a tu prometida quienes son las mujeres que te dejarían mensajes o te llamarían. – le espeté apartándome de él.

Caminé hasta el sofá, me senté y crucé mis piernas sobre el tapizado. Ryan volvió al lugar en que había estado sentado.

–No… esa no es la razón. Mi compromiso con Helena es algo más complicado–Suspiró y continuó–Ella esta al corriente que no es la única mujer de mi vida, al igual que yo no soy el único de la de ella.

Su rostro estaba impasible ¿Cómo podía decir que su futura mujer tenía amantes y no mostrar ni una pizca de dolor?

–Lo dices como si no te importará que tu prometida se acueste con otros– Intenté buscar alguna reacción en él con aquellas palabras, pero ni se inmutó.

–Es que no me importa– dijo sin más– Helena es libre de acostarse con quien quiera.

En ese momento estaba alucinando, me parecía surrealista lo que acaba de decir.

–¿Cómo puedes decir eso? Se supone que os vais a casar. Se supone que debéis guardaros fidelidad. – mi voz se elevó una decimas– a no ser que os gusten las practicas sexuales donde se comparte.

La boca de Ryan se curvó en una sonrisa burlona.

–Swinger, así es como se llaman las personas que llevan acabo esa práctica. –Me explicó con voz calmada– Pero no, yo y Helena no somos swigers. Simplemente llevamos vidas sexuales separadas.

–Pues no lo entiendo– dije confusa– ¿No se supone que cuando estas enamorado de una persona y te vas a casar con ella quieres que sea fiel?.

Ryan suspiró, parecía estar buscando las palabras adecuadas para explicármelo.

–La cuestión es que no estamos enamorados–Concluyó, en el mismo tono de voz con el que se da la hora.

Todo aquello me parecía inverosímil. ¿Por qué alguien se casaría sin amor? Vale que hubiera muchos matrimonios concertados y otros que se casaban por el dinero, pero él no encajaba en ninguna de esas dos opciones.

–¿Entonces por que te casas?.

–Helena y yo llevamos saliendo desde la universidad, al principió había amor, por lo menos de mi parte. Luego ese amor quedó en cariño. Los dos nos acostumbramos a esta relación. Ella me confesó que veía a otros hombres, pero que solo estaba con ellos una noche, al igual que yo con las mujeres. Prometimos no dejar números, ni nombres, nada para que puedan encontrarnos. Aunque ya no estemos enamorados nos gusta la relación que tenemos. Nos apoyamos mutuamente. Nunca habíamos hablado de matrimonio hasta que Granet me dijo que era uno de los favoritos para ocupar el puesto, pero mi estado civil era un problema. Así que hablé con Helena y aceptó casarse conmigo–El asombro debía de ser muy claro en mi rostro, por que añadió–No me mires así, no es tan raro.

¿Qué no es tan raro? Quise gritarle, aunque me contuve.

–¿Por qué me cuentas todo esto? – le pregunté. No sabía por que estaba confiando en mi de aquella manera.

–No lo sé. – confesó echándose hacía atrás en el sillón mirando al techo– Puede que sea por que por algún motivo confió en ti. Y por que no quiero que pienses que me burlé en algún momento.– Como un resorte se puso recto de nuevo, clavando sus ojos azules directamente en los míos–Vicky admito que soy un capullo por dejarte aquella nota, y por no decirte lo de mi compromiso, pero no soy un mentiroso. Después de aquella noche no he podido dejar de soñar con cada momento que pasé junto a ti. No puedo quitarme de la mente tus ojos, tus labios, tu cuerpo…– cogió una bocanada de aire y continuó. – Durante dos semanas aguanté la tentación y me mantuve lejos de la playa. Pero la tercera semana fue un infierno, no paraba de pensar en ti, en cual sería tu nombre, como sonaría mi nombre entre tus labios… Acudí en tu busca, pero ya sabes que no te encontré. Cuando te vi el lunes en mi clase, pensé que me había vuelto loco, que estaba soñando de nuevo, pero ahí estabas tú diciéndome que me equivocaba en mi explicación y en lo único que podía pensar era en volver a besarte…

–Ryan para– le interrumpí.

El aire no me llegaba a los pulmones, creí cada palabra que me dijo, la sinceridad en su tono de voz y en sus ojos me confirmó que no mentía.

–Vicky me has dejado claro que entre nosotros no va a volver a suceder nada. Pero solo te pido que seamos amigos. Quiero que si vuelves a estar enferma no tenga que enterarme por Mel, si no que pueda llamarte y preguntarte personalmente. – Se levantó del sofá, caminó hasta mí y agachándose agarró mi mano–Por favor, me gustaría ser tu amigo, que puedas confiar en mí. Solo te pido eso. Por favor.

El corazón me latía a mil por hora. Después de lo sucedido creía cada palabra que me decía, pero no estaba nada segura que ser amigos fuera una buena idea ¿Cómo podría controlar aquellas ganas de de botarme en sus brazos? ¿Cómo podía evitar querer besarlo todo el tiempo? Se supone que los amigos no se mueren de deseo por sentir el cuerpo del otro. Podía negarme, decirle que no quería su amistad ni nada de él, pero solo conseguiría que aquel hueco que se había formado en mi pecho creciera aun más. Quería conocer a aquel hombre, y ser amigos era la única forma de hacerlo.

–Está bien. Seremos amigos. – La decisión estaba tomada.

Continuará… 

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