Mara (I)

By Larena_Aquifolia

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Hace dos años acabaron con casi toda nuestra civilización. Hace dos años nos obligaron a huir a un universo... More

Nota de la autora
Mara
Prefacio
Capítulo 1 (parte 1)
Capítulo 1 (parte 2).
Capítulo 2.
Capítulo 3 (parte 1).
Capítulo 3 (parte 2).
Capítulo 4.
Capítulo 5 (parte 1).
Capítulo 5 (parte 2).
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14 (parte 1).
Capítulo 14 (parte 2).
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Aviso importante
Capítulo 33.
Capítulo 34 (parte 1).
Capítulo 34 (parte 2).
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Epílogo
¿Y ahora qué?

Capítulo 9.

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By Larena_Aquifolia

Una brisa marina azotó el cuerpo del joven explorador. Tras abrir los ojos, Ciro pudo comprobar cómo sus botas se hundían en lo que parecía ser arena de playa. Con un gesto de sorpresa en la cara se quitó el casco, dejándose la máscara y las gafas puestas por precaución. El sol en el cenit brillaba con fuerza y provocaba destellos en los broches metálicos de su uniforme. A escasos metros de donde se encontraba, un mar oscuro como la noche lanzaba olas tranquilas y rítmicas sobre la orilla, produciendo un sonido agradable que Ciro hacía años que no escuchaba. A sus espaldas, una selva escandalosamente verde se alzaba majestuosa y salvaje, y amenazaba con hacer desaparecer a cualquiera que entrase en ella.

—¿Esto es la Tierra? —inquirió Varik, sacándole de su aturdimiento.

—De serlo, será una isla de esas que están en medio de la nada. Debemos de ser los primeros en pisarla.

—No lo creo. Mirad. —Iri señaló la costa—. Está claro que no somos los primeros.

Ciro siguió con la mirada la dirección que señalaba el dedo de Iri. La costa se extendía hacia ambos lados dibujando una ligera curva hacia el interior, lo cual reforzaba la teoría de que se encontraban en una isla. Si bien parecía que no había indicios de vida humana, Ciro pudo vislumbrar una luz blanca allí donde su compañera había señalado.

—¿Qué será eso? ¿Un faro?

—Es un casquete metálico —repuso Ikino.

Antes de que Ciro pudiese contestar, la voz de Aera le interrumpió.

—Si Sylvan no hubiese subido por aquellas escaleras, podríamos haber huido para pedir refuerzos —murmuró mientras le quitaba el casco a su compañero.

—Seguro que sí. Tera habría mandado cien pelotones para salvarnos el culo, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en misión "especial" —respondió Ciro con tono sarcástico.

—Si nos hubieseis dicho algo y no os hubieseis callado como perros no habría pasado nada de esto —contraatacó. Su voz parecía estar a punto de romperse por la rabia.

—Y lo hemos hecho.

—¡Y una mierda! ¡No habéis abierto la puta boc...!

—¿De verdad me crees capaz de no avisaros, aún a sabiendas de lo que probablemente iba a ocurrir? ¡¿De verdad?!

La exploradora enmudeció y Ciro no tuvo más remedio que dar un largo suspiro para tratar de calmarse. Sabía que Aera podía ser tan explosiva como él, y más en aquella situación de descontrol. Sin decir palabra, se agachó para evaluar la situación del segundo al mando en su pelotón. Sylvan continuaba sin dar señales de vida. ¿Cuánto tiempo podría permanecer en aquel estado? Ikino les había advertido de que necesitaba ser reanimado cuanto antes, o la catalepsia daría paso a una muerte real.

—La sección de defensa no sirve para una mierda —masculló con irritación—. ¿Hay algo que el uniforme sea capaz de parar, además de las balas convencionales y las armas láser que los soldados no usan?

Estaban tan concentrados en Sylvan que ninguno se percató del sonido provocado por la apertura de la puerta dimensional.

—A veces me sorprende lo estúpidos que podéis llegar a ser. —La voz del soldado rompió el tranquilo sonido de las olas del mar de manera grotesca—. Coged al chico y andando, deprisa —añadió con el arma apuntando en su dirección. Acto seguido, propinó un ligero puntapié al herido y comenzó a andar hacia la selva.

Sin decir nada, los nueve exploradores se dispusieron en fila y avanzaron en línea recta siguiendo las órdenes del soldado. Ciro y Aera llevaban a Sylvan, cuya carga dificultaba el avance. El chico dirigió una mirada a su compañera para evaluar cuánto tiempo más podría cargar con el explorador. Ella refunfuñaba en su idioma a través del intercomunicador, y a pesar de no haberse quitado las protecciones de la cabeza, Ciro sabía de sobra que en aquel momento su amiga estaría mordiéndose los labios en un intento de apaciguar su ira. A él tampoco le había hecho gracia la patada que el soldado había dado a Sylvan, pero sabía que a Aera le había sentado mucho peor.

Desde hacía tiempo que Ciro había notado el interés que sentía Aera hacia su compañero de pelotón. Nunca había mencionado nada al respecto, pero no era necesario. Bastaba ver cómo su amiga reprimía su parte más rebelde cuando se dirigía a él, aunque eso no quitaba que cuando no estaba de acuerdo con algo, se encargaba de que todo el mundo lo supiese.

Sylvan por su parte no parecía molesto con la situación. Dejaba que Aera se contonease a su antojo y él solía mirarla con una medio sonrisa que Ciro nunca supo descifrar. Tal vez el hecho de ser el segundo al mando en el pelotón le obligaba a ser más prudente; tal vez se tratase de las órdenes de Trax. Más de una vez había escuchado a su capitán decir que no quería líos en su pelotón, y que si se enteraba de que alguien sobrepasaba los límites informaría a la sección de mando. Fuera como fuese, Ciro sabía que los intereses amorosos de Aera, al igual que los suyos, caían en saco roto. Nadie en la sección de exploradores debía planificar su vida mas allá de unas semanas. Las probabilidades de morir en el exterior eran altas, y nadie quería formar una familia bajo esa premisa. La sección de mando les daba total libertad para relacionarse con quienes ellos quisieran, pero los miembros del pelotón EX:A-2 sabían que era mejor reducir las interacciones con otras personas al mínimo. En su trabajo no había tiempo para esas cosas.

***

Llevaban caminando media hora a través de la selva, que había resultado ser menos impenetrable de lo que aparentaba en un inicio. La brisa marina que minutos atrás les había parecido tan agradable se había convertido en un aire pesado y cargado de humedad. Ciro notaba el uniforme pegado a su cuerpo; varias gotas de sudor resbalaban por su rostro, nublándole la vista. Aera se encontraba en las mismas condiciones que él, y podía escuchar su respiración forzada a través de la máscara de gas. Además, el hecho de tener que transportar a Sylvan la obligaba a caminar de espaldas al resto, así que en varias ocasiones trastabilló hasta casi caer al suelo.

—Déjame que lo lleve yo un rato —se ofreció Varik cuando Aera tropezó por quinta vez.

La exploradora le contestó con un tajante "no", y Ciro se vio obligado a ahogar una risa para que Trax no le echase la bronca de nuevo por hablar. Entre los rasgos más característicos de Aera, destacaban la cabezonería y el sarcasmo. Años atrás, aquella cabezonería había llevado a la chica a decir y hacer cosas que alguien con dos dedos de frente no habría sido capaz, pero tras varios meses bajo la tutela de Trax, los brotes de irracionalidad habían comenzado a desaparecer para dejar paso a una furia contenida que Ciro podía detectar siempre que la joven torcía sus labios para mordérselos en un intento de controlarse.

Aera había entrado a la sección de exploradores por la misma razón que Ciro: la delincuencia. El explorador la recordaba orgullosa y rebelde, pero sobre todo obstinada. Quizás aquellas similitudes entre ambos habían hecho que, de todos los componentes del pelotón EX:A-2, ellos dos fueran los más compenetrados. Iri y Sylvan también eran buenos amigos, pero no habían alcanzado la afinidad que Aera y Ciro tenían entre sí. Aera solía decir que en otra vida habían sido hermanos gemelos, a lo que Ciro solía contestar poniendo los ojos en blanco y dándole la espalda.

El joven tenía que reconocer que, tras dos años de convivencia obligada con tanta gente en un espacio delimitado por cuatro paredes, su carácter había ido moldeándose, al igual que lo había hecho el de su amiga. Aun así, cuando se sentía atacado o acorralado notaba aquella pequeña llama en su interior que luchaba por convertirse en un terrible fuego y arrasar con cualquier cosa que se cruzase en su camino. Ciro no quería que aquella llama se extinguiese; a fin de cuentas formaba parte de él y de su forma de ser. Sin embargo, también era consciente de que debía mantenerla a raya si no quería problemas de mayor índole, como había ocurrido en el pasado.

—Alto.

El pelotón entero dio un respingo cuando la monótona voz del soldado inundó el aire. El explorador alzó la mirada para comprobar qué era lo que había provocado aquel repentino frenazo. Ante sus ojos, algo parecido a una caseta metálica de color verde asomaba entre los frondosos matorrales. Los límites de ésta se desdibujaban bajo lianas, musgo y multitud de hongos. Tampoco se apreciaban ventanas o algún tipo de abertura que permitiese la entrada de luz solar, a excepción de la propia puerta, la cual parecía contar con un dispositivo de reconocimiento facial para poder ser abierta.

—¿De qué va todo esto? —murmuró Iri por el intercomunicador.

—Silencio —ordenó Trax.

El soldado avanzando unos pasos hasta ponerse a la altura de la cámara. Al cabo de unos segundos, el sistema de seguridad emitió un sonido de aprobación para a continuación desbloquear el cierre de la puerta.

—¿Cómo leches puede un sistema de reconocimiento facial detectar una cara con un casco encima?

Esta vez la pregunta la formuló Ciro, pero su capitán no se molestó en hacerlo callar. La puerta acababa de abrirse y todos estaban demasiado nerviosos como para contestarle.

A punta de fusil atravesaron el umbral. En cuanto Trax puso el pie dentro de la caseta, unas luces tenues iluminaron toda la estancia, desvelando el interior de ésta. Se trataba de un habitáculo de medianas proporciones, con lo que parecía una pequeña cocina en una de las esquinas, una cama estrecha, una mesa con un par de sillas y una puerta al fondo, donde Ciro dedujo que habría un baño. También había un par de estanterías sobre las que descansaban diversos objetos, casi ninguno de ellos identificables por el explorador.

Antes de que alguien pudiese articular palabra, una bola blanca salió disparada desde debajo de la cama hacia el soldado. Varik y Liria dieron un respingo, asustados.

—Estate quieto —murmuró el asediado a modo de saludo.

Ciro consiguió enfocar la mirada hacia aquello que había chocado contra las piernas del soldado y no pudo evitar emitir una exclamación.

—¿Es un... zorro? —preguntó Ikino, tímida.

—Lo dices como si fuese imposible.

El soldado se agachó para coger al animal del suelo.

—No entiendo una mierda de lo que está pasando y no entiendo qué es lo que quieres de nosotros, pero nos gustaría recuperar a nuestro amigo, que recuerdo está técnicamente muerto. —El tono frío y cortante de Aera les hizo volver a la realidad.

El soldado cerró la puerta tras él, volvió a dejar al zorro en el suelo, depositó el arma en una pequeña mesilla que tenía a su lado y sin mediar palabra se llevó las manos a la cabeza para tirar del casco que hasta ahora mantenía su rostro cubierto. El elemento protector emitió un ligero sonido cuando se separó del traje, dejando a la vista a su portador. Lo primero que pudo apreciar Ciro fue una cascada de rizos castaños cayendo por los hombros del soldado. A continuación se percató de que unos ojos oscuros le escudriñaban, divertidos. Focalizando la mirada, se dio de bruces con una mujer de mediana edad que parecía estar disfrutando de aquel momento de incertidumbre y asombro.

—Me llamo Evey —dijo señalándose el pecho—, y él es Pix —prosiguió—. Se supone que debería decir "bienvenidos", pero ni de coña lo sois.

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