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Per DulceCLpez

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¡¡¡ÚLTIMAS HORAS PARA RESERVAR ACOSADA... Més

Saga <<La Era De Los Vampiros>> Libro I: <<Dulce Cautiverio>>
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE (sin corregir)
CAPÍTULO TRECE (sin corregir)
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
EPÍLOGO
Informo:
¡¡¡ÚLTIMAS HORAS PARA RESERVAR ACOSADA...

CAPÍTULO DIECISEIS

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Per DulceCLpez

   No sabía a dónde me llevaban los miserables vampiros, pero el camino se me hizo muy largo y eterno. Como llevaba los ojos vendados, no pude saber cuál era el lugar hacia dónde nos dirigíamos.

   Apenas hablaron durante todo el tiempo que duró el trayecto, pero pude descubrir que el tipo con el que había estado tratando hasta hora, se llamaba Ian.

   Intenté tranquilizarme, pensando que todavía no estaba todo perdido. Ellos realmente lo que querían eran la colaboración de Eric y me utilizaban con ese fin. Pues bien, en ese caso, eso significaba que mi vida y la de mis padres no corrían peligro. Tendrían que mantenernos con vida para que Eric aceptara el trato. Una vez que se aliaran sus tropas, la Resistencia les declararía la guerra como en un principio se tenía planeado. Luego ya sería cuestión de suerte. Gracias a la fórmula secreta de Lucan, las cosas estarían casi igualadas. ¡Lástima que en el transcurso de esa refriega se perdieran muchas vidas!

   Perdí la percepción del tiempo, no sabía cuánto había durado el viaje, pero sí sabía que había concluido. Noté como el vehículo reducía la velocidad y como poco después el motor fue apagado.

   Incontroladamente, mi corazón bombeó y latió con demasiada velocidad. Tanta intriga me estaba matando.

   Unos fuertes brazos me cogieron y cómo si fuera una niña pequeña, me llevaron tomada de esta manera.

   Tenía los oídos agudizados, atentos a cualquier sonido o ruido. Pero aún con esas, solo pude escuchar pisadas y más pisadas y luego una puerta abriéndose. Ésta debería ser de metal, deduje por el ruido que hizo tanto al abrirse como al cerrarse; y necesitaba que le engrasaran las bisagras.

   Ian comenzó a dar órdenes a unos y a otros. Así supe que los fuertes e inflexible brazos que me sujetaban eran los suyos.

   Otra puerta más se abrió y se cerró detrás de nosotros y finalmente, pude sentir el duro suelo bajo mis pies.

   —Señor, aquí la tiene —dijo él con un tono de voz firme.

   ¿Señor?, ¿quién era su señor?. Creí que él era el <<manda más>>. Por lo visto no era el jefe, sino la mano derecha de éste.

   Ian sólo me quitó la mordaza de la boca y el vendaje de los ojos, pero mis pies y manos seguían atados. Mis ojos se abrieron de golpe por la sorpresa, reflejando también horror e incomprensión: Un conocido vampiro se encontraba delante mía, a pocos metros, sentado en un enorme sillón orejero que descansaba junto a una chimenea encendida.

   Ni el calor que ella desprendía podía derretir el helor que se apoderó de mi alma: Nick era el jefe de los Renegados, el malvado e inhumano Nick.

   —¿Sorprendida de verme de nuevo? —una carcajada prosiguió a su pregunta—. He de confesarte que yo de verte a ti no.

   Lo miré con furia y dejé que él lo viera, alcé la barbilla en un gesto desafiante.

   —Ya una vez Eric te doblegó —dejé escapar una ligera sonrisa de mis labios—. Volverá ha hacerlo de nuevo y esta vez no será tan benovolente.

   —¿Eric? ¿Y quién a dicho que Eric vendrá aquí alguna vez? —sus ojos maliciosos brillaban con diversión—. No lo necesito para nada y nunca sabrá de este sitio, ni nada más de ti.

   Sus palabras me paralizaron y me dejaron más helada aún, me sentí cómo si me hubieran vertido encima un cubo de agua casi congelada.

   —Pero... —comencé a balbucear—. No lo entiendo... ¿Para que me quieres pues?

   Esto debería ser un pago o algo así, como venganza a lo que le hicimos con Jane, despojarlo de esa manera por su mala conducta hacia ella y hacía su familia. ¿Que otra razón podía ser sino?

   La puerta se abrió de golpe y entraron dos vampiros rubios. Traían a dos rehenes con ellos: Mis padres. La imagen que mi mente absorbía era dolorosa y solamente sirvió para aumentar más aún mi rabia y odio hacía Nick. Sus ropas estaban sucias, ensangrentadas y hechas jirones. Arañazos y marcas de mordeduras se deslumbraban en las zonas que quedaban expuestas a la vista. Tenían una pinta horrible, con sus pelos revueltos y despeinados. Sus caras estaban hinchadas y coloradas por los golpes recibidos o quizás de tanto llorar. También estaban atados de pies y manos.

   Los vampiros los soltaron de golpe y ambos cayeron al suelo de rodillas. No pude reprimir un grito de horror y sin querer, alcé mis manos atadas hacia mi boca, para ahogar otro grito que luchaba por salir. Con impotencia, me giré y clavé mi mirada en aquellos ojos negros, apagados, sin vida, sin alma y totalmente vacíos, de nuestro captor.

   —¿Qué quieres de nosotros entonces? —escupí exigiendo una explicación.

   Sin mediar palabra alguna, se levantó del sillón en el que estaba descansando y se acercó a mí, como si fuera un animal salvaje acechando a su débil presa.

   Yo no podía moverme, bastante me costaba ya mantenerme de pie sin perder el equilibrio y caerme de bruces en el suelo.

   El lugar donde nos encontrábamos era un dormitorio espacioso, pero apenas estaba amueblado. Sólo tenía una gran cama, que se encontraba a la izquierda de la puerta y pude comprobar con horror, que de la pared -en la parte dónde estaba el cabezal de la cama-, colgaban cadenas gruesas y grilletes al final de las mismas. En la pared de enfrente, había dos sillones orejeros, uno a cada lado de la chimenea francesa. Y eso era todo.

   Mis padres estaban a la derecha de la entrada, arrodillados en el suelo y apoyados contra la pared desnuda. Al lado de ellos estaban los dos vampiros que habían ido a por ellos para traerlos. Detrás mía estaba Ian, bloqueando la puerta de entrada e impidiendo cualquier intento de fuga por mi parte.

   Ahora tenía a Nick enfrente mía y deduje por cómo me miraba que nada bueno podría esperar de él: La sed de sangre y de lujuria bañaban nublando ahora sus ya oscuros ojos. Con un movimiento rápido e inesperado, me desgarró la túnica azul por la parte frontal, dejando mi sujetador expuesto a la vista.

   Gemí de la sorpresa e intenté taparme y cubrirme inutilmente.

   Con otro gesto igual de veloz, me alzó en brazos y me llevó a la cama.

   Horribles imágenes asquerosas nublaron mi atormentada mente. No podía creer lo que me estaba pasando y no me gustó para nada las intenciones que tenía Nick con respecto a mí. Forcejeé intentando librarme de su agarre pero no pude hacer gran cosa, estaba perdida.

   Cuando mis padres comprendieron también lo que me esperaba, comenzaron a gritar y a quejarse. Suplicaron clemencia y solicitaron una y otra vez que me dejara libre y en paz.

   Nick ignoró sus exigencias y continuó con sus maléficas intenciones. Desató mis manos que estaban unidas por las muñecas y sustituyó la presa que ejercían las cuerdas en ellas por los fríos grilletes.

   —Me has estado jodiendo la existencia desde que te conocí... —se quejaba mientras me desataba las piernas—. Ahora me toca a mí joderte a ti.

   Pataleé con todas mis fuerzas, golpeándole varias veces en el pecho, pero apenas notó mis embestidas.

   Ian se acercó por el otro lado de la cama y me agarró mi pierna derecha y con la cuerda que habían utilizado para atarme las manos, me la sujetó al poste de madera que estaba al pie de la cama. Nick hizo lo mismo con la otra pierna usando la cuerda que antes me las tenía sujetas, dejándome ambas separadas y abiertas.

   De momento, la túnica aún ocultaba mis braguitas y no se veía nada más que gran parte de mis blanquecinos muslos y mi sostén negro de encaje.

   —Por favor Nick... —comencé a balbucear—. Delante de mis padres no.

   Él hizo caso omiso a mis palabras y se inclinó delante mía. Metió una de sus sucias manos dentro de mi sujetador y destapó uno de mis pechos.

   —Por favor... por favor... —continué suplicando mientras me retorcía intentando alejar su sucia mano de mi seno—. Delante de ellos no, te lo suplico.

   Mi padre comenzó a insultarle, llamándole de todo, mientras se retorcía en el suelo para poder levantarse y golpearle.

   Uno de los Renegados le atizó un puñetazo en la cabeza y lo dejó inconsciente en el suelo; me consolé pensando que por lo menos así no vería cómo era violada.

   Mi madre continuó llorando a gritos, mientras acunaba la cabeza de mi padre en su regazo.

  —¡Hacerla callar también! —exigió Nick mientras me pellizcaba dolorosamente el pezón.

   Amordazaron a mi madre con un poco de precinto plateado, para silenciarla.

  —Y encima vas a gozar pequeña zorra —se burlaba de mí en mi propia cara—. Vas a suplicarme que no pare ni me detetenga nunca.

   Se acercó un poco más.

   —Mira lo que tengo aquí —dijo a la vez que se echaba mano sobre su abultado paquete y se lo manoseaba por encima de los pantalones—, es toda para ti.

  De su garganta surgió una amarga carcajada y con un movimiento hábil, se me echó encima, aplastándome contra el colchón y presionando su erección contra mi estómago.

   —No puedo esperar para saber que tal sabe tu sangre y qué se siente estando enterrado hasta el fondo en ese coñito lindo que sé que tienes...

   Y antes de que asimilara lo que acababa de decirme, me clavó sus horrendos colmillos en la garganta. Un dolor inaguantable se apoderó de mí. Podía sentir cómo se cerraba fuertemente su mandíbula en mi carne y succionaba con hambre feroz.

   Él iba ha hacerme mucho daño, tanto psicológicamente como físicamente, pero por lo menos me podía consolar sabiendo que en cuestión de minutos acabaría debilitado gracias a la droga que corría por mis venas. En cuanto tuviera ocasión y acabara liberada de ataduras, le iba a patear el culo lo más fuerte posible, aunque me costase la vida en ello.

   No había terminado de beber de mi cuello, cuando sus manos descendieron entre nuestros cuerpos y se dirigieron a sus pantalones. Mi respiración se paralizó, al contrario que mi corazón, que ahora latía con más ímpetu, cuando noté que se bajaba la cremallera.

   Y no sé cómo sucedió, pero de repente, su cuerpo ya no se presionaba contra el mío y su boca no se alimentaba de mi dolorida vena. Salió disparado hacía atrás, cayendo de culo contra el duro suelo. Con un grito gutural, se incorporó de nuevo sobre sus talones. Se quedó mirando fijamente y con rabia hacia la puerta de entrada.

   Giré la cabeza, a pesar de mi dolorido cuello, y miré en esa dirección: Un hombre, mejor dicho, un vampiro altísimo y fornido, con una melena larga y morena, nos miraba atentamente con sus ojos verdes.

   Max.

   —Ella es mía —le aclaró éste a Nick con voz asesina—. Según nuestro tratado, me la entregarías a cambio de mi apoyo en tu política. En ningún momento se dijo nada de que podías poseerla antes de dármela a mí.

  ¿De qué iba todo esto? ¿Suya? ¿Tratado? No entendía nada, solamente tenía claro que esto se estaba complicando cada vez más.

    —Mis excusas Sheriff de Alicante —su tono era burlón. Definitivamente no lamentaba sus acciones—. Sólo quería comprobar que su mercancía se encontraba en buen estado.

   La mirada que le dedicó a Nick dejaba bien claro que no le hacía gracia su estúpido comentario.

   Así que Max era también un Sheriff... ¡Cuántas sorpresas daba la vida!

   —¿Y que hacen ellos todavía aquí? —dijo señalando con la cabeza en dirección a mis padres.

   —Creí que una vez que obtuvieras tu premio, no te importaría la vida de ellos y que podría quedármelos cómo recompensa por mi eficaz trabajo.

   —Se quedó bien claro en nuestro trato que ellos serían liberados —le recordó Max—. Y eso también se mantiene en pie.

   Se apartó de la puerta y dejó entrar dos vampiros robustos. Tenían toda la pinta de ser miembros de su grupo, que eran sus hombres. Les dio órdenes para que los sacaran de allí y lo llevasen a otro dormitorio para que descansaran.

  Por su comentario, deduje que no faltaba mucho para el amanecer y como no podían arriesgarse a salir al exterior para enviarlos de vuelta a casa, lo iban a dejar de momento en otra habitanción.

   Quedó con ellos en que en cuanto llegara el anochecer, debían liberarlos. Mientras tanto, tenían la obligación de protegerlos y darles un buen trato.

   Ese fue el único buen gesto que vi en varias horas, desde que fui secuestrada en el pantano.

   Mientras la habitación era despejada y todos salían de allí, dejándonos a Max y a mí a solas, mi cabeza comenzó a trabajar a un ritmo acelerado: Por la información que había recopilado hasta ahora, todo apuntaba a que Nick era un Renegado -el jefe-, que quería el apoyo de cualquier Sheriff del país para sus alocados fines. Y que Max accedería a unirse a ellos a cambio de mi persona.

   Así que... No había sido secuestrada como venganza por lo ocurrido entre Nick y Jane, ni para atraer a Eric... Todo esto era un por un capricho de Max....

   Finalmente, todos habían desaparecido. Excepto él, que seguía parado en el hueco que había entre la puerta y la cama. Se quitó la chaqueta negra de cuero y la lanzó hacía uno de los sillones orejeros. Vestía una camisa marrón ajustada y sus habituales pantalones de cuero, también ceñidos. Sus botas negras de motero, resonaban y vibraban con cada paso que daba al aproximarse a mí.

   Cuando lo tuve cerca, parado de pie al lado mío, le pregunté:

   —¿A qué viene todo esto?

   Se sentó en el borde de la cama y acercó una de sus manos a mi rostro para apartarme un mechón castaño de pelo de mi frente; ese gesto aumentó aún más mis sensibles nervios.

   —Una vez estuviste a punto de ser mía... —comenzó a decir mientras me giraba la cabeza y observaba la sangrante herida de mi cuello. Por la expresión que puso, se notaba que le desagradaba verme herida—. La mala fortuna quiso que no fuera así, pero ahora que te vuelvo a tener, no voy a dejarte escapar de nuevo.

   Se inclinó hacía mí y lamió mi garganta, en la zona dañada, para cicatrizar y curar la mordedura que me había hecho el maldito de Nick.

   —¿Es eso lo que quieres? —le desafié—. ¿Tenerme en contra de mi voluntad? —no le dejé tiempo para responderme, volvía a atacarle—: ¿Mis padres han tenido que sufrir lo que no estaba escrito por tu culpa, por un absurdo capricho tuyo? —Él simplemente me miraba con anhelo y fascinación, pero sin responderme—. ¿Y yo qué?, ¡nunca sabrás lo que he sufrido a manos de Nick, ni lo cerca que estuve de morirme loca de preocupación por mis padres! ¡eres un maldito igual que él! ¡te odio!

  —No tenía otro modo de hacerme contigo.

   —¿Y eso es lo único que te interesa, no? Sin importarte que otros sufran, o que lo haga yo.

   —A ti jamás pienso hacerte daño...

   —¡Ya me lo estás haciendo!, ¿no lo ves? —estaba cansada y no sabía que más decirle para que reaccionara—. Dices que yo te intereso, que nunca me harías daño... Bien, líberame y demuéstrame así lo que te importo.

   —¿Y perderte de nuevo? —preguntó incómodo, con sus ojos posados en mi cuerpo. En más de una ocasión, durante la conversación, le pillé mirándome el pecho descubierto.—. Ya te he dicho que nunca te dejaría ir. Eres mía.

   —¿Me vas a tener toda la vida atada a una cama? —alcé la barbilla con arrogancia—. ¿Eso es lo que esperas de mí, Max?

   Ahora su mirada reflejaba dolor, mis duras palabras le golpearon duro. La verdad dolía.

  —Una vez mi persona te atrajo, te gusté y sentiste placer entre mis brazos. Estoy seguro de que con el tiempo conseguiré que todo eso se vuelva a repitir y disfrutes de mis...

   —Pero no te amo, ni disfrutaré de tus caricias —le interrumpí—. Y nunca lo haré. Yo amo a Eric y a nadie más.

   Se quedó helado por un momento, sin saber qué responder a eso. Aproveché su silencio para seguir atacándolo. De momento, era la única arma que tenía a mano.

   —Podrás poseer mi cuerpo, mi sangre... —hice una pequeña pausa para enfatizar mis palabras—. Pero no mi corazón. Jamás.

   Me miró de una manera salvaje, con sus colmillos extendidos y sobresaliendo de sus labios, cambiando su expresión hasta ahora amable, por otra que daba miedo por la mezcla de rabia y dolor que expresaba.

   —Sí es lo único que puedo obtener de ti... —se inclinó más cerca, casi rozándome los labios con los suyos—. Tendré que conformarme con eso.

   Con un gesto posesivo, me besó en la boca, reclamándola con exigencia.

   Con mis sinceras palabras, había desatado a la bestia.

Nota: A la derecha, de nuevo la foto de Nick, el jefe de los Renegados y ex de Jane

Continua llegint

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