Hawa: Debemos salir a flote |...

By meg-books

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COMPLETA - PRONTO EN LIBRERÍAS. Tras los intensos acontecimientos que han ocurrido últimamente, Audrey recibe... More

Sinopsis
❄ Preludio ❄
Capítulo 1
Capítulo 2 (Parte 1/2)
Capítulo 2 (Parte 2/2)
Capítulo 3
Capítulo 4 (Parte 1/2)
Capítulo 4 (Parte 2/2)
Capítulo 5 (Parte 1/2)
Capítulo 5 (Parte 2/2)
Capítulo 6 (Parte 1/2)
Capítulo 6 (Parte 2/2)
Capítulo 7
Capítulo 8 (Parte 1/2)
Capítulo 8 (Parte 2/2)
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12 (Parte 1/2)
Capítulo 12 (Parte 2/2)
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19 (Parte 1/2)
Capítulo 19 (Parte 2/2)
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22 (Parte 1/2)
Capítulo 22 (Parte 2/2)
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25 (Parte 1/2)
Capítulo 25 (Parte 2/2)
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28 (Parte 1/2)
Capítulo 28 (Parte 2/2)
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33 (Parte 1/2)
Capítulo 33 (Parte 2/2)
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36 (Parte 1/2)
Capítulo 36 (Parte 2/2)
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41 (Parte 1/2)
Capítulo 41 (Parte 2/2)
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44 (Parte 1/2)
Capítulo 44 (Parte 2/2)
Capítulo 45 (Final)
Top 15 Comentarios + Agradecimientos
Tercer libro: Gea + Avisos
¡Concurso!

Capítulo 10

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By meg-books

El pasillo que recorre los dormitorios de las chicas sigue tan oscuro como estaba cuando apenas salí del baño. Fénix echa un vistazo para ambos lados y entonces sale trotando por el derecho. Reacciono y lo alcanzo hasta seguirlo de cerca: no quiero quedarme atrás y perderme en esta enorme academia.

Cuando llegamos al final del corredor, nos encontramos con otra de las típicas escaleras en espiral que posee el Gremio. Supongo que ya estamos fuera de peligro... o, por lo menos, fuera del alcance donde pueden pillarnos, porque Fénix relaja los hombros y se endereza.

—Parece que no hay mucha guardia para que los muchachos puedan colarse en los dormitorios de las chicas —comento por lo bajo.

—No, hay un tipo encargado de eso —responde distraído, mientras sube dos escalones y observa hacia arriba—, en la entrada a los dormitorios.

—¿Y... pudiste pasarlo sin problemas?

Fénix me hace una seña de afirmación y luego otra para que lo siga, y entonces comenzamos a subir los peldaños.

—Claro —dice como si nada, con un deje de superioridad.

Sin querer hacerlo realmente, dejo salir un bufido extraño, similar a un gruñido.

Fénix gira levemente la cabeza un segundo para verme, mientras aún seguimos subiendo.

—¿Qué fue eso?

—Se nota que no es la primera vez que te colas a los dormitorios de las chicas... —murmuro.

Se detiene de golpe y casi choco contra su espalda. Se coloca de costado y, cautelosamente, deja relucir una sonrisa.

—¿Qué? —pregunto, impaciente.

—Tienes miedo de que haya visto a otra chica en el pasado —comenta con lentitud.

—Claro que no —espeto—, tan sólo suena extraño.

Sigue allí quieto y mirándome de tal forma que me exaspera. Subo un escalón más y trato de hacerlo avanzar.

—Ya basta —le insisto, empujándolo por el abdomen para hacerlo subir—, tenemos que avanzar rápido.

—El peligro está arriba, en los pasillos —dice, sin mover un pelo a pesar de mis esfuerzos—. No aquí. ¿Tienes algo que decirme?

—¡Que no!

—Estás preocupada —dice a medio exclamar, pronunciándolo como si recién se diera cuenta—. Mira, ya hasta te vuelves a sonrojar como antes.

—¡No estoy preocupada! Tan sólo es... molesto que adonde sea que vaya haya una chica entusiasmada porque hayas regresado y...

Me detengo y me encuentro con su mirada que pide más. Gruño de nuevo, casi a medio rugir, porque recuerdo a Cindy e imagino a todas las demás muchachas que deben estar igual, ¡cuando él ni siquiera se inmuta sobre el asunto!

—Ajá —comenta él—, ¿y qué quieres que yo haga con eso?

—¡Nada, sólo que subas! Pueden cerrar el escritorio en cualquier momento...

—El escritorio puede esperar —interrumpe, y entonces se gira por completo y apoya una mano en la barandilla—. Ahora me interesa mucho el por qué de tu reacción.

Me pongo nerviosa, no quiero seguir esta conversación. No quiero. El tener que escabullirme, correr y esconderme de que no me pillen me provoca menos nervios que esta situación.

Fénix hace una mueca elevando las cejas y frunciendo los labios.

—Ya sabes, me interesa saber por qué te molesta tanto lo que hacen o piensan otras chicas de mí cuando tú vas y prefieres sentarte junto a Marshall en vez de conmigo.

Arrugo la cara de repente, ¿qué tiene eso que ver?

—Tan sólo encontré un lugar y me senté allí —espeto.

—Había un lugar a mi lado.

—Lo tenía más cerca, estábamos en la misma mesa... —sacudo la cabeza— ¿tanto tiene eso de malo?

—Tal vez no conoces bien a Marshall todavía, pero es un auténtico e incurable mujeriego. En serio, coquetea en cuanto ve la ocasión y trata de liarse con la primera hembra que se le cruce. No quiero que piense que le envías indicios para algo.

—No fue un indicio de nada, tan sólo tomé asiento.

—Él puede interpretar una simple respiración como un indicio de «algo» —responde arqueando una ceja.

—Pues, problema suyo si interpreta lo que quiere —digo encogiéndome de hombros, y entonces el tema de conversación me hace recordar—. Y tampoco me pareció muy interesado en mí, ya sabes, estando contigo hablando de la pelirroja de ojos oscuros.

Ruedo los ojos instintivamente, y es lo peor que he podido hacer, porque Fénix lo nota con mucha atención y, con la otra mirada que le eché en el comedor, ya se habrá dado cuenta de que me molesta.

—Le seguí el juego sólo para que se concentre en ella y no en ti.

—Ajá, claro.

—De todos modos se concentró más en preocuparse por saber si te parecía atractivo Kendrick —frunce los labios en señal de que aquello lo tomó un poco de sorpresa—, lo cual uno: no tiene por qué importarle, y dos: tú no negaste.

—¡Sólo mencioné que no es un tipo horrible...!

Unos pasos resuenan por las escaleras de repente, haciendo vibrar ligeramente los peldaños. Ambos miramos hacia abajo por estímulo, yo pegando un sobresalto del miedo, y él quieto como una estatua pero con los ojos concentrados.

Entonces Fénix reacciona y me toma por la muñeca.

—Vamos ya —ordena en el susurro más alto posible.

Prácticamente me arrastra consigo para hacerme subir las escaleras a su paso. Tal vez fuimos muy insensatos en lo que hicimos, a pesar de que intenté hacerlo razonar e irnos con rapidez. Quizás el haber estado solos por una vez en mucho tiempo logró que nos apartásemos un momento de lo importante, del peligro y el apuro, y nos concentrásemos en decirnos lo que nos provocaba la situación, todas las cosas que salieron por el simple hecho de haber encontrado un momento de más privacidad.

De todos modos, fue algo estúpido.

—¿Hay alguien vigilando el piso donde se encuentra el escritorio? —pregunto entre una agitada respiración, mientras aún subimos los peldaños con mucha velocidad.

—Tal vez, pero no lo creo —responde entre un jadeo—. Allí puede ir quien necesite consultar cualquier cosa, y además, quienes trabajan ahí, tienen el derecho de poder entrar cuando lo necesiten. Pienso que es más importante vigilar los dormitorios que esa oficina.

Llegamos a la puerta de un pasillo, y Fénix se detiene allí aunque yo casi sigo subiendo por la escalera en espiral. Tantas vueltas me han dejado un poco desconcertada y no distingo bien dónde comienza un nuevo piso.

—Ahora, reza porque sólo Danna esté allí —susurra.

—Y dormida —añado.

—Exactamente.

El pasillo está oscuro, aún más que los corredores entre los dormitorios. La única luz proviene de una puerta abierta a mitad de camino, que logra iluminar una gran parte del muro opuesto. Fénix comienza a acercarse hacia aquella habitación mientras camina bastante pegado a la pared, por si alguien de allí adentro lo ve mientras llegamos por el medio del pasillo. Como siempre, lo sigo pisándole los talones para no cometer ningún error.

Antes de llegar a la oficina, se me ocurre una idea de prevención.

—Espera —susurro—. Déjame acercarme a mí; si hay alguien allí y me ve, no creo que me ocurra nada tan grave como pueda ocurrirte si te pillan a ti.

Él se detiene a pensar por un momento.

—En serio, déjame hacerlo —digo en un tono más insistente, porque sé que pensará que él debe ser quien se encargue de todo y cuide mi imagen.

Lo rodeo y me acerco hacia la luz. Con pasos largos pero suaves, me asomo a través del umbral de la puerta para echar un vistazo rápido: no parece haber movimiento, ni tampoco ninguna especie de sonido.

Tras cerciorarme de que la habitación está vacía, entro del todo y visualizo rápido el lugar: hay unos cinco escritorios, distribuidos de manera aleatoria, cada uno con sus archivos y papeles. Hay muchos estantes contra las paredes que le dan un aspecto más de biblioteca.

Para mi sorpresa, no hay nadie adentro. Ni dormido, ni despierto.

—¿Y bien? —me insiste la voz proveniente de afuera.

—No hay nadie —confirmo, con voz más alta y segura.

Fénix se mete en la oficina de repente y comienza a caminar en una dirección determinada. Ni siquiera se detiene a ver por su cuenta si yo tenía razón o no. Con mucha prisa y precisión, se acerca hasta el escritorio de la esquina derecha y abre el segundo cajón, rebuscando entre algunos objetos que provocan ruidos metálicos.

—¿Ya sabes que está allí? —pregunto asombrada.

—Pase mi vida aquí, cariño. Y creo que estuve el tiempo suficiente buscando información para irme como para enterarme de ubicaciones como ésta —revuelve todavía más el contenido del cajón hasta que extrae una llave y la levanta en el aire—. Bingo.

Con mucha impaciencia y un enorme nudo en el estómago, me giro para ver hacia el pasillo.

—No hay nadie en el escritorio y estaba abierto. Creo que deberíamos irnos antes de que vuelva quienquiera que estuviese aquí antes que nosotros.

Fénix cierra el cajón y, antes de que me dé cuenta, ya está pasando a mi lado hasta salir por la puerta.

—Lo sé, también me percaté de ello. Vámonos.

Con las piernas ya temblándome, sigo a Fénix por otro corredor hasta toparnos con otra escalera, esta vez del lado opuesto por la cual llegamos. El Gremio por la noche resulta un lugar sombrío, oscuro y silencioso, pues parece que casi todos siguen las reglas al pie de la letra y se quedan en sus dormitorios al caer el sol.

Tampoco parece que los guardias, vigilantes o como sea que les llamen, estén muy pendiente de sus labores, porque no me he topado con ninguno o visto desde la distancia. O es eso, o es que Fénix sabe muy bien qué caminos tomar para evitarlos. Es por esta razón que llegamos a tal punto de que los escalones terminan y la última puerta del Gremio se alza frente a nosotros. Es más grande que las puertas que comúnmente vemos por los pasillos, y termina en punta en su parte superior. Parece vieja pero muy bien mantenida.

Fénix saca el mango de llaves de su bolsillo y comienza a introducir una en la cerradura.

—¿Quiénes pueden entrar aquí? —Pregunto— ¿Danna podría hacerlo?

—No —masculla, mientras lucha con la cerradura vieja—. Sólo Kendrick o los sublíderes, es decir, los líderes menores. Danna todavía no posee ese puesto.

Vaya, eso significa que es un lugar muy privado.

—¿Ya has estado dentro?

—No... —susurra al tiempo en que logra girar la llave y abrir la puerta con lentitud para no hacer ruido— me costó mucho encontrar el camino hasta aquí y nunca supe con mucha certeza de qué lugar se trataba.

Me quedo en silencio mientras empuja la puerta, tomándose su tiempo, hasta dejarla completamente abierta. La luz blanquecina de la luna nos llega desde las enormes ventanas interiores al mismo tiempo que un olor a húmedo y a papel viejo. Pretendo mover las piernas y entrar, pero algo en el ambiente y la situación me lo impide. Me quedo mirando a Fénix, que también está tan quieto como una estatua gris a causa de la falta de luz solar.

—¿Qué esperas encontrar? —susurro luego de unos segundos, notando su mirada sin pestañear.

Supongo que se lo digo porque es la misma pregunta que me he estado haciendo a mí desde hace mucho tiempo.

Frunce los labios.

—No lo sé.

Y esa es la misma respuesta que me he estado dando.

Respira profundo y, cuando exhala todo el aire que recolectó, entra de una zancada. Reacciono de una manera muy similar y luego lo sigo. El ático del Gremio resulta ser una habitación enorme, y muy espeluznante. Las vigas del alto techo se juntan en el centro, elevándose en punta, y la luz lunar que atraviesa las ventanas góticas hace que todo se vea en distintas tonalidades grises, con el polvo suspendido en el aire creando pequeños puntitos danzantes.

Es una habitación repleta de estantes, libros, hojas y carpetas. También hay algunas estatuas antiguas en algún que otro rincón, y se nota que son tan antiguas como el edificio en sí.

Al ver contenida tanta información por todos lados, me volteo para ver a Fénix.

—¿Cómo encontraremos lo que buscamos entre tantos libros?

Él deja de contemplar la sala y entonces su mirada perdida y asombrada se transforma; se vuelve decidida y va fija hacia la pared izquierda de la habitación.

—Una vez a Danna se le escapó que la información de antiguos estudiantes del Gremio se encontraba en orden histórico —dice, más como para sí mismo, mientras parece que repite las palabras al tiempo en que las recuerda. Se acerca a la pared y se va hasta la punta más lejana—. Saca el primer archivo que veas en ese rincón y dime la fecha.

Obedeciéndolo al instante, me giro para revisar la otra punta de la pared izquierda, la que está más cerca de la puerta. Saco la primera carpeta que veo en el estante, una que está medio salida hacia afuera, y ojeo con rapidez. Me encuentro con el nombre de un joven al azar, «Adam Lewis», y entonces me voy directo a la fecha que allí se muestra. 1928. No sé si será de su nacimiento o de su primer día como asistente en el Gremio. De todos modos, se nota que este lugar está en pie desde hace mucho tiempo.

—¿Qué viste? —pregunta Fénix desde la otra punta de la pared izquierda, frente a mí.

—1928 —respondo—. ¿Y tú?

Cierra el par de papel entre sus manos, lo devuelve sin mucho cuidado y se marcha hasta el rincón contrario.

—1893. Es en la otra estantería.

Se acerca el rincón de la pared derecha más lejos de la puerta, y yo me marcho hasta el que está más cerca de ella. Repito el proceso y extraigo un cuadernillo de hojas blanquecinas.

—2010 —exclamo, un tanto asombrada. Supongo que se trata de fechas de nacimiento.

—1945. Bien, deben estar por aquí en el medio.

En efecto, deposita el libro en su lugar y se acerca unos metros más hacia mi rincón. Rebuscando entre algunos otros archivos, voy notando con más observación cómo su entrecejo se va frunciendo y la impaciencia crece en su mirada.

—¿Cuándo nacieron? —pregunto acercándome a él.

—Creo que por el 1970, o algo cercano. ¿Y el tuyo?

—Supongo... que también.

La verdad es que nunca he reparado en memorizarme el año de nacimiento de mi padre biológico, quien murió antes de siquiera haberlo conocido. Sé que su cumpleaños es el segundo día de octubre, porque mamá me lo ha mencionado en una o dos ocasiones, pero no poseo de más información. Jamás la consideré esencial, siendo honesta.

—Bien, entonces busca por su nombre.

Mientras Fénix continúa en la ardua tarea de encontrar los archivos de sus padres, yo me concentro en las letras de esta columna de carpetas. «J, K, L... M». Quito los bloques de hoja de su lugar y comienzo a buscar en la primera sección.

—¿Cómo se llamaban tus padres? —pregunto en un susurro, con un repentino interés.

Fénix levanta un poco la cabeza al instante, con la mirada clavada en la pared. Se recompone y me echa un rápido vistazo antes de pasarme por alto y seguir leyendo.

—Luke y Aldana —murmura, tan bajo que tiene que volver a repetirlo para cerciorarse de que lo he oído—. Luke y Aldana Elmend.

—Qué bonitos nombres.

Me observa de reojo y entonces sigue con lo suyo.

Yo paso de página. El nombre de mi padre debe estar en las primeras hojas, pero no lo encuentro todavía. Cada ignisio que está registrado aquí goza de unas siete a once páginas de información. Cuándo nació, dónde nació, dónde vivió, cómo se enteró de sus habilidades, si causó daños y cuáles fueron, si resultaba peligroso, dónde creció, cuál era su familia, si poseía algún trastorno o enfermedad, si era bueno con sus poderes, cuándo ingresó al Gremio, y, en algunos casos y lo que más me importa en este momento, dónde, cuándo y cómo falleció.

Por un momento me pregunto si tendrán un lugar apartado para los Hijos de Gea... pero entonces lo veo. Las letras se plantan sobre el papel con toda claridad. «Maron Jehnsen».

Con una repentina subida de adrenalina, y los latidos del corazón golpeándome con fuerzas el pecho, bajo la mirada salteándome toda su información crucial sobre su infancia y me dirijo hacia el final. Pasando la yema del dedo sobre la suave superficie de la hoja a través de los renglones, llego al final con los ojos abiertos como platos.

«Fecha de fallecimiento: 1997.

Lugar de fallecimiento: desconocido.

Causa de fallecimiento: desconocido».

No tienen nada.

Mi padre sólo contiene una página de información.

Levanto lentamente la cabeza mientras clavo la mirada en ninguna parte. Los ojos se me desorbitan mientras siento que contengo la respiración y que el corazón me deja de latir. No tienen nada. No saben nada. El único lugar de donde podía descubrir algo sobre mi padre, sobre lo que le pasó, sobre quiénes fueron los causantes, sobre si podía tener algo que ver conmigo... no me ha dado nada.

Con todas mis fuerzas de voluntad, giro la cabeza a un lado y observo a Fénix, que también se ha detenido con un libro abierto sobre su regazo. Los rizos castaños me tapan su expresión, pero está tan quieto que presiento su desconcierto.

Me pongo en pie, tan silenciosa como una sombra, y me acerco a su lado. Él siente mi presencia a sus espaldas, porque ladea la cabeza con lentitud. Sin poder evitarlo, dirijo mi atención a las hojas que tiene sobre las piernas. Una pedazo irregular de papel nace desde el centro del libro, creando figuras rasgadas y arrugadas.

—Arrancaron la página... —murmura, con cierto tono de confusión. Al instante lo repite, como quien pregunta «¿Es en serio?» con ironía—. Arrancaron la página.

Me quedo con la carpeta aferrada en mi mano contra mi muslo mientras Fénix levanta la mirada hacia mí y luego se pone en pie con un titubeo.

Se queda allí parado, viendo el pedazo de hoja arrancada del libro que ahora yace en el suelo.

—Fénix...

—¡Arrancaron la maldita página!

Se voltea con un abrupto movimiento y agita el brazo como si le estuviera pegando un puñetazo a alguien. Una ráfaga de luz brillante atraviesa la habitación y choca contra una caja en una esquina. Fénix se sacude nuevamente y dispara otra llamarada hacia una mesada vieja llena de documentos, mientras echa maldiciones al aire como nunca lo he escuchado. Impactada y muy desconcertada, dejo caer el libro de mi brazo y me echo encima de Fénix, amarrándolo por la espalda.

—¡Fénix! ¡Fénix, alto, detente!

Intenta moverse otra vez pero yo se lo impido. Ataja el movimiento para disparar otra llamarada cuando intenta zafarse de mis brazos. Pero, en vez de eso, parece volver a la realidad y caer en la cuenta de que se trata de mí. Deja de forcejear y entonces simplemente se queda tomando mi brazo sobre su pecho, mientras intenta respirar lentamente hasta tranquilizarse.

—Arrancaron la página, Audrey...

—Lo sé...

Agacha la cabeza, mientras aún sostiene mi muñeca. No sé bien lo que está pensando, pues no puedo verle el rostro, pero simplemente me quedo allí, dejando que se recupere mientras me quedo abrazándolo por detrás. Un instante después, comienzo a sentir su pecho latiendo. Pero no es un latido normal, sino uno entrecortado y fuerte como un golpe.

No son latidos, son sollozos.

Abro los ojos y la boca en una expresión un tanto asombrada y penosa. ¿Tan importante era para él el hecho de conocer la razón por la cual sus padres fallecieron? Es decir, es obvio que cualquier hijo se interesaría por saberlo, pero Fénix se ha mostrado siempre tan frío con respecto a ese tema. Nunca hablaba sobre ello, sólo dirigía unas cortas palabras al respecto.

No, quizá no era frío. Quizá era muy doloroso.

Me acerco más a su espalda, lo rodeo más con los brazos. Escondo la mejilla entre sus omóplatos y no digo nada mientras dejo que se descargue. Parece que termina por sentir cierta vergüenza, porque se lleva una mano a la cara para restregársela y luego se gira, tratando de fingir que todo ya ha pasado.

—Lo siento tanto —es lo único que me sale decir.

—No importa —murmura, en un tono muy ronco, mientras sus ojos verdes y húmedos se clavan en la puerta—. Realmente ya no importa.

—Tampoco decía nada sobre mi padre —respondo, y entonces él me mira—. Supongo que realmente no saben nada, o no han querido dejar plantada la información allí.

Fénix se me queda mirando, aún pensando, y entonces afirma lentamente con la cabeza.

—Encontraremos la información —insisto, tratando de volver a captar su atención. Sujeto con aún más fuerza la mano que no me ha soltado—. De algún modo u otro, vamos a terminar encontrándola.

Se queda callado un instante, pero luego vuelve a asentir.

—Te creo— es lo que murmura.


Una vez de vuelta en el piso de los dormitorios, luego de apagar el fuego del ártico y evitar un posible incendio, Fénix y yo nos detenemos en las escaleras después del eterno regreso silencioso. Ha vuelto más desconcentrado y absorto en sus pensamientos, por lo cual me he tenido que percatar yo de pasar desapercibidos y de tener cuidado con no cruzarnos con nadie por los pasillos.

Como no hay nadie en el corredor de las chicas y todo el mundo parece estar durmiendo, Fénix me acompaña hasta la puerta de mi dormitorio.

—¿Quieres que te acompañe? —le pregunto al ver el estado en que se encuentra; se ve deplorable— O podemos irnos al patio, quedarnos allí hasta que...

—No —responde, con una voz extraña que le surge desde el fondo de la garganta—, ya amanecerá y que nos encuentren afuera no será buena idea. Ve a descansar un rato, antes de que tengas que volver al colegio.

Lo observo con pena, y entonces él me dirige una triste sonrisa, sólo para hacerme creer que todo está de maravilla, aunque sus ojos sigan un poco enrojecidos.

—Tú también descansa —digo—. Todo el tiempo que necesites, aunque te lleve todo el día.

Fénix asiente con la cabeza, y entonces comienza a darse la vuelta con lentitud. Lo hace tan lento, tan concentrado en otro pensamiento, que soy capaz de tomarlo por la muñeca antes de que se vaya y de atraerlo hacia mí. De un inesperado movimiento, me acerco y le doy un corto beso en la mejilla. Se ha vuelto tan repentinamente cuando lo tiré para girarse que le he besado justo en la comisura.

Lo miro, por última vez antes de entrar en mi dormitorio, con su cara pasmada y carente de comprensión, y entonces es él quien me toma de nuevo por el brazo y me planta un beso en los labios.

Dura más que el anterior, pero aún así resulta ser corto y dulce. Explico que el calor que desprende es por su condición de ignisio, pero no sabría decirlo con exactitud. Cuando se aleja de mí, lo hace cautelosamente y sin quitarme los ojos de encima. Yo me dispongo a sacar las llaves y abrir la puerta en silencio mientras él gesticula un «Adiós» con los labios para no despertar a Ashley, y entonces se queda esperando en el pasillo hasta que le devuelvo el saludo, cierro la puerta y apoyo mi espalda en ella, cerrando los ojos y disfrutando del momento que todavía resulta reciente y cercano.  






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