Kuroshitsuji (Sebastian x lec...

By BasiMichaelis

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(Basado en hechos reales) Has visto el anime de Kuroshitsuji tantas veces que sabes en qué capítulo exacto su... More

El ritual satánico más penoso de la historia.
Tengo que estar soñando
Sí, sí lo conozco
Del amor al odio hay un paso y viceversa
Call me, maybe
Los bikinis baratos salen caros
A la luz de las velas
A la luz de las velas (2)
Soy inmortal... por unos minutos
¿Por qué nada sale como en las pelis?
¿WTF, Epi?
Clases de baile con el profesor Michaelis
_ x S
¿Whatsapp? ¿Qué es eso? ¿Se come?
Me paso la tarde estudiando... O, al menos, lo intento
¿Que si quiero algo?
¡¿Qué?!
Este mayordomo narra su versión
¡¿Amenazada de muerte?!
Tendremos que ir a salvarla
Nos vamos de viaje
¡Rumbo a Yokohama!
Por ella
¿De verdad lo crees?
Al que no quiero querer
Este mayordomo se explica (Penúltimo capítulo)
Ven conmigo (último capítulo)
Epílogo
Q&A + Sentimentalismo

Egoísta. Hipócrita. Humana.

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By BasiMichaelis

–¿Quién eres?

Y agradecí que el temblor que se había apoderado de todo mi cuerpo no llegara a mi voz. Eso ya hubiera sido demasiado patético. Se notaba que ese hijo de puta se lo estaba pasando de guinda viéndonos muertas de miedo. A los demonios les encanta sembrar sufrimiento en los vírgenes campos que pueblan la mente de los humanos. Ver como sus presas se retuercen de dolor entre sus garras antes de consumirlas por completo.

Mi pregunta suavizó su expresión de repente, como si lanzando el cuchillo a ciegas hubiera dado justo en el centro de la diana, accionando el botón que lo cambiaba de humor.

La niebla oscura que engullía cada rayo de luz a nuestro alrededor empezó a girar en torno a sus piernas. Un segundo después, había ascendido hasta cubrirlo por completo.

Sus zapatos negros relucían, impecables, reflejando su propia luz, bajo unos pantalones perfectamente planchados. Las sombras hacían ondear la cola de su frac de una forma exageradamente antinatural y sublime, al mismo ritmo que los suaves mechones de su pelo azabache acariciaban su pálido rostro. Se llevó la mano derecha enguantada de blanco al pecho mientras las comisuras de sus labios se levantaban en un movimiento ensayado y repetido hasta la saciedad, dibujando aquella sonrisa tan única y llena de amarga y falsa dulzura que me quitaba el aliento.

Me miró con esos ojos inconfundibles, tan rojos como la sangre que me ardía en los ojos y hacía que se me cayeran las lágrimas, y me contestó, dejándome oír exactamente la misma voz que me había dado y quitado la vida incontables veces durante las últimas semanas.

–Sebastian Michaelis.

No era él. Estaba mintiendo. Lo sabía. Estaba completamente segura.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué estaba tan convencida? Era exactamente igual a él. Misma sonrisa encantadora, misma voz hipnotizante, mismos ojos atrapantes, misma presencia imponente. No había ninguna diferencia entre esa cosa que nos había capturado y el demonio que me había estado engañando durante todo un mes fingiendo que me quería.

Y si me había podido mentir en eso, ¿por qué no iba a ocultarme que él era el acosador de Yana?

Todo era muy obvio. Y aún así...

–¿Quién eres?– volví a preguntar, entre dientes. Porque si no mantenía mi cara en tensión me echaría a llorar de verdad.

–Sebastian Michaelis– volvió a contestar, sin cambiar un pelo en su postura ni en su tono de voz. Como un robot. Un autómata.

La rabia y la indignación se abrían paso entre el pánico a medida que cerraba los puños con fuerza. Quería gritarle que nadie se creía eso, que dejara de mentir y diera la cara con su verdadera identidad si tan valiente y poderoso era. Pero cuando alguien tiró de mi camisa para llamarme la atención, recordé que había algo mucho más importante que mi orgullo escondido detrás de mí y que por ella no debía perder la calma. O, al menos, no aparentarlo.

–Déjalo– me dijo Yana–. Dice la verdad.

–¿Qué dices?– lo primero que pensé fue que el miedo se había apoderado de ella y sus sensores para detectar impostores, que tanto le habían funcionado con la historia del Earl Grey, se habían cortocircuitado– ¿Cómo va a decir la verdad? Tú misma has descubierto que es un farsan...

–Dice la verdad– me interrumpió. O había perdido la sensibilidad en todo mi cuerpo o juraría que su mano, agarrada mi brazo, ya no temblaba–. Él es Sebastian.

La sonrisa de Sebastian se ensanchó, pero ni mucho menos era felicidad. Era pura satisfacción de ver como sus planes se cumplían a la perfección. Me dieron ganas de escupirle.

–Pero...– balbuceé. Quizás hubiera sido mejor que Yana me protegiera a mí y no al revés– Sebastian nunca...

No terminé. Lo que iba a decir era una soberana gilipollez. ¿«Sebastian nunca sería capaz de matarte, Yana»? Cualquiera que haya visto Kuroshitsuji sabe que eso no es verdad.

–Claro que no– intervino Sebastian–. Sebastian nunca sería capaz de matar a Yana.

Di un brinco en el sitio y esperé que no se hubiera notado. ¿Me había leído la mente? Si era así, entonces significaría que, efectivamente, aquel era mi demonio. Pero no podía serlo. Me negaba a creerlo.

–Igual que nunca sería capaz de incendiar una mansión llena de niños secuestrados– continuó, acercándose lentamente a nosotras. Sus pasos no producían ninguna clase de ruido, como si fueran parte de la misma niebla que lo acompañaba–. Ni cargarse todo un ejército de soldados alemanes a punto de crear el arma más mortífera del siglo XIX. Ni matar a todos los miembros de una secta satánica por orden de su nuevo y jovencísimo amo. Por eso...

Las delicadas plumas negras que caían a su alrededor se detuvieron y, de repente, parecieron convertirse en cuchillas afiladas apuntando directamente hacia mí. No sabía si estar más asustada por mi inminente y dolorosa muerte o por lo que acababa de decir. Quería mirar a Yana y que sus ojos aclarara todas mis preguntas, pero no podía apartar la vista de aquella cosa.

Sebastian había hecho todo lo que aquel demonio afirmaba que sería incapaz de hacer. Lo sabía. Lo había visto. Todos lo vimos. De eso iba la historia.

¿O no?

–¡¡Lo hice yo!!

Lo siguiente que recuerdo es que el mundo empezó a girar más despacio. En una milésima de segundo oí como nuestro secuestrador gritaba, haciendo que todas aquellas plumas se precipitaran en mi dirección. Y, a través de ellas, voló desde detrás de mí en dirección contraria, llenando la estancia de una extraña luz plateada, un cuchillo que se clavó justo en el centro de la frente del demonio, tirándolo hacia atrás. Un fuerte brazo me rodeó firmemente la cintura y, para cuando quise darme cuenta, estaba volando por los aires, esquivando mi muerte prematura.

Pegué mi rostro a la fina tela oscura que me abrazaba y juro que nunca me había alegrado tanto de oler aquel dulce aroma a rosas y canela.

Creí que una de aquellas plumas había logrado clavarse en mi corazón a pesar de todo, hasta que me di cuenta de que lo que me oprimía las costillas era la realidad.

Con sus dedos arrugando la tela de mi camiseta, con su fuerte brazo apretándome contra él, con esa sensación de completa seguridad en mi cuerpo y que casi había olvidado, me di cuenta de que estaba enamorada. Y daba igual lo mucho que me odiara a mí misma por ello. Y daba igual lo mucho que lo odiara a él. Y daba igual lo mucho que intentara resistirme.

La única verdad es que no me había caído por accidente en el agujero hacia el País de las Maravillas, persiguiendo al conejo blanco. Me había tirado, por propia voluntad. Podríamos decir que me había suicidado, con o sin consciencia de que sería mi fin.

No me atrevía a levantar la mirada y verle la cara, porque sabía que sería exactamente igual a la de aquella cosa que había intentado matarme. Y no podría soportarlo. Me aliviaba que mis sospechas hubieran sido acertadas, pero no me había parado a pensar en lo que ello suponía.

Había leído muchísimas teorías, muchísimos headcanons, sobre los secretos que Kuroshitsuji aún escondía. Y, sorprendentemente, este era uno de ellos. Pero no me lo esperaba. Me parecía una idea original, divertida, pero absolutamente imposible.

La mano de Yana encontró la mía sobre el pecho de nuestro salvador y me obligó a mirarla. Su media sonrisa me indicó que ya sabía lo que le iba a decir.

–Tú has dicho...– balbuceé.

–Él es Sebastian– repitió, refiriéndose al acosador, quien aún seguía tumbado en el suelo–. Pero no tu Sebastian.

«Claro que no» pensé mientras, finalmente, alzaba la cabeza y me encontraba con sus ojos. Mi Sebastian era el único demonio capaz de mirarme con preocupación y que yo me creyera que de verdad lo estaba. Mi Sebastian era el único demonio capaz de pedirme con los ojos que confiara en él y que yo lo hiciera. Mi Sebastian era el único demonio capaz de asegurarme sin decir nada que lo daría todo para protegerme y que yo me sintiera segura entre sus brazos.

Aunque ahora hubiera dos de ellos, jamás volvería a confundirlos.

–Has tardado, mayordomo.

El otro Sebastian se materializó delante de nosotros y me costó no soltar un grito de espanto. Me pasó lo mismo que cuando vi ese vídeo que circula por YouTube en el que ves cómo una bola roja recorre un laberinto azul y justo al final, cuando estás súper concentrado en la pantalla, te salta una imagen de la niña del exorcista. Pero en este caso yo estaba concentrada en mis problemas con Sebastian cuando de repente apareció otro Sebastian vestido de mayordomo, con un cuchillo clavado en la frente chorreando sangre, los ojos brillantes y una gran sonrisa hambrienta. La diferencia fundamental es que el vídeo no quería matarme; el demonio, sí.

–Y tú ni siquiera deberías estar aquí– contestó mi Sebastian, apretándome más contra él. No lo vi, pero supe que sus ojos rojos habían empezado a brillar como los de su adversario.

–Tienes razón– siguió sonriendo, mientras agarraba con la mano derecha el puñal y se lo arrancaba como si nada. Lo empuñó como si fuera una espada y señaló a un punto cercano a mí–. Pero ella me llamó.

Mi cuerpo me pidió dar un paso atrás, pero el agarre del demonio no me dejó. Creo que a Yana le pasó lo mismo. Cuando la miré para pedirle explicaciones, comprobé que estaba tan perpleja como yo.

–N-no es verdad... – balbuceó– y-yo no te he... llamado...

–Oh, por supuesto que sí– se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y empezó a caminar hacia nosotros, despacio, sin borrar esa irritante sonrisa de la cara–. Publicaste la historia, nuestra historia, para llamar la atención de Sebastian. Querías que Sebastian viniera a pedirte explicaciones... y a dártelas.

–Ya la has oído– interrumpió Sebastian–. Ella no te ha llamado, así que lárgate.

–Sabes que tengo razón.

El sonido de los zapatos de nuestro enemigo al plantarse en el suelo y quedarse quieto llegó a mis oídos al mismo tiempo que lo hacía el chasquido de la lengua de Sebastian.

–No me mires así, sé que tú también lo has notado– empezó a girar el cuchillo, que aún no había soltado, dentro de su mano–. ¿No te ruge el estómago cuando estás junto a ella? ¿No te trae viejos recuerdos? ¿No te hierve la sangre?

–Veo que los años no te han hecho ser menos gilipollas– dijo Sebastian, ignorando todos los comentarios.

–¿Cuántos años hace que no pruebas bocado?

«Demasiados» se oyó, en el eco de su silencio y de repente ya no me gustó tanto estar tan pegada a él.

Aquel tipo apartó la mirada de su hermano gemelo durante un momento y nos examinó a Yana y a mí. Ninguna de las dos entendíamos qué demonios estaba pasando ni por qué esos dos habían decidido que ese era un buen momento para entablar una conversación tan enigmática.

–¡Oh, vamos!– rió, levantando los brazos con incredulidad– ¡¿De verdad soy el único al que le parece raro que una simple mortal sepa todo lo que le ocurrió a un tal Ciel Phantomhive, en Inglaterra, hace más de un siglo, sin haber estado presente?!

Evidentemente. Era completamente imposible. Pero no es un tema sobre el que hubiéramos reflexionado mucho durante ese día y medio que habíamos pasado juntas, quizás porque estábamos demasiado ocupadas intentando, ya sabéis, que no la matara un maldito psicópata.

–¿Nunca te has parado a pensarlo?– prosiguió, esta vez mirando solo a Yana– ¿Cómo es que toda esa historia apareció de repente en tu cabeza?

–¿No es así como se le ocurren a uno las historias: una idea repentina?– se me escapó. Y enseguida me arrepentí.

Los ojos de los dos Sebastianes se posaron sobre mí a la vez. Solo vi cómo lo hizo el que estaba frente a mí, pero sube que el mío también me miraba porque era imposible que un único par de ojos pesara tanto. Pronto no pude ni respirar.

–Oye, Sebastian– uno de ellos apartó la vista de mí al fin–, ¿por qué no le dices a tu novia la verdad?

«¿Cuál de las millones de verdades que aún no se ha dignado a contarme?» no pude evitar pensar, aunque significara apuñalarme a mí misma.

–No tenemos por qué aguantar esto– noté como Sebastian se erguía detrás de nosotras, pero no sonaba tan seguro como quería aparentar–. Ha quedado claro que nadie te ha invocado y sabes perfectamente que permanecer aquí va en contra de...

–¡Oh, déjame adivinar!– lo interrumpió– ¿La estética del demonio? ¿Los principios básicos de nuestra especie? ¡No me hagas reír! ¡Dime, ¿dónde estaban tus principios cuando rompiste nuestro acuerdo?!

–Nos vamos– susurró y tiró de nosotras para que diéramos media vuelta, pero algo nos hizo parar.

Se oyó un grito ahogado en la oscuridad mientras alguien nos empujaba con tanta fuerza que por poco Sebastian y yo no caímos al suelo. Me abracé a él instintivamente y me correspondió, rodeándome con sus dos brazos. Fue en ese momento en el que me di cuenta de lo que acababa de pasar.

–¡¿Dónde estaban tus principios cuando no tuviste el coraje suficiente para comerte su alma?!

Sobre nuestras cabezas, sentado sobre una biga del techo de la enorme nave industrial, estaba el demonio. Y colgando delante de él, viva solo porque la sujetaba por el cuello con su mano derecha, estaba la persona a la que supuestamente yo tenía que proteger.

–¡¡Yana!!– grité sin pensar. Como si fuese a servir para algo.

Mi Sebastian me soltó y enseguida estaba corriendo por la biga, a punto de lanzarse encima de su gemelo, quien, sin soltar a Yana, se precipitó hacia abajo con tanta naturalidad que nadie hubiera dicho que entre él y el suelo había más de seis metros.

–¡¡Suéltala!!– le gritó. Me pregunto si de verdad pensábamos que conseguiríamos algo gritándole.

–¿Te crees que voy a picar por segunda vez?– contestó el villano, sonriente, y un montón de plumas asesinas afiladas como cuchillas volvieron a aparecer a su alrededor, pero esta vez no fui yo el objetivo.

Durante los minutos siguientes me quedé completamente paralizada en el centro de la nave, siendo testigo de la pelea más épica y a la vez sin sentido de la historia. Las plumas (no sé por qué les sigo llamando plumas. Esas mierdas son de todo menos plumas) volaban de un lado al otro sin alcanzar a ninguno de los dos objetivos. Pero, aun así, era evidente que había un claro ganador. Y no, no era nuestro bando.

El cabreo de nuestro Sebastian aumentaba a la misma velocidad que lo hacía su agotamiento. Parecía que cada vez le costaba más esquivar los ataques y corresponder a ellos, al contrario que su rival, que seguía tan tranquilo y relajado como al principio.

Debería estar impresionada de que, a pesar de todo, mi demonio siguiera luchando contra alguien claramente más fuerte que él, solo para salvar a alguien que yo apreciaba, ¿verdad? «Entonces, ¿por qué gritaste a Sebastian para que dejara de luchar?» me preguntaréis. Muy simple:

-¡¡La vas a matar!!

Yana ya ni siquiera gritaba. Aquel hijo de puta la arrastraba de un lado a otro agarrada del cuello. Estaba terriblemente pálida y pequeñas manchas empezaban a aparecer en sus ojos a consecuencia de la asfixia.

Sebastian saltó desde una biga del techo y aterrizó de pie a mi lado. Nuestro adversario hizo lo mismo, pero a unos cuantos metros de distancia. Su sonrisa se ensanchó, mostrándonos sus afilados colmillos, satisfecho por su inminente victoria.

-Haz un contrato conmigo y los dejaré marchar- hizo como si se lo susurrara al oído a Yana, pero todos pudimos oírlo perfectamente-. Todo esto es culpa tuya, al fin y al cabo. ¿Vas a dejar que ellos mueran por tus malas decisiones?

-No le escuches- intervino Sebastian-. Te sacaremos de aquí.

-Tú no vas a llevártela a ninguna parte- su sonrisa despareció por unos segundos, dejando ver todo el rencor y odio que se escondía tras ella-. Ya la dejaste escapar una vez. Yo no cometeré el mismo error. Vas a entender de una vez por todas el error que cometiste al engañarme.

Mientras tanto, yo no entendía una mierda, ni tampoco estaba segura de querer entenderlo. Hasta donde yo sabía, Yana no tenía ni idea de la existencia de esos dos demonios hasta hacía dos días, pero al parecer no era así. Me daba vergüenza de mí misma pensar que quizás estaba a punto de morir porque Yana de verdad había cometido la estupidez de invocar a Sebastian (sí, lo dice la que sí lo invocó. Sí, soy una hipócrita, nunca lo he negado) y luego se había arrepentido pero ese farsante no se daba por vencido.

Lo único que sabía era que le había prometido que no dejaría que le pasara nada.

-¿Por qué ella?- apreté los puños e intenté meterme en mi papel de chica dura, mandando el miedo a tomar por saco.

-¿Qué?- lo preguntó el Sebastian que sujetaba a Yana, pero sé que el mío pensaba lo mismo. Se suponía que tenía que quedarme callada mientras los demonios poderosos discutían, pero no.

-Según dices, Sebastian ya dejó ir esa alma una vez, ¿no? Y evidentemente tú no la quieres porque tengas hambre, la quieres para joderlo a él. Pero, ¿por qué iba a joderle que te comas el alma de Yana si él no la quiere? Porque si la dejó escapar es porque no le interesaba. ¿No sería mejor robarle su contratista actual?

Entre palabra y palabra, oía como una voz en mi cabeza me recordaba lo estúpida que estaba siendo. Como si no lo hubiera sabido desde el principio.

Aunque no todos pensaban que era imbécil.

-Anda, mira por dónde- rió nuestro enemigo-. Tu novia no es tan tonta como parecía, Sebastian.

Ahí me quedó claro que el gemelo inteligente era mi Sebastian, porque ese acababa de dejarse convencer por una niña de diecisiete años utilizando el argumento más ridículo de la historia.

Mi demonio me agarró con fuerza el brazo izquierdo. Levanté la cabeza para mirarlo a los ojos y, no sé por qué, todavía había una parte de mí que esperaba encontrar preocupación, amor, en su rostro. Evidentemente, no fue eso lo que vi.

«No te atrevas», fue lo único que me dijeron sus ojos ardiendo en las llamas rosadas de la rabia. Sus colmillos asomaban por sus labios entreabiertos. Jamás me habían dedicado una mirada tan fría y falta de sentimiento. Pero sentía que ya la había visto antes.

«No te atrevas a romper el contrato».

Poco sabía él que el miedo que me infundió solo sirvió para que me reafirmara aún más en mi terrible decisión.

Me solté de su agarre de un tirón y, con la misma fuerza, lancé lejos todas las falsas ilusiones y esperanzas que había ido acumulando durante el último mes y todos los fanfics cursis y estúpidos que había leído por internet.

Ni me quiso, ni me quería, ni me querría jamás. Todo era una puta fachada preciosa que ocultaba una casa en ruinas. Sabía que mis sentimientos por él no cambiarían, pero al menos tenía que dejar de esperar que fueran correspondidos.

Lo siento, lectores, pero los fanfics son fanfics y Sebastian es Sebastian. Esto no es un historia dramática con final feliz. Esto es la realidad.

Miré al otro Sebastian y él, inmediatamente, soltó a Yana. Estuvo a punto de caer de rodillas al suelo, dejándose llevar por su propio peso y cansancio, pero se mantuvo en pie el tiempo suficiente como para correr hacia mí y, entonces sí, aterrizar en mis brazos.

Todo el amor que mi novio no me había proporcionado, lo recibí en dos segundos por parte de alguien que había conocido unas horas atrás en forma de lágrimas y súplicas entrecort.

-¡No lo hagas!- quería gritar, pero no podía. Sus pulmones necesitaban más el aire que su frustración.

Quería a esa mujer con todo mi corazón, pero no podía permitirme compartir su momento de debilidad.

-Vas a sacarla de aquí- dije, sin mirar a nadie, pero refiriéndome a una persona en concreto, quien evidentemente supo que era el aludido- y cuando estéis a quinientos metros de la nave, romperás nuestro contrato.

-Estás cometiendo un grave error, ________- dijo Sebastian. Yo intenté imitar su mismo tono neutro, obviando los ojos de Yana fijos en mí, al contestar.

-Es una orden, Sebastian.

Estuvimos aproximadamente dos años en silencio hasta que unos pasos acercándose a mí lo rompieron. Los siguieron los gritos ahogados de Yana intentando agarrarse a mi camiseta, mientras Sebastian tiraba de ella.

-¡¡No lo hagas!! ¡¡________!! ¡¡Suéltame, Sebastian!! ¡¡Eres un cobarde!! ¡¡Hijo de puta!! ¡¡________!!

Me mantuve en silencio, con la mirada fija en aquel que sería el nuevo dueño de mi alma, hasta que oí cómo se cerraba la puerta de la gran nave industrial. Él hizo lo mismo.

Juntó las manos detrás de la espalda y empezó a andar a mi alrededor. Poco después sentí un pinchazo en la parte posterior del cuello e instintivamente intenté llevarme la mano al cogote, pero él me lo impidió.

-Vaya, vaya- oí como sonreía-. Y yo que creía que no eras más que un alma normal y corriente sin nada en especial, pero has conseguido romper tu contrato con un demonio. Tu marca ha desaparecido, mi más sincera enhorabuena.

Agarró un mechón de mi pelo y lo acarició entre sus dedos, tan delicadamente que me dio asco.

-Bueno, no sé si debería felicitarte, teniendo en cuenta que esto significa...- acercó su cara a mi cabello y lo olió. Me costó reprimir las arcadas. Aquello era completamente innecesario y repugnante- que ahora es mi turno de divertirme contigo.

Fue entonces cuando, quizás demasiado tarde, me di cuenta de que no había vuelta atrás. Estaba indefensa en las manos de aquel desalmado. Un pánico horrible me invadió todo el cuerpo, uno mucho peor que el que sentí aquella noche en la playa, cuando hice mi primer contrato.

-Pero antes- se apartó de mí de repente y por poco no suelto un suspiro de alivio-, dime, ¿a qué ha venido este ridículo y patético acto de altruismo?

Qué casualidad, esa era la pregunta que me llevaba haciendo a mí misma desde hacía un buen rato.

Estaba a punto de caer en el cliché más grande de todos los fanfics habidos y por haber: el de la protagonista que se convierte en heroína al sacrificar su vida para salvar a aquellos a los que ama.

-He pensado en los fans de Kuroshitsuji- dije-. Para algunos es solo un manga/anime que les gusta y con el que pasan un buen rato. Pero para otros, y yo misma estuve incluida en ese grupo no hace mucho, es algo de importancia vital, una de las pocas cosas que dan luz a sus vidas. Si Yana muere, todas esas personas se quedarán sin ese soporte que tanto necesitan.

» Yana tiene a miles de personas que la echarán de menos si muere. Y yo no es que no tenga a nadie, pero la cantidad es significativamente menor.

Recordé lo preocupados que estaban mis padres cuando les dije que me iba y me imaginé sus caras al descubrir que su hija, quien supuestamente estaba en la capital del país, había muerto en la otra punta del mundo.

Recordé las lágrimas de mis amigas cuando me hicieron prometer que volvería.

-Voy a faltar a una promesa para cumplir otra. Voy a hacer sufrir a unos pocos para no hacer sufrir a otros muchos. Voy a tirar todo lo que tengo por la borda para salvar a los demás.

No. No es verdad.

-¿A quién quiero engañar?- suspiré-. Todos esos motivos requerirían valentía, buen corazón, altruismo y fortaleza. Y yo no tengo nada de todo eso.

»No soy una súper heroína. No tengo súper poderes. No he vivido una infancia traumática que me haya obligado a ser fuerte. Ni siquiera podemos decir que me esté sacrificando porque, en realidad, preferiría morir antes que enfrentarme a lo que conllevaría seguir viviendo.

»No estoy siendo valiente, estoy huyendo.

Y no tenía por qué ocultar la verdad, y mucho menos al pecado en persona.

-La realidad es que no quiero ser yo la que viva con la carga de saber que alguien ha muerto para salvarme.

Y ya está. Simple y claro. Odiadme, no digo que no lo merezca. Lo siento si os he decepcionado como protagonista pero no fingiré ser algo que no soy

Creí que el demonio se echaría a reír o aplaudir, pero solo se limitó a decir:

-Vaya... ¿eso no es un poco... cruel, por tu parte?

Me encogí de hombros. Lo que hay es lo que hay.

-Soy una chica normal- le dije-. Soy débil, egoísta, hipócrita y sí, incluso cruel. Pero, ¿sabes qué?

Cerré los puños con fuerza y lo miré a los ojos. Cuando Ciel soltó esa frase ya me pareció muy épica, pero cuando la dije yo misma, sintiéndola en lo más hondo de mi corazón, me di verdadera cuenta de todo lo que significaba.

-Así son los humanos, Sebastian.

Y entonces, algo estalló.


¡Hola!

Solo quería decir que no he muerto y que odio cómo me ha quedado este capítulo pero no se me ocurre otra forma de escribirlo :'D No se me dan bien las escenas de acción, espero que me perdonéis.

Gracias por vuestra paciencia, prometo actualizar más seguido ahora que estoy de vacaciones.

Paz y amor y el Plus pa'l salón,

Basi.

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