Tu música en mi silencio ©

By LunnaDF

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N°2 DE LA SERIE "AMOR EN UN MUNDO INCLUSIVO" ESTA OBRA HA SIDO PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL. L... More

De regreso por un tiempo
Epígrafe
Dedicatoria
Booktrailer
Prólogo
1. Primer Día
2. Panambí
3. Amigos
4. Música
5. Te quiero
6. Celos
7. Cumpleaños
8. Prohibido
9. Cambios
10. Teclas y piel
11. Vibrando
12. Más Cambios
13. Cuidado
14. Lejos
15. TRAICIÓN
16. Corazón Roto
18.Sobrevivir
19. Pesadilla
20. Dificultades
21. Bebé
22. Sueño
23. Encuentro
24. Te extrañé
25. La novia
26. Distancia
27. Te amo
28. Pasión
29. Vete
30. Verdades
31. Encuentro
32. Perdón
33. Nuevas oportunidades
34. Hermanas
35. Buenos Aires
36. Familia
37. Desconfianza
38. Un piano y un anillo
39. Un final feliz
40. EPILOGO
¡Gracias!
Presentación
*** Puntos de venta ***
FIL GUADALAJARA
Información Buenos Aires FIL 2022

17. Dolor

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By LunnaDF

Panambí nunca se olvidaría de ese día, ni de aquel sábado tan negro, ni de los días que le siguieron. Podría decir que fue el día o que fueron los días más tristes de su vida, días en los que incluso su fe se vio cuestionada. ¿Acaso Dios se había olvidado de ella? ¿Acaso no escuchaba sus súplicas porque ella no podía elevar la voz hacia el cielo?

Su padre murió a las dieciocho horas de ese mismo sábado, después de hacer el segundo paro cardiaco en el día, en el primero lograron reanimarlo por el camino en la ambulancia, pero el segundo fue el definitivo. Y ella estaba sola, Arandu ni siquiera se había enterado de aquello. ¿Qué haría ahora sola y sin dinero?

Anita fue la única que estuvo a su lado. Ella le prestó lo que necesitaba para poder cubrir el más económico de los sepelios. Lo veló en la parroquia, en un salón que Raquel consiguió que le prestaran, ya que hacía años trabajaba en esa Iglesia, pero sólo vinieron a visitarla Raquel, Anita y dos compañeras más de la escuela de sordos. Arandu no apareció, y enterraron el cuerpo al día siguiente en un lugar que consiguió también gracias a la Profe Raquel, que hacía años venía pagando un seguro de sepelio y un terreno en el cementerio. Lo dejarían ahí al menos hasta que lo pudieran cambiar a algún lugar propio. En el entierro sólo estuvieron ella, Raquel y Anita...

No sabía qué hubiera hecho sin esas dos personas que la ayudaron, no tenía idea de que al morir hubiera que hacer tantos trámites y tantos gastos. No sabía que necesitaba comprar un terreno en el cementerio, ellos que ni siquiera tenían dinero para tener un sitio confortable para vivir mientras estaban vivos y debían comprar un sitio para cuando estuvieran muertos. El sitio donde estaba su madre pertenecía a un tío lejano que ni siquiera recordaba ni conocía, así que no le quedó más que recurrir a la ayuda de Raquel, quien a pesar de su edad y su cansancio estuvo allí para ella.

El domingo, cuando regresó a su casa, sola y agotada, el vecino la esperaba en la puerta con una caja enorme y un sobre. Se lo dio sin decir palabra alguna al entender que su padre había muerto y se marchó luego de un corto y respetuoso abrazó y sus condolencias.

Panambí entró a la casa y al abrir la caja se dio cuenta que era el piano de Daniel, sin entenderlo y asustada abrió la carta y la leyó. Su mundo terminó de colapsar en aquel preciso momento y supo que ya todo había acabado y que en esa historia no habría final feliz como en sus cuentos o novelas.

«Panambí:

Estoy triste, me duele el alma de una forma que no lo puedo soportar y lo peor de todo es que me siento solo. Acabo de entender el concepto de soledad, la soledad no se trata de estar físicamente solo, no sé si me explico, estoy rodeado de gente que me quiere, tengo a mamá, a Paulo, a mis amigos... la soledad se trata de la ausencia de esa persona a quien amás... y hoy no te tengo a vos.

Sí, te amo, y no supe reconocerlo a tiempo, no supe apreciar lo que teníamos, lo que me estabas dando, no supe identificar el amor en tus ojos y lo peor de todo no es eso, lo peor de todo es que te lastimé. Dañé ese corazón tan puro y hermoso que me regalaste, te lastimé tanto que no querés verme, que no querés saber de mí, que no me dejaste explicarte las cosas y decirte lo que sentía.

Qué puedo decir al respecto, soy un chico, joven e inexperto. No sabía cómo actuar, me dejé llevar por sentimientos básicos como la rabia o el enojo. Lo que me duele tanto es tu distancia, ahora estoy lejos, pero ya hace tiempo que nos distanciamos y eso duele demasiado, mucho más que la distancia física.

Mamá y Paulo me llevan obligado a vivir al Brasil, soy menor de edad y no puedo hacer nada al respecto. Él ha conseguido un buen puesto y yo podré estudiar allá. La idea de dejarte me atormenta, y más aún porque no hemos podido hablar. No he podido decirte que te amo, no he podido pedirte perdón... y eso me duele y me pone muy triste.

Voy a volver Panambí, no sé como pero voy a volver y te voy a buscar. Si algo sentís por mi esperame, ¿sí?, voy a regresar. Te dejo el piano para que sigas tocando, pase lo que pase no dejes de hacerlo, con él se queda parte de nuestra historia, nuestras manos juntas tocando música... No te olvides de mí, yo no me voy a olvidar de vos...

Te amo,

Dani»

Toda la tristeza que esa carta le producía, todo el dolor acumulado y mezclado con el cansancio y la angustia de esos días. Todo el arrepentimiento por no haberle dado a Dani la oportunidad de hablar, de disculparse, de decirle que lo amaba para aunque sea así poder separarse de él después de un beso o un abrazo y no en las circunstancias que lo hicieron, le cayó encima como un balde de agua fría. Se tiró en su cama y se puso a llorar como nunca antes lo había hecho, sintiendo esa soledad de la que hablaba Daniel, porque ella solo quería estar con él, sentía que si él estaba a su lado todo hubiera sido menos pesado, pero ahora ya era imposible, se había ido al Brasil y ya no podría volver a abrazarlo, volver a conversar con él sentados en la plaza, volver a dormir en sus brazos aspirando su aroma. Ya no podría volver a oír la música que él creaba en su cuerpo, solo le quedaba el silencio y la soledad.

Luego de tres días de encierro, Anita la vino a rescatar, la encontró hecha un ovillo en la cama, llena de ojeras y ojos rojos de tanto llorar. Bastaron solo unos días para que Panambí creciera años, para que perdiera kilos y se notara desmejorada. Ana la instó a tomar un baño, había llevado provisiones y le preparó a su amiga una rica comida, fideos con salsa para darle energía.

Panambí se levantó a regañadientes, sabiendo que debía hacerlo, sino lo hacía no había nadie que lo hiciera por ella, ahora sí estaba sola en este mundo, pero pese a todos los problemas, pese a todos los dolores, debía seguir adelante, debía seguir andando porque su madre no había hecho el sacrificio de morir por ella para que ella se dejara estar en esa cama, su madre no había dado su vida por ella para que acabara en depresión. Así que mientras se bañaba pensó en su madre y en todo lo que habría sufrido y vivido sus últimos años, y decidió hacerlo, decidió vivir por ella, así como años antes aquella hermosa mujer a la que Panambí tanto admiraba y necesitaba, había tomado la misma decisión por su hija.

Se sentó a la mesa y ante la silenciosa mirada de su mejor amiga comió hasta el último bocado, luego de aquello le comentó todo sobre el piano y sobre Daniel. Anita lamentó que su amiga no hubiera podido arreglar las cosas con él antes de viajar, ella siempre supo que se amaban, pero ellos eran muy inmaduros para darse cuenta aun de eso y fingían jugar el juego de los adultos no sabiendo todo lo que aquello acarreaba. Ana era distinta, su vida era demasiado diferente a la de Panambí, y aunque sentía que las cosas que le pasaban a su amiga no eran justas y que ella se merecía algo mejor, la vida le había enseñado desde muy joven que la justicia no existía en el mundo de los pobres, la justicia sólo pertenecía al dinero. Así que no quedaba de otra, había que salir adelante como sea o morir en el intento.

Anita consoló a su amiga, la abrazó y la dejó llorar en su hombro. Le preguntó si sabía algo de Arandu pero Panambí no sabía nada. Ana por su parte sí lo sabía, lo había visto noches atrás en su trabajo. Él la había reconocido pero le pidió que no le dijera nada a Panambí y ella tampoco podía decirle nada a su amiga sin que su esta descubriera de donde ella conseguía el dinero que le prestaba, así que prefirió callar. No era el momento de traer a la vida de Panambí otro sufrimiento más.

Después decidieron salir a caminar, un poco de sol y mirar a la gente le haría bien a su amiga. Preparó un termo con tereré y salieron, caminaron sin rumbo hasta que les dolió los pies y el agua del termo se acabó. Caminaron sin hablar, sin decirse nada, ambas sumidas en sus pensamientos, en sus historias, en sus problemas, en sus silencios.

Panambí se preguntaba si Dani ya habría llegado, si estaría bien, si lograrían comunicarse, si regresaría, si cuándo lo haría. Ella no tenía problemas de esperarle toda la vida si fuera necesario, pero a estas alturas le costaba creer que sus novelas románticas eran reales y que siempre había un final feliz, eran jóvenes aun y la vida podía depararles demasiadas cosas. Se lamentó no haberle dado un último beso, un último abrazo. Se lamentó nunca haberle dicho que lo amaba.

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