—No lo hagas —musita una voz completamente desconocida desde mis espaldas.
Durante unos segundos, dudo si esa voz masculina se está dirigiendo a mí, hasta que decido mirar hacia mi derecha, un poco por detrás de mi hombro. Un muchacho joven me mira con una pequeña sonrisa en su cara, aunque a la vez denota rasgos de preocupación o quizá tristeza, no sabría decir qué.
—No lo hagas —me repite para asegurarse de que sé que se dirige a mí.
—¿Perdón? —digo, aunque en realidad conozco de sobra a lo que se refiere.