AMBER ©

By TRomaldo

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Aaron Foster nunca supo en qué momento las cosas cambiaron con ella. Empezó siendo solo un juego para él, bes... More

AMBER
Prólogo
CAPÍTULO 1: Primera vez
CAPÍTULO 2: Promesas
CAPÍTULO 3: Odiosa diversión
Capítulo 4: ¿Interesado, Aaron?
CAPÍTULO 5: La primera fiesta
CAPÍTULO 6: Discusiones
CAPÍTULO 7: Expectativas equivocadas
CAPÍTULO 8: Tensión
CAPÍTULO 9: Los amigos de Megan
CAPÍTULO 10: ¿Verdades?
CAPÍTULO 11: Una fiesta cualquiera
CAPÍTULO 12: Hermanos Bradford
CAPÍTULO 13: Chantaje
CAPÍTULO 14: Auto sabotaje
CAPÍTULO 15: ¿Celoso?
CAPÍTULO 16: ¿Amigos o enemigos?
CAPÍTULO 17: Corazones rotos
CAPÍTULO 18: Volver a verla
CAPÍTULO 19: Amber y Trent
CAPÍTULO 20: Jane
CAPÍTULO 21: Fuera de lugar
CAPÍTULO 22: Cogorza
CAPÍTULO 23: De verdad y dolores
CAPÍTULO 25: Descubierto
CAPÍTULO 26: De encuentros y juegos
CAPÍTULO 27: ¿Juegas?
CAPÍTULO 28: La última noche
CAPÍTULO 29: Es Marcel
CAPÍTULO 30: Problemas
CAPÍTULO 31: Tú, nada más
CAPÍTULO 32: Emily Prescott
CAPÍTULO 33: La familia de Aaron Foster
CAPÍTULO 34: Revelaciones
CAPÍTULO 35: ¿Estás dispuesto?
CAPÍTULO 36: ¿Aaron o Marcel?
CAPÍTULO 37: Adiós
CAPÍTULO 38: La decisión correcta
CAPÍTULO 39: Verte de nuevo
CAPÍTULO 40: El amor
CAPÍTULO 41: No podría odiarte
CAPÍTULO 42: Cómo intentar olvidarla, por Aaron Foster
CAPÍTULO 43: Confesión
CAPÍTULO 44: ¿Eras?
CAPÍTULO 45: Final
EPILOGO
Último anuncio.

CAPÍTULO 24: Secretos

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By TRomaldo

Secretos

Amber deseó una vida más fácil y sin tantos problemas cuando tuvo que hacerlo. Añoró con todo su ser tener algo más que una supuesta familia incierta y que, de pronto, no era más que una mentira. Lo quiso con todo su ser mientras entraba al despacho de su tío con el pie cojeando y con la luz de la luna entrando desde la ventana, todo tan oscuro que apenas podía ver las sombras del hombre, viejo y acabado, sentado detrás de un escritorio de caoba como si de un preso se tratase.

Todo frío y fúnebre hicieron su cuerpo congelarse de pies a cabeza. Decía ser su padre y no había ido ni una sola vez a verla. Había dicho que era su padre y nunca se preocupó por ella ni mucho menos evitó que Rachel la maltratara como lo hizo. Algo simplemente no la convencía. Lucía tan irreal que probó la suerte de ser toda una mentira. Y quizá sí lo fue.

¿Qué te trae por aquí, Amber? —preguntó Miller con indiferencia, la espalda recta y la voz tan ronca como apagada.

Casi soltó una risa burlona ante aquel comentario tan hipócrita. Acababa de decirle una tontería sobre su familia, ¿y le preguntaba qué la traía por ahí? Quiso por una vez en su vida escupir palabras malsonantes y denigrantes hacia él.

La brisa de invierno que entraba por las rendijas amplias de la ventana la despertaron como golpe gélido hasta hacerla temblar, obligándola a reaccionar.

—Estoy yéndome de la mansión en dos días.

¿Adónde?

Algo se sacudió dentro suyo de la frustración al saber que la única opción que había encontrado era un desastre. Era aquel piso que parecía estar cayéndose en pedazos o, ser una molestia y preguntarle a Aaron o a Hale.

Sin embargo su tío pareció alterarse ante ello. De pie bajo los estantes de enormes libros viejos, púsose de pie enérgico y altivo, las manos golpeando sobre el costoso mueble y el rostro tenso.

—Amber, piensa bien lo que irás a hacer con tu vida.

Odiaba a cada uno de los Miller, vivía como plagas que bebían sus energías al aprovecharse tanto tiempo de ella. Así que fue imposible no alterarse de igual manera y defenderse recta frente a él, segura y furiosa.

—No tengo ninguna razón para quedarme.

"Tu padre" rió entre dientes al recordar aquellas palabras.

—Yo...

—Y tú no eres quién para eso. No eres mi padre, siquiera. Agradezco... —Se obligó a decir con dificultad, las palabras saliendo como vómito verbal de ella con desagrado, casi escupiendo las palabras—. Haber permitido que me quedara aquí pero no lo acepto. Estar aquí ha sido una tortura, tan horrible que cada segundo en este lugar me hacía desear huir lejos. No puedo más. Y tú... —espetó bruscamente—. No eres mi padre y nunca lo serás.

Miller la miró confuso por un instante antes de que un resoplido cayera en el despacho como un eco golpeando las paredes entre sí.

—Amber... —bufó él entre frustrado y divertido—. Por algo no tienes mi apellido, no eres mi hija. Sólo lo eres como una. No he sido el mejor... tío —carraspeó incómodo—. Pero eso no significa que no te quiera. Me siento culpable por todo lo que Rachel te hizo y me apena lo que día a día debes pasar desde la pérdida de tus padres. Tan pequeña...

Aquello la golpeó de tal manera que tuvo que retroceder un par de pasos para hacerse saber que todo seguía siendo real. Le dolía tanto que cada una de las personas que aluna vez quiso la abandonaran, dejándola sola en aquel lugar como si no valiera en lo más mínimo para nadie, que aquello le supo peor que una bofetada. Sus ojos de entrecerraron y sus labios se fruncieron en una mueca de tristeza, frustración, su respiración entrecortada al saber que estaba restregándoselo en la cara.

Además, ¿Por qué parecía de pronto contradecirse a sí mismo? Primero decía no dejar que ella se fuera por parentesco directo y luego negarla como si fuera lo más normal del mundo. Nadie allí lo era. Todos se esmeraron en tratarla de la peor manera posible, la explotaron prácticamente a mantener una enorme casa con todas las obligaciones que tenía. Pero era muy consiente de su situación.

Sabía que mientras trabajaba y "sudaba la gota gorda" por mantener toda su vid en orden, debería quizá estarse divirtiendo como sus amigas, haciendo vida social y viviendo en grande como cualquier muchacha de su edad. Pero así vivía ella. Era una mezcla de agobio y frustración que parecía intensificarse de la peor manera con cada día que transcurría. Lo odiaba.

—Pero... —Recitó con tranquilidad, como si hubiese practicado aquella frase una y otra vez hasta el cansancio hasta altas horas de la noche—. Si quieres irte pues, bien has dicho, no soy quién para hacerlo. Suerte —murmuró antes de encender la pequeña lámpara vieja en una esquina del escritorio y fijar la mirada sobre uno de los tantos papeles en él, ahora más relajado pero aún tenso.

Bien, porque ella se moría por largarse de aquella mansión de los tormentos.

Sentía que nada tenía sentido y que algo le ocultaba pero, realmente, ya estaba cansada de tanto desastre y drama en su vida. Por una vez quería ser una chica sin preocupaciones, con una familia que la quisiera y un lugar suyo donde vivir.

Lo había pensado además. Pero ya era demasiado extraño y con incidente que, aún siendo su padre, ni Marcel ni ella tuvieran el detestable apellido Miller, y Megan sí cuando prácticamente eran de la misma edad. Como fuera, ya cansada de todo y aburrida de su propia existencia, salió de allí cerrando un portazo, viéndose molesta y fastidiada bajo los atentos ojos de su tío. Todo estaba hecho un caos dentro de ella.

Pero paso a paso y segundo a segundo sentía el alma caérsele a los pies. Tenía un nudo en la garganta y los ojos le escocían con furia mientras pensaba en cuánto tendría que pasar para que su vida fuera más tranquila y con menos problemas de los que ya tenía. Su corazón incluso retumbaba con fuerza y dolor contra su pecho hasta herirla, hasta que tenía algo te titulándola por dentro, abrumándola hasta el límite al que jamás antes hubo llegado. Quería sacudirse los cabellos y gritar a todo pulmón su mala suerte, deseaba soltar todo aquello que tuvo guardado durante años tortuosos y momentos dolorosos, sintiendo el primitivo instinto de llorar de la rabia.

Amber era un manojo de nervios del que no podía lidiar ni por un minuto más cuando abrió la puerta de su habitación para encerrarse en ella hasta nuevo aviso. Estuvo entonces sobándose los ojos con el dorso del abrigo cuando lo vio, de pie frente a su mueble y mirando algo en el cajón abierto a más no poder.

—En serio, nena, quiero verte usando esta cosita —Oyó la risa de Aaron tan pronto ingresó, sosteniendo en lo alto una ropa interior diminuta—. No sé, hazme feliz y modela un día para mí.

Se limpió las mejillas y cerró la puerta rápidamente, intentando ignorar la presencia de Foster quién hurgaba en sus cajones bajo la escasa luz que apenas los alumbraba.

Ella se limitó a tumbarse en su cama y a arroparse entre las sábanas sin pararse a preguntarle cómo al menos logró entrar a su habitación.

—Mira lo que tengo para ti —canturreó travieso, los ojos chispeando con diversión cuando giró para acercarse a ella como una pantera hacia su presa. Se subió con ella al colchón y se arrastró hasta ella con una bolsa de, al parecer, tienda de chicas doblado y maltratado.

Pero apenas la miró directamente cuando soltó otra risa traviesa y le entregó el paquete, esperando a que lo recibiera cuando ella ni siquiera lo miró.

Le dirigió una fugaz mirada para, al instante, fijarla vacía y carente de emoción sobre la nada. Su respiración se hizo superficial cuando sintió la fría mano de Foster tomar la suya lentamente, extrañado y temiendo algo que no lograba comprender.

De pronto un cálido aliento barrió su rostro y labios acariciándole el cuello, una mano deslizándose por su mejilla en suaves caricias.

—Hey... —susurró—. ¿Qué sucede?

Sus ojos escocieron con fuerza, ardiéndole aún más cuando la empujó hacía él, sus pechos pegados y palpitantes. Negó repetidas veces con desesperación aún cuando los brazos de Aaron la envolvieron con firmeza, acariciándole la espalda y susurrándole cosas al oído en un intento por tranquilizarla.

Amber cerró los ojos con dolor, cansada ya de todo, y apoyó la cabeza sobre el tenso hombro del castaño, aferrándose a él todo lo que podía como si se tratase de su bote salvavidas. No necesitaba nunca a nadie porque ya era una costumbre que la dejaran olvidada, pero ahora con él allí, abrazados, se sintió por primera vez en casa. De pronto nada tuvo sentido cuando minutos después su mente empezó a aclararse, después de soltar todo lo que la aturdía y torturaba. Le dijo cada una de sus miedos y problemas que la agobian hasta el amanecer.

Se lo dijo aún cuando pudo haber estado convencida que poco le importaba a él.

Pero Aaron se mantenía calmado y relajado, manteniéndola firme entre sus brazos y estrechándola de vez en cuando cuando ella se dejaba de hablar por el tumulto de mierdas que la asfixiaban.

—Amber, estamos tan jodidos... —murmuró Aaron sobre su oreja, haciéndole cosquillas—. Vamos a largarnos de aquí. Nos iremos y estarás mucho más tranquila lejos de Rachel. No me gusta verte así... —murmuró él en un chasquido de lengua antes de estrechar las manos sobre las mejillas de la joven con tanta tosquedad que la hizo componer una mueca de dolor—. Y, joder, Amber, no estás sola. Me tienes a mí. Mírame, soy todo tuyo las veces que quieras porque no voy a dejarte aquí tirada. ¿Bien? Si me lo hubieses dicho antes...

Amber se limpió las mejillas con fastidio y una ligera, débil, sonrisa se dibujó en su rostro ante aquellas palabras. Tenía tantas emociones fluctuando dentro suyo que no sabía cómo lidiar con todos ellos. Quería quedarse así con él hasta caer rendidos ante el sueño.

Su mano gélida y temblorosa subió con dificultad hasta que la yema de sus dedos pudieron acariciar la mejilla de Aaron, deslizando los dedos sobre el pómulo, acariciándole lentamente la mandíbula hasta que el recorrido le llevó a los delgados labios entreabiertos hacia ella, esperando expectante.

Entonces lo vio sonreír con cariño y toda la dulzura que nadie jamás hubiera imaginado en él.

—Te quiero —dijo absorta, su corazón retumbando con fuerza—. Te quiero tanto, Aaron...

Y aquella sonrisa se esfumó.

De pronto se puso tenso y alejó el rostro lejos de ella, los ojos azules y oscurecidos abiertos con sorpresa, regaño y confusión hacia ella. Sus manos entonces quedaron muertas en el aire ante el desplante que acababa de hacerle.

O eso pensó.

No pudo siquiera replicar cuando Aaron ya la había empujado contra él, Foster cayendo de espaldas a la cama con ella encima. De pronto sus labios se entrelazaron, Amber intentando seguir el desesperado ritmo que Aaron marcaba. Pero, extrañamente, era suave. Sentía la boca del castaño moverse con excesiva suavidad sobre ella, acariciándole lentamente en un anhelante intento por calmarla, por hacerla sentir segura allí con él y, por una vez, no espantarla por sus ridículos impulsos.

Y se quedaron así durante largos e interminables minutos, abrazados y protegidos por la esencia del otro, entrelazados en una sola figura bajo la oscuridad.

Amber soltó después un suspiro sobre el suave hombro de Aaron, sus manos acariciándole la mandíbula y aferrándose a él ligeramente.

—¿Qué trajiste? —dijo ella de pronto cuando empezaba a dormirse.

Aaron soltó una risa en su oreja antes de ponerle el paquete sobre las rodillas. Las manos del muchacho se perdieron sobre ella, deslizándose en su regazo antes de aferrarse a su cintura con firmeza, antes de abrazarla contra su pecho.

Extrañada, retiró las prendas que tenía dentro, aunque no lo pudo ver bien. Al contrario, tuvo que posicionarlo bajo el filtro de luz cuando finalmente pudo verlo.

—¿Qué...?

Rodó los ojos al tocar la fina prenda de lencería negra que se deslizaba entre sus dedos, pequeña, insignificante.

Tragó en grueso.

—Aaron, es una broma, ¿verdad?

Él compuso un adorable puchero que la hizo reír.

—¿Qué te cuesta? Usas cosas más pequeñas que esa.

—Uy, sí, sí —ironizó al lanzarle la ropa interior en el rostro.

Aaron la empujó entre risas y se levantó con pereza, estirándose y soltando un largo bostezo que pareció jamás acabar.

—Hay algo más —comentó él como si hablara del clima.

—Vaya, ¿qué será? —fingió incertidumbre, sentándose en el colchón al lado de él y retirando una mota de tela negra—. ¿Quizá una mini fa...?

Cualquier atisbo de pensamiento desaparecieron de su mente en un suspiro ahogado. Las palabras atascadas en su garganta y sus pulsaciones de pronto aceleradas la entorpecieron cuando estiró el vestido frente a ella. Era más que el vestido, era Aaron dándole tanto cuando ella no había hecho nada.

Estrujó la prenda contra su pecho mientras una enorme sonrisa se deslizaba en sus labios. Mirando absorta al castaño que se peinaba el cabello con esfuerzo, ajeno a ella. Verlo luchando con las hebras de su cabello incluso la hicieron reír.

—Está precioso, Aaron. Gracias.

Entonces la vio, girando el rostro hacia ella como alguien que creía oír que lo llamaban en susurros. Aaron pareció no poder moverse de su sitio. Sentado en el colchón de la cama, mantenía los labios entreabiertos y los ojos expectantes hacia ella.

—No... No fue nada. Solo lo vi y... —carraspeó antes de carraspear, su sí rostro sonrojado—. No te acostumbres, no soy de los que llevan flores ni chocolate —espetó de bocajarro.

—Eres el mejor arruinando momentos.

No pudo evitar, ni lo intento, contenerse en acercarse a él de manera juguetona. Con una inmensa sonrisa se sentó en el regazo del castaño y lo envolvió entre sus brazos con ímpetu. Con la cabeza apoyada en el hombro sus ojos empezaban a cerrarse de a poco.

—¿Cómo lograste entrar? —murmuró en un susurro apenas audible.

Foster se encogió de hombros con despreocupación, de pronto tumbándose con ella de espaldas a la cama. Entonces quedaron echados, los cabellos desparramados y sus rostros a centímetros de distancia. Su mano acariciaba lentamente el rostro de Aaron, deslizando la yema de los dedos sobre los labios del muchacho.

—Rachel me ama, ¿sabes? —murmuró con aburrimiento.

—Pero a mí me odia.

—Tuve que decirle que iba por Megan a... —carraspeó, mirándola culpable—. Ya sabes...

Sintió las manos de Aaron aferrarse en su cintura con la firmeza necesaria hasta estrujarla aún más contra su cuerpo cuando una mueca de disgusto apareció en el rostro de la joven. Aquel comentario fue imposible no fastidiarle pero, por otra parte, sabía que diciéndole a Rachel que iba a visitarle a ella, Amber, precisamente, no conseguirían nada.

—Porque me moría por verte. Esperé ya demasiados días sin saber de ti —dijo entre exhalaciones cuando los dedos de Amber empezaron a acariciarle el rostro—. No te preocupes, me quedaré aquí.

Fue solo entonces cuando logró reaccionar. Prácticamente lo empujó y le dirigió una mirada acusatoria, intentando saber qué pretendía.

—Aaron no puedes quedarte aquí —dijo con fuerza, enfrentándolo.

—¿O qué? —respondió él de igual forma antes de ponerse de pie y dirigirse a los muebles—. No sólo vine a ver tu linda carita, princesa, vine a llevarte conmigo.

Las puertas del armario se abrieron mientras Aaron empezaba a rebuscar muy dentro, al parecer, buscando algo.

Ella se quedó estática, sin saber qué decir o hacer. Quería irse de allí, es más, deseaba largarse de allí de una vez por todas. Si hubiese podido lo habría hecho sin mediar palabra con nadie. Deseó alguna vez incluso desaparecer de esa casa desastrosa.

Pero también la idea de vivir con Aaron le causaba cierto miedo. Miedo de que todo se arruinara por la convivencia o, quizá, que los problemas surgieran. Era algo repentino y rápido que fueran a vivir juntos, aunque no por mucho tiempo, pero de todas maneras parecía una idea ciertamente descabellada.

Era lo único que temía.

Iban a pagar a medias, viviría muy cerca a su lugar de estudios y Aaron estaría allí. Todo parecía tan perfecto que algo la hizo sacudirse de pies a cabeza.

—Esto es increíble, ¿no tienes alguna maleta donde puedas llevar tu ropa? —La regañó.

Se cruzó de brazos y lo miró fastidiada al oírlo tan petulante y arrogante, casi burlándose de ella mientras seguía rebuscando sin encontrar nada.

—No tengo, nunca he viajado —Se encogió de hombros.

Algo en aquel comentario hizo, al parecer, detener bruscamente a Aaron y mirarla por encima del hombro con la sorpresa tiñéndole la mirada.

—Vaya, ¿en serio? —cuestionó abrumado antes de dirigirle una sonrisa traviesa—. Como sea, ya nos encargaremos de eso —Y después de rebuscar y tirar ropa por doquier, la voz de Aaron salió sofocada dentro del mueble—. No tienes mucha ropa pero necesito que consigas algo donde llevarte todo esto. Estaré esperándote afuera para largarnos de aquí —. ¿Entendido? Sé puntual.

Mañana era su cumpleaños, pensó con cierto fastidio. Pero, además, se preguntó dónde conseguir una ridícula maleta que pudiera ayudarla.

—Bien, mañana a las dos. No lo olvides.

—Claro que no, nena —rió Aaron, como si el solo pensarlo ya le hiciera gracia.

|...|

Ser compañera de piso de Aaron, sonaba tan extraño...

Hale la ayudó a arrimar las maletas a un lado después de una hora afuera de la mansión Miller esperándolo. Su corazón parecía haber déjalo de latir hasta hacerse apenas un murmullo inaudible, incapaz de sentirlo como si de un muerto se tratase.

Estuvo segura que llegaría hasta que pasó media hora, ella esperándolo y sintiéndose estúpida al verse tan entusiasmada por aquel día, porque por fin se iría. No sabía si se había olvidado de ella o solo tuvo algún percance, lo que le parecía lo más lógico. Pero había tenido suficiente oyendo cómo Rachel la largaba entre risas, empujones y gritos de gloria, casi tirándola de las escaleras.

Rachel West de Miller estaba total y completamente loca.

—¿Estás segura que dijo a las dos?

Amber asintió desganada, la cabeza apoyada entre sus manos con aburrimiento y desesperanzada.

—Seguro sucedió algo, quizá llegue más tarde —dijo antes de negar repetidas veces—. No importa, debo ir a clases y luego a trabajar. Será mejor que me vaya.

Le importaba ya nada si su tía le gritaba, dejó las maletas en la entrada y sacó sus libros y cuadernos para ir a clase.

—Amber, quizá debas dejar esto en otra parte —dijo Hale una vez entró—. Tengo miedo que tu tía la desquiciada tire tu ropa a la piscina y... Vaya... Megan se lució.

Una presión se alojó en su pecho al reconocerlo interiormente. Todo él salón estaba repleto de decoraciones rosas y negras, flores, rosas y, en general, todo. Pero ella lo odiaba. Odiaba la hipocresía y frialdad de Megan para hacerle una ridícula fiesta, burlándose de ella en las invitaciones que había enviado a todos sus compañeros. Era como un recordatorio de lo que nunca tendría y, además, de que debía irse de allí lo antes posible.

—¿Vendrás?

—Había contado con irme con Aaron pero... —suspiró pesadamente—. No pienso bajar, no lo haré.

—Bien, entonces tampoco lo haré yo —dijo Hale con una pequeña sonrisa—. Podríamos salir más tarde.

Ella asintió emocionada antes de que la realidad la golpeara, haciendo que sus sonrisa se desvaneciera de golpe.

—Debo ir a trabajar —Se lamentó—. No importa, estaré bien.

¿Lo estaría?

O, en realidad, ¿dónde estaba metido Aaron Foster?

El castaño, por su parte, se encontraba en medio de un caos vehicular que lo hizo llegar todavía una hora más tarde y, para su mala suerte, no pudo encontrar a Amber. Pero sí las dichosas maletas, o al menos eso creyó él mientras las subía al auto y se dirigía a su apartamento. Quería pensar que estaba en clases y luego, después de largas y cadenciosas horas podría encontrarla.

Eran entonces las once de la noche cuando él junto a Rex y Joe se dirigieron a la mansión Miller. No podía evitar sentirse algo culpable, sólo un poco, al saber que realmente quería ir a aquella enorme fiesta para Amber que sabía estaría más que buena.

—Eres un idiota, Rex, nadie nunca lleva regalo a estas fiestas —Se burló Joe al ver que su amigo cargaba un paquete blanco rodeado de papel—. Ni siquiera Aaron le dará nada a Amber.

No lo contradijo pero sus dedos continuaron acariciando la suave piel de terciopelo de la pequeña caja que tenía en el bolsillo del pantalón.

—Bueno ¿y qué?, Amber me agrada mucho, es una buena chica.

Además de que estaba demasiado nervioso como para poder mediar palabra. Su corazón latía frenético mientras la música empezaba a confundir sus sentidos. Veía a chicas bailar y a otros beber alcohol de golpe, el detestable olor a cigarro invadió sus fosas nasales hasta aturdirlo, pero solo había algo en su mente que no lo dejaba en paz.

Estuvo buscándola por todas partes, moviendo la cabeza por encima de la gente hasta que la silueta de una muchacha apareció frente a ellos.

—Hola, chicos —dijo Megan antes de arrebatarle el paquete al niño rico de Rex—. Tranquilo, yo le daré esto. Pasen a divertirse.

—Estupendo, esto parece una fiesta infantil —Se burló Joe al ver la decoración mientras entraba con Rex entre empujones.

Pero él se mantuvo quieto, los brazos cruzados y mirándola furioso.

—¿Dónde jodidos está Amber? —escupió impaciente.

Y todo lo que recibió por parte de ella fue una sonrisa burlona antes de que se fuera sin mediar palabra. Lo dejó solo en la entrada, campante.

La buscó por todas partes. Fue a la cocina, a la piscina y a cada habitación a la que pudo ingresar, incluyendo la de ella. Esperó en cada baño y después de una hora desesperante buscándola no logró dar con ella.

Así que se dignó a irse. Pensó que con suerte la encontraría al día siguiente entre el alboroto, al menos eso pretendía.

Pero una muchacha cobriza, ebria a más no poder, le impidió el paso en medio de las escaleras. Megan lo miró confusa y burlona con una copa en mano y tambaleándose torpe.

—Tú... —Se burló ella antes de estallar en carcajadas.

Y él no tenía paciencia para nadie.

Acortó la distancia entre ellos y frunció la nariz con asco cuando el olor a alcohol impregnó en su olfato. La sujetó de la fina y corta blusa para zarandearla de lado a lado, impaciente.

—¿Dónde está Amber? ¿Qué le hicieron?

Entonces ella le empujó. Estaba ebria como nunca antes la había visto, incluso el maquillaje corrido se deslizaba por sus mejillas a causa de recientes lágrimas. Estaba tan hecha un desastre que por un efímero instante le dio lástima. Sólo por un momento, por una vez en su vida, pensó en preguntarle qué le sucedía.

Pero ella le ganó.

Te odio —espetó Megan entre sollozos fuertes y desgarradores. Dio un paso hacia él que, a su vez, lo hizo retroceder. De pronto quedaron recostados sobre las barandillas de las escaleras en la segunda planta de aquella mansión, ajenos a la música donde el silencio incluso parecía abrumador—. ¡Te odio! —bramó dolida, un puchero deslizándose en sus labios—. No se suponía que le hicieras daño a Amber.

No tenía idea de qué hablaba. ¿Hacerle daño a Amber? Era jodídamente ridículo, casi imposible. Porque Aaron estaba demasiado ensimismado en la castaña como para pensar en causarle un mínimo de dolor.

—¿De qué hablas? —murmuró enfurecido, tan fastidiado que le importó poco cuando las manos de Megan se entrecerraron en su camisa, acercándolo a ella—. No seas hipócrita. ¿Vienes a decirme eso cuando me implorabas que me acostara con ella? —espetó bruscamente, inclinándose sobre Megan para escupir con furia—. ¿Ya no lo recuerdas? Me llorabas para que me la tirara, para que la corrompiera. Querías que le rompiera el corazón, ese era tu estúpido plan —rió sin gracia—. Si te hubiera hecho caso ahora mismo estaría volviéndome loco. No podría estar a su lado pensando que quise alguna vez aprovecharme, me odiaría muchísimo.

Entonces una sonrisa maquiavélica se formó en el rostro de Megan. Y ella de puntillas, le acarició la nuca mientras una corriente helada lo recorría cuando le susurró:

—Te odio tanto... Sí, quería que te acercaras a Amber pero porque te conozco tan bien que sabía que ibas a caer enamorado de ella hasta el fondo. Pensaba que Amber era lo suficientemente inteligente como para no fijarse en ti, como para ser capaz de romperte el corazón y lastimarte como lo hiciste conmigo. Quería que jugara e hiriera tus estúpidos sentimientos como jugaste conmigo —espetó molesta. Entonces le tomó del rostro, sorprendido y paralizado, y juntó sus frentes sin que él pudiera reaccionar—. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas cuando me entregué a ti porque estaba enamorada? ¿Recuerdas cuando te lo confesé y tú solo te reíste de mí? ¿Recuerdas que lloraba cuando te veía cada día con una chica diferente? —sollozó—. No se suponía que... esto acabaría así. No debió enamorarse de ti

Sus labios se entreabrieron sin saber qué decir o hacer. Porque ya era demasiado preocupante aquella situación. No podía solo dejar a Amber cerca a alguien que deseaba hacerle todo el daño posible. No podía abandonarla allí cuando, a su vez, Rachel y Megan la odiaban a más no poder, con todo su ser. Pero le parecía igual de retorcido él saber que aquello solo había sido una trampa. Que Megan, al parecer, se había esforzado en juntarlos, en que se conocieran y en que, muy a su pesar, se enamorara de Amber. Entonces rió sin poderlo evitar.

—No estoy enamorado —murmuró para sí mismo, aunque Megan logró oírlo.

Una mirada furiosa fue todo lo que recibió.

—¡Pues ella sí lo está! ¡No seas imbécil! —rugió a todo pulmón.

Un escalofríos congeló cada parte de su ser mientras aquello se repetía incansablemente en su cabeza. "Ella sí lo está" Presionó los puños con fuerza y cerró los ojos, obligándose a inhalar y exhalar para mantener su autocontrol que estaba yéndose muy a la mierda. ¿Cómo demonios podría enamorarse Amber de él? ¿Es que acaso estaba loca? Megan sabía que él destruía todo a su paso, que podía corromperla y hacerle daño sin siquiera quererlo.

—Me la pusiste en frente sin importarte que pudiera hacerle daño. Me la entregaste en bandeja de plata sin pararte a pensar en que soy capaz de destruirla. No —dijo con fuerza, su voz subiendo cada vez más—. Me —y su puño golpeó la puerta que tenía al lado—. Jodas, Megan. No vengas a decir que ella te importa —siseó, una sonrisa burlona y cruel deslizándose en su rostro cuando la tomó de los brazos y la sacudió contra él—. Lo que pasa es que estás celosa de Amber. Te jode que me importe tanto como para pasar por encima de los demás por su bienestar, que haga de todo por verla sonreír, por abrazarla y hacerla sentir segura entre mis brazos.

—No... Yo... —sollozó.


—Gracias por ayudarnos pero ya no te necesitamos. Déjala en paz, no te quiero ver cerca de Amber jamás. Nunca o voy a enfadarme demasiado y sabes que no te gustará ni una mierda.

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