AMBER ©

By TRomaldo

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Aaron Foster nunca supo en qué momento las cosas cambiaron con ella. Empezó siendo solo un juego para él, bes... More

AMBER
Prólogo
CAPÍTULO 1: Primera vez
CAPÍTULO 2: Promesas
CAPÍTULO 3: Odiosa diversión
Capítulo 4: ¿Interesado, Aaron?
CAPÍTULO 5: La primera fiesta
CAPÍTULO 6: Discusiones
CAPÍTULO 7: Expectativas equivocadas
CAPÍTULO 8: Tensión
CAPÍTULO 9: Los amigos de Megan
CAPÍTULO 10: ¿Verdades?
CAPÍTULO 11: Una fiesta cualquiera
CAPÍTULO 12: Hermanos Bradford
CAPÍTULO 13: Chantaje
CAPÍTULO 14: Auto sabotaje
CAPÍTULO 15: ¿Celoso?
CAPÍTULO 16: ¿Amigos o enemigos?
CAPÍTULO 17: Corazones rotos
CAPÍTULO 18: Volver a verla
CAPÍTULO 19: Amber y Trent
CAPÍTULO 20: Jane
CAPÍTULO 21: Fuera de lugar
CAPÍTULO 22: Cogorza
CAPÍTULO 24: Secretos
CAPÍTULO 25: Descubierto
CAPÍTULO 26: De encuentros y juegos
CAPÍTULO 27: ¿Juegas?
CAPÍTULO 28: La última noche
CAPÍTULO 29: Es Marcel
CAPÍTULO 30: Problemas
CAPÍTULO 31: Tú, nada más
CAPÍTULO 32: Emily Prescott
CAPÍTULO 33: La familia de Aaron Foster
CAPÍTULO 34: Revelaciones
CAPÍTULO 35: ¿Estás dispuesto?
CAPÍTULO 36: ¿Aaron o Marcel?
CAPÍTULO 37: Adiós
CAPÍTULO 38: La decisión correcta
CAPÍTULO 39: Verte de nuevo
CAPÍTULO 40: El amor
CAPÍTULO 41: No podría odiarte
CAPÍTULO 42: Cómo intentar olvidarla, por Aaron Foster
CAPÍTULO 43: Confesión
CAPÍTULO 44: ¿Eras?
CAPÍTULO 45: Final
EPILOGO
Último anuncio.

CAPÍTULO 23: De verdad y dolores

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By TRomaldo


De verdades y dolores

Fue difícil meterla a la ducha y, con ella abrazada a su cuello como si la vida le dependiera de ello, intentó ignorar las ebrias risas que Amber profería en un murmullo en su oído.

—Amber, demonios, pon de tu parte —dijo, de pronto, sintiéndose aún más estúpido al notar que intentaba conciliar con alguien que no estaba en sus cinco sentidos.

Entonces soltó un bufido cansino, agotado cuando ella se aferró aún más a él para darle besos en todo el cuello. Fue en ese preciso instante cuando terminó por perder la paciencia. Debía sacarla de esa embriaguez a como diera lugar o no podría quedarse en paz hasta el amanecer.

Así que lo hizo.

Con una sonrisa maléfica, le dirigió una última mirada juguetona antes de soltarla como peso muerto en la bañera repleta de agua helada.

—Lo siento, princesa —dijo con fingida inocencia cuando un fuerte chapoteo cubrió el cuarto de baño.

Presionó las manos sobre los hombros de la muchacha, intentando aferrarla dentro de la tina mientras ella hacía todo lo posible por salir, mirándolo suplicante, desesperada. El pecho de Amber incluso subía y bajaba de manera agitada, boqueando en busca de oxígeno por el frío que empezaba a calarle los pulmones.

—¡Aaron! —exclamó afligida, los ojos abiertos en desmesura.

Chasqueó la lengua y compuso un puchero en los labios a manera de gracia, pero apenas por un segundo.

—Lo lamento, nena, pero es por tu bien.

Al menos él sí lo disfrutaba.

Tampoco fue tan difícil, al cabo de largos minutos ella pareció estarse quedando dormida, tan inconsciente que parecía hundirse dentro de la bañera si él no la hubiese sostenido.

Aaron Foster no era cuidadoso ni mucho menos delicado, era naturalmente tosco y brusco, sin medir las consecuencias de la fuerza que utilizaba para hacer algo. Quizá por eso, cuando la ayudó a salir de la tina, no la rodeó de la cintura suavemente ni la empujó contra su cuerpo como si fuera lo más delicado del mundo.

No

Se levantó con pereza y la alzó para, después de colocarle una toalla con descuido, ella temblando con los dientes chasqueando sonoramente, cargarla como a un saco de papas. Caminó entre bostezos a su habitación, o a cualquiera porque a esas alturas de la noche no tenía idea ni por dónde caminaba, y la depositó sobre la cama.

Amber se talló los ojos con la palma de la mano y lo miró extrañada, somnolienta. Las manos entorpecidas y temblorosas sujetaron con dificultad la prenda entre los dedos. Se removió inquieta, vistiéndose casi con desesperación por el inmenso frío que la atormentaba.

—No... Eso no era necesario —murmuró Amber con la voz entrecortada.

No pudo evitar reír, una sonrisa burlona cosquilleándole el rostro. Entonces presionó un par de dedos bajo el pálido y suave mentón de la castaña antes de darle un fugaz beso en los labios.

—Lo era —contradijo—. Si necesitas algo estoy en mi habitación.

No estaba enfadado, sólo cansado de tantas emociones por el resto del año. Si fuera por él mataría cada una de las mariposas y bichos que caminaban por su estómago cuando se trataba de algo tan intenso como Amber. Pero eso era todo.

O quizá no

Porque realmente estaba harto, cansado y furioso de que todo lo malo que le sucedía a Amber lo involucrara. ¿Por qué no podían dejarla nunca en paz? Es más, ¿por qué no hacía ella nada al respecto?

Y bueno, quizá sí que lo hizo pero él nunca se enteraría hasta mucho después.

Por ahora, se limitó a desvestirse entre escenas fugaces que el mundo onírico le brindaba, acunándolo en el cansancio de aquel día. Se tumbó y dio un último bostezo antes de cerrar los ojos.

Sus sentidos se apagaron y su respiración se hizo profunda, los párpados bajos y cerrados, durmiendo tranquilo cuando en peso se apoyó en el colchón. Y unos brazos lo redoraron con cuidado, temiendo despertarlo y queriendo protegerlo.

Una calidez cubriéndolo y un suave beso en su mejilla bajo la oscuridad de aquella noche de invierno lo mecieron entre sueños.

|...|

—Aaron, te he dicho que estoy bien. No quiero que te metas en problemas y menos por mi culpa —murmuró antes de cerrar su mochila y colgársela al hombro.

Soltó un largo suspiro al verlo recostado sobre el auto, buscando con insistencia a alguien con la mirada. Sabía lo molesto que había estado desde aquella noche, molesto y decidido a encontrar a Taylor quien, para su mala suerte, fue el culpable. Apenas recordaba vagamente en imágenes borrosas y confusas al menor de los Bradford extendiéndole un vaso de bebida blanduzca y ella accediendo.

¿Qué iba a saber ella que sería capaz de emborracharla?

Bueno, bien, quizá debió ser más cuidadosa y saber que él no tenía buenas intenciones con nadie. Pero nunca hubiese llegado a pensar que sería el culpable. Después de eso recordaba haber despertado al lado de Aaron con la almohada húmeda, y el baño hecho un desastre que más tarde se encargaría de limpiar.

—No, Amber, nadie puede solo llegar y hacerte eso. Y si tengo que obligarle a entenderlo pues por la mierda que lo haré —bufó furioso.

—Ya pasó una semana, Aaron, olvídalo. Ya le mande a la... —carraspeó sonoramente y tragó en grueso, recordándose internamente que no debía repetir las palabras malsonantes que Aaron utilizaba a diario, aunque aveces no podía evitarlo—. Lo solucioné.

Una mirada cargada de incredulidad se dirigió a ella, Foster riéndose de lo que acababa de oír.

—¿Tú? —rió—. Pues perdóname si no te creo, eres incapaz de hacerle daño a nadie —escupió.

En aquellas semanas juntos había aprendido que, ciertamente, hacerlo enfadar era tan fácil como oírlo burlarse. Aprendió cómo lidiar con aquel carácter tan intenso que él tenía. Porque Aaron Foster podía llegar a ser el chico más dulce y cariñoso, pero podía ser algo idiota cuando se enfurecía.

Dio apenas un par de pasos hacia él, pasando por alto la típica discusión de por qué Amber no mandaba a todos al demonio y los pisoteaba hasta que la dejarán en paz, y le sonrió ampliamente, deslizando las manos sobre el brazo desnudo y tenso del castaño.

—¿Te molesta?

Aaron abrió la boca un par de veces para cerrarla con fuerza, mordiéndose la lengua y mostrando una mueca de disgusto al verse perdiendo en la discusión.

—No, me gustas así, Amber, olvídalo —Meneó la cabeza un par de veces y finalmente miró la hora de su teléfono con cierta insistencia—. ¿Segura que no quieres que pase a recogerte? —preguntó preocupado, el entrecejo fruncido y la mandíbula presionada en una fina línea recta—. No me gusta que vayas sola por la noche, pueden hacerte daño.

Sonrió sin poder evitarlo. Eran detalles como esos los que hacían su corazón latir descontrolado contra su pecho, para quererlo aún más de lo que ya hacía.

¿Y qué podían esperar? Amber Larousse era una chica que prácticamente no había recibido más que gotas de amor. Casi nadie pareció alguna vez preocuparse de ella como debió ser. Sus padres no la abrazaron ni le dijeron lo importante que era, no la llenaron de besos ni mucho menos fueron alguna noche a arroparla en el frío. Así era ella y ya no había nada que podía cambiarla.

Era algo que estaba arraigado en lo más profundo de su ser, como un sello imborrable y eterno.

—Estaré bien, Aaron, no pasará nada.

—¡Sé que puedes, joder, lo que me preocupa es que eres un imán de problemas! Demonios, no quiero que te hagan más daño.

Rodó los ojos.

—Puedo cuidarme sola, Aaron, siempre lo hice.

Sujetó los hombros de Foster lentamente y se pudo de puntillas para depositarle un suave beso en la mejilla.

—Aaron.

El muchacho suspiró pesadamente y se sacudió el cabello con aburrimiento antes de murmurar:

—¿Sí?

—Estaré bien.

¿Lo estaría? Claro que no pero Aaron ya tenía suficiente.

Horas después estaría saliendo de Atlantic' world con cansancio y los pies doliéndole en desmesura como todos los días. Tendría entonces que avanzar a trompicones ardientes pero calmados hasta la tonta y estúpida mansión Miller. Como fuera, y tarareando una canción con toda la tranquilidad del mundo, llegó a la enorme casa que significaba sus pesadillas y tormentos. Lo cual, a su vez, le recordaba que había algo muy importante que debía conversar con Aaron lo más antes posible.

Subió las escaleras y más tarde, a como diera lugar, deseaba incluso estar en cualquier parte menos allí. Estaba cansada, demasiado, y lo que menos necesitó ese día fue oír aquella conversación que le daría otra vista de su vida.

Lo que menos necesitaba ese día eran más verdades.

Y aún así sucedió.

Estaba caminando por los pasillos de la mansión Miller, camino a su habitación, cuando los gritos de sus tíos la sobresaltaron.

—¡No voy a dejar que esa muerta de hambre siga quedándose en mi casa! ¡Y lo sabes! ¡Falta poco para que cumpla diecinueve y se largue de aquí! —gritó Rachel.

Y supo que hablaba de ella. Rodó los ojos sin tomarle importancia hasta que otro grito la sobresaltó.

—¡Es mi hija! —gritó su tío desde la habitación contigua a la suya—. ¡No voy a dejar que se quede en la calle! ¡Ya hiciste suficiente con Marce! ¡Ella no, Amber es mi hija y no va a ir a ninguna parte! ¡Aquí pertenece!

Se cubrió la boca con ambas manos y sus ojos se abrieron tan grandes que parecían querer estallar. Soltó un alarido desgarrador desde lo más hondo de su garganta y su corazón pareció dejar de palpitar hasta hacerse sólo un tamborileo inexistente.

Todo a su alrededor dio vueltas y su mirada no enfocaba nada más que motas borrosas sinsentido. Se sentía mareada, ahogada en pesadillas que no la dejaban despertar jamás. Apenas pudo responder cuando los rostros de sus tíos aparecieron frente ella.

—Amber...

Negó repetidas veces y balbuceó monosílabos incomprensibles mientras él se acercó.

—¡No! ¡Ustedes no son mis padres! Ellos... —exhaló profundo y siguió retrocediendo—. Ellos están muertos —dijo con la voz temblorosa.

—Yo no soy tu madre, estúpida —dijo Rachel antes de dar media vuelta y cerrar la puerta con fuerza.

—Escucha, vas a tranquilizarte y hablaremos en mi oficina. Sí, debí habértelo dicho antes pero, Amber, debes comprenderme y...

Amber Larousse dio un último gritó exasperado y todo se volvió negro a su alrededor cuando dio un paso en falso. Su mirada se extinguió cuando, después de segundos sin que aquel dolor físico se detuviera, con los labios entreabiertos, sus ojos se apagaron con el cuerpo doliéndole en desmesura.

Quizá sí debió irse con Aaron. Quizá solo debió conversar con él y, solo quizá, él hubiese comprendido aquello que tanto la atormentaba, aquello que hace mucho debió haberle dicho. Ahora estaría tranquila junto a él y todo estaría bien. Solo quizá

|...|

El primer día pensó que estaba enferma. Al segundo sin verla por ningún rincón de la universidad creyó que solo había sucedido algún percance. Al tercero sin notarla se obligó a pensar que todo estaba bien. Al cuarto ya no pudo más.

Vivía atormentado y sentía necesitarla ahora más que nunca. Porque había una sola razón por la que se había ido de su casa y no precisamente por cosas buenas. La imagen de su madre presente en su mente, lejos de tranquilizarlo, lo enloquecía hasta las más nítidas pesadillas que lo despertaban agitado y abrumado. Nadie sabía de eso y nunca nadie lo haría.

Y también estaba ella, tan relajante que lograría calmarlo con una mísera sonrisa. Tan pura y angelical que lo hacía sentir en las nubes. Tan linda... Ese era el problema. El día que Taylor la emborrachó, esa misma noche que se esmeró en cuidarla y tratarla como se lo merecía, llegó a la clara convicción de que toda la mierda que le sucedía a Amber era por su culpa.

Aaron era el mayor culpable de las desgracias de su castaña. Era él su destrucción, quien la arrastraba a su propia mierda y la embarraba hasta hacerle daño. Y no podía con eso. Desde el primer día que la vio, tranquila en frente suyo, le trajo problemas con todo el mundo. Con su tía, con Megan, con todos siempre había discusiones y era Amber quien pagaba las consecuencias.

Le había roto el corazón una vez y otra rodó por las escaleras a causa de él, por culpa de Jane. No quería que nadie le hiciera daño pero muy tarde notó que era él el principal causante. Que todos le hacían daño por culpa de él. Sonaba ridículo pero no para Aaron.

Aaron no sabía cómo querer ni mucho menos si, para empezar, debía hacerlo. Le asqueaba la idea de enamorarse pero le aterraba la probabilidad de perderla. Y no la veía por ningún lado, otra razón para enloquecer. No podía continuar con ello cuando ni siquiera podía lidiar con sus propios problemas. Demonios, la quería tanto...

Así que allí estaba Aaron Foster después de haberse arreglado por, al menos, media hora. Y después de tener todo en orden, cada detalle y sorpresa en su sitio, fue a buscarla a la mansión Miller aun cuando detestaba ese lugar con toda su alma. Saludó a la señora Rachel a pesar de aborrecerla por haberle hecho tanto daño a su dulce Amber y se obligó a lucir tranquilo aunque su estómago no dejaba de dar retorcijones. Estaba nervioso solo porque la vería. Ansioso por verla esbozar esa hermosa sonrisa que tanto le gustaba.

—Buenas tardes, ¿Se encuentra Amber?

Rachel, con el ceño fruncido, lo observó de pies a cabeza antes de negar de manera despreocupada.

—No, Amber no está más aquí —dijo tranquila, como si aquello fuera un regalo del cielo.

Presionó los puños contra el muro y se contuvo de decir una estupidez antes de exigir mayores respuestas.

—¿Dónde está?

Entonces su estómago se estrujó violento y todo él terminó por destruirse cuando la oyó. Su pecho dejó de latir por un efímero instante antes de que su pecho le doliera en desmesura.

—En el hospital de la ciudad —Se encogió de hombros—. Se cayó de las escaleras hace... ¿Tres días? Ya sabes lo torpe que es esa niña malcriada.

Aaron retrocedió un par de pasos como si acabaran de abofetearle tres veces seguidas. Sus ojos se abrieron en desmesura y una exhalación se escapó de sus labios. Sintió su pecho estrujarse y su corazón hacerse pedazos por tercera vez, cerrando los ojos e imaginándola en el suelo una vez más.

Tuvo que apoyarse en el marco de la puerta y sujetarse la cabeza porque de pronto todo le daba vueltas a su alrededor. Presionó los ojos con fuerza en un intento por calmarse y convencerse de que ella estaba bien.

—¿Cuándo? —murmuró con la voz temblorosa, su pecho palpitando tanto que, sin poderlo evitar, sus ojos le escocieron.

—El lunes.

Tragó en grueso y un jadeo inaudible se escapó de sus labios.

—Saluda a tu madre de mi parte —escuchó decir a Rachel detrás suyo cuando fue directo a su auto—. Es una buena mujer.

Soltó una risa burlona ante aquellas palabras.

—¿Sí? Lo dudo mucho.

Pasó los veinte minutos más largos, tediosos y dolorosos de su corta existencia. Sus manos firmes de preocupación sobre el volante mientras sus ojos le ardían. Tardó apenas cinco minutos, largos y tediosos, en llegar a las instalaciones del hospital y, nervioso, se detuvo frente al mostrador con la respiración retenida bruscamente.

—¿En qué habitación está Amber Larousse?

Estuvo tan desesperado que no se paró a pensar en si ella realmente estaba mal. Quizá, con algo de suerte, todo había sido una broma y ella estaba durmiendo como un dulce ángel en su habitación mientras Aaron sentía morirse internamente.

—Habitación doscientos veintidós —respondió la enfermera con aburrimiento—. Puede entrar a verla ahora mismo hasta las tres de la tarde.

Su corazón se encogió una y otra vez hasta que nada dentro suyo pareció estar vivo.

—¿Solo media hora? —preguntó abrumado en un hilo de voz, bajo y apagado.

—No te preocupes, estoy segura que a la paciente le gustara ver un rostro conocido —intentó tranquilizarlo—. Eres el primero que viene a verla.

Su estómago se apretujó cuando aquellas palabras resonaron en su cabeza hasta hacerle doler. Tres días y nadie había ido. Aaron se suponía que debía estar allí a su lado, cuidándola y viéndola mejorar. Él debía estar ahí pero solo entonces había podido encontrarla, después de haber preguntado a Hale, Tris y a Megan para obtener respuestas pobres e inútiles.

Sus pasos entonces fueron apresurados pero firmes. Caminaba con un vacío carcomiéndole las entrañas y todo él sudaba frío. Estaba helado cuando, de latido a latido casi inexistente, abrió la puerta con la mano temblándole. "Todo estará bien"

Algo en él pareció encenderse como fuego cuando sus ojos vieron la silueta de Amber echada en una camilla. El cabello castaño caía desordenado sobre las sábanas y su rostro ligeramente elevado, ella observando la pantalla del televisor con la mirada perdida, vacía, hicieron que su corazón latiera desbocado, vivo.

No sabía lo que hacía cuando avanzó hacia ella con los brazos extendidos como si tuvieran vida propia. No notó lo que estaba mal cuando se abrazó a ella con desesperación, cuando la estrujó entre sus brazos y le dio un largo beso en el cuello.

—Dios, me tuviste tan preocupado... —murmuró sin soltarla ni un ápice, sosteniéndola con cuidado entre sus brazos—. No sabía qué demonios te había sucedido.

La risa fría de Amber lo descolocó de tal manera que tuvo que alejarse apenas un poco para cerciorarse de que todo estaba bien.

—No puedo hacer nada bien —soltó ella con fastidio—. Es como si tuviera una maldición encima. Todo está mal conmigo.

Presionó los dedos bajo el mentón de la castaña y alzó su rostro hasta el suyo con toda la delicadeza que le fue posible. Observó entonces sus ojos vacíos y desesperados, rogándole algo con la mirada.

—¿Qué sucedió?

Los ojos de Amber se abrieron aún más a él y, de un momento a otro, sintió los delgados brazos aferrarse a él con fuerza, abrazándolo todo lo que podía como si quisiera fundirse en lo más profundo de su ser. No sabía qué sucedía, pero verla tan derrotada, devastada, era como ver su corazón romperse en pequeños pedazos. Le dolía de tal manera verla así que deseaba poder mantenerla segura para siempre entre sus brazos, cerca de él.

Si pensó que nada podía empeorar en la vida de la castaña, se equivocó. Entonces nunca se había sentido tan furioso hasta aquel momento en el que oyó todo lo que había sucedido. Detesto aún más a los Miller y quiso poder deshacerse de ellos, queriendo saber cómo podían ser tan crueles con alguien como ella que nunca hizo daño a nadie. Acarició las pálidas mejillas de Amber y soltó un suspiro pesado al verla componer una mueca de dolor.

—Amber, ¿por qué jodidos sigues ahí? —murmuró, la voz ronca y baja destilando preocupación en cada sílaba—. ¿Por qué demonios no te has ido antes?

Entonces ella terminó por derrumbarse. La muchacha se cubrió el rostro con las manos como si verse así ya le diese vergüenza. Aaron Foster sintió su corazón romperse nuevamente, su pecho estrujándose repetidas veces al verle los hombros sacudiéndose por los sollozos.

—No pude —farfulló ella casi inaudible—. Estuve ahí durante años esperando a Marcel y porque alguna vez Megan y yo éramos como hermanas. Luego... no pude, nunca puedo terminar de ahorrar lo suficiente porque... —un sonoro jadeo que fue arrancado desde lo más profundo de Amber lo hizo sacudirse violentamente, ella llorando y algo dentro suyo desgarrándose ante la imagen—. Siempre le debo a Rachel. No es tan fácil como todos lo creen, no puedo sólo irme como si los gastos no existieran. No quiero tener que ser un estorbo de nuevo.

Entreabrió los labios sin saber qué decir cuando el rostro de Amber se alzó hacia él con desesperación. Pero una dosis de furia y desconsideración tiñeron su rostro, ahora rojo del fastidio. Presionó la mandíbula con fuerza y se sacudió el cabello repetidas veces hasta enredar los dedos entre las onduladas hebras castañas de su pelo. Junto sus rostros y la enfrentó con los ojos entrecerrados, consternado.

—¿Y yo? ¿Estoy pintado? ¿Por qué no me dijiste esto antes? ¿Eh?

Su voz salía de manera meliflua de sus labios resecos y temblorosos. Su cuerpo incluso vibraba por las intensas emociones que lo invadieron como petardo directo y conciso. Todo él estaba hecho un torbellino destructivo.

—Iba... Iba a hacerlo pero, en serio, Aaron, estoy harta de ser un...

—No, no, demonios, no —repitió desesperado. Tan angustiado que no se midió cuando enroscó los dedos entorno a la bata de la clínica que ella usaba, presionando y empujándola hacia él—. Estamos juntos en esto, y si tengo que sacarte del mismo infierno pues lo haré. ¿Estorbo? Debes estar bromeando porque lo que más quisiera es tenerte solo para mí en todo momento. Además... —rió—. Prácticamente vives ahí, tengo mi armario lleno de tu ropa —bromeó.

"¿Aburrido? Y una mierda." Pero mentiría si dijera que verla sonrojarse no fue como un tranquilizante. Llevaban apenas algo más de unos meses juntos, no muchos quizá, pero ¿y? ¿Acaso eso era un impedimento para evitarle problemas?

—Gracias, Aaron, ya veré qué hacer.

Negó una vez más.

—No, no vas a regresar allí. Irás conmigo y te quedarás en mi cama hasta que estés completamente bien.

—Eres muy amable —soltó una risa débil, su pequeña mano acariciándole la mandíbula con cariño—. Pero no puedo evitar los problemas... Sé que tengo que hablar con él aunque no quiera, es lo correcto. Lo oiré si así debe ser y luego desapareceré.

Quedaron en silencio durante largos minutos, ambos mirándose como si fueran la esencia vital del otro. La observó anhelante y tomó las manos de Amber entre las suyas antes de darles un suave beso en la palma con una sonrisa estúpida pintada en el rostro.

—No te dejaré sola en esto, nena. Voy a...

Pero de pronto enfermería entrando y un molesto ruido los interrumpieron bruscamente. Tuvo que salir sin mediar palabra y sin saber lo que sucedía a empujones y, un poco más, patadas en el trasero.

Fue cuando salía y su teléfono empezó a vibrar cuando lo que Amber había intentado alargar se hizo visible en un recordatorio muy hipócrita en un mensaje de texto.

Era una invitación a una fiesta, al parecer, tan grande que no dudo que no habría nadie que no iría. Eran de esas que parecían ser la envidia de todos y el sueño de muchas.

Estaba tan desconcertado y despistado que no se tomó la molestia de revisar el remitente hasta muy tarde.

"Cumpleaños 19' Amber

Esta es una fecha muy especial y espero que asistas porque estaré esperándote! Fiesta llena de diversión y entretenimiento, no te lo pierdas!

Calle 341 Los olivos, mansión Miller —23 de Febrero".

Tuvo que releer la ridícula carta infantil al menos unas cinco veces para confirmar que no estaba confundiendo el nombre ni que olvidaba la fecha. Pero al parecer ya era mucha coincidencia, e ilógico, que existiera otra Amber que cumpliera precisamente diecinueve años el viernes y que, para variar, viviera en una mansión Miller alterna.

Pero su Amber estaba en ese momento siendo revisada por los doctores y odiando a los mismos Miller como para hacer una fiesta.

Una corazonada lo hizo revisar quién enviaba el correo, de pronto: Megan Carlie Miller

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