Gerard ・ frerard

By killyourselff

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|Mpreg| Un experimento realizado en la segunda mitad de los años 80 se hace conocido cuando descubren a un p... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19 (final)
Epílogo

Capítulo 14

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By killyourselff

Una exclamación de absoluta sorpresa escapó de mis labios cuando caí. Se sentía realmente extraño porque la parte racional de mi cabeza decía que tenía que doler, que tenía que preocuparme... pero era algo tan agradable que las preocupaciones quedaron bien escondidas en mi cabeza. Abrí los ojos y dejé escapar una risita entre dientes. A simple vista parecía un valle como cualquier otro, pero el cielo era increíblemente azul y el suelo era café oscuro. El aroma me dijo de inmediato donde estaba; un valle de champiñones ya preparados.

Rodé por la superficie de champiñones tibios con una pequeña pisca de ajo que me hacían salivar en exceso y después de tomar un puñado me lo llevé a la boca. Estaban trozados en láminas y era fácil comerlos, así que pronto descubrí que había arrasado con todos los champiñones en torno a mí. Me sentía pesado, pero no importaba. Sabían tan bien. Decidí girar sobre mí mismo para llegar a otra extensión del valle, caminar estaba sobrevalorado.

— ¡Auch! —un quejido me trajo de regreso— Gerard, muévete.

Al abrir los ojos descubrí que estaba encima de Frank. Con pereza me quité y regresé a mi mitad de la cama. Pero ya no había champiñones y aunque el sabor estaba grabado en mi garganta, no había nada que pudiera hacer para saciar mis ansias. Era bastante obvio que ya no iba a poder volver a ese maravilloso sueño. Miré con odio a Frank que de inmediato volvió a dormirse y abandoné la cama. Acomodé mi camiseta demasiado tensa a la altura del vientre y luego de ponerme unas zapatillas para levantarse salí al pasillo.

Estaba todo oscuro y realmente me sentía cansado después de haber pasado todo el día con Frank en su tienda de tatuajes, pero mis ansias por champiñones eran más poderosas. Revisé dentro del refrigerador pero la bandeja de champiñones frescos se había acabado, revisé luego en la alacena, pero entre las latas de conserva no pude encontrar ni una sola con champiñones en su interior. Decidí entonces tomar una manzana, pero se sentía demasiado ácida así que luego de escupir, bebí un vaso de agua y regresé a la cama.

Con pesar me senté en el borde, mirando al redondo bulto que descansaba sobre mis piernas. El doctor Groom había dicho que era totalmente normal que las pataditas se sintieran más fuertes de lo normal en los últimos meses, pero era totalmente extraño ver como la piel de mi vientre se levantaba cada vez que ella se movía ahí dentro, aunque a Frank le gustaba cuando eso sucedía, decía que así podía conocerla mejor antes de que llegara. Aunque sus largas conversaciones con ella antes de dormirnos era suficiente para mí. Verlo hablarle tan concentrado a la niña en mi interior hacía que mi corazón se derritiera un poquito más.

Mordí mis labios y por sobre mi hombro lo miré dormir. Podía acostarme e intentar dormir aunque volviera a tener sueños frustrados con champiñones o podría despertarlo para pedirle ir a comprar algo.

Opté por la segunda.

— Frank —dije en un susurro elevado, moviendo uno de sus costados con mis manos— Frank, Frank. Despierta.

— ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —Preguntó con los ojos todavía cerrados, limpiando los restos de saliva con una de sus manos— ¿Estás bien? ¿Nuestra hija está bien?

Sus ojos estaban ya abiertos, me miraba aprensivo y sus ojos saltaban entre mi vientre y mi rostro. Yo sonreí levemente y asentí. Él se relajó notoriamente.

— Es que... —comencé, me sentía culpable— Realmente quiero comer champiñones pero no hay nada y... ¿podemos ir a comprar algo?

— Gee, son como las tres de la mañana —se quejó él, pero hice un puchero. Y gané— Está bien —suspiró mientras se ponía de pie—. Vamos a comprar champiñones.

Le dediqué una brillante sonrisa antes de ponerme de pie también, aunque sólo me calcé encima un amplio suéter que me cubría el vientre y la mitad superior de los muslos sobre el gris pijama del algodón. Frank, por su parte, se desvistió por completo y se puso los mismos jeans y el mismo cardigan que había estado usando durante el día.

Cinco minutos después ambos estábamos sobre su auto rumbo a la ciudad. Frank iba en total silencio y en cada semáforo sus dedos tamborileaban de forma ansiosa sobre el volante. Me sentía tan culpable de haberlo despertado que pronto la incomodidad me consumió y estuve a punto de pedirle que volviéramos a casa.

— ¿Qué pasa, Gee? —preguntó él de pronto.

Yo negué.

— Vamos, luces extraño —dijo él, liberando una de sus manos para acariciar mi mejilla con sus nudillos—, dime qué pasa.

— ¿Estás molesto? —suspiré.

— No, sólo tengo un poco de sueño —respondió—, pero no estoy molesto. Te lo juro. De hecho se me hacía raro que no me hubieses despertado antes durante la noche para pedirme algo. James dijo que lo más común durante el embarazo era eso.

Poco a poco comencé a relajarme.

— Así que... cuando tengas ganas de comer algo que no haya en casa durante la noche sólo dime y saldremos a buscarlo, ¿está bien?

— Está bien —respondí dedicándole una tímida sonrisa—. Lo tendré en mente. Aunque intentaré no aprovecharme de eso.

— Puedes aprovecharte de eso cuando quieras —dijo él, llevando su mano a mi abultado vientre. Se dedicó a acariciar suavemente la parte superior y se detuvo sólo cuando nuestra hija se movió en mi interior— Hola, señorita —dijo triunfal— ¿Así que papi tiene ganas de comer champiñones? ¿O eres tú quien tiene raros antojos durante la noche?

Lo escuché reír entre dientes y un involuntario suspiro abandonó mis labios. Era tan malditamente adorable.

— Iré a preguntar ahí —dijo luego de detenerse en un pequeño local junto a una gasolinera. Cerró la puerta y corriendo se apartó del auto. Me quedé mirándolo hasta que desapareció al interior de las puertas y entonces cerré mis ojos, dándole suaves caricias a la pequeña que ahora se movía sin parar en el espacio cada vez más reducido para ella— Malas noticias —chasqueó la lengua cuando, minutos después, volvió— Pero acabo de recordar que la hermana menor de Bob trabaja en una pizzería a no muchas calles de aquí, así que vamos a ir a preguntar si pueden vendernos algunos champiñones. Podemos usar a Emily para ablandar sus corazones.

— ¿Emily? —ladeé la cabeza.

— Emily —dijo él, posando una mano sobre mi vientre.

— No me gusta ese nombre... —suspiré y volteé a mirar por la ventana cuando comenzamos a movernos nuevamente— Es demasiado, no sé, soso.

— Pues qué mala suerte. A mí me gusta —dijo él—. Si quieres puedes escoger el nombre del siguiente.

— ¿El siguiente? —reí entre dientes, era totalmente obvio que no hablaba en serio.

— El siguiente —asintió él—, ¿acaso no planeas tener otro bebé?

— Todavía ni siquiera nace... Emily —dije resignado—. No puedo pensar en un siguiente bebé, además... ¿juntos?

— Claro, no creo que quiera tener bebés con alguien que no seas tú —respondió Frank, y la explosión de emociones me dejó sin absolutamente nada coherente que responder.

El silencio nos consumió, pero no era incómodo en lo absoluto. Cuando llegamos a la pizzería recordé que estaba en pijamas, pero junto a Frank no me sentía incómodo en absoluto así que tomado de su mano entré al local. La hermana de Bob estaba encargada de la cocina. Era una mujer joven, rubia e increíblemente delgada como para trabajar en una pizzería. Me miró de pies a cabeza y se detuvo en mi vientre unos instantes, pero en lugar de mirarme de forma extraña ella sonrió.

— Es un placer —dijo luego de besar mi mejilla—, mi nombre es Alex.

— Yo soy...

— Gerard, sí —ella asintió—. Bob me ha hablado de ti. ¿Qué hacen tan tarde por aquí, chicos?

—Gerard tenía ganas de comer champiñones —comenzó Frank—, pero es bastante difícil encontrar champiñones frescos a esta hora y no quiero comprar algo en conserva porque no es el mismo sabor así que... ¿Crees que ustedes puedan vendernos algunos champiñones?

Alex estiró sus labios en una mueca y luego de hacernos un gesto con la mano se perdió tras las puertas dobles de la cocina. Regresó poco después, con una bolsa repleta de champiñones en sus manos. Se la dio a Frank y yo sonreí ampliamente.

— Aquí nos manejamos con bolsas de dos kilos así que les durará bastante. Si luego quieren más sólo vengan y pidan hablar conmigo.

— ¿Cuánto es? —preguntó Frank, comenzando ya a buscar al interior de su billetera con su mano libre. Pero Alex negó y luego agregó:

— No se preocupen, ahora vayan a casa o Gerard se va a resfriar.

Me despedí de ella con un abrazo y totalmente eufórico regresé al auto. Le contagié mi alegría a Frank y durante todo el camino fuimos charlando animadamente de absolutamente nada en específico. Cuando llegamos a casa me fui corriendo a la cocina y luego de lavar una buena porción de champiñones, comencé a picarlos. Cuando me giré descubrí que Frank estaba ahí, mirándome.

— Ve a dormir, es tarde —dije mientras le daba la espalda para poner algo de mantequilla en la sartén—, yo iré luego.

— No... tengo ganas de mirarte. Eres hermoso, ¿Sabías? —Suspiró, yo puse los ojos en blanco y decidí no girarme para no dejarle ver el carmín en mi rostro— Hermoso —repitió.

— Cállate —susurré, meneando la cabeza—. Eso es mentira.

— No miento, nunca miento —él negó un par de veces—. Creo que eres hermoso, y creo que soy totalmente afortunado al poderte ver a diario. Y... eres hermoso, y eres mío.

— Frankie, si me corto será culpa tuya —me quejé, mirándolo de reojo antes de volver a mirar los champiñones que de forma metódica trozaba contra la superficie de la encimera.

Lo escuché ponerse de pie y acercarse hacia mí, su cuerpo se pegó a mis espaldas y sus manos tomaron lugar sobre las mías, y mientras respiraba contra mi oído fue guiando cada uno de mis movimientos, y era totalmente imposible no gritar ahí mismo por la increíble gama de sensaciones que me hacía experimentar.

Juntos lanzamos todos los champiñones a la sartén y él escogió la cantidad de aliño que le añadimos, y luego siguió con una de sus manos sobre la mía mientras revolvía los champiñones para que se doraran. Su mano libre estaba recargada sobre mi vientre e iba dejando un camino de besos entre mi barbilla y mi oído más cercano a él.

Y descubrí que estaba tan irremediablemente enamorado de Frank Iero.

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