Cómo le rompí el corazón al a...

By AnaMikeyla

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Sara está enamorada de su novio Renato, pero también de Alexander, su nuevo novio. ¿Cómo terminará este triá... More

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O n c e

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By AnaMikeyla

Me voy enamorando...

Noviembre

Los obsequios han vuelto, justo como antes. Me sorprenden arreglos de flores, aperitivos y pequeños regalos que aparecen mágicamente sobre mi asiento en las clases. La diferencia es que ahora los recibo con una amplia sonrisa en mi cara.

-Esto es para ti-dice esa voz que no sale de mis pensamientos, entregándome un sobre mientras su gesto me saluda con alegría.

-Basta de obsequios -pido, mirándole hacia lo alto-. No voy a negar que me gustan, pero son demasiados.

-¿De qué sirve la vida si no es para compartir tus sentimientos con alguien más?

-Apaga tu filosofía conmigo -digo y me concentro en abrir el sobre. Él me mira impaciente, lo noto en su mirada. Suspiro cuando estoy a punto de descubrir lo que hay en el interior, y al verlo, mi boca se abre con sorpresa-. Alex...

-Sabía que estabas muy preocupada por él y...

Mis ojos empiezan a picar. No sé qué responder o cómo debo hacerlo.

-¿Cómo lo has... conseguido? -cuestiono mirándole como si hubiese logrado un milagro, y es que prácticamente lo es.

-Querer es poder, y yo en verdad quería que dejaras de estar triste por ese collar.

-Pero...

-Mantendré en secreto cómo lo he conseguido y tú te dedicarás a disfrutar de él. Cuídalo mucho.

Un trago amargo recorre mi garganta mientras cierro mi puño con el collar adentro y lo llevo hacia mi pecho.

-No podré agradecerte esto jamás.

-Claro que sí, de hecho, puedes hacerlo esta tarde -menciona con una extraña sonrisa en la que se muestran sus dientes.

Sonrío divertida.

-Debo avanzar un proye...

-¡Oh, vamos! No puedes negarte después de esto. -Señala mi preciado collar-. Paso por ti a las ocho en punto.

-Al menos dime a dónde me llevarás.

-Es una sorpresa, pero ve cómoda.

-Alexander...

La felicidad brota de él como si fuese un niño pequeño, se acerca a mí aceleradamente y deposita un tierno beso sobre mi mejilla antes de marcharse corriendo entre el pasillo de la facultad. No digo nada, una simple sonrisa se asoma mientras mi mano sube y acaricia el lugar en el que aquel tan preciado beso fue obsequiado.


Dos días antes

El día es fresco así que tomo mi chamarra de piel color guinda para ir hacia aquel lugar en el que estoy seguro que encontraré un tesoro. Mis instintos no suelen fallar, y justo ahora tengo la corazonada de que puedo curar el corazón roto de mi pequeño ángel.

Ella es un ángel para mí.

Bonita, curiosa, inteligente, difícil.

Me recuerda tanto a la esencia de mi abuela, y por eso estoy convencido de que ella la ha enviado para mí.

Bajo las enormes escaleras resbalándome por el barandal y río un poco porque cada vez que lo hago, la señora Hortencia grita como si me estuviesen disparando con una metralleta. Por suerte, ahora no está. Sólo viene a darle mantenimiento a la casa por las mañanas y me ayuda con la comida, una vez listas sus tareas, se marcha.

Subo a mi deportivo y me dirijo hacia las calles menos favorecidas de la ciudad. Un grupo de hombres me observa con extrema seriedad cuando bajo y me preparo en todo caso de que sea necesario defenderme; no sucede. Abro las puertas de cristal del negocio y merodeo entre los aparadores que hay en su interior. Empiezo a preocuparme y me decepciono al pensar que me he equivocado, pero cuando estoy a una pizca de darme por vencido, la felicidad que siento en el interior me obliga a celebrar alzando con fuerza mi puño derecho mientras musito un demandante "¡Si!".

-¿Cuánto por el collar de tulipán y cristales?

El sujeto tras la caja registradora me observa de pies a cabeza con detenimiento.

-Quince grandes.

-Te daré ocho -advierto.

-Es un Swarovski, niño.

-Lo sé, pero también soy cliente de la marca y sé lo que vale. Además, estamos en una casa de empeño, no diste más de mil pesos por él.

-Quince.

-Ocho y agradécelo porque nadie te dará más -Le miro con astucia-. Lo sabes, Víctor.

Él suspira derrotado al cabo de unos segundos de mantenerme la mirada como si realmente pensara que cambiaré de opinión.

-¿Cuántas cosas más vendrás a salvar?

-Las que sean necesarias.

-Qué calvario.

Toma el collar y extiende la mano. Le entrego dinero en efectivo y a cambio me da el collar.

-Un placer hacer negocios contigo. -Sonrío-. Adiosito.



Actualmente


-¿Crees que eso sea suficiente?-cuestiono a través del manos libres de mi celular.

-Alex, no seas tan intenso. Cualquier chica caerá a tus pies.

-Ella no es cualquier chica.

-Lo mismo decías sobre mí y terminé siéndolo -ríe-. Le encantará la sorpresa, no te estreses de a gratis.

-Angie, llevo meses dándole obsequios todos los días y no hemos tenido una sola cita, y antes de que digas algo, el panteón no cuenta como una.

-Ese es el problema con los hombres, ¿sabes? Ustedes piensan que con obsequios nos pueden comprar con la mano en la cintura como si fuéramos mera mercancía. No te mentiré, si nos gustan, pero no lo son todo y si ya viste que esta chica no tiene debilidad por los regalos, ¿entonces qué cosa sí es su debilidad? Esa es la respuesta que necesitas obtener.

-Aún no logro descifrarlo.

-Ya lo sé, no eres muy brillante en eso. Las apariencias te mueven mucho así que yo te recomiendo menos regalos y más experiencias. Para eso sí eres bueno, explótalo.

-Gracias, Angie.

-Ahora largo, tienes cosas por hacer y el tiempo empieza a comerte. En dos horas debes estar en la puerta de su casa.

La llamada termina y pongo manos a la obra para que esta noche se vuelva un recuerdo inolvidable.

Aparezco al punto de las ocho y ella sale luciendo un conjunto deportivo negro con dorado que la hace ver elegante a pesar del estilo. Sonrío. Estiro mi mano y ella lo toma, sus mejillas se colorean y no hay cosa en este mundo que me parezca más tierna que el verla sonrojarse, especialmente si es a causa mía, pues significa que voy por el buen camino.

Siento la emoción en todo mi cuerpo, cosquillas en mi estómago y temblor en mis manos. Realmente deseo que esta noche salga tal cual la he planeado y empieza bien al ver cómo la sonrisa en su rostro brinca honesta al ver las dos bicicletas que nos esperan bajo el puente.

-¿Quién te dijo que yo sé andar en bicicleta?

-Nadie, de hecho no lo sé, pero te juro por mi madre que estoy implorando porque así sea o todo mi plan de esta noche se va al carajo.

Ella empieza a reír poco a poco hasta que las carcajadas son grandes.

Me siento nervioso.

-¡Vamos, Sara! Dime que sabes andar en bicicleta.

-Nunca me he subido a una, pero pienso que es sencillo. Ayúdame a hacerlo para salvar la noche.

No puede ser.

Increíble.

Inconcebible.

Vales mierda, Alexander Vanderbilt, el hombre con peor suerte en la galaxia entera.

Afortunadamente, no pasa de un casi hueso roto. Ella logra montar la bici con gracia quince minutos más tarde, como si lo hubiese aprendido desde los tres años.

-¿Te digo algo?-menciona mientras paseamos entre los canales de la ciudad.

-Por favor.

-Esta noche ya es inolvidable por el simple hecho de que es mi primera vez en bicicleta.

-Lo tomaré, pero me ofende muchísimo que no digas que lo es por el simple hecho de que estás conmigo.

-No te sientas tan importante, muchachito.

-No me siento, pero me encantaría serlo para ti.

Ella niega divertidas y su sonrisa me atrapa. Mi vista se pierde en ella por un segundo y como resultado, casi arrollo a un niño.

-¡Lo siento mucho! -exclamo conforme en alejo en dos ruedas.

-¡Jódete, güero! -responde el pequeño.

Vaya.

Sara empieza a reír tanto, que necesita detener la bicicleta y bajar de ella para continuar riendo a carcajadas, yo me detengo a su lado.

-Creo que me lo merezco -confieso.

-¡Por supuesto que lo mereces! -exclama sin parar de reír.

El paseo en bicicleta termina hasta que llegamos a casa, mi casa. Abro el enorme portón de hierro y la invito a pasar. Ella entra observando todo a su alrededor como si fuese un museo, y a decir verdad, lo parece.

Nos encaminamos hacia el extenso jardín trasero donde hay algo especial para ella. Una romántica cena para dos que Hortencia me ha hecho el favor de preparar. Ella sonríe al ver las antorchas y la cálida decoración que puedo presumir con orgullo como algo de mi propia creación; eso me hace sentir que la noche aún puede prosperar.

-Esto es bonito.

-¿Cómo queda mi reputación con las citas después de esto?

Ella sonríe.

-Me reservaré los comentarios y qué te parece si iniciamos con lo que sea que hayas preparado aquí. En verdad quiero averiguarlo.

Sonrío a su semejanza, ayudándole a tomar asiento. La comida es exquisita, como sólo Hortencia sabe hacerlo. Sara lo disfruta mucho y yo lo disfruto aún más porque identifico el deleite a través de su encantadora mirada.

-Te voy a decir algo, Alex, y es que me gusta mucho pasar tiempo contigo. Apenas te estoy conociendo y no lo voy a negar, eres una persona cautivadora. Eres del tipo con el que soy afín, pero...

-Oh, no -mis ojos se aprietan con fuerza-. Por favor, no digas más.

-Debo decirlo, no puedo guardarlo.

-No explotes mi corazón, te lo suplico -suelto y abro mis ojos lentamente, viéndole con aflicción.

Una tierna sonrisa se hace presente y a pesar de que seguramente lo que sus palabras dirán me va a mortificar, me tranquiliza.

-¿Sabes? -agrego-. Esta cita no es nada parecida a lo que mi mente imaginó.

Ella se mantiene en silencio un momento, viéndome directo a los ojos, como si estuviera tomando valor para hablar.

-Esta cita es la mejor que he tenido en la vida.

Poco a poco, sonrío.

Me levanta la moral el escucharla decir eso.

-¿Cuál es tu pero? -digo para terminar de una vez con todo esto.

No quiero hacerme más ilusiones.

-Me gustaría ser tu amiga, Alex.

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