La obra de Brigette

By yaizasanchezoui

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Un hombre posesivo, una bailarina destrozada, una vida en común y ninguna vía de escape. More

Introduction
DEUX

UN

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By yaizasanchezoui

Respira, una vez más. Sur les pointes. Aguanta, puedes hacerlo. Con calma. Fouetté en Tournant. Sigue, ya casi estás. Cambré... Mis piernas fallan al intentar cambiar de movimiento y una vez más termino en el suelo. Silencio. Mi rostro escondido entre mis piernas mientras el agua salada recorre mis mejillas. Mi respiración se acelera. No puedo respirar. Cojo bocanadas de aire con todas mis fuerzas, una tras otra, pero el aire que llega a mis pulmones no parece ser suficiente. Me quito las puntas y las lanzo con todas mis fuerzas dejando salir el más grave de los gritos. Torpemente me levanto, luchando por conseguir un poco más de aire, aire que no quiere que yo lo consuma. Grito. Las paredes de ladrillo son testigos de mi furia y desesperación, pero se quedan calladas, me ocultan y dejan que me consuma.

Paso mis manos por mi rojizo cabello tirando de mis raíces con todas mis fuerzas. Una pierna, después la otra. Ahora ambas cuelgan del borde de la azotea. No mires abajo. No, mira abajo. ¿Qué hay? ¿Qué ves? Un impulso y tal vez llegue la libertad. Un impulso y tal vez la vida feliz de la que me hablabas finalmente llegue. Un impulso y podría volver a verte, papá. Sería un gran impulso, tal vez no tenga la fuerza suficiente... pero si me acerco más, ahí, justo en el borde... La desesperación se ha convertido en mi cuerpo, el miedo en mi mente y la vida en un sueño. Nudos se han formado por todo mi cuerpo, en mi estomago, en mi garganta. Mi juicio se ha nublado, estoy completamente ciega, sola, luchando contra gigantes que me golpean con la misma facilidad como los molinos golpean al viento. Lo siento, papá. No puedo más. Necesito al fin respirar. Gritar.

Mi cuerpo se enfría provocando que el tacto de mi piel sea el mismo que el de una lija, siento como mi ropa se agujerea. Mis uñas se clavan en la piedra y mi mandíbula se tensa. Adrenalina. No tengo aire, me voy a desmayar. Sólo procura caer hacia delante, volarás. Será fácil. Pero entonces empieza a llover. Las nubes han caído del cielo, la lluvia suena con fuerza mojándolo todo a su paso, mojando mi pelo, mi rostro, mi piel. Entonces respiro. El impulso ha sido tan fuerte que a centímetros he estado de caerme, pero es mayor el miedo a sobrevivir que el miedo a la misma muerte. Retrocede. Baja de ahí e inténtalo una vez más. Haz lo que mejor se te da. Libérate con tu mayor aliado, con quien marca el compás y prepara el escenario.

Nubes, lluvia, pequeños rayos de sol. Baila. Libérate. Sueña. Es tu oportunidad. Brilla, Brigette. Haz que se fijen. Enséñaselo a todos. Grita. Señala. Acusa. No te detengas. Pero no llames la atención. No muestres. No hables. No debes. No puedes. Sabes que no. Pero eso sí, de vez en cuando, recuerda que puedes respirar. No lo hagas demasiado fuerte o demasiadas veces, alguien lo podría notar. Contrólate, Brigette. Sé una buena bailarina, pero una mejor actriz. El tiempo se detiene, la lluvia ya no puede mojar más, tan solo moja lo que ya está mojado. Las nubes ya no se ven, pues la noche empieza a caer. Se acabó la función, es hora de volver.

Recojo las puntas y el bolso, me despido de mi libertad y entro al edificio. Abro el bolso y me pongo los zapatos, saco la toalla que en el guardaba y me seco ligeramente el pelo. Un vestido nuevo, este está empapado. Un pañuelo de seda en el cuello, un abrigo largo en mis hombros y un pintalabios rojo en mis labios. Ya estás lista, no se va a enterar. Ahora corre, sal de edificio y vete a casa, procura parecer feliz por si alguien te ve en el camino. La gente se amontona en las calles, apenas se puede pasar. Observo el reloj, son más de las ocho, debo regresar antes de su llamada o él lo sabrá. Empujo a la gente que se cruza por mi camino, esquivo a niños, bicis y perros. Semáforo en rojo, toca esperar. Deprisa, venga... Ocho y veinticuatro... ¡Cambia ya! Verde, al fin. Cruzo la calle lo más rápido que puedo. Las cafeterías están llenas y los camareros recogen apurados las terrazas. Paraguas, chubasqueros, periódicos. Cualquier cosa vale para refugiarse de la lluvia. Sigo corriendo, el tiempo está en mi contra. Mis ojos se llenan de lágrimas al ver la hora, ocho y media. Tengo que correr más rápido. Mi vista se nubla al tiempo que el miedo dentro de mí aumenta. Me tropiezo con mis propios pies y caigo de bruces al suelo. Duele, pero este dolor no es nada comparado con el que está a punto de venir. Mis manos y mis rodillas tocan el suelo, mi barbilla duele.

— ¿Te encuentras bien? ¿Te has hecho daño? — un hombre de profunda voz y acento alemán se dirige a mí. Mi vista permanece baja, observándome. Lo mismo ocurre con la suya. — Mademoiselle...¿Va bien? — tartamudea dulce e inseguro, estirando su mano hacia mí.

Je vais bien... Estoy bien. — dudo antes de aceptar su ayuda. Agarro su mano y torpemente me levanto. — Debo irme.

— Estás sangrando. — su voz se profundiza y lentamente se acerca. Todavía sujetando mi mano la observa. Hay sangre en ella. En ambas de mis manos y rodillas.

— Estoy bien. — repito antes de deshacerme de su agarre. Retrocedo un par de pasos. — Debo irme.

— No puedes irte así, estás herida. Deja que vaya por algo para curarte. — sus ojos permanecen fijos es mi rodilla antes de devolverle la mirada a los míos.

— No... — aterrada por llegar tarde intento cortarlo, no puedo entretenerme, pero su ceño se frunce y me tropiezo al intentar alejarme. El me sostiene con sus brazos impidiendo una segunda caída. Me ayuda a sentarme en una silla y se coloca de cuclillas frente a mí.

— Si no dejas que te ayude no llegarás a dónde quiera que vayas con tanta prisa. — sus ojos se posan sobre los míos, me penetran, me invaden. Sé que tiene razón, pero mi interior continúa gritándome que siga adelante. Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, la desesperación se ha vuelto a apoderar de mí y automáticamente mi cuerpo reproduce el dolor que tantas veces he experimentado, el mismo que experimentaré cuando llegue a casa. Siento el tacto de sus manos sobre las mías y cómo un acto reflejo las retiro aterrada. — No te preocupes, yo puedo llevarte, llegarás a tiempo. — el joven se da cuenta de mi tormento, se pone de pie y me extiende su mano, pero no la acepto, tan sólo que quedo parada frente a él intentando encontrar una excusa para marcharme sin ser maleducada.

— Esto servirá. — me siento cohibida por alguna razón. Llevo mis manos al pañuelo de mi cuello y lo desato. — Solo tengo mal una rodilla. — se da cuenta de mis intenciones y deja salir un leve suspiro antes de mirarme a los ojos.

— Bien. Siéntate, será más fácil. — me ofrece su asiento. Lo observo mientras se agacha, su cuerpo es delgado y fuerte y su aspecto desaliñado, como si se acabara de levantar. Una fina barba de tres días recorre su mandíbula y su boca y un par de gafas de cristal cuelgan del cuello de su camiseta. Sus manos parecen rudas, pero su tacto contra mi piel es delicado y suave. Coloca el pañuelo sobre mi herida, en silencio, pero puedo escuchar como sus ojos hablan. Me mira con cautela, como si fuera algo etéreo, como si nunca hubiera visto nada igual. Su pulgar hace círculos en mi rodilla mientras nuestras miradas permanecen unidas, formándose una.

— Debo irme. — apenas puedo escucharme. Su mano, al igual que su mirada, regresan al pañuelo. Se asegura de que el nudo está bien hecho y se pone de pie.

— Deja que te lleve. — sus palabras me golpean con fuerza, pues me duele tener que negarme de nuevo, a pesar de que sólo pretende ayudar.

— Lo siento, debo irme. — retrocedo varios pasos sin apartar mi mirada de él, me quedo inmóvil durante unos segundos en busca de un pensamiento que nunca llega antes de darme la vuelta y salir corriendo. — Merci. — le doy las gracias desde la distancia, apurando mis pasos una vez más.

Intento olvidar lo que ha pasado y continuar con mi camino, pero todo se tropieza en mi mente. Mis pasos ahora son más torpes, pues el dolor de mi rodilla empieza a notarse. Nueve menos cinco, ya estoy aquí, puedo ver el portal. Me abalanzo sobre la puerta adornada con barrotes negros en la parte superior y la empujo con todas mis fuerzas. Seis pisos y estaré en casa. Primera planta, segunda, tercera... Ya falta poco. Cuarta, quinta, sexta. Las puertas del ascensor se abren y me apuro hasta llegar a la puerta C. Llamo la timbre, pero nadie contesta. Tal vez esté dormido. Meto la mano en el pequeño tiesto al lado de la puerta y saco la llave de repuesto, la meto en la cerradura y abro la puerta.

Inmediatamente gemidos de mujer llegan a mis oídos. Cierro la puerta intentando no hacer demasiado ruido y camino con el mismo sigilo por el resto de la casa. Llego a la puerta de mi dormitorio y los veo, Joseph está encima de una mujer, quien tiene sus manos atadas al cabecero de la cama. Están follando. Gimiendo. Disfrutando. Riendo. Los ojos de la mujer se posan sobre mí, ojos castaños que combinan con el negro de su cabello. Ella le susurra a Joseph entre risas mientras él continua follándola. Sin detenerse me mira. Suspira y gruñe. Detiene sus movimientos y sale de la cama furioso.

— No ves que estoy ocupado? — mice a escasos milímetros de mi rostro. — Claro que lo ves, es eso, ¿no? ¿Te gusta mirar? — me agarra de la muñeca con fuerza y me empuja dentro de la habitación. — A la trainée il lui plaît de regarder. — ambos ríen y la mujer me mira de arriba abajo.

— ¿Cést votre femme? — sus palabras suenan con desprecio, algo a lo que me he acostumbrado.

Elle me maintient amusé. — intento bloquear sus palabras, procurar que no me afecten, no pueden hacerlo. No pueden saber que lo que dicen tiene alguna clase de efecto sobre mí.

Elle est repugnante. — todas las miradas están sobre mí, incluida la mía. Mi ropa está manchada debido a la caída, el pelo mojado se pega a mi rostro y mis manos y rodillas magulladas y llenas de tierra.

— Ve a darte una ducha, das asco. — finalmente Joseph suelta mi muñeca, no antes de empujarme fuera de la habitación. — Será mejor que no vuelvas hasta que haya terminado.

Y sin más, dejando la puerta abierta, regresa dónde su amante y retoma las cosas donde las había dejado. En silencio y con la cabeza baja, camino hasta el baño. Cierro la puerta y empiezo a desvestirme. Apenas me atrevo a mirarme en el espejo, me avergüenzo de lo que en el veo, de la persona en la que me he convertido, pues no soy más que un trapo. Un trapo que la gente utiliza y pisotea a su antojo. Un trapo lleno de agujeros que por mucho que se lave jamás volverá a estar limpio. Pero a pesar de todo, no puedo evitarlo y alzo la vista. Lo que ven mis ojos es algo que no puede ser descrito, yo no conozco a esa mujer frente a mí, está triste y magullada, su mirada está perdida y su alma muerta en vida. Llevo mi mano a mi barbilla, está ligeramente rasgada, al igual que mis manos. Mis rodillas están peor, todavía sangran y el dolor aumenta.

Giro el grifo de agua caliente y entro en la ducha. Agarro la alcachofa y mojo ligeramente mi cuerpo, después, me siento en una esquina y dejo que mis lagrimas limpien mi rostro. Abrazo mis piernas y dejo pasar el tiempo mientras escucho como mi marido tiene sexo con otra mujer. Con una de muchas. Observo el pañuelo todavía anudado en mi rodilla derecha, puedo ver la sangre en el. Lo desato y con cuidado dejo que se deslice por mi pierna. La herida es grande, probablemente me deje una cicatriz, pero por alguna razón, sonrío. Sonrío entre lagrimas al recordar el momento en el que me la hice, el momento en el que alguien decidió ayudarme sin mayor motivo que ser buena persona.

Mojo la herida y ahogo un quejido en mi interior al sentir como el agua caliente hace que escueza. En mis pies una mezcla de agua, barro, y sangre, hace su recorrido hacia el desagüe, que suerte la suya, poder huir tan fácilmente. Torpemente me levanto, apoyando mis palmas en las frías baldosas. Un poco de champú en mis manos, froto mi cabello con los ojos cerrados. Todo lo que veo es a ese joven, observando algo tan bello que no puede ser explicado. Me pregunto que habrá visto, me pregunto si yo lo veré, pues me gustaría sentirme tan maravillada como él. Aclaro mi pelo, la espuma con el agua son libres de irse también, de nuevo solo quedo yo. Entonces lavo mi cuerpo, un poco de gel y una esponja. Froto mis brazos, mi pecho, mi cuello, mis piernas. Veo como la suciedad desaparece, pero a pesar de ello, sigo sintiéndome sucia.

Cierro el grifo y me envuelvo en una toalla, mi rodilla todavía sangra. Abro el armario y busco entre mi gran variedad de productos de emergencia una gasa y una venda. Limpio mi herida con agua sanitaria y coloco la gasa sobre ella, encima empiezo a colocar la venda, rodeando mi rodilla. La aseguro con un clip para que no se mueva y apoyo mi espalda contra el váter. Observo un punto fijo en el techo, no sé si debo salir o no, pues no sé si mi marido ha terminado su tarea, por eso prefiero esperar aquí encerrada a salir y ver como mi piel es teñida a su antojo.

Mis ojos pesan cuando escucho el sonido de la puerta principal cerrarse, entonces salgo. Joseph me mira desde el otro lado del pasillo, su cuerpo todavía desnudo y en su mano una copa de Bourbon. Le da un sorbo al tiempo que recorre mi cuerpo. Inmediatamente me tenso y aguanto la respiración. Él ríe negando con la cabeza antes de desaparecer en el salón. Entonces suelto el aire, no soportaría un asalto suyo ahora mismo. Me meto en la habitación, donde puedo ver y escuchar el testimonio de su adulterio. La cama todavía está deshecha y el pañuelo que sujetaba las manos de su amante yace en la almohada, todavía enredado en el cabecero. No lloro, pues no siento lastima o pena sino vergüenza y terror.

La sangre de mis venas hierve ante lo que mis ojos ven, pero me cubro los ojos con ignorancia y me dirijo hacia el armario para poder vestirme. Apenas he sacado mi ropa interior cuando siento sus manos tirar de mi toalla, dejando al descubierto mi escuálido cuerpo de mujer. Sus labios se presionan fuerte contra mi cuello y sus manos consumen mi pecho. Respira profundo contra mí y gruñe.

— Brig, siento lo que ha pasado. — sus palabras me rasgan y las lagrimas se acumulan en mis ojos. — Te quiero. — continua besándome y tocando mi cuerpo con dureza mientras lloro en silencio. Él gruñe en espera de una respuesta, me agarra de la cintura y me gira para encararlo. Me besa. — Dime que me quieres, Brigette. — vuelve a besarme. — Sé que me quieres. — su fuerza aumenta sobre mí al no escuchar lo que él quiere. — Vamos, Brigette, sé que los estás deseando. — agarra mi mano y la arrastra hacia su entrepierna. Me resisto, pero como siempre su fuerza me impide seguir luchando. — Ya sabes cómo hacerlo, al fin y al cabo ese es tu trabajo, ¿no? — susurra contra mi oreja mientras me obliga a tocarlo. — Es tu trabajo, pequeña puta. — mis llantos y gemidos ya no pueden ser contenidos y él se da cuenta, es por eso que me mira furioso y me tapa la boca. — Te he dicho mil veces que no llores. — grita, forzando mis piernas a abrirse. Se posiciona entre ellas y se enviste contra mí.

Cada envestidura hace que me quede sin aire en los pulmones, mis mejillas escuecen de tanto llorar y ni siquiera soy libre para dejar mis penas salir por mis labios. Estocada tras estocada, esto no parece terminar nunca. Joseph gime contra mi piel y yo mojo su mano con mis lagrimas, se presiona una última vez, con fuerza. Esto va a dejar marcas en mi cuerpo. Recupera lentamente el aliento sin salir de mi, cuando se recupera, sale y me deja caer como un trapo. Mis pies tocan el suelo y mis piernas hacen fuerza por mantenerse en pie, pero la pena que hay en mi es tan inmensa que caigo al suelo. Siento sus manos tirar de mis muñecas, me está gritando, pero no consigo saber que es lo que dice. Su mirada se vuelve veneno y su furia aumenta con cada segundo que me mira, entonces, entre gritos, su mano choca contra mi mejilla. Me quedo vacía. No hay llantos, no hay suplicas, no hay nada. Los gritos cesaron y mientras coloco mi mano en el lugar en el que he sido golpeada, intentando así calmar el picor, Joseph sale de la habitación.

— Haz la puta cena, esto no es un hotel. — dice en la distancia. — Y más vale que esté buena, no como la última vez.

Y de nuevo caigo. Caigo de rodillas al suelo, desconsolada y ahogándome en mi misma. ¿Cuando va a terminar esta tortura? Vivo aterrada. No, no vivo, tan solo estoy aterrada, pues vivir es algo que he dejado de hacer hace tiempo. No puedo hablar, no puedo huir, no puedo ser. Mi cabeza está bloqueada, tan solo puedo pensar en cuando tendrá su próximo caso, tan solo rezo por que sea lo más lejos posible y lo más duradero. Un mes, tal vez dos. Prefiero estar vigilada por uno de sus amigos a convivir con el día tras día. Prefiero permanecer en clausura todo ese tiempo a pasar una sola hora más en la misma estancia que él. Perdóname, papá, por lo que te he hecho, nunca debí casarme con él. Perdóname también por ser tan frágil, por hacerte ver, desde donde sea que estés, el infierno en el que estoy viviendo. Tal vez este sea mi precio a pagar por no haberte podido ayudar. Perdóname, papá. Perdóname, mamá. Perdóname, Brigette.

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