El Alma en Llamas

Por DianaMuniz

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En un mundo en conflicto donde la magia esclaviza a las personas, la tecnología se revela como la única alter... Más

Capítulo 1: Un nuevo comienzo
Capítulo 2 : Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro
Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)
Capítulo 3: Un caso interesante
Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (2ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)
Capítulo 4: La familia del Marqués (4ª parte)
Capítulo 5: Los caprichos del planeta
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (1ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)
Capítulo 8: Justicia
Capítulo 9: El despertar de las llamas (1ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las llamas (2ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (1ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (2ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (3ª parte)
Capítulo 12: En Carne viva (4ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (1ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)
Epílogo

Capítulo 11: Engranajes

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Por DianaMuniz

Hola, soy Bry.  Un pequeño inciso antes de dejaros con el siguiente capítulo.

El archivo de la novela tiene 200 páginas y con estas ya entramos en el último cuarto. Espero que os esté gustando y... bueno, en el próximo prometo cosas... interesantes. ;)

Muchas gracias por leerme. ^_^

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La conversación había derivado en una cordialidad hueca en la que el coronel le interrogaba sobre su trabajo, su familia, su hogar... Suke. Kobe intentó centrar la atención sobre temas más paternales, alabando el expediente académico del muchacho y haciendo hincapié en su decisión de estudiar ingeniería aeronáutica. Eludió el tema de su enfermedad en la medida de lo posible, así como su pasado. No pretendía ser más que un padre soltero preocupado por la salud de su hijo adolescente. Tampoco distaba tanto de la realidad.

Y así, entre palabras vacías y anécdotas familiares, los edificios se dispersaban, las calles se ensanchaban y, pronto, a su alrededor no hubo más que la extensa llanura gris que rodeaba Capital. Kobe apretó los puños, nervioso, al ver cómo se alejaban de lo que debía ser su destino y se acercaban cada vez más a una gigantesca mole gris que parecía surgida de la pared de la montaña.

Ese edificio no era el Ministerio.

Con fría educación, Azura le abrió la puerta y le invitó a salir del vehículo. No le pasaron por alto las armas que el teniente llevaba bajo su abrigo, como tampoco pudo ignorar la alta empalizada de alambre que rodeaba el lugar. Sin embargo, no se veía ni un alma. Una mirada más a fondo, le hizo ver que estaba equivocado y que tras esos ventanales había gente que no perdía coba de lo que sucedía allá abajo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó.

—Esto, capitán, es nuestra última esperanza —dijo Isaowe parándose a su lado —. Es la clave para la salvación del reino. Ahora lo entenderá todo —añadió al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Kobe.

«¿Qué está pasando aquí? ¿Qué pinto yo en todo esto?». Pensó un momento si merecía la pena formular sus preguntas en voz alta pero supuso que, quisiera o no, pronto iba a averiguar lo que estaba sucediendo.

No usaron las grandes compuertas que cerraban la nave y por las que podría haber pasado un dirigible. Utilizaron una pequeña puerta lateral que les llevó por un pasillo estrecho y mal iluminado hasta el corazón de aquel lugar.

Lo que vio le dejó sin palabras.

Ante él se hallaba un ejército de cientos de extraños artefactos, grandes como una casa, dorados y brillantes como el sol, con una forma que recordaba vagamente a una armadura medieval pero articulada con pistones y engranajes. En ese momento no se movían, pero a Kobe no le quedaba ninguna duda de que podrían hacerlo.

Y resultarían temibles.

—¿Qué son... esas cosas? —preguntó con voz temblorosa, modulada por las sorpresa.

—Ya se lo he dicho, capitán, es la salvación del reino. Es nuestro ejército. Un ejército capaz de luchar contra los vincios en igualdad de condiciones. ¿Cómo las llama usted? —dijo, preguntándole a un hombre con bata blanca que caminaba hacia ellos.

—Gólems, Coronel —dijo el interpelado mientras se limpiaba las gafas. Tenía el pelo cano y la mirada cansada. Su rostro parecía surcado por una infinidad de arrugas, más fruto del agotamiento que de la edad. Había cambiado mucho desde la última vez que sus caminos se cruzaron pero... no cabía la menor duda.

—¿Señor Fan-Wolfert? —preguntó Kobe. El hombre alzó una ceja sorprendido.

—Le recuerdo —dijo en un murmullo—. ¿Usted era el... teniente... Aroz?

—Aizoo —recordó con una sonrisa triste—. Y ahora soy capitán.

—Sabía que llegaría lejos —dijo, asintiendo la cabeza con aprobación.

—¿Ya se conocen? —comentó Isaowe extrañado.

—El teniente... capitán —se corrigió Fan-Wolfert—, coincidimos hace muchos años. Él evitó que mi dirigible volara por los aires.

—Solo hacía mi trabajo —dijo Kobe, recordando aquel caso. «¿Cuánto hace de eso? ¿Diez años? Puede que más».

—No lo dudo, el capitán Aizoo ha resultado ser un joven muy competente —dijo el Coronel Isaowe con un extraño brillo en la mirada—. Ha sido el primero en darse cuenta de lo que sucede —explicó—. Se mueven en silencio pero se mueven, al fin y al cabo.

—Entonces, es cierto —dijo Fan-Wolfert—. Ya ha comenzado.

—¿Qué ha comenzado? —preguntó Kobe, con la horrible sensación de que ya conocía la respuesta.

—La guerra, capitán, estamos en guerra.

—Y no una guerra como las otras —dijo Fan-Wolfert contemplando el ejército de máquinas que se extendía a sus pies—. Una guerra que enfrentará los poderes ancestrales del planeta y la tecnología. La batalla por el futuro está a punto de comenzar.

*

—¿Entiende por qué está aquí, Capitán? —le preguntó el Coronel mientras caminaban entre las máquinas. Kobe tenía los ojos completamente abiertos con la expresión embobada de quién descubre maravillas allá donde mire.

No solo estaban los gólems, como los había llamado el ingeniero, también estaban las extrañas máquinas con hélices en las que en ese momento trabajaban una legión de mecánicos, y los vehículos acorazados. Todos recubiertos por una fina capa de pan de oro que les daba ese aspecto como salido de una leyenda. Según el ingeniero, el oro les permitiría soportar los ataques de un vincio de fuego.

—¿Vuelan? —preguntó, señalando a las máquinas con hélices.

—Faltan algunos ajustes pero sí, vuelan —contestó el ingeniero—. Mucho más rápido que un dirigible. Casi comparables en maniobrabilidad a un vincio con planeador.

—Capitán Kobe —insistió Isaowe—, ¿entiende por qué está aquí?

—Solo en parte —admitió—. He descubierto algo que ustedes sospechaban que iba a pasar, pero que no han sido capaces de ver por su cuenta. ¿Es eso?

—Algo así —admitió el Coronel con una sonrisa torcida—. Capitán, ¿sabe algo de lo que sucedió en el este de Heria? En los informes se habla de ellos como la Visión de Dante. ¿Le suena?

—No, la verdad —dijo Kobe, negando con la cabeza—. No suelo ocuparme de grandes casos. Si conoce mi expediente, verá que estos últimos años he estado centrado en casos más locales.

—Sí, eso es algo que me ha llamado la atención. Una prometedora carrera, un meteórico ascenso y, de repente, nada. Lo deja todo y se va a las provincias. ¿Sucedió algo que le hizo cambiar su rumbo?

—En realidad, sí. Llegó Suke. No podía enfocarme en mi carrera y cuidar de mi hijo al mismo tiempo. Tuve que sacrificar algunas cosas, pero lo volvería a hacer con gusto. Siento no ser la persona que esperaba —dijo, creyendo percibir un brillo de decepción en la mirada de su superior.

—No me decepciona —replicó este—, más bien al contrario; admiro su decisión. Aunque admito que me entristece ver cómo se desaprovecha un talento como el suyo.

Kobe no respondió. De joven, su carrera había sido lo primero y, en muchas ocasiones, lo único. Cualquier caso que le hiciera destacar era bien recibido. Con la llegada de Suke, sus prioridades cambiaron. Hizo todo lo posible por desaparecer del radar de sus superiores. Casos sencillos, pueblos pequeños...  Lo necesario para no llamar la atención. Incluso renunciar a sus ambiciones.

Pero el caso de Mivara y su capacidad para conectar todas las desapariciones aleatorias le habían puesto de nuevo en el tablero. Y sabía que estaba corriendo un riesgo, pero al mismo tiempo disfrutaba de la sensación casi olvidada del trabajo bien hecho, del saberse reconocido.

—Hace aproximadamente seis años —continuó el Coronel, retomando su explicación—, perdimos el contacto con el batallón de vincios de Heria. Fallecieron todos los controladores, todo el personal de la base. Todos acabaron reducidos a cenizas; carbonizados. Apenas pudimos identificar los cadáveres. Los vincios desaparecieron.

En ese momento, Kobe tuvo que recurrir a sus dotes de actor y fingió sorprenderse al escuchar esas palabras. Por supuesto, él sabía lo que había pasado. Aunque no había tenido nada que ver, había sido testigo involuntario de todos esos acontecimientos. Pero eso habría sido difícil de demostrar, y los años de silencio no le ayudarían a probar su inocencia.

—Entonces... —murmuró horrorizado—. Están libres. ¿Quiere decir que hay un ejército de vincios de fuego libres y enfadados?

—Algo así —dijo Isaowe—. Sabemos a ciencia cierta que muchos de ellos están vacíos, pero los vincios se han adueñado de los collares y los anillos así que también podrían ser usados en nuestra contra. Desde hace tiempo, esperábamos un movimiento y nos preparábamos para el contrataque. Esperábamos algo más... evidente. Hasta que llegó usted, no nos habíamos dado cuenta de que ya habían empezado a atacar. Pero eso no es todo, hasta ahora nos basábamos en el supuesto de que nuestro enemigo se reducía al batallón de Heria, pero ahora sabemos que han estado reclutando. A lo largo del país, nuestros agentes dentro de La Invocación nos han informado de que se suceden las desapariciones puntuales de vincios. Estos datos no han trascendido, ¿por qué?

—La Invocación cubre sus huellas —aventuró Kobe.

—No podrá cubrirlas durante mucho más tiempo —continuó el coronel—. Hay informaciones contradictorias de que algo extraño está sucediendo en su seno, pero el hermetismo que se guarda al respecto es total. Hablan de una torre de invocación perdida.

—Eso es... —dudó un momento— ¿Cómo puede perderse una torre sin que nadie se dé cuenta?

—Buena pregunta, yo me la hago todos los días. Necesito que siga con lo que está haciendo —dijo Isaowe—. Necesito que vuelva a su casa y actúe como si esta reunión no hubiera pasado nunca. Ahora sabe cosas. Sabe que hay vincios libres y que planean algo. Sabe que la Invocación parece estar tras ello, para encubrir o para ayudar, es igual; no le dirán la verdad. No se fíe de ninguno de sus agentes. No se fíe de nadie.

—¿Por qué tanto hermetismo? No lo entiendo —admitió Kobe—. ¿Por qué no anunciarlo a los cuatro vientos y actuar? ¿Nos vamos a quedar sentados mientras ellos preparan su ataque? Las desapariciones no son casuales; los primeros indicios señalan que buscan los dirigibles. Las desapariciones de Mivara fueron de magnates ocupados en su desarrollo y fabricación. Planean algo.

Isaowe y Fan-Wolfert intercambiaron miradas.

—Por eso le necesitamos, capitán —dijo el ingeniero—. Necesitamos a un detective capaz como usted, con capacidad de análisis y que sepa con qué estamos tratando.

—¿Y cuándo lo averigüen? —preguntó Kobe, echando una mirada preocupada al ejércitos de máquinas doradas.

—Entonces, cuando hayamos demostrado que son una amenaza, que no son necesarios y que no se les puede mantener bajo control, entonces podremos borrarlos del mapa —dijo el Coronel.

—¿Al ejército de vincios? —preguntó, aunque ya se imaginaba que esa no era la respuesta.

—No, capitán, a todos.

*

«Vuelva a su casa, cuide a su hijo y piense qué es lo que quiere proteger», la había dicho el coronel Isaowe antes de que subiera al dirigible.

—¿Qué es lo que quiero proteger? —se preguntó Kobe. Recordó al hijo de Fan-Wolfert, un joven vincio del aire demasiado impetuoso como para valorar las consecuencias de sus actos, ¿sospecharía siquiera en dónde se había metido su padre? Recordó a Edro, un anciano que cuidaba los parques y jardines de su ciudad, con paciencia y dedicación, y una sonrisa amable para quien le diera los buenos días. Recordó a Idris, trabajando durante horas en el hospital, usando su talento para salvar vidas. Y, sobre todo, recordó a un niño de piel roja y ojos encendidos, con el cuerpo cubierto por cicatrices—. Son personas —murmuró.

Suke ya no era uno de ellos. Podría pensar que ya no era su problema pero... no podía hacerlo. Pero tampoco podía dejar que la gente siguiera desapareciendo.

«Mierda, Byro», maldijo en silencio. «¿Qué demonios estás haciendo? ¿Cuántas muertes necesitas para calmar tu sed de sangre?».

Se permitió aparcar sus preocupaciones para más adelante, para otro día. Ahora, Suke debía de ser su única prioridad. Miró por la ventana y no vio nada. La noche se cernía sobre el campo y no había luces que le permitieran distinguir su dirección. Llegaría poco después del amanecer y tenía la molesta sensación de que ya sería demasiado tarde.

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