El Alma en Llamas

By DianaMuniz

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En un mundo en conflicto donde la magia esclaviza a las personas, la tecnología se revela como la única alter... More

Capítulo 1: Un nuevo comienzo
Capítulo 2 : Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro
Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)
Capítulo 3: Un caso interesante
Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (2ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)
Capítulo 4: La familia del Marqués (4ª parte)
Capítulo 5: Los caprichos del planeta
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (1ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)
Capítulo 8: Justicia
Capítulo 9: El despertar de las llamas (1ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las llamas (2ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)
Capítulo 11: Engranajes
Capítulo 12: En carne viva (1ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (2ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (3ª parte)
Capítulo 12: En Carne viva (4ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (1ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)
Epílogo

Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)

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By DianaMuniz

—Eres idiota —masculló Reyja en voz baja para evitar captar la atención de sus cerberos—. ¿No podías haberte quedado calladito? —Suke no dijo nada, miró su pie descalzo, tampoco había tenido tiempo de coger su bastón. Salir corriendo no parecía una opción factible cuando apenas podía caminar. Quizá pudiera entretenerlos el tiempo suficiente para que Reyja pudiera escapar o, mejor aún, quizá podía convencer a los vincios de que su guerra no iba con ellos y que les dejaran marchar. Pero el hecho de que hubieran ido hasta su casa buscando a Reyja indicaba que no iba a ser tan sencillo como le habría gustado—. Si te hubieras quedado arriba —continuó—, ahora no tendría que estar preocupándome por ti.

—No es a mí a quién buscan —se defendió Suke—. No soy yo quién necesita protección.

—Sé apañármelas solo, gracias —gruñó Reyja.

—¡Dejad de cuchichear y caminad más deprisa! —exclamó el más alto de los vincios de tierra que se ocupaba de abrir el paso. El de atrás, le dio un empujón para que se moviera pero el empellón hizo que Suke tropezara y cayera al suelo.

—¡Podrías tener más cuidado! —protestó Reyja mientras le ayudaba a levantarse—. Suke está enfermo, no debería estar descalzo y...

—¡Cállate! —exclamó el vincio alzando la voz. Pero Reyja no se amilanó, se plantó delante de él con el ceño fruncido dispuesto a plantarle cara.

—No camina bien —insistió—. Ni siquiera le habéis dejado coger su bastón. Él no os ha hecho nada.

—Reyja —dijo Suke, tirando de su brazo. El vincio parecía a punto de aplastarlo contra el suelo y bien sabía que tenía  fuerza de sobra para hacerlo, pero su amigo no parecía ser consciente de su temeridad—, déjalo estar. Estoy bien.

—Te crees muy valiente pero solo eres un estúpido —siseó el vincio.

—He dicho que os acompañaría sin dar problemas —repitió Reyja marcando cada una de las sílabas— y eso haré. Pero mi amigo no tiene por qué involucrarse.

—Tu amigo está involucrado —dijo el vincio más alto, y que parecía que era el que tenía más sangre fría de los dos. Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, izó a Suke con pasmosa facilidad y lo colocó sobre su hombro como si fuera un saco de patatas—. Será mejor que nos demos prisa —dijo a su compañero.

Este asintió y agarró a Reyja por la cintura, sujetándolo debajo del brazo. Este protestó enérgicamente pero fue inútil. Entonces, ambos hicieron un gesto y el suelo en el que estaban osciló como un terremoto. Suke ya había visto ese método de locomoción, así que, previendo lo que se avecinaba, cerró los ojos con fuerza, y apretó el rostro contra la marmórea espalda de su transporte, para evitar que los trozos de grava y polvo le golpearan en el rostro cuando cabalgaron el suelo como si de una ola marina se tratara.

No tardaron más de un par de minutos en llegar a la mansión de los Arinsala pero a él se le antojaron eternos. Para Reyja no debió ser tampoco fácil, su vincio le arrojó al suelo sin ningún tipo de miramiento.

—Maldito cabrón —masculló Reyja escupiendo trozos de tierra.

El vincio que le llevaba a él lo dejó en el suelo con bastante más delicadeza, a pesar de eso, Reyja corrió a su lado para asegurarse de que estaba bien.

—Deja de preocuparte por mí —le dijo Suke—. Esos tipos te buscan a ti, deja de provocarlos.

—Hace tiempo me prometí que nunca más dejaría que un vincio me intimidara —dijo Reyja con voz firme—. También le prometí al capitán que cuidaría de ti —le recordó, mirándole de reojo—. Solo intento cumplir mis promesas.

Suke desvió la mirada apesadumbrado, la verdad era que envidiaba el valor de su amigo, aunque en ese momento no fuera lo más prudente.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? —preguntó el vincio más alto empezando a perder la paciencia—. Dejad los cuchicheos y subid las malditas escaleras. Hace rato que os están esperando.

—¿Esperando? —Aunque Reyja mantuvo su expresión desafiante, la sangre abandonó su rostro. Estaba asustado—. ¿Quién me está esperando?

—Adivina —se burló el vincio más bajo y robusto—. Él habla de ti a todas horas.

—A ver si acierto —dijo Reyja con una sonrisa enfermiza—, pelo rojo, ojos rojos, piel roja...

—Oh, caliente, caliente.

El joven alzó la barbilla en un gesto consciente de superioridad, se puso recto y subió las escaleras como el marqués que era. Abrió las puertas de par en par y entró en el amplio vestíbulo. Un murmulló le recibió. Suke se apresuró a alcanzarle. Se imaginaba que lo que sucedía con Reyja era algo que venía de antes, pero si su padre estaba implicado, quizá tuviera alguna oportunidad de proteger a su amigo. «Me lo debe», se dijo. «Me lo deben todos», se repitió mirando de soslayo a los vincios que le custodiaban. Allí, en el amplio vestíbulo de la mansión, había una pequeña multitud, custodiada por otro vincio de tierra. Sobre su cabeza, columpiándose en la enorme lámpara central, había un personaje de piel azulada y melena blanca, un vincio de aire.

Era extraño ver un vincio de aire, eran muy escasos y su talento muy codiciado. Solían gozar de una libertad envidiable dentro de la esclavitud a la que, como todos, estaban sometidos. Pero su peculiar y sensible dominio de su elemento los convertía prácticamente en inútiles cuando se perdía su voluntad. Ahora, incluso en una situación así, el vincio de aire se mantenía alejado del resto, observándolo todo desde las alturas.

Reyja miró de reojo al extraño personaje pero no le prestó demasiada atención. Estaba demasiado ocupado intentando localizar a alguien entre la pequeña multitud. La mayoría, criados y personal del servicio de la mansión, pero también había algunos personajes que debían ser vecinos. En total, una veintena de rehenes sin contarles a ellos dos. Nada que hacer contra cuatro vincios.

—¡Valenda! —exclamó Reyja al localizar a su hermana. Corrió hasta ella y la abrazó con fuerza—. ¿Estás bien? —preguntó, parecía asustado—. ¿Te han hecho daño? ¿Y Pazme? ¿Y papá?

—Estoy aquí —dijo su madrastra abriéndose paso entre el personal del servicio—. Tu padre está en el hospital, no he podido advertirle.

Reyja abrazó a su madrastra en un acto impulsivo que sorprendió a la mujer. Puede que la tratara con dureza y que a veces parecía que la despreciara, pero Reyja quería mucho a su madrastra, y solo en ese momento Pazme era consciente de ello.

—¡Suke! —exclamó Valenda arrojándose a sus brazos sin dejar de llorar—. Todo es culpa mía, lo siento. No quería que nadie más sufriera pero... llegó él y yo... Reyja —exclamó, volviendo con su hermano—. Es él, ha vuelto. Dice que... dice que...

—Shh —dijo Reyja acariciando su cabeza con dulzura—. No te preocupes, Val, yo me ocuparé de todo. Tranquila, ¿eh? Quédate con Pazme y no te preocupes, no dejaré que te hagan daño.

—¿Qué está pasando, Reyja? —preguntó Suke, en un susurro—. ¿Por qué nos han traído a todos aquí?

—No lo sé —confesó su amigo, agitando la cabeza con pesar—, pero creo saber quién está detrás. Creo que estás a punto de conocer a mi pesadilla. Solo espero que no os afecte a vosotros —dijo—. Lo siento.

—¿Por qué lo sientes? —dijo Suke—. No es culpa tuya.

—Lo siento porque me temo que mi pesadilla despertará a las tuyas.

—Llevo un rato pensando en cómo podría mejorar mi entrada —resonó una voz desde lo alto de las escaleras. Un vincio de fuego, vestido con ropa que, sin duda, había sacado del armario del conde, bajaba los escalones de uno en uno, con parsimonia, como regalándose de la expectación que causaba—. Al final he optado por algo clásico. Un poco de público, un poco de miedo... Es divertido. Lo echaba de menos. Sabes a lo que me refiero, ¿verdad, Reyja? A ver, a ver —dijo con un gesto de su mano— muéstrate. Déjame ver cuánto has crecido.

Reyja se tensó y tragó saliva, sonrió a su hermana y le guiñó el ojo.

—No te preocupes —le dijo. Suke le sujetó del brazo para detenerle, al hacerlo, se percató de que su amigo estaba temblando y su templanza solo era superficial, Reyja estaba aterrado pero no lo demostraría.

—¿Qué está pasando? —murmuró entre dientes.

—Mantente al margen —le pidió con voz dura, pero en la fracción de segundo en que sus miradas se cruzaron, Suke vio una súplica desesperada de ayuda.

—Reyja...

Pero su amigo no se giró. Se colocó con paso firme en el centro del vestíbulo y se encaró al vincio que seguía observándolo todo desde su privilegiada perspectiva.

—Hola, Retto —dijo, sin que apenas se notara vacilación en su voz.

—Reyja... —dijo el vincio paladeando su nombre—. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cuánto ha sido? ¿Cinco años? ¿Seis? Mírate, antes no eras más que un niño llorón y ahora eres todo un atractivo jovencito. Todo un señor marqués, me han dicho.

—Parece que las cosas también te han ido bien a ti —dijo Reyja, manteniendo el tono altivo.

—No me puedo quejar —dijo Retto—. En realidad, sí puedo. Por tu culpa estuve cuatro años privado de voluntad. Castigado, doblegado, obligado a no ser más que un muñeco vacío. Pero eso no tiene ni punto de comparación con lo que se siente al matar con tus propias manos a la persona que más quieres.

—Fue un accidente —murmuró su amigo, con voz trémula—. Era mi madre...

—¡Cállate! —rugió el vincio, y toda la sala dio un paso atrás. Toda, menos Reyja, que permaneció allí, impertérrito, manteniendo la mirada altiva mientras apretaba las mandíbulas—. No te atrevas a mencionar tu pérdida, niño desagradecido, todos saben que la odiabas. ¿Cómo no ibas a odiarla? Pero yo la quería —dijo con voz ahogada—, y tú me la arrebataste. ¿Sabes lo que es esto? —preguntó mostrando un aro para el cuello que hacía girar con su dedo.

—No —murmuró Suke con un lamento estrangulado al reconocer un anulador de voluntad.

¿De dónde lo había sacado? Buscó con la mirada a Edro, el anciano vincio de los Arinsala que trabajaba en el jardín. No le vio en ninguna parte, pero no debía de estar lejos. El anillo ya no colgaba del cuello de Pazme así que, seguramente, ese era el anulador que tenía Retto.

—Un... aro —dijo Reyja. Era evidente que también él lo había reconocido, pero seguía manteniendo la compostura. Uno de los vincios de tierra que los había traído hasta allí le sujetó los brazos. El otro cazó al vuelo el anulador que le lanzó Retto y, sin muchas contemplaciones, lo cerró alrededor del cuello de Reyja.

—No —negó Suke en un hilo de voz—. No, Reyja no, por favor. —Un terror visceral que creía olvidado cobró fuerza dentro de él. El pánico al ser esclavo, a perderse en su propio interior. No quería ni acercarse a un aparato de esos, pero pensar por lo que podía estar pasando Reyja en ese momento, si se perdía...—. No apartes la vista, Reyja. No te escondas —murmuró para sí.

En cuanto el aro se cerró, el físico de su amigo cambió completamente. Su pose altiva se desvaneció como si su espíritu hubiera caído a sus pies. Sus ojos, normalmente azules y brillantes como el cielo de verano, parecían ahora dos cristales mates desprovistos de vida.

—¡Oh, sí! —rio Retto—. No tienes ni idea de lo que he esperado  para esto. ¡Vamos, señor marqués, quiero verte de rodillas! —Reyja se arrodilló y agachó la cabeza como signo de humildad en un gesto que, al venir de él, era aún más extraño—. Más abajo —dijo Retto con una sonrisa lasciva.

Los murmullos se extendieron por la sala mientras Reyja obedecía y se prostraba completamente a sus pies. Lo que vino a continuación, no por previsible fue más fácil de soportar. Sin que Retto pronunciara una palabra, Reyja lamió sus botas arrancando con su gesto, las sonoras carcajadas de su dueño.

Porque eso era ahora el vincio, su amo, el señor de su cuerpo. Todo lo que había sido Reyja había quedado relegado a un rincón de su interior, mero observador de todo lo que sucedía sin poder hacer nada por evitarlo. Muchos se perdían, dejaban de mirar, se escondían en lo más profundo del subconsciente y no volvían a salir. Suke lo sabía, había intentado con todas sus fuerzas devolver la voluntad de una vincio de agua que había sido maltratada, y no había conseguido nada. A menudo, los más orgullosos eran los que caían primero, porque para ellos era más difícil soportar las continuas humillaciones que sus amos les propinaban. Como ahora.

¿Cuánto aguantaría Reyja el calvario al que le estaba sometiendo Retto? Reyja era orgulloso pero también era terco. Eso no era bueno. Si Suke le conocía bien, sabía que lucharía intentando defenderse de la violación de su alma, pero no podría hacer nada. Seguiría intentándolo. Presentaría batalla a cada orden del artefacto para observar, impotente, como nada de lo que hiciera tenía sentido.

El vincio estaba disfrutando y eso todavía le hacía más daño. ¿Cómo alguien que había sido esclavo podía tratar a alguien así? ¿Cómo podía? Suke no lo entendía. Quizá era humano infligir a los demás el mismo daño que le habían causado a uno pero él no podía entenderlo.

—¡Tienes que resistir! —exclamó Valenda atrayendo para sí toda la atención de la sala—. ¡Tú eres más fuerte que eso! ¡Resiste, Reyja!

—¡No! —reclamó Suke con demasiado ímpetu. Ahora las miradas se concentraban en él. Incluso la de Retto, que le miraba con curiosidad—. No —repitió, intentando que su voz no vacilara—. Reyja, sé que puedes oírme. No eres tú. No tiene nada qué ver con la voluntad o la fuerza, no funciona así. Solo... solo recuerda que no eres tú y no te escondas. No... —balbuceó nervioso, sintiendo que sus piernas se negaban a sostenerle—. No apartes la mirada.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó Retto frunciendo el ceño. Los vincios de tierra también observaban intrigados al jovencito que sabía demasiado.  Incluso el del aire, que no había bajado de la viga central y lo observaba todo desde su privilegiada posición, se inclinó un poco más para contemplar al joven.

—Me llamo... Suke Aizoo —dijo Suke, haciendo todo lo posible porque su voz sonara tan firme como él quería.

—Suke Aizoo —repitió Retto como si intentara recordar su nombre—. ¿Nos conocemos? —Suke negó con la cabeza. Uno de los vincios de tierra que los habían llevado hasta allí, se acercó a Retto y le susurró algo al oído. Suke no pudo oírle pero vio el gesto que dedicó a Reyja y se imaginó el resto de la conversación—. Me dice Bracco que eres amigo de nuestro marqués.

—Sí, lo soy —dijo Suke, apretando las mandíbulas. La parte prudente que había en él le decía que se mantuviera callado, que se quedara al margen, que poco podía hacer por su amigo. Pero él tenía que intentarlo. Tenía que demostrarle a Reyja que no estaba solo.

—Bracco también ha dicho que has preguntado por el príncipe —Suke tragó saliva y asintió—. Sabes muchas cosas, ¿no es así? —No contestó, Retto no quería una respuesta, en su sonrisa se podía ver que ya las tenía todas. O eso creía él—. Bracco me ha dicho otra cosa interesante también. Acércate, Suke Aizoo, no seas tímido.

 Notó la mano de Valenda tirando de él para que no fuera, pero no tenía opción. Dedicó una mirada a la joven y a su madrastra y caminó, con lentitud, arrastrando los pies, hasta el centro del enorme vestíbulo de los Arinsala. Él no era un héroe, nunca lo había sido ni nunca lo había pretendido, aunque alguna vez dijeron de él que tenía complejo de Mesías. Pero eso no era cierto, a lo único que aspiraba Suke era a tener una vida normal. Un sueño imposible desde que era niño y que se había atrevido a rozar con los dedos antes de que la realidad le recordara lo que era, lo que nunca tendría.

Miró a Reyja, perdido en algún punto de la cáscara vacía que era su propio cuerpo. Él no, él no se merecía eso. Daba igual lo que dijera Retto que había hecho, no se lo merecía.

—¿Por qué haces esto? —murmuró Suke, luchando contra sus lágrimas.

—No puedes ni imaginártelo —susurró Retto con voz temblorosa—. No sabes lo que es que te obliguen a hacer algo que no quieres, perderte dentro de ti mismo, sentir... —Retto tomó aire, Suke quiso interrumpirle, decirle que sí sabía de qué hablaba pero eso habría sido peor—. Hablas mucho, dices cosas inteligentes pero no puedes saberlo —le palmeó la mejilla en un gesto casi cariñoso y se colocó entre él y Reyja, apoyando las manos en sus hombros—. Ninguno puede. Solo ellos pueden —dijo alzando la voz y señalando a los vincios que le acompañaban—. Por eso estamos aquí, para demostrar lo que se siente, para haceros ver cómo nos sentimos. Seguro que eres un buen chico, Suke Aizoo —dijo, mirándolo de nuevo. Pareció dudar cuando vio sus ojos pero apenas fue una fracción de segundo—. Alégrate, chico, serás un héroe. Pensaba haber usado a la bella Valenda pero hasta un tipo como yo tiene sus reparos cuando se trata de una niña.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Suke retrocediendo un paso.

—Enseñar, por supuesto —dijo con voz hueca—. Enseñar lo que se siente cuando matas a alguien que te importa con tus propias manos.

Aunque se imaginaba a qué se refería Retto, la fuerte acometida de Reyja le pilló desprotegido. Notó un dolor agudo en la mejilla seguido de un siniestro crepitar cuando el puño de su amigo se incrustó en su rostro. Suke dio un paso atrás para recuperar el equilibrio pero apenas tuvo tiempo de prepararse para los nuevos golpes que Reyja le propinó en la boca del estómago.

Suke ahogó un grito de dolor y cayó, postrado de rodillas, sujetándose el vientre. Pero aquel que llevaba las riendas del cuerpo de su amigo no tenía compasión, Reyja agarró su cabelló con ambas manos y estrelló su cara contra la rodilla.

—¡Reyja, para! —gritó una voz, llorando, desde algún lugar. «¿Valenda?». Había más murmullos, más sonidos que se volvían cada vez más lejanos, amortiguados por un molesto pitido que parecía provenir de ninguna parte y de todas a la vez. Suke no podía concentrarse en nada en concreto, estaba mareado, las imágenes también se confundían y el sabor salado de la sangre llenaba su boca. Pero tenía que centrarse, tenía que conseguir dar sentido a sus pensamientos. «No es Reyja», se decía y lo sabía, pero tenía que recordárselo. «No lo es, no es Reyja. Tú lo sabes, pero ¿lo sabe él?».

—No... no eres tú —consiguió decir, tenía que decírselo. Tenía que hacerle saber que lo sabía, que sabía que no era él el que le golpeaba. El que le iba a matar—. No pasa nada, yo lo sé.

—Oh, qué bonito, qué noble por tu parte —se burló Retto—. ¡Qué inútil!

—No mires a otro lado —insistió Suke, protegiéndose la cabeza con ambos brazos. Pero no pudo defenderse de la patada que Reyja le propinó en el costado—, aunque duela, no dejes de mirar —siguió diciendo, interrumpido solo por sus propios gemidos y el sonido de los golpes que resonaban dentro de él como si fuera la tela de un tambor. El dolor, que un principio había sido agudo e incisivo como una aguja incandescente, ahora lo envolvía todo, como una manta pesada, alterando la realidad. Le era difícil saber de dónde venía cada puñetazo, cada patada... Quiso gritar cuando notó que algo se rompía en su interior, pero no lo hizo, no podía hacerle eso a Reyja. No gritaría—. Solo recuerda que no eres tú y que yo lo sé. —Era lo más importante. Quizá para Retto era inútil pero para Reyja no lo era, para él tampoco—. Que, pase lo que pase, yo lo sé.

Las tinieblas de la inconsciencia le arrastraban, tentadoras como cantos de sirena, le llamaban a acunarse entre sus brazos, a cantarle una nana que acabaría con su dolor, para siempre. Un golpe más y se ahogaría, lo sabía, y no estaba seguro de si le importaba o no.

Entreabrió los ojos. El párpado comenzaba a hincharse y ese sencillo gesto se convirtió en una prueba digna de Hércules. A través de un velo rojo, pudo ver cómo Reyja le agarraba por la camisa del pijama y lo recostaba a los pies de las escaleras.

—¿Reyja? —preguntó Suke, sorprendido e inquieto ante el cambio de actitud. Su amigo seguía llevando el aro en el cuello y sus ojos tenían el reflejo mate del que carecía de voluntad propia. Pero su gesto había sido casi delicado. Buscó con la mirada al responsable y Retto le respondió con una sonrisa mezquina.

—Puedes perdonar al amigo que te hace daño —dijo el vincio, asintiendo con la cabeza—. Pero... ¿y si disfruta con ello?

Reyja le besó.

Eso le hizo más daño que cualquiera de los golpes que había recibido. Las imágenes de sus sueños volvieron a él en el momento más inoportuno, recordando como esos mismo labios le besaban noche sí y noche también.

—No —gimió intentando apartarle de sí. «¡No, así no!», se reprendió. Eso era peor. Era como si Retto hubiera entrado en su subconsciente y hubiera profanado todo aquello que quería. Sí, eso lo había deseado, lo había deseado tanto que sentía como si le arrojaran a la cara sus sentimientos tras haberlos arrastrado por el barro—. ¡No! —repitió mientras lágrimas ardientes corrían por sus mejillas.

Su aliento se perdió contra sus labios, mientras una lengua fuerte y juguetona, presionaba contra sus dientes intentando abrirse camino. Al encontrar resistencia, optó por el cuello. Suke le apartó con ambas manos pero Reyja era más fuerte que él y no le importaba hacerle daño. Agarró sus muñecas con una mano, por encima de su cabeza, mientras, con la otra, buscaba la goma del pijama y se perdía bajo la tela.

—¡Por favor! —gritó Suke, buscando a Retto con la mirada—. ¡Por favor, detén esto!

—¿Por qué? —dijo Retto bajando unos escalones para colocarse a su nivel y susurrarle al oído—. Mírale —le dijo—. Está excitado, está disfrutando con esto. Relájate... a lo mejor te lo pasas tan bien como él.

Sus palabras resonaron en sus oídos como pronunciados por la voz de sus pesadillas.

«Sabía que tú también disfrutabas con esto, mi querido Rubí».

Reyja se quitó la camisa y tiró de la de Suke rompiéndola. Los botones rebotaron por el suelo y se alejaron rodando a los pies de la pequeña multitud que observaba la escena con una mezcla compleja de repulsión y curiosidad. Pero un murmullo recorrió la sala cuando el torso cubierto de cicatrices de Suke quedó al descubierto.

—¿Qué demo...? —comenzó a decir Retto.

«Lo estás deseando, Rubí, mi preciosa joya...»

—¡No me toques! —chilló Suke.

Fue solo un segundo, pero todos pudieron ver como el joven cambiaba de color y adquiría el tono de inconfundible de un vincio de fuego. Antes de ser consciente de lo que sucedía, Suke lanzó una explosiva llamarada que arrojó a Reyja a metros de él. Intentó levantarse, pero cayó de nuevo, sus piernas temblaban como briznas de hierba y se negaban a sostenerle.

—No, otra vez no —musitó, contemplando las palmas de sus manos, sintiendo como las lágrimas se evaporaban sobre sus mejillas—. ¡Reyja! —exclamó, al caer en la cuenta que acababa de atacar a su amigo. Solo cuando le vio levantarse como si no hubiera pasado nada, pudo respirar tranquilo. Y, al hacerlo, el color de su piel cambió de nuevo recuperando su tonalidad rosada habitual.

—¿Qué eres tú? —preguntó Retto, extrañado. Pero su pregunta destilaba rabia mal disimulada. Rabia que había sido capaz de desviar de Reyja, ahora sus pensamientos no estaban vinculados, le había dejado de lado, así que era su amigo el que le contemplaba, asustado, desde el otro lado de la habitación.

Suke se sintió aliviado al reconocer su mirada, sonrió y asintió con la cabeza. No importaba. En realidad, no había vivido más que un sueño prestado. Tocaba despertar. Cerró los ojos esperando una agresión directa de Retto pero no llegó.

Al abrirlos, se encontró que entre él y su atacante, estaba el vincio de aire que lo había observado todo desde la distancia. Tenía el cabello más largo y la espalda cubierta de cicatrices pero era él, no había ninguna duda.

—¡Vaio! —exclamó Suke, feliz de encontrar de nuevo al que para él había sido algo así como un hermano. «Un hermano que te traicionó, ¿recuerdas?». Pero eso no importaba. Ahora, mirándolo con la perspectiva que daba el tiempo y la distancia, tenía más cosas que agradecer que reprochar.

—Iba a decir que ha sido difícil reconocerte porque has crecido mucho —dijo Vaio usando su familiar tono burlón—, pero sería mentir. ¿No eres un poco bajito?

—¿A qué viene esto, Vaio? —protestó Retto—. Él me dio vía libre; me dijo que podía hacer lo que quisiera. Lo dijo, Vaio.

—Puede que lo hiciera —susurró Vaio de forma que solo le escuchara Retto, aunque Suke estaba lo bastante cerca para captar parte de la conversación—. Aunque dudo que eso incluyera que mataras a su propio hijo.

—¿Su qué...? —repitió Retto sin dar crédito a lo que oía.

—Suke es el hijo de Byro —explicó Vaio con tono seco—. Le conocí hace seis años. Ha pasado mucho tiempo y él  está... cambiado —dijo mirándole con curiosidad, como si esperara encontrar una explicación.

—Esto no podemos tratarlo aquí —dijo Retto mirando a su alrededor, por primera vez, parecía molesto por tener público—. ¡Llevadlos al salón y encerradlos allí! —ordenó a los vincios de tierra—. Vigilad al viejo —añadió, sin duda refiriéndose al jardinero de los Arinsala—, no quiero que haga tonterías. Tú, ven conmigo.

Suke asintió e intentó levantarse, pero un dolor agudo en el costado le hizo retroceder. Dolía mucho, tenía miedo de respirar porque sentía que si lo hacía, su pulmón se iba a pinchar como un globo de aire. Una mano fuerte le ayudó a incorporarse y le sostuvo para que no cayera de nuevo.

—Gracias —dijo, con sinceridad, a Reyja. No sabía si por propia voluntad su amigo le había ayudado a levantarse, pero aunque Retto le hubiera obligado, Reyja lo habría hecho. Estaba seguro. Así que aceptó la mano como si en verdad fuera la del joven marqués, y permitió que le ayudara a subir la escalera.

Una vez en el despacho del padre Reyja, Retto tomó asiento encima del escritorio y Suke miró la silla pero no la ocupó, se quedó allí, mantenido de pie por los brazos de Reyja.

—¿Qué es lo que ha pasado allí abajo? —preguntó Retto—. Lo he visto. Has llamado a las llamas y tu cuerpo... parecía como el mío. ¿Cuál es tu historia?

«¿Cuál es tu historia?», eso era lo que Reyja le había preguntado al ver sus cicatrices. «La gente no quiere la verdad, no quiere sentir pena. Solo quiere saciar su curiosidad y seguir con su vida. Invéntate una historia, hazla tuya y cuéntala. No importa que no sea verdad, no importa que no sea creíble. La gente quiere creer».

—Mi padre era un vincio —dijo Suke—. Pero eso ya lo sabías, ¿no? —dijo mirando de soslayo al vincio de aire. Vaio sabía que lo que iba a contar no era cierto del todo, pero tampoco sabía la verdad. Solo confiaba que no le descubriera.

—¿El príncipe Byro?

Suke asintió.

—Llevaba un anulador cuando me engendró, así que supongo que no fue voluntario —dijo con una mueca triste—. Mi... La mujer que me alumbró me vendió como rareza a un alquimista. No era vincio, pero no era humano del todo. Así que llevé el collar mucho tiempo, aunque apenas pudiera hacer nada. Mis amos no estaban muy contentos —dijo, abriendo los brazos y mostrando las cicatrices.

—¿Y de todos los vincios del mundo eres hijo del príncipe Byro? —dudó Retto.

—Eso dijo la mujer que me alumbró cuando nos encontramos más adelante. Eso dijo él —recordó—. No debe de haber muchos niños como yo. Cuando escapé... prometí liberar a mi padre. Y eso hice.

—Esa era su intención cuando le conocí yo —corroboró Vaio—. Quería que le llevara a los campos de batalla del Este, donde estaban los batallones de vincios de fuego. Pero lo último que sabía de él era que había sido emboscado por la policía. Después, cuando los hombres de Byro nos rescataron, supe que lo había conseguido. Retto, gracias a este chico somos libres —exclamó.

La afirmación del vincio le golpeó dejándole sin aire. ¿Todo era por su culpa? ¿Todo lo que estaba pasando fue porque había querido liberar a su padre?

—Supongo que entonces, estoy en deuda contigo —dijo Retto con desgana—. Siento mucho todo ese malentendido de allí abajo, pero tienes que entender que tu amigo es un asesino y tiene que pagar por...

—Me es igual —dijo Suke con voz firme—. Sé que Reyja tiene sus secretos, yo tenía los míos. Él no tiene que contármelos; no necesito saberlos.

—Pero yo quiero que lo sepas —insistió Retto—. Necesito que sepas lo que hizo ese maldito mocoso.

—He dicho que no quiero saberlo —repitió Suke, marcando cada una de las sílabas. Había llegado muy lejos para dudar ahora, no iba a rendirse—. Lo escucharé solo de su boca, cuando él quiera.

—Confianza ciega, ¿no? —se burló el vincio—. ¿Y qué opina él de que tú seas el hijo de un vincio? ¿Lo sabía?

—Creo que, ahora mismo, es la menor de sus preocupaciones.

Retto se rio ante su comentario y asintió con la cabeza.

—Deberíamos llevarnos bien —dijo—. No quiero problemas con tu padre pero no pienso liberar a Reyja. Tenlo muy claro. Me lo debe. No pienso quitarle ese collar.

—Pues no se lo quites —dijo Suke y extendió la mano—. Pero dame el anillo.

Retto miró la palma de su mano con una mueca de estupefacción, parecía sorprendido ante la decisión mostrada por Suke. Dudó un momento pero se quitó el anillo de la mano.

—¿Por qué no? —dijo poniéndole el anillo en la palma—. Guárdalo tú, por ahora. Ahora bien, te advierto que Reyja Arinsala morirá como esclavo. Si le pasa algo a este anillo, no tendré la más mínima vacilación y le reduciré a cenizas ante tus ojos. Quizá no pueda tocarte a ti, pero Reyja es mío. No lo olvides.

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