Desde mi infancia, mi madre me dejó bien en claro lo hermosa que era. Lo bien que me veía con todo y la linda cara que tenía. Pero también me dejó bien en claro lo monstruosa y horrenda que me veía al llorar, y como toda esa dulzura se desvanecía al derramar lágrimas.
Desde entonces no volví a llorar.
Por eso, si algún día encuentro a una persona que me diga lo bonita que soy llorando, la dejaría hacerme llorar todos los días, por el resto de mi vida.