Carnada

By Wind21

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"En un mundo desolado por los muertos vivientes, la esperanza es lo más dañino" Kaleb Pheno es un profesor de... More

2 - Las Reglas del Traficante
3 - Los viajeros
4 - La Traición
5 - Mi Presa
Epílogo - Carnada

1 - Acartonado y Picoso

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By Wind21

El hambre nos convierte en monstruos...

No puedo evitar arrugar el rostro en una mueca de disgusto cuando mi lengua toca esa sopa de conserva rancia y ya pasada de la fecha de caducidad. Trago con dificultad tratando de ignorar el sabor acartonado del fideo y el desagradable picor de su sazonador. Los días anteriores la comida no ha estado mejor, creo que la de hoy incluso tiene cierto gusto; aun así me da asco. Las circunstancias actuales no nos permiten reclamar por un buen buffet de carne o algo así.

Pobre Leila, la cocinera, hace todo esto para que no traigan a su bebé a este cuarto.

Ya llevo dos semanas en la sección de "innecesarios", como nos llama el líder Ben Across. Es una habitación igual de elegante y de apariencia antigua como todas las de la mansión; la diferencia es que quienes estamos aquí ya no tenemos esperanza alguna de salvarnos y no precisamente por culpa de los zombies. La culpa mayor es de ellos, sí. Ellos nos han empujado a esta especie de sociedad en que solo sobreviven los útiles, en cambio los que estamos en este cuarto ya hemos sido descartados, ya hemos sido denominados "innecesarios."

Yo nos llamaría, "comida de zombies."

Así es, todos los que estamos aquí servimos como cebo, distracción o carnada. Los secuaces de Ben Across sacan a uno o dos, los amarran, los suben a la carrocería de la camioneta y salen al pueblo en busca de provisiones. Si las carnadas tienen suerte, ese día el grupo no se encontrará con hordas de zombies. En el peor de los casos, serán simples comunes: lentos y casi ciegos que serán fácilmente asesinados por Ben Across y sus secuaces.

Por el contrario, si no tienen suerte, se encontrarán con más de dos de los anormales: algunos los llaman parcas, otros esqueletors; yo nunca los he visto, para mí todos son malditos zombies. Si hay más de uno de ellos, la carnada será usada como escudo y mientras es devorada, los demás escaparán.

Ese es el destino de todos los que estamos en este cuarto. Si me lo preguntas, al menos es un destino cierto, al menos los que estamos aquí ya hemos perdido la esperanza. Los de afuera aún tienen fe en que saldrán vivos de esto; algunos sucumben a la locura en poco tiempo y al final, caen a este cuarto.

En un mundo desolado por los muertos vivientes, créeme, la esperanza es lo más dañino.

Se escucha el sonido intermitente de los pesados pasos de alguien acercándose a la puerta y a continuación, la cerradura es forcejeada con torpeza. La reacción inmediata de mis acompañantes, es comenzar a temblar de ansiedad y hacer tontos ademanes con las manos. Yo estuve así la primera semana... ahora ya no; ahora estoy más bien sorprendido. Hace un rato se llevaron a un muchacho.

¿Acaso decidieron que necesitan a una carnada más? 

La puerta se abre de un tirón y entra un fornido y calvo secuaz de Ben Across, al que llaman "el Gordo"; tiene dos pistolas a cada lado del cinturón y una hoja de papel ensangrentada en donde figuran nuestros nombres escritos a la mala. La lista de sangre, así le llaman algunos.

—¿Kaleb Pheno? —llama el sujeto a gruesa voz.

Mierda, soy yo.

Aunque mi corazón se ha inquietado más de lo normal, trato de conservar la calma pues ese es mi estilo, no suelo agitarme con facilidad. Me acomodo las gafas y aunque mi cuerpo tiembla de ansiedad, tomo una larga bocanada de aire y levanto la mano. Sé que me irá peor si finjo demencia.

El Gordo se acerca a mí a paso rápido y con un fuerte apretón que me corta la circulación, me arrastra fuera de la habitación y me arroja hacia adelante, empujándome de rato en rato para que camine más rápido. Cruzamos un pasillo elegante pero sombrío en pleno atardecer nublado; las paredes están llenas de fotos y pinturas antiguas. Pasamos a un lado del drogadicto Richard Neils que está barriendo el pasillo, impasible y sereno. Es flacucho y bastante tonto.

Me sigo preguntando cómo es que yo terminé en la sala de la comida para zombies y él no. En este mundo desolado por los muertos vivientes, puedo darme el lujo de ser algo mezquino, ¿o no?

—Jaja, me gusta tu saco, profesor —el Gordo se burla de mí, yo solo sigo caminando delante de él. Sé que a cualquier paso en falso, me volará el cerebro.

Es eso o morir devorado por zombies... creo que prefiero la segunda.

—Sí, es térmico —le comento señalando mi sucia prenda de vestir color marrón que llega hasta mis rodillas.

—Ve despidiéndote de él, profesor —ríe el Gordo—. Te lo quitaré antes de que te lancemos a los Esqueletors, ¿o prefieres morir frente a un Garrotas?

—Créeme, yo mismo te regalaría mi saco si pudiera, pero lo vas a reventar con tu gordura —le digo con ironía.

Cómo odio los nombres que algunos les ponen a esos malditos muertos vivientes. Son zombies y ya.

Antes de que el Gordo pueda responderme con el rostro enrojecido de furia, la puerta al final del pasillo se abre y da paso a un hombre al menos veinte años mayor que yo, fornido y con las duras facciones de quien nunca ha sido bueno en la vida. Ese es Ben Across, un traficante de armas que solía ser reconocido en el otro mundo. Antes de los zombies, claro. Después de los zombies, es el líder cuya mansión sirve para alojar a quienes necesiten refugio.

Refugio, sí, claro.

—Profesor Pheno —abre los brazos y me sonríe arrugando el rostro—. Qué bueno que estés aquí, espero que el Gordo no haya sido tan brusco contigo.

Se hace a un lado para que pueda pasar y entro a un cuarto de oscura apariencia, por un momento me hace sentir que estamos en el siglo XVIII. En el centro, hay una silla en la que el muchacho carnada está sentado, llora a mares y hasta parece que se ha orinado del miedo. Lo comprendo, tiene apenas dieciocho años y es demasiado tonto como para ser de utilidad. Fue el último en comprender por qué fue llevado al cuarto de los innecesarios.

—Profesor Pheno, ¿está bien? ¿O prefieres que te llame Kaleb? —me pregunta Ben Across mientras cierra la puerta. El Gordo se reúne con sus otros camaradas de similar apariencia a un costado del cuarto.

—Llámeme Kal, por favor —intento, nunca me ha gustado que me digan "profesor Pheno", tengo apenas veintiocho años y ese apodo hace que me sienta viejo.

—Kal —el líder asiente con la cabeza—. Relájate.

La verdad es que es imposible y esa orden solo consigue que mis hombros se contraigan más. Ben Across comienza a caminar en círculos alrededor de la silla con las manos en la espalda y me mira con tal fijeza que me voy sintiendo cada vez más intimidado.

—Según lo que dijiste en el primer censo de refugiados —comienza—. Eras profesor de química en la universidad del pueblo.

—Sí, señor —muevo la cabeza de arriba abajo.

—Sabes por qué estás en el cuarto de los innecesarios, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Bien —duda un momento—. Mira el desastre que hizo este niño.

Con la mano, señala el orín que se seca poco a poco en la alfombra, pero que desprende un nauseabundo hedor a miedo. Prefiero no hacer comentarios al respecto, así que me quedo en silencio.

—No es la primera vez que pasa esto, la mayoría de los que vienen a prepararse para carnada, terminan orinándose o algo así... en mis bellas alfombras —él observa el objeto por un momento, se cruza de brazos y vuelve a clavarme la mirada—. La verdad es que ya me cansé de lidiar con los cobardes.

Él no espera respuesta.

—Tú eres profesor de química, haz algo, haz alguna substancia que nos ayude a controlarlos por al menos un momento —me ordena, su voz ha dejado de sonar amigable.

—Podría simplemente matarlos —le digo con algo de ironía.

—Kal, se ve que no has salido de esta mansión —él suelta una risa escalofriante—. Las parcas y los garrudos saben identificar a los vivos de los muertos.

Más apodos de zombies.

—Tal vez pienses que está mal ayudarnos a usar de carnada a tus compañeros.

No, la verdad es que no me he hecho amigo de ninguno de ellos. ¿Para qué? Sé que cualquier día serán llevados a alimentar zombies.

—Pero si nos ayudas te ofrezco dos cosas —levanta la mano y me muestra dos gruesos y algo chuecos dedos—. Primero, salir del cuarto de los innecesarios con todo lo que involucra: mejor comida, más posibilidades de supervivencia y probablemente hasta llegue a tenerte confianza y te enseñe a usar un arma.

Cuando menciona la comida, lo único que recuerdo es el sabor rancio, acartonado y picoso de los fideos de conserva caducos que nos dieron hoy. Frunzo el ceño y aprieto los labios.

Ben Across toma aire—. Sabes que poco a poco vamos descartando gente para la sala de los innecesarios —muestra los dientes en una sonrisa demente—. La segunda cosa es mi palabra, mi palabra de que no descartaremos a nadie que te importe.

Debo aceptarlo, eso ha sido un golpe bajo. Incluso siento un ligero mareo al recordar a Lisa Amber, una chica que me gusta desde mucho antes que los zombies invadieran el mundo y que casualmente, también terminó en esta mansión.

—¿Y bien? —insiste el líder con esa mirada inquisidora, su sonrisa viperina se ha desvanecido hace rato—. ¿Qué sustancia podrías ayudarnos a hacer?

—Yo...

Reflexiono por un instante, estoy algo nervioso; cualquier idea errónea e imposible me convertirá en comida para zombies. Sin darme cuenta, una ligera esperanza ha aflorado en mi interior. Algo fácil de conseguir... algo fácil... alzo las cejas cuando una idea cruza mi mente, ¿qué es lo que tienen en común los jabones, cosméticos y shampoo? ¿Y en qué supermercado no se encuentran estos productos en grandes cantidades?

—Formaldehído —digo, seguro.

—¿Formal... qué? —Ben Across levanta una ceja, está perdiendo la paciencia.

—Formol, podemos juntar grandes concentraciones usando cosméticos, jabones y shampoo —explico algo nervioso pero sin titubear—. Eso deja inconsciente a una persona por al menos dos horas. Si consigo los ingredientes, entonces puedo preparar una solución potente.

—Oh —de nuevo, Ben esboza una sonrisa—. ¿Entonces vas a ayudarnos?

—Sí —asiento con la cabeza, muy seguro.

Contribuir con esos actos atroces solo por tener comida de mejor calidad. Unirse a esos asesinos solo para cuidar a alguien que ni siquiera te conoce pero a quien siempre has mirado con lujuria aunque fuera prohibido. Traicionar a tu propia especie solo por la esperanza de salir del cuarto de los innecesarios.

En verdad, en un mundo desolado por los muertos vivientes, la esperanza es lo más dañino.

Continuará...

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