Corazón de Hielo ® (Muestra)

By corazondhielo31

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(Trilogía Corazón) (libro #1) Aviso importante: esta historia solo contiene unos pocos capítulo como muestra... More

Nota de introducción
Sinopsis
Introducción
El regreso de un huracán
LuzBel
Conociendo al enemigo

El comienzo de una tormenta

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By corazondhielo31




~Capítulo 1~

{Isabella}

Dos años antes...

Estaba en uno de los cementerios más exclusivos de la zona donde vivíamos — Newport Beach, California, fue mi hogar hasta que llegué a la edad de dieciséis años, por primera vez vestía de negro, nunca quise usar ese color ni para los eventos de gala que mi padre hizo en su empresa; me negué ya que lo asociaba al dolor, al luto que se cargaba en el alma tras perder a un ser amado.

Jamás fui partícipe de un velorio, mucho menos de un sepelio; me aterrorizaban tanto como la oscuridad y muchas veces le pedí a Dios que nunca me tocara vivir uno, pero ahí estaba, viviendo el más doloroso de todos, sintiendo que mi alma se perdía y mi corazón se volvía pedazos, queriendo llorar y no pudiendo porque mis lágrimas se escasearon desde dos días atrás.

Mi padre, John White, estaba parado al frente del ataúd de la que fue la mujer de su vida, su amor eterno, mi madre. Intentaba dar unas palabras de agradecimiento a todos los que nos acompañaron, tratando de no quebrarse, de no mostrar su verdadero dolor, uno que yo no podía ocultar por más que luchara. La lluvia comenzó a caer cuando el sarcófago que contenía el cuerpo de Leah White Miller, comenzó a bajar; creí que eso solo pasaba en las películas, pero al parecer, el tiempo tenía la virtud —a veces— de mostrarse acorde a los sentimientos que experimentábamos.

Elliot Hamilton, mi mejor amigo y novio desde dos años atrás, estaba a mi lado apoyándome como siempre. Tuvo la intención de abrir un paraguas para protegernos, pero me negué. Necesitaba que la lluvia se llevara un poco de mi dolor. Lancé una rosa blanca después de que mi padre también lo hiciera y nos marchamos de aquel lugar hasta que la tumba de mamá quedó lista.

Nos fuimos en silencio hasta llegar a casa, ahí, mi padre se fue a su despacho avisando que debía hacer algunas llamadas y Elliot me acompañó a mi habitación. Es dos años mayor que yo y papá siempre confió en él y no le importaba que estuviésemos a solas, sobre todo en ese momento que decidió encerrarse en su burbuja de dolor y me dejó de lado.

—Me preocupa su actitud —le comenté a Elliot cuando estábamos en mi cama.

Nos acostamos en ella y apoyé la cabeza en su brazo, él acariciaba mi espalda; se notaba cansado y lo entendía. Desde que pasó lo de mi madre no había parado y junto a su familia, ayudaron a papá con los preparativos para el velorio y sepultura de mamá.

—Ya le pasará, dale tiempo, nena. No es fácil lo que está viviendo, lo que estáis viviendo y cada uno lo enfrentáis a vuestra manera me consoló.

Comprendía eso, perdí a mi madre, a la mejor que la vida me pudo dar, pero papá perdió a una compañera irremplazable; fui testigo del amor que ambos se profesaron, hasta cuando discutían se les notaba y eso siempre fue increíble para mí.

Leah White Miller fue una hermosa mujer de pies a cabeza, modelo de vocación y madre por decisión, con un gran corazón. Mi padre se desvivió por ella y se amaron de una manera incondicional y única. Él juró protegernos de todo, mas no pudo cumplir su objetivo. No lo culpaba, aunque sí lo lamentaría siempre.

Todavía no sabía el motivo de su muerte, tampoco los detalles, papá no quiso decírmelo y lo dejé pasar porque no estaba para eso en esos momentos. Igual, no se me permitió verla en su ataúd ya que mi padre se negó a que lo hiciera en ese estado. Y fue lo mejor puesto que no quería recordarla de esa manera sino con vida, amor y alegría, algo que la caracterizó siempre.

Necesitaba volver a dos días atrás, cuando mamá fue a dejarme al colegio y antes de bajarme del coche me abrazó con fuerza y me dijo cuánto me amaba. En ese instante no me pareció rara su actitud porque era algo que hacía con frecuencia, pero justo en esos momentos, comprendí que en verdad se despidió de mí con esas palabras y ese gesto.

Lucía un poco nerviosa o quizás emocionada, eso era algo que no sabría nunca.

«¿Será que mamá presentía su muerte?»

Preguntó mi conciencia, tenía la costumbre de hablar y responderme a mí misma, incluso creía que mi yo interior poseía vida propia.

Cuando lo descubrí desde niña y mamá me encontró hablando sola, le comenté lo que me pasaba y de la vocecita que era capaz de escuchar en mi cabeza; le pregunté si acaso me estaba volviendo loca y ella sonrió con ternura: «No, mi vida. Solo tienes la capacidad de escucharte a ti misma y muchas veces eso bueno, pero trata de hacer caso solo a las cosas buenas que te diga tu conciencia e ignora las malas», me dijo y asentí más tranquila. Aunque tiempo después le pedí que me llevara a un doctor para estar segura, él confirmó lo mismo que ella y desde ese entonces, me dejé llevar por mi voz interior.

Sin embargo, muchas veces peleaba más de lo que hablaba con mi conciencia, ya que me aconsejaba a hacer más cosas malas que buenas, al menos malas para mí en ese tiempo.

—Gracias por estar conmigo, por no dejarme sola —susurré y me aferré al cuerpo de mi novio.

—Siempre estaré para ti, Isa. No agradezcas eso —pidió y me besó en la coronilla.

Elliot era demasiado dulce y nuestra historia casi se podía comparar a la de los libros románticos y repletos de cursilería. Nos conocimos desde que yo tenía ocho años, cuando asistimos al mismo colegio, él iba dos grados adelante de mí, pero mi mejor amiga en ese momento tenía a su hermano en el mismo grado que Elliot cursaba, fue así como nos comenzamos a relacionar. La atracción nació cuando cumplí catorce, por supuesto que él tuvo varias novias y me tocó tragarme muchos celos ya que no se fijaba en mí como quería, mas cuando todo se dio, ya nadie nos pudo separar.

Admito que fui muy consentida por mis padres y eso me hizo soñar siempre con una vida igual a la de los cuentos de princesas Disney y Elliot, se convirtió en mi príncipe perfecto.

Con tristeza reconocí que cada vez estaba más cerca de obtener mi propio cuento de hadas, pues no solo tenía al príncipe encantador sino que también perdí a mi madre.

«Era mejor buscar un nuevo cuento y enamorarnos del villano».

¡Puf! Claro que no, amo a mi príncipe.

Alegué cuando mi voz interior sugirió tal cosa.

____****____

Los días pasaron y con ellos todo se volvió peor.

Papá comenzó a cerrarse más en sí mismo y se refugió en su trabajo, empecé a sentirme sola a pesar de que tenía a Elliot y a mi nana Charlotte Sellers, la mujer era de la edad de mi madre y ambas fueron mejores amigas desde muy jóvenes; busqué a papá para consolarme en sus brazos, pero no siempre tenía tiempo para mí. Cuando llegaba de la empresa se encerraba en su despacho y hacía llamadas en las cuales siempre terminaba gritando y enfadado. Odiaba en lo que se estaba convirtiendo mi vida y para ignorarlo, terminé por retomar de nuevo mis entrenamientos, desde que tenía diez años mamá me inscribió en cursos de defensa personal y artes marciales, hubo un tiempo en el que ella también practicó conmigo, mas lo dejé cuando comenzaron a interesarme más los salones de belleza y las salidas con mis amigos.

Asimismo, terminé tomando el camino de mi padre y me alejé de los pocos amigos que tenía, mis días comenzaron a basarse en ir al colegio, regresar a casa a entrenar, hacer tareas y pasar algunas tardes con Elliot, cuando él no entrenaba en el equipo de fútbol al cual pertenecía, o pasaba de las salidas con sus amigos.

—¡Perdón! —exclamé cuando salía del salón de entrenamientos que teníamos en casa.

Había chocado con un hombre que estaba apostado afuera de ahí, vestía de traje negro y su postura era dura y peligrosa; no era la primera vez que lo veía y la única amiga que todavía conservaba en el colegio, me comentó que notó a alguien siguiéndome. Ese hombre era la misma persona.

—Perdóneme a mí, señorita White. Fue mi culpa —reconoció y asentí.

—¿Por qué estás aquí y has estado siguiéndome estos días? —quise saber, él me miro un poco incómodo.

—Trabajo para su padre, son órdenes de él —informó y eso no me sentó bien.

Todos los nunca se estaban cumpliendo para mí desde la muerte de mi madre y ese era otro, pues nunca necesité de guardaespaldas y pensé que ya era momento de hacer que mi padre me escuchara, puesto que mi vida estaba dando un giro de ciento ochenta grados y él no se dignaba a explicarme nada.

Decidida a eso y al haber visto su coche antes, me dirigí a su lugar sagrado; noté que el hombre de antes me seguía y eso me hizo sacar lo Miller que llevaba en la sangre.

—A ver, dejaremos claro algo —Mi voz sonó demandante al decir aquello, también se me estaba mezclando lo White y eso ya eran otros niveles—. Estoy en casa y no creo que aquí, alguien quiera hacerme daño, así que te agradeceré que me dejes sola. Me pones nerviosa y ya estoy lo suficiente estresada como para que tú me pongas peor —solté, el pobre hombre me miró asustado.

—No es mi intención, pero tengo órdenes, señorita —se defendió y negué.

—Voy a hablar con papá y quiero hacerlo a solas —zanjé—. Si insistes en seguirme hasta cuando voy al baño, te juro que te haré tener un trabajo muy difícil de aquí en adelante y créeme, tengo los medios para hacerte maldecir por haber aceptado cuidarme —advertí.

«¡Demonios! Eso no te lo sugerí yo».

Sonreí satírica cuando mi conciencia señaló tal cosa, él pobre hombre creyó que lo hice por él y me miró asustado. No era mi intención ser irrespetuosa, el tipo solo cumplía mandatos, pero la tensión que vivía en esos días ya me pasaba la factura.

Retomé mi camino y agradecí que ya no me siguiera, en definitiva papá tenía que escucharme y más decidida que antes me dirigí a su despacho, pero me detuve al escuchar que no estaba solo. La otra voz era del padre de Elliot y, aunque no era mi manera de actuar, me quedé en silencio y escuchando la pequeña discusión que tenían.

—Debes calmarte, John. Estás actuando como un novato, tal cual ese mal nacido quiere —pidió el señor Hamilton.

—Es fácil pedir eso cuando no estás en mi lugar, ¿cierto, Robert? —Papá se escuchaba demasiado enfadado— Dime, ¿qué harías tú si fuese tu esposa la que corrió el destino de mi Leah?

—Ya, John. No digo que sea fácil lo que estás pasando —repuso el señor Hamilton.

—No lo es —concordó papá— y te aseguro que si estuvieses en mi lugar y encontraras a Eliza tal cual yo encontré a Leah, no me estarías diciendo que actúo como un novato.

Hubo silencio unos segundos y se me partió el corazón cuando escuché a papá sollozar, mas la sangre abandonó mi cuerpo cuando volvió a hablar y dijo esas siguientes palabras:

—Me la violaron, Robert. Ese hijo de puta ultrajó el cuerpo de mi preciosa Leah. ¡Lo profanó de la peor manera y no contento con eso, me la mató! ¡Me arrebató el corazón y lo pisoteó de la forma más vil que existe! Así que no me digas que no...

Un sonoro sollozo se me escapó de la boca, no hubo forma de impedirlo.

No existía poder alguno que me quitara el dolor que sentí de nuevo, esa vez intensificado al mil por ciento. El dolor se mezcló con odio, con deseos de encontrar a los malditos que asesinaron a mamá, que la violaron, y vengarme de ellos; necesitaba hacerlos pagar, lograr que se arrepintieran por haberla tocado y dañado.

—¡Isabella! ¡Hija! —me llamó papá.

Él y Robert Hamilton salieron del despacho al escucharme. Me encontraba sentada en el suelo, abrazaba mis rodillas y negaba, me cubría los oídos deseando no haber escuchado semejante atrocidad.

—Dime que escuché mal, que es mentira lo que acabas de decir —supliqué entre sollozos— ¡Papi, por favor! ¡Dime que mamá murió en un accidente! —No lo vi llorar antes como lo hizo en esos momentos.

Y no dijo lo que deseé escuchar, solo llegó hasta a mí y me acunó en sus brazos como tanto quise desde que mamá nos faltó.

Bien decían que existían verdades que era mejor no saberlas, porque desgarraban más que la información no dicha. Muchas veces era preferible mantenerse en la ignorancia al menos por un tiempo, mientras el corazón sanaba de una herida para después soportar otra.

Y tras descubrir algo tan aberrante, tuve que enfrentarme a más cambios en mi vida. Al parecer, solo había hecho un giro de ciento sesenta grados, los otros veinte le siguieron y no me agradaron, pues papá decidió enviarme a vivir fuera del país —una semana después de cumplir mis dulces dieciséis—, alegando que también corría peligro y no estaba dispuesto a perderme. Sentí muy injusto que me quitara la vida a la que estaba acostumbrada, que me alejara de mi novio y me hiciera comenzar un nuevo destino, aparte de que deseaba estar con él y apoyarnos de forma mutua en nuestro luto. No obstante, el miedo en sus ojos me hizo comprender que hacía eso por amor y fue lo único que me convenció de ceder.

—No será fácil, pero lo lograremos —aseguró Elliot cuando estábamos en el aeropuerto.

Desde que descubrí los detalles de la muerte de mi madre, me la pasé llorando todos los días y otra vez estaba sin lágrimas, aunque mi alma y corazón lloraban con esa despedida. Papá dijo que todo lo que pasó fue porque tenía enemigos que querían el poder que él manejaba con su empresa constructora y por un contrato millonario que le ganó a la competencia. Y todavía me era increíble saber que hubiese personas tan enfermas y capaces de actuar contra la vida humana, por simple avaricia.

«Mamá valía más que un contrato millonario».

Sin duda alguna.

—Cumple tu promesa y ve a visitarme en las vacaciones de verano —Casi exigí aquello.

—Nena, bien sabes que en nuestras familias las promesas son sagradas —me recordó—. Me tendrás contigo el día uno en que comiencen las vacaciones —Me besó con suavidad y correspondí agradecida.

—Te amo —susurré.

El último llamado para tomar mi vuelo fue hecho y papá me tomó con cariño del brazo.

—Te amo respondió antes de que me alejara de él.

Sus ojos azules se volvieron brillosos cuando comencé a caminar más lejos de él.

No quise decirle nada, pero en mi interior sentía que nada sería tan fácil como él aseguraba y que esa partida cambiaría nuestras vidas para siempre. Esperaba volver, aunque intuía que ya no iba a ser la misma chica que se despedía en ese momento de su dulce príncipe.

Algo me gritaba en mi interior que la mimada y dulce Isabella White Miller, murió el día que también lo hizo su madre.

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