Cazadores de ángeles

By Saku_Mayu

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-¿Has visto un ángel? -preguntó, inclinando la cabeza-. Son seres divinos, de extraordinaria belleza; magnífi... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20

Capitulo 7

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By Saku_Mayu

Mientras seguía a Steve por la larga calle, Nathan respiró el aire frío y húmedo que se alzaba desde el fondo de un callejón. Con la misma mano que agarraba las pequeñas piedras sostenía aún la bolsita de cuero, lo cual le obligaba a soportar el sudor que el material le producía en la palma. A medida que se acercaban, la trémula luz de las farolas iluminaba más que paredes y tiendas; también iluminaba las figuras de los ángeles que había en el centro.

            Mientras él se situaba al lado de Steve, éste se detuvo de golpe. Contemplaba con una mezcla de odio y temor a las criaturas erguidas y desafiantes que tenían enfrente.

Nathan se detuvo junto a él.

            El Cazador frunció el entrecejo al examinar con mayor atención a los ángeles: tenían las cabezas caídas sobre el pecho y los ojos cerrados. No parecían prestarles mucha atención, algo bastante inusual, ya que pese a la situación en la que se encontraban no parecían preparados para luchar. ¿Una trampa?

            —Ey, Steve...

            Steve no lo escuchó. Antes de que pudiera terminar de hablar, en la mano extendida de su amigo comenzó a condensarse una gran cantidad de energía.

            —¡Te invoco! ¡Arazar!

            Un ave de color plateado surgió de la nada, materializándose con la energía que Steve había condensado en su mano.  Las dimensiones del Arazar eran aún más impresionantes que las de la última vez que lo vio. Con un movimiento ágil y un chillido ensordecedor alzó el vuelo, sobrevolando la zona mientras la iluminaba con la luz plateada que lo envolvía.

            Nathan observó fascinado al animal pero sabía que aquello no era suficiente para derrotar a todos aquellos ángeles y, por mucho que a Steve le pudiera doler reconocer, había gastado una gran cantidad de energía y fuerza física para poder atraer a esa dimensión a un Arazar de aquel tamaño.  Con un suspiro abrió la mano que contenía las pequeñas piedras rojas y las contempló con cariño.

            —Es mi turno —susurró.

            En el momento en que Nathan iba a prepararse para acudir en la ayuda de Steve, notó como las figuras de los ángeles seguían inmóviles, sin importarles el gran Arazar que tenían sobre ellos. Cerró nuevamente la mano, ocultando las piedras e intentó concentrar su atención en las sombras ocultas que les rodeaban.

            —Ataca —susurró la voz de Steve.

Con la mano que aún seguía extendida hizo un gesto de avance y el Arazar, con un chillido de satisfacción, se abalanzó contra los ángeles.

            Sin embargo, antes de que el ave llegara hasta ellos, los ángeles se apartaron y desaparecieron hábilmente, como marionetas guiadas por una mano invisible. El Arazar se detuvo a mitad de camino y observó a Steve esperando una nueva orden. Steve, por supuesto, no sabía en qué dirección enviarlo.

            —No lo hagas —dijo Nathan.

            La sensación de alarma, de estar siendo observado había desaparecido completamente. La oscuridad que les había rodeado parecía ser menos acentuada y Nathan oía distante el ruido áspero, como si estuviera alejándose muy rápidamente. Sabía que debía sentirse aliviado, incluso contento, pero una nueva sensación, que ya había experimentado aquella noche, crecía en su interior muy alarmante.

            Steve lo miró con dureza antes de hacer desaparecer la invocación.

            —Podía haberlos atrapado —dijo fríamente.

            Nathan sonrió y acercándose a su amigo lo rodeó por los hombros.

            —¡Has estado magnifico! —gritó jovial—. ¿Has visto como han huido en cuanto te has puesto un poco serio? ¡Yeah! ¡Ese es mi chico!

            Steve intentó inútilmente de desprenderse de su brazo.

            —¡Suéltame! —chilló furioso.

            Nathan lo ignoró y, sin apartar el brazo que le rodeaba los hombros, comenzó a revolverle el pelo con el puño de la otra mano.

            —¡Estuviste impresionante! ¡Qué guapo estas cuando pones esa mirada de asesino! ¡Te temen, tío!

            —¡He dicho que me dejes en paz!

            Steve intentó darle un puñetazo, pero Nathan se apartó a tiempo.

            —Tampoco hace falta que te pongas así —se quejó inocentemente—. Si no querías que alabara tu trabajo tan solo tenías que haberlo dicho.

            —No me sigas —soltó Steve enfadado.

            Nathan lo miró atentamente, sin borrar un solo instante la sonrisa traviesa de sus labios.

            —Ya sabes que eso es imposible —dijo ladeando la cabeza.

            Steve retomó el camino sin girarse a comprobar si Nathan lo seguía o no.

            —¿Qué voy a hacer contigo? —susurró Nathan.

            Nathan miró a su alrededor, comprobando que todo volvía a la normalidad. Era la primera vez que algo así sucedía; claro que nada de lo que había ocurrido esa noche había sido muy normal. ¿Desde cuándo los ángeles huían de esa manera? Además, tenían la batalla ganada de antemano. Se giró para mirar la oscura silueta de Steve alejándose y corrió para alcanzarle. Debía informar a Alexander lo antes posible.

            En el preciso instante en que alcanzaba a Steve, Nathan sintió la sensación de que no se encontraban solos. Se giró sobresaltado, esperando encontrarse con una trampa de los ángeles y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar o pensar una forma de ataque, vio la figura de Rebeca apoyada en la pared de uno de los centros comerciales. Steve también se detuvo y contempló a la mujer sin demostrar ningún tipo de sorpresa. Posiblemente no la sentiría, ya que para él, Rebeca era una desconocida.

            —Señora..., ¿Qué hace aquí?

            —Estaba dando un paseo —dijo la mujer acercándose a ellos.

            —¿Un paseo? —preguntó Nathan extrañado—. Ha sucedido algo muy raro..., señora. Nos han acorralado justo ahí...

            —Lo sé, Nathan. He llegado justo a tiempo para ver como huían. Supongo que habéis sido unos dignos portadores del título Cazador, ¿no es así?

            —No..., no ha dado tiempo de...

            Ni siquiera habían pretendido atacarles.

            —Está bien, no te preocupes más, Nathan —dijo Rebeca con su típica voz grave y tranquila—. Estoy segura que hicisteis todo lo que estuvo en vuestras manos —Se giró para mirar a Steve, quien había permanecido en silencio, como si lo sucedido le importarse tan poco como estaba sucediendo con Rebeca. Nathan suspiró derrotado. Al fin y al cabo, tan sólo era un Cazador inferior, tal vez sólo le estaba dando demasiadas vueltas a algo sin importancia—. Tú debes de ser Steve. He oído hablar mucho de ti.

            Rebeca fue a agarrar la barbilla de Steve pero el muchacho retrocedió enfadado.

            —No me toques —ordenó

            Por una décima de segundo, el rostro de Rebeca se contrajo por la rabia, perdiendo la serenidad que tanto la caracterizaba. Nathan suponía que, aunque había oído hablar del temperamento de Steve, no esperaría que la tratase de esa manera. Por un instante estuvo tentado a ser él quien obligase a su amigo a disculparse. Sin embargo, no lo hizo.

            —Señora, me gustaría hablar sobre la decisión tomada con Alyxa —dijo en un tono firme.

            Steve lo miró antes de girarse y continuar caminando. Rebeca contempló inexpresiva su espalda mientras se iba alejando.

            —No tengo nada que discutir contigo, Nathan —Se giró para clavar en él su acerada mirada—. ¿O vas a cuestionar mis decisiones?

            —No..., es sólo que...

            Nathan inclinó la cabeza a modo de disculpa y Rebeca posó una mano sobre su cabello. Su rostro se había suavizado.

            —Todas mis decisiones guardan diversos motivos. Y ahora  ve con Steve. Es tu deber.

            —Sí, señora.

            El joven observó a Rebeca mientras se alejaba. No sabía qué pensar. Todo estaba sucediendo muy deprisa, sin darle la oportunidad a meditar sobre ello y llegar a una conclusión. Se giró. Steve se perdía entre las sombras.

            —¡Steve! —gritó.

            —¡Déjame en paz! —soltó Steve cuando llegó a su nivel.

            Nathan volvió a agarrarle por los hombros y juntó su rostro al de su amigo. Steve lo miró de reojo, molesto, pero no dejó de caminar ni lo apartó.

            —No debes tratar así a Rebeca, ella es...

            —Sé quien es —le cortó Steve.

            Nathan arqueó una ceja sorprendido.

            —¿En serio? ¿Y por qué la tratas así? Ella no es tu compañera o...

            —Yo hago lo que me da la gana.

            —Debes respetarla.

            Steve le dio un golpe y se apartó de él. Sus ojos ardían furiosos y brillaban intensamente bajo la luz de las farolas. Había un rostro hermoso tras la máscara de un corazón herido.

            —No soy tan ciego como tú —rugió—. Y, por supuesto, no voy lamiendo los zapatos de nadie.

            Antes de que Nathan se diera cuenta de lo que hacía, ya había golpeado a Steve en el estómago. Éste se encogió dolorido pero no cambió la expresión de su rostro, sino que añadió una sonrisa despectiva.

            —Te conviene medir tus palabras o...

            —¿O qué? —le desafió Steve, enderezándose.

            La ira de su mirada había desaparecido y dejaba paso a una serenidad aún más peligrosa. Jamás había visto esa expresión en su amigo y dados los sucesos de aquella noche, la extraña actitud de Steve era preocupante.

            —No quiero luchar contra ti. Olvidemos lo ocurrido por esta vez.

            —Cobarde —escupió Steve.

            Eran las mismas palabras que utilizaba siempre para provocarle, pero esta vez había algo diferente. No había furia ni deseos de luchar; parecía estar ausente, sumergido en sus pensamientos.

            —¿Ocurre algo, Steve? —preguntó finalmente.

            Su amigo le miró directamente a los ojos.

            —Dime Nathan, ¿desde cuándo conoces a esa mujer?

            —¿A Rebeca? Es un miembro de la élite de los Cazadores. Ella es mi ejemplo, mi guía..., ¿A dónde quieres llegar?

            —No me gusta esa mujer, eso es todo.

            Nathan sintió deseos de echarse a reír. ¿Qué no le gustaba Rebeca? ¡Maldito crío! Había llegado a preocuparse de verdad. A Steve no le gustaba nadie. Suspiró más tranquilo y se acercó a Steve con los brazos en alto.

            —Venga tío, lo siento. Ha sido una noche muy rara. Estoy algo cansado y hago tonterías. Volvamos a casa.

            Steve lo miró unos instantes más antes de proseguir el camino. Sólo entonces Nathan se dio cuenta de que aún sostenía con fuerza las piedras en su mano. No las había guardado al ver a Rebeca. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Había sido un reflejo de protección? Miró a Steve nervioso. ¿Había algo que él debería saber?

            Nathan alzó la cabeza y contempló el cielo negro cubierto de estrellas que se extendía sobre él. Estaba helando. Bueno, fuera lo que fuera lo que estaba sucediendo, no se arreglaría si él se congelaba allí. Se abrigó con la cazadora y siguió a Steve, manteniendo una distancia considerable con él.

            Alyx caminó despacio. El sol aún no había salido y gran parte de la ciudad todavía dormía, dejando verse las primeras luces de alguna ventana que ya saludaban el nuevo día. Había vuelto a salir de casa sin desayunar pero no tenía ganas de hablar con su madre. Mientras andaba sin prestar atención a lo que la rodeaba, Alyx no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que Amanda le había contado.

            Al doblar una esquina vio la figura de Amanda.

            —¿Necesitas compañía? —preguntó.

Alyx respondió con una amplia sonrisa y se acercó a ella.

            —¿Pasaste arriba toda la noche?

            Amanda se encogió de hombros, restándole importancia al asunto. Vestía con la misma ropa del día anterior; pantalones marrones, una sudadera gorda de color azul y una cazadora azul oscuro. Alyx se preguntó si nunca llevaría algo más femenino.

            —¿Te acompaño a clase?

            —Bueno —aceptó Alyx.

            No le molestaba la presencia de Amanda; es más, le agradaba y le hacía sentir segura su compañía. Caminaron en silencio, sin mirarse, escuchando los sonidos matutinos de una ciudad despertando.

            —Aquel es —dijo Amanda, señalando la gran estructura gris.

            —Sí. Oye, Amanda...

            —Dime.

            —¿Qué va a ocurrir ahora?

            La chica sonrió ampliamente y apoyó las manos en las caderas.

            —No te preocupes por nada. ¡Ya estoy yo para protegerte! —dijo efusivamente.

            Alyx reprimió una risita ante la seguridad y buen humor de su nueva amiga.

            —¿Vas a protegerme eternamente?

            — No —dijo Amanda en voz baja—, sólo hasta la muerte.

            —¿Eh?

            Amanda le guiñó un ojo alegre y la empujó para que continuase andando.

            —¡Date prisa!

            —¡Pero si no llego tarde!

            —¡Eso no importa!

            —Eres peor que mi madre.

            —Confórmate con tener una.

            Alyx miró a Amanda avergonzada.

            —Lo siento, yo...

            —Ey, no te preocupes. Recuerda la conversación de ayer. Mi madre sólo me trajo al mundo, por lo demás, era una desconocida.

            —Aún así...

            Amanda se puso delante de ella, obstaculizándole el camino. Alyx la miró. Tenía nuevamente las manos apoyadas en las caderas.

            —Deja de lamentarte por los demás o por ti misma, Alyx. Vive el día a día con lo que tienes y una sonrisa en los labios. Disfruta de los buenos momentos cuando puedas hacerlo, porque los malos son muchos más y vienen cuando menos los quieres o los esperas —Amanda habló con una sonrisa sincera—. Además, gracias a lo ocurrido has conocido a una chica muy mona y simpática, ¿qué puede proporcionarte mayor alegría que eso?

            —¿Qué?

            Alyx comenzó a reírse.

            —¿Algo que objetar al respecto?

            —No, no.

            Alyx esquivó a Amanda y continuó caminando. Amanda estaba tan viva, tan llena de energía... Mientras más la iba conociendo y observando se daba cuenta de que sus problemas eran insignificantes en comparación a los de Amanda y que, mientras ella se hundía por cada uno de ellos, su amiga luchaba y se enfrentaba a temores y problemas con unas fuertes ganas de vivir.

            —Eres una persona muy perversa, Alyx —bromeó.

            Alyx bajó la cabeza y sonrió. Comenzaba a envidiarla.

            Tal y como Alyx esperaba, llegaron al recinto escolar cinco minutos después.  Los primeros alumnos esperaban impacientes cerca de la puerta de entrada, pero más tarde aquel patio tranquilo y casi desierto se llenaría de gente. La mañana era fría y el aire anunciaba otro día de heladas. El aliento de Amanda se convertía en vapor y Alyx se envolvió bien en su abrigo negro.

            —Ya hemos llegado —dijo.

            —Sí.

            —¿Qué vas a hacer mientras estoy en clase? —preguntó Alyx.

            —¿Hacer? No sé. Supongo que mientras Alexander y Steve estén aquí puedo permitirme ir a dar una vuelta.

            Alyx la miró horrorizada.

            —¿Vas a dejarme con esos dos?

            La lastimera voz de Alyx hizo que Amanda comenzara a reírse divertida.

            —Vamos, mujer, no es algo tan terrible.

            —Si tú lo dices...

            Alyx suspiró. Cuando su madre se volvió a casar y la había alejado de su hogar y sus amigos había creído que era el fin del mundo, que su vida iba a dar un giro completo, inexorablemente y encima tendría que vivir con un hombre que no era su padre. Había estado equivocada. Ahora era cuando su vida había cambiado completamente.

            Si una semana antes le hubieran dicho que se iba a encontrar con un ángel asesino no se lo hubiera creído y ahora ahí estaba, con una chica marimacho que era lo más agradable que había conocido desde el desdichado encuentro con la criatura, tratando de sobrevivir aún sin saber exactamente a qué y si ya aquello no fuera poco estaban...

            —¡Amanda! ¿Has venido para verme?

            Las dos volvieron bruscamente la cabeza hacia la voz. Un chico alto, de cabellos color trigo y mirada burlona y jovial se acercaba a ellas con Steve al lado.

            ...Y por si fuera poco estaban ellos.

            Alyx respiró profundamente y se armó de valor. No debía dejarse llevar por el pánico.  

            —Hacía mucho que no te veía, Nathan.

            —Me echabas de menos, ¿eh? —Giró brevemente la cabeza y clavó sus profundos ojos verdes en Alyx—. Alyxa, ¿verdad?

            Alyx, apoyada de espaldas contra el tronco de un árbol, se arrebujó en el abrigo y devolvió a Nathan la mirada. El suave viento transportaba un aliento gélido. Steve se detuvo junto a Nathan y la miró de reojo, intentando no mostrar interés.

            —Eso parece —soltó al final, cuando el chico entrecerró los ojos y siguió mirándola como si no captara la idea de que su silencio significaba que no le apetecía hablar con ellos—. Pero prefiero Alyx, si no te importa.

            Nathan ladeó juguetonamente la cabeza.

            —Tenía entendido que huías de nosotros.

            Alyx puso mala cara y miró a Amanda de reojo.

            —He cambiado de opinión —dijo suavemente.

            Amanda se interpuso entre los dos y resopló ruidosamente.

            —Vuestro problema reside en que sois unos animales, no como yo.

            —¿Qué?

            Los ojos de Nathan se abrieron exageradamente y clavaron en Amanda una fingida expresión de dolor.

            —¿Qué dices? ¡No le hagas caso, Alyx! Soy un chico muy majo y agradable. ¡Steve, defiéndeme!

            —Déjame en paz.

            —No eres de mucha ayuda, ¿eh? ¡Ten amigos para esto!

            —¡Hola, Steve! —saludó Amanda de pronto.

            —Olvídame.

            —Dime, Alyx, ¿salimos esta tarde a dar una vuelta?

            Alyx miró a Nathan, quien sonreía dulcemente.

            —Creo que mejor paso.

            —¿Por qué? —gimió—. No hagas caso a Amanda. Ella no me quiere.

            Alyx miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera salir en su ayuda, pero el patio iba llenándose poco a poco y no les prestaban demasiada atención; sólo los grititos y llantos exagerados de Nathan hacían que más de uno girara la cabeza para lanzarles una mirada de curiosidad, pero nadie se acercaba.

            —No me extraña en absoluto —susurró Alyx.

            Nathan arqueó las cejas. Amanda, sin embargo, soltó un grito de emoción y la abrazó.

            —¡Esa es mi chica!

            —¿Por qué ella puede abrazarte y yo no? —protestó Nathan.

Amanda se apartó de ella y se cruzó de brazos frente a su amigo.

            —Porque tú no me gustas —respondió Alyx sinceramente, dando rienda suelta a su irritación y se llevó una mano a la frente. ¿Por qué no le devolvían su vida anterior?

            —¡Oh! —Nathan sonrió divertido y mirando perversamente a Steve, lo abrazó por los hombros.

            —¡Suéltame! —gritó molesto—. Si ellas no te hacen caso no la tomes conmigo, pervertido.

            —Veo que has encontrado a tu alma gemela, amigo mío.

            —¿Eh?

            Nathan miró a Alyx burlonamente.

            —¿Verdad, Alyx?

            Alyx los miró unos segundos sin entender a qué se refería.

            —¿Qué estas diciendo?

            —Vamos, vamos. No os cortéis por nosotros.

            Inesperadamente, Nathan empujó a Steve y lo lanzó hacia ella, haciendo que él no reaccionara a tiempo y cayera encima. Algunos mechones de su cabello negro rozaron un lado de la cara de Alyx.

            —Maldito seas, Nathan...

            Steve alzó la cabeza y las miradas de ambos quedaron unidas.

            —¿Estas bien? —preguntó Steve en un susurro, sin apartarse, con la mandíbula tensa y un esfuerzo que se reflejaba en el tono por ser amable.

            Alyx asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar las palabras en voz alta, sobrecogida por la sorpresa.

            —¡No es romántico! Así, juntitos...

            —¡Nathan, eres idiota! —chilló Amanda escandalizada.

            —Éste no es el lugar más apropiado para esas escenas —dijo una voz grave a sus espaldas.

            Steve se apartó rápidamente y los cuatro se giraron.

            La impresionante figura de Alexander los observaba tras los pequeños cristales de sus gafas. Con un movimiento mecánico se llevó una mano a la montura e hizo ademán de enderezarlas. Alyx sintió la tensión y la extraña atmósfera que se había creado ante su aparición.

            Su profesor continuó caminando pero al pasar por su lado se detuvo nuevamente y la miró. Alyx contuvo la respiración, incapaz de apartar los ojos de la mirada inexpresiva de Alexander.

Éste sonrió —una sonrisa que distaba de ser amable—, mirándola de arriba abajo y Alyx se revolvió incomoda.

            —Me alegra ver que vuelves a clase —dijo sin emoción, devolviendo la mirada a su rostro.

 Después atravesó los pocos metros que le separaban de la puerta de principal y desapareció tras ella.

Alyx volvió a respirar.      

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Capitulo 7... parece que ha pasado un siglo desde el capitulo anterior... Muchísimas gracias por leer, por vuestros votos y comentarios aquí, en el facebook, blog o email :)

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