El aroma a infierno se podía palpar en el aire de aquel clandestino e ilícito cabaret. Las drogas, el alcohol los juegos de azar y las múltiples mujeres que se paseaban de un lado a otro meciendo sus caderas con escándalo le daban un aire pecaminoso en el cual, el rubio podía olvidarse por un momento de sus obligaciones y relajarse al fin en ese familiar y acogedor sitio al menos para el.
Había sido una larga jornada y las armas no habían llegado a puerto para distribuirlas, le venía bien ir a ese lugar, necesitaba despejarse después de ese gran dolor de cabeza.
Las luces se apagaron dejándolo todo en un oscuro y misterioso ambiente, no se sentían más que los pasos seguros de alguien anónimo caminando en dirección desconocida, en algún momento los pasos cesaron. Una resplandeciente y cálida luz amarilla iluminó a la tarima en donde ya se podía apreciar a un chico castaño menudo y delicado, vestido tan sólo con un corsé y ligueras hasta un poco más allá de sus rodillas.
Una sutil y suave melodía de piano interrumpió el silencio en que se encontraban todos sumidos, el chico ya en posición para su acto, tomó con delicadeza el micrófono delante de el para después levantar la mirada de forma coqueta buscando al tipo perfecto para realizar una de sus tantas estafas esa noche, sus ojos se cruzaron con los de un hombre joven, guapo y notablemente adinerado. Sonrió para sus adentros.
Había encontrado a su nueva víctima.
Pero en realidad no sabía en el caos que se estaba metiendo.