El Alma en Llamas

By DianaMuniz

119K 6.6K 869

En un mundo en conflicto donde la magia esclaviza a las personas, la tecnología se revela como la única alter... More

Capítulo 1: Un nuevo comienzo
Capítulo 2 : Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro
Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)
Capítulo 3: Un caso interesante
Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (2ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)
Capítulo 4: La familia del Marqués (4ª parte)
Capítulo 5: Los caprichos del planeta
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (1ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)
Capítulo 8: Justicia
Capítulo 9: El despertar de las llamas (1ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las llamas (2ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)
Capítulo 11: Engranajes
Capítulo 12: En carne viva (1ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (2ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (3ª parte)
Capítulo 12: En Carne viva (4ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (1ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)
Epílogo

Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)

2.7K 212 36
By DianaMuniz

Reyja se rio con ganas. Tenía muy presente la mueca de absoluto terror que había puesto su amigo justo antes de tocar el agua. Soltó un par de carcajadas más sin dejar de mirar la superficie del lago.

¿Por qué no salía?

—No vas a conseguir asustarme —advirtió—. Aún no ha nacido el que sea capaz de hacerme picar en un truco como ese. —En cualquier momento, su amigo aparecería cabreado, cómo no, con la ropa empapada y soltando juramentos. Pero le duraría unos minutos y luego se reirían los dos. Intentaría devolvérsela y él se dejaría. Así era como se suponía que tenía que ser.

Pero Suke seguía sin salir.

Las ondas que había causado el cuerpo del joven comenzaban a desaparecer.

—Vale, tú ganas —gritó, empezando a preocuparse—. Oye, lo siento. No volveré a hacerlo. Soy un cabrón.

No había respuesta.

Nada.

Reyja esbozó una sonrisa nerviosa y empezó a caminar de un lado a otro sin perder de vista el sitio en el que su amigo había desaparecido. La piscina era profunda y el tiempo de abandono había cubierto de verdín el embaldosado. No se podía ver el fondo.

«No veo nada, ¡mierda!», gruñó para sí. Casi sin darse cuenta, se había quitado los zapatos y continuaba con la camiseta.

—Como sea una broma me vas a oír —murmuró, mientras al mismo tiempo rezaba para que lo fuera. Porque si no lo era...

«¿Y si...?».

De repente, quitarse los pantalones no parecía tan importante. Ahora la urgencia dominaba sus actos. Sin pensarlo dos veces, y lamentando el tiempo perdido con absurdos comentarios, se arrojó a la piscina, más o menos por la zona en la que había desaparecido Suke.

Sus músculos se contrajeron al entrar en contacto en el frío medio, pero Reyja no se inmutó. Abrió los ojos, intentando localizar a Suke. Los rayos de sol que se filtraban por los ventanales no llegaban muy lejos así que su visibilidad se reducía a un par de palmos de distancia. Por fortuna, su amigo no estaba muy lejos de dónde le había tirado y de dónde él había saltado. Todavía movía las piernas intentando salir, pero el peso de la ropa y cierta falta de sincronía hacían que sus gestos fueran bastante inútiles.

Reyja dio un par de brazadas para llegar hasta él. Se abrazó a su cintura y con una serie de vigorosos movimientos consiguió llevar a su amigo hasta la superficie. Le costó un poco más acercarlo hasta la orilla. Por suerte, Suke no había perdido el conocimiento así que lo dejó agarrado al borde, resollando, y salió primero él para ayudarle a subir.

Suke se quedó quieto sobre el mármol, encogido sobre sí mismo, con la espalda arqueada y la cabeza en las rodillas. Temblaba. Temblaba como si no fuera a para nunca. Reyja nunca había visto a nadie temblar así.

—Suke... —empezó a decir—. Suke, lo siento mucho.

Suke hizo un gesto con la mano para hacerle callar, sin molestarse en dirigirle la mirada. Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se estaban poniendo blancos.

—Suke... —dijo Reyja, y acercó una mano para tranquilizarle.

Suke le apartó de un manotazo.

—No me toques —masculló, en un tono que podía cortar el cristal.

—Suke, lo siento mucho. —¿Cómo podía hacer para qué lo entendiera? No había pretendido hacerle daño, esa posibilidad ni siquiera se le había pasado por la cabeza. «¿Y si hubiera tardado un poco más? ¿Y si no le hubiera encontrado tan rápido?». El terror que había sentido al ver que su amigo no aparecía todavía comprimía su pecho—. No pensé que...

—No sé nadar, ¿estás contento? —dijo, poniéndose de pie. Su rostro estaba descompuesto en una mueca mezcla de ira, vergüenza y miedo.

—Solo era una broma. No quería...

—¡Siempre es una broma! ¡Para ti siempre es una broma! Nada tiene importancia, ¿no? —exclamó. Suke estaba fuera de sí.

Reyja no supo que responder. Quiso defenderse pero no se consideró con el derecho de hacerlo.

—Podías haberme matado —murmuró el joven. Sus ojos brillaban como brasas encendidas tras la cortina negro carbón de su cabello.

—Lo sé... yo no... —Las palabras que quería pronunciar se resistían a salir y se perdían en un balbuceo confuso que no hacían sino reflejar la desazón que sentía.

—Es igual, ¿sabes? No sé por qué pensé que esto podría funcionar. ¡No sabes nada de mí! No podías... —Suke se interrumpió, parecía que todavía le costaba respirar—. No tiene sentido. No es culpa tuya, soy... soy yo. Soy demasiado idiota —dijo, casi para sí—. Seis kilómetros, ¿no? Tranquilo, sabré llegar solo a casa. Quédate y pásalo bien. Siento haberte ahogado la diversión.

Reyja tardó un poco en reaccionar. ¿Qué significaba eso? ¿Se iba? ¿Cómo que se iba? Suke arrastraba los pies porque sus pantalones empapados debían pesar demasiado, la casi olvidada cojera en ese momento era más que evidente, pero avanzaba con pasos decididos hacia la salida.

—No —murmuró Reyja. Sabía que si le dejaba irse no podría recuperarle, perdería a su amigo, su refugio... No hacía mucho tiempo que tenía ambos pero ya no sabía cómo vivir sin ellos. Los necesitaba. Necesitaba a Suke. Necesitaba lo que él le daba. Así que, sin plantearse lo que estaba haciendo, le sujetó por la espalda abrazándole con su cuerpo—. Por favor —murmuró a su oído—. Por favor, Suke, no me dejes. Te juro que ni se me pasó por la cabeza que podría hacerte daño. Soy un estúpido, lo sabes. Pero nunca, nunca te haría daño. Debes creerme. No me dejes, por favor.

Suke se había quedado completamente quieto, seguía temblando, seguramente de frío. Él mismo estaba embargado por una sensación helada que amenazaba con no abandonarle nunca.

—Eres un idiota —murmuró Suke. Pero su tono de voz le hizo ver que lo peor ya había pasado.

—El más idiota del mundo —asintió Reyja sin soltarle.

—¡Deja de sobarme! —gruñó el joven deshaciéndose de su abrazo en un gesto airado—. ¡Mira cómo me has dejado! Estoy empapado. Te dije que no quería bañarme.

—Ya lo sé, lo siento —dijo Reyja arrugando la nariz—. ¿Me perdonas?

—¿Tengo otra opción? No ha pasado nada así que... ¡No te perdono! —exclamó frunciendo el ceño—. ¡Yo me ahogaba y tú te detienes a quitarte la camiseta! ¡Menudo salvador de pacotilla estás hecho!

—¡Todo el mundo sabe nadar! —se defendió Reyja, fingiendo enfadarse.

—Pues yo no, y te lo habría dicho si me lo hubieras preguntado antes de arrojarme al agua. Y vestido. Listillo —añadió con retintín.

—¿Qué clase de persona viene de un pueblo con mar y no sabe nadar? —preguntó en voz alta. Suke le atravesó con una mirada y Reyja titubeó un momento—. Mierda... lo siento. Antes de que meta más la pata, cosa que parece imposible pero...

—... harás sin ninguna duda si sigues hablando —concluyó su amigo.

—Eso iba a decir. Tengo una chaqueta y mi toalla en la motocicleta —dijo—. Iré a buscarlas y...

—Trae también la cesta con la comida —pidió Suke—. Y date prisa. Por si no te habías dado cuenta: ¡tengo frío!

Reyja se marchó con una sonrisa en los labios y una sensación de alivio que no podía explicar. Hasta el frío que sentía había desaparecido. Deshizo el camino hasta el vehículo con el corazón acelerado y unas estúpidas ganas de saltar que apenas podía reprimir. No tardó más de un par de minutos en llegar, iba con paso rápido, casi corriendo. Localizó las prendas y la cesta de Suke y volvió con el mismo trote presuroso. Ya de regreso, se fijó en los oscuros nubarrones que se habían formado sobre el pequeño valle y se alegró de haberle llevado a la casa abandonada. Al menos allí estarían al amparo de la lluvia. Casi como para darle la razón, el resplandor de un rayo iluminó el horizonte.

Se coló por el agujero de la valla y se adentró en la mansión en ruinas, sin entretenerse mucho en mirar por dónde pisaba. Al llegar a la piscina interior se frenó en seco, con el corazón latiéndole en los oídos por el ritmo impetuoso que le había impuesto.

Suke se había quitado la ropa.

Desde donde estaba, tenía una panorámica perfecta de la dolorosa telaraña de cicatrices que cubría su espalda. Él no parecía darse cuenta de su presencia. Estaba entretenido, escurría su camisa en el borde de la piscina. Reyja nunca había visto así a su amigo y se permitió unos instantes para observarle mejor.

Estaba delgado. No era una delgadez enfermiza o preocupante, era más bien el fruto de una constitución menuda y un carácter nervioso. Apenas se intuía musculatura bajo las suaves formas de su rosada piel, solo los pliegues evidentes de un cuerpo con poca sustancia entre el pellejo y la osamenta. Sin poder evitarlo, sus ojos se perdieron en la curva que dibujaba su columna y que desaparecía tras unos calzones empapados que se adherían a su cuerpo dejando poco espacio a la imaginación.

—¿Quieres dejar de espiarme como un pervertido? —le ladró su amigo, mirándole de reojo.

«¿Un pervertido?», se sorprendió Reyja, sintiendo que enrojecía hasta las orejas. Eso no tenía sentido. Aunque la verdad era que se sentía culpable, como si en verdad lo fuera y hubiera sido pillado en falta. «¿Por qué...?»

—Un psicópata más bien —exclamó, improvisando una broma y una sonrisa mientras intentaba desatar el nudo que se había formado en la boca de su estómago—. Me estaba controlando para no empujarte de nuevo.

—No serás capaz —balbuceó Suke, volviéndose blanco.

—Quizás más tarde —dijo Reyja mientras le tendía la toalla. Suke la cogió agradecido y se envolvió en ella—. Ponte la chaqueta —sugirió, tendiéndosela también—. Se está nublando el día, parece que se acerca una tormenta.

Y como para darle la razón, una gota golpeó contra el techo acristalado. Pronto, una compañera se le unió y unos minutos más tarde, un ejército de lágrimas suicidas se estrellaban en un sonoro y constante repiqueteo.

—¿Y ahora? —preguntó Suke.

—Ahora esperamos —contestó Reyja sentándose en el suelo.

—¿Y cuánto esperamos? —preguntó Suke sentándose a su lado.

—Lo que haga falta —dijo con una sonrisa, mientras se acercaba la cesta y le ofrecía un emparedado—. ¿Comemos?

*

Era sábado por la noche y en ese momento llegaba a su casa después de pasarse todo el día trabajando. Kobe suspiró y salió del coche mirando con una mezcla de culpabilidad y añoranza la casa en la que supuestamente vivía. Le había dado el fin de semana libre a la señora Iserins así que Suke se había pasado todo la jornada solo.

«No», se corrigió. «Comentó algo de que igual iría con Pazme y los hermanos al lago». Era cierto, ahora Suke tenía amigos. No del tipo que él habría escogido pero amigos, al fin y al cabo. Y Pazme cuidaría de ellos.

Se permitió una sonrisa al dibujar con la mente el cuerpo y el rostro de la bella mujer, pero se obligó a apartar la imagen de la cabeza. «Está casada, idiota», dijo una vocecilla en su interior, imponiéndose por una vez a la otra vocecilla, a la que le recordaba que el matrimonio era una farsa.

Iba a entrar en la casa cuando voces y risas le hicieron girarse. Por el camino venían Suke y Reyja, hablando distendidamente y bromeando sobre algo que solo entendían ellos. Venían caminando pero Reyja empujaba una motocicleta.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Kobe, extrañado.

—Hola, Kobe —saludó Suke—. ¿Llegas ahora?

—Por eso no nos hemos encontrado a la policía por el camino —bromeó Reyja—. Suke me decía que seguramente ya habría mandado patrullas a buscarnos.

—¡No he dicho eso! —se defendió.

—Cierto, lo he dicho yo pero tú te has reído y has dicho que era posible así que... eso te convierte en cómplice.

—Idiota —gruñó.

—¿Os lo habéis pasado bien? —preguntó Kobe, interrumpiendo la conversación—. Me refería a por qué Reyja está arrastrando una motocicleta cuando sé que tiene prohibido, por orden del juez, no volver a tocar una hasta que cumpla la mayoría de edad.

Reyja agachó la cabeza y desvió la mirada.

—Solo hemos ido al lago —dijo Suke, saliendo en su defensa—. No nos hemos cruzado con nadie ni hemos hecho nada malo, de verdad.

—Eso no quita que...

—Pazme no podía llevarnos y... —Suke continuaba con su vehemente alegato.

—Lo siento, capitán —dijo Reyja—. Sé que le prometí que me comportaría pero... no pensé que...

—Nunca piensas mucho, ¿verdad? —observó Kobe y, para su sorpresa, el rostro del muchacho se descompuso en una expresión de profunda desazón que era imposible fingir. Kobe se sintió culpable. Su intención había sido más que darle una leve reprimenda, pero era evidente que sus palabras le habían dolido.

—Es un cabeza hueca —afirmó Suke, quitando hierro al asunto—, pero no hemos hecho daño a nadie.

—¿Desde cuándo soy yo el malo de la historia? —gruñó Kobe—. Las normas eran claras, nada de meteros en líos...

—¡No nos hemos metido en ningún lío! —insistió Suke. Kobe le amenazó con el dedo y le hizo callar. El joven frunció el ceño y desvió la mirada.

—... y como parece que no ha habido daños, no voy a hacer nada por ahora —continuó—. Pero te advierto, Reyja, que no deberías tentar a la suerte. De todas formas —añadió—, tener una máquina así encerrada durante años es un pecado. Así que con que procures no acercarte con ella al centro ni a zonas pobladas creo que me daré por satisfecho.

La exclamación de ambos jóvenes hizo que arrepintiera de sus palabras al poco de pronunciarlas. Pero esa había sido lo más parecido a una discusión que había tenido con Suke en los seis años que llevaban viviendo juntos. En todo ese tiempo, su hijo había sido un adolescente modélico. Era el momento en que su buen comportamiento fuera recompensado con un poco de manga ancha. El premio era para Suke, no para Reyja. Él ya tenía su propio padre aunque sus métodos fueran diferentes.

—¿Por qué llegáis tan tarde? —preguntó, recuperando la duda que había tenido desde el principio.

—Nos pilló la tormenta y esperamos a que amainara antes de regresar —explicó Suke.

—Y algo ha debido mojarse porque ahora no funciona —gruñó Reyja—, así que la hemos venido empujando desde allí. Bueno, la he venido empujando porque Valenda tiene más fuerza que este de aquí —dijo, señalando con la cabeza a Suke—. Menos mal que casi todo el camino es cuesta abajo.

Suke gruñó algo ininteligible pero no negó nada. Kobe sonrió, divertido. Ni siquiera se había dado cuenta de que había llovido. Se había pasado la tarde en su despacho repasando uno a uno cada caso en un desesperado intento de eliminar alfileres del desolador paisaje pero solo había dejado como dudosos cinco y eliminado por completo dos. El resto se correspondían con el patrón que había descubierto.

¿Cómo podía explicarle eso a Suke? ¿Cómo podía decirle que, indirectamente, con sus acciones había provocado la muerte de todas esas personas?

«Aún no sabemos si están muertos», se recordó.

Miró al joven que en ese momento estaba enfrascado en una absurda discusión con su amigo, completamente ajeno a todo lo que sin querer había provocado. Recordó el gran agujero, el vacío que había en el sector de Lederage. Ya no había nada allí. El único motivo para que los ataques no se dieran en esa zona estaba justo delante de él, en Mivara, a cientos de kilómetros de Lederage.

Y nadie lo sabía.

Kobe tragó saliva. Solo era cuestión de tiempo que la guerra les encontrara. Y, cuando eso sucediera, ¿podrían mantenerse al margen?

Continue Reading