El miedo viste con ropa de ma...

Por SirenTokatsu

33.1K 1.5K 112

Myriam es una adolescente común y corriente; una chica con una belleza normal, de cuerpo ordinario, con posic... Más

Las reglas
Un beso, una noticia y un sádico plan
Estrategias Ocultas
El gato y el ratón
Muerta en vida
Impúdica traición
Entre la espada y la pared
Venganza
En una encrucijada
Epílogo

Atrapada

9.6K 179 21
Por SirenTokatsu

Atrapada

Era medio día, hace horas había salido el sol, sin embargo, la habitación de Myriam seguía tan fresca y oscura como si fuera todavía de noche. Su cuarto era tan acogedor y privado como cualquier adolecente de diecisiete años desearía. Tenía todo lo necesario; un armario lleno de ropa, un espejo de cuerpo completo, una mesa con una pequeña lámpara de noche para hacer sus tareas, una espaciosa cama con sus inolvidables peluches colocados en lugares específicos.

A pesar de los constantes gritos de su hermano pequeño y los molestos golpes a su puerta, hallaba la forma para seguir hablando por teléfono con suma naturaleza.

— ¡Myriam! ¡Dice mamá que bajes a comer! —gritó el pequeño Gabriel por enésima vez. Parecía que no se daba cuenta de que lo estaba ignorando.

Acariciaba su cabello, enredando y desenredando cada mechón que caía rebeldemente por su frente. Reía por lo bajo y ocultaba su rostro sonrojado contra la almohada cada vez que escuchaba la voz de Eduardo, era la primera vez que la llamaba y no podía estar más emocionada.

Eduardo era el chico de los sueños de cualquiera. Era romántico, tierno, comprensivo, buen estudiante y sobretodo detallista. Asistía a la misma preparatoria que Myriam, solo que estaba en el último año para su desgracia. Ella se había enamorado de él en primer año justo cuando lo vio pasar frente a la cafetería y no toleraría no verlo más.

Desde que lo había visto, comprendió que él era el “elegido”. Myriam había tenido varios noviazgos, sin embargo, nunca había querido realmente a ninguno de sus novios, simplemente había dicho “si” por compromiso, por no sentirse sola, más no porque realmente sintiera algo por ellos.

Cuando sucedió el anhelado momento de que la presentaran con Eduardo, gracias al amigo del amigo que era amigo de su amigo Mario, logró el milagro de entablar una conversación con el chico que la hacía suspirar. Pero justo en el momento de presentarse y decir sus nombres, vomitó.

Jamás olvidaría tremendo ridículo que hizo a reír casi a media escuela, pero no todo era malo. Cuando regreso a casa, Mario la llamó para avisarle que Eduardo había pedido su teléfono y había dicho que la llamaría.

Saltó y brincó por toda la casa al enterarse y estuvo esperando esa preciada llamada por todo un día. No se desesperanzó sino más bien supuso que el sábado sería el día correcto en que hablaría con él, y sucedió.

—En serio no quise vomitarte, creo que algo me hizo daño en el almuerzo—tapó su boca con una mano para evitar que se escuchara su fuerte carcajada.

—No te preocupes, al cabo no me gustaba la camisa de la escuela— Eduardo rió libremente sin preocuparse por lo escandaloso que sonara—. Lo que sí no entiendo es por qué saliste corriendo sin decir adiós. —Su voz sonó demasiado sexy para Myriam que tuvo que reprimir un suspiro.

—No me digas que esperabas seguir hablando mientras tenía vomito en la boca—inquirió con asquerosidad al recordarlo. Eduardo hizo sonar su garganta.

—Podría haber sido algo diferente y emocionante—rió—. Pero me hubiera gustado estar un poco más contigo—agregó con su voz cautivadora.

Myriam no pudo más y alejó su celular para ahogar un histérico grito en la almohada. Respiró profundamente y se obligó a relajarse antes de volver a hablar, no quería parecer desesperada.

—Que puedo decir, a mí también me hubiera gustado —agregó forzando a su voz algo de naturalidad.

—Y que te parece si… —cuatro segundos de silencio tras la línea casi ponían la ponían al borde de la histeria—. Si salimos hoy. Digo, si tú quieres, podemos pasear o ir a ver una película —corrigió con cierta timidez.

Ese fue la última gota de hizo que Myriam se pusiera como loca. Soltó el teléfono y se tapó la boca con ambas manos mientras pataleaba sobre la cama. Antes de que tomara el celular y dijera un impaciente “Sí”, otros golpes a su puerta la despabilaron.

—¡Ya salte! ¡Mamá dice que si no bajas en cinco minutos te quedarás sin comer! —gritoneó su hermano.

—¡Deja de fastidiar, mocoso! —Lanzó un cojín hacia la puerta y al mismo tiempo escuchó la voz de Eduardo en la bocina—. ¡Ah, lo siento! Eso no era para ti—se excusó inmediatamente—. Y la respuesta a tu pregunta es… Sí, claro que sí.

—¡Tonta! ¡Quédate sin comer entonces!—la voz de Gabriel rompió su burbuja mágica de felicidad. Gruñó por lo bajo, aguantado las ganas de volver a gritarle. Si lo hacía, ya sabía lo que sucedería. Él iría con mamá fingiendo dolor en el brazo o en cualquier otro lado mientras le decía que ella lo había maltratado. Y por consecuencia, ella sería castigada.

Olvidando a su molesto hermano, volvió a concentrarse en Eduardo, que festejaba por su aceptación. Charlaron unos minutos más, poniéndose de acuerdo sobre la hora de su cita y perdiendo tiempo en las largas e interminables despedidas.

Después de cortar la llamada, bajó a la cocina en donde se encontraban sus papás y Gabriel, éste último la recibió sacándole la lengua y ella le respondió con un cariñoso golpe en la nuca.

—¡Ahu! —Se quejó dramáticamente—. ¡Mamá! ¡Myriam me golpeó la cabeza! —la señaló acusadoramente. Su madre, Gabriela, le advirtió con la mirada.

—No le hice nada —levantó inocentemente las manos, alejándolas antes de ahorcarlo por chismoso.

Se sentó en la silla al lado de su padre, que la saludo cariñosamente.

—Hola princesa. ¿A dónde quieres ir hoy? ¿A los bolos? ¿Jugar tenis? ¿Ir a pescar? —preguntó al mismo tiempo que masticaba.

—Martin, no hables con la boca abierta. —Lo regañó su esposa como si fuera un niño. Todos rieron cuando Martin cerró automáticamente la boca, seguido de un leve respingo. 

Usualmente él trabajaba mucho, pero los fines de semana se dedicaba a pasar tiempo con su familia. Pero lamentablemente Myriam no podría acompañarlos hoy.

—No puedo papá, tengo una cita —respondió casi con desinterés.

Todos al escucharla, alzaron rápidamente la cabeza con una mirada de sorpresa. Habitualmente Myriam nunca hablaba de sus noviazgos, ni mucho menos decía abiertamente que tenía una cita. No era costumbre suya, por lo que ahora parecía algo sospechoso.

—¡¿Qué?! ¡¿Una cita?! ¡No puedes, tienes doce! —reclamó Martin, como todo un padre sobreprotector.

— ¡Tengo diecisiete! —corrigió Myriam.

Martin titubeó casi incrédulo, no podía creer que su pequeña hija hubiera crecido tan rápido.

—¡No importa! No vas y listo—finalizó volviendo a comer pero con mayor brusquedad.

—¡Mamá! —habló Myriam tratando de tener apoyo de su madre. Ella suspiró y miró persuasivamente a su marido.

—Ya es grande, cariño. Creo que es suficientemente madura para saber qué hacer y qué no hacer —miró amenazadoramente a su hija obteniendo rápidamente un asentimiento —. Así que creo que si no obtiene nuestro permiso, quizás se rebele y se escape —fingió un escalofrío y le giñó discretamente a Myriam.

Ella sabía que su padre le tenía terror a su desprecio o que algún día llegara a escaparse con algún hombre. Cosa que se le hacía ridículo, pero en varias ocasiones esa misma advertencia le hacía obtener permisos de salir increíblemente rápido.

—Está bien… pero te quiero aquí a las siete.

—¡Pero me voy a las seis!—se quejó.

—Siete y media… y eso es todo—puntualizó frunciendo el ceño.

Myriam suspiró rendida, sabía que no podía llegar más lejos con él.

-…-

Las siguientes cinco horas se concentró en alistarse. Tomó un baño, se perfumó, se puso un lindo pero casual conjunto, nada extravagante en donde su padre la pudiera devolver a la mitad de las escaleras, pero si algo adecuado para una primera cita. Peinó su largo cabello castaño, enchinó sus largas pestañas para hacer resaltar sus ojos miel y se maquilló solo un poco, era mejor verse natural que exagerada.

Cuando llegó Eduardo a su casa, se veía realmente increíble. Vestía unos jeans junto con una camisa negra que combinaba con su piel nívea. Su cabello castaño claro era peinado ligeramente hacia arriba y sus lindos ojos aceitunados daban el último toque que volvía loca a Myriam.

Se saludaron con nerviosismo hasta con algo de torpeza. Ambos se veían felices pero algo intranquilos. Martin no perdió tiempo y empezó a lanzarle una sarta de preguntas y advertencias a Eduardo, las que fueron aceptadas con responsabilidad.

Salieron finalmente y subieron al auto de Eduardo, empezó a conducir mientras que el ambiente se llenaba de tensión. Venían en completo silencio, sin saber con qué empezar a conversar.

—Y… ¿A dónde quieres ir? —preguntó él mirándola de reojo.

—No sé, a donde sea —respondió algo tensa.

—¿Quieres caminar? Podemos hablar mientras comemos un helado ¿Te parece? —la miró sonriendo, examinando su expresión aturdida que poco a poco se transformaba en una alegre.

Notó su sonrojo y se sintió alucinado, era bastante linda. ¿Por qué no lo había notado antes? Había estado tanto tiempo estudiando en la misma preparatoria que ella y nunca la había visto. Se sintió tonto al pensarlo, como había perdido tanto tiempo sin saber de su existencia.

—Claro que me parece —sonrió abiertamente y enseguida estacionó el auto.

Bajaron y caminaron uno al lado de otro por la acera, escuchando y sintiendo el aire mientras pasaban los autos por la calle. Hablaron de trivialidades mientras que se iban acercando poco a poco hasta que sus brazos rozaron. Ninguno quiso arruinar el momento, así que fingieron que no se daban cuenta.

—Todavía no entiendo cómo es que no te vi antes en la escuela —comentó casi para sí mismo. Myriam paró de comer su helado de vainilla y prestó atención.

—Creo que estabas muy ocupado con tus acaparadoras amigas —inquirió con cierto desagrado. Recordando cómo le molestaba encontrarlo rodeado de empalagosas chicas.

—Ah, sí… —habló sin mucha emoción —. Sinceramente, me abruman. Trato de alejarme de ellas pero...

—Son insistentes—respondió con anticipación. Eduardo asintió con pesadumbre —. Deberías decirles que no estás disponible, tal vez así te dejen en paz—agregó Myriam con una petición detrás de sus palabras.

Eduardo se detuvo de improviso, abrió los ojos y la miró fijamente haciendo que ella también dejara de caminar. Myriam pasó saliva con nerviosismo creyendo que había hablado de más. Se preparó mentalmente para recibir su rechazo escondido tras un “Deberíamos de ir más lento” o quizás alguna que otra excusa para dejarle claro que no quería nada con ella.

—Myriam… —mencionó su nombre con un tono diferente, un tono especial y le encantó como salió su nombre de sus carnosos labios —. Me gustas, en serio me gustas mucho —habló ansioso tomándola de las manos.

 Eduardo no podía soportar más, sabía que era demasiado pronto para declararse, pero justo en el momento en que había visto su rostro y su hermosa sonrisa dibujarse en sus labios, entendió que ella no era cualquier chica, algo mágico surgió al contemplarla. Aunque era linda, dejó a un lado el físico para ver directamente sus ojos miel, tan brillantes y profundos, que te atrapaban en el mismo instante. Notó en ellos, que ella también sentía lo mismo, también lo quería. Extrañamente, eso le hizo sentir una calidez en el pecho, algo que nunca había sentido antes.

—Eduardo, yo… —dudó un momento en decirle pero se armó de valor y alzó el rostro—. También me gustas y mucho—sintió un enorme alivió al confesarse y pudo respirar con normalidad.

Ambos se miraron mutuamente al mismo tiempo que sostenían sus manos. Después todo pasó sumamente lento para Myriam.

Un estruendo la hizo sobresaltarse e instintivamente encogió los hombros para protegerse. El hermoso panorama que antes tenía a la vista de Eduardo fue arruinado totalmente. Unas salpicaduras de un líquido espeso le hicieron cerrar los ojos por un sólo segundo y al volverlos a abrir, vio algo aterrorizante. 

Soltó un chillido de terror al darse cuenta que era y de donde provenía ese extraño liquido que manchaba su rostro; sangre.

Gritó de forma desgarradora al contemplar a Eduardo caer secamente al suelo con un agujero en la frente. Sus ojos seguían abiertos, todavía la observaban pero ahora no había vida en ellos.  Su lindo rostro se encontraba bañado en sangre y el helado que compartían yacía derramado a su lado.

Se quedó estática, helado y totalmente absorta a la realidad sin siquiera intentar buscar a los responsables. Se quedó ahí, gritando débilmente mientras veía  el cuerpo inerte de su Eduardo. Suplicaba internamente porque todo fuera una terrible pesadilla.

Todo había ocurrido en menos de cinco segundos, pero para Myriam pareció una eternidad.

Reaccionó histéricamente cuando sintió unos brazos rodearla con fuerza y alzarla para meterla en una camioneta. Gritó, se sacudió y trató de golpear inútilmente al sujeto que la retenía. Ignoraba completamente las advertencias y amenazas de aquel hombre. No le importaba nada en ese momento más que volver con Eduardo. No le interesaba si le volaban la cabeza con un disparo, si eso ocurría sería un enorme alivio, así evitaría pensar y revivir esa escena en su mente una y otra vez. Se iría el miedo y la tristeza, pero  su intuición le decía que no la querían asesinar, sino algo mucho peor.

Le cubrieron la boca con una mano al mismo tiempo que le apretaban la mandíbula. No pudo contener un gemido de dolor que solo fue sofocado por la palma de aquel hombre. La arrojaron sin delicadeza alguna a los asientos traseros de la camioneta y emprendieron a toda velocidad su huida.

El chirrido de las llantas friccionar contra el pavimento la hizo reaccionar e intentar abrir la puerta de su lado izquierdo, pero fue inútil, tenía seguro.  Gritó de impotencia y pateó desesperadamente el interior de la camioneta.

—¡Deja de hacer eso y cállate! —gruñó su raptor, que se encontraba a su derecha con los brazos cruzados y expresión enfurecida.

Era un hombre adulto, tal vez treinta años. Su fina barba de candado y sus pobladas cejas negras le daban un toque escalofriante.

Myriam lo ignoró y luchó de nuevo para escapar.

—¡Te dije que dejaras de hacer eso! —su grito alterado no la asustó tanto como el tirón que le dieron en el cabello.

Gimió nuevamente de dolor.

—¡Dante! ¡Déjala en paz! Es mía, no la toques —masculló una voz joven pero suficientemente grave para saber que no era un niño.

Myriam volteó rápidamente al escuchar sus palabras “Suya, ¿Cómo que suya?” pensó con incredulidad. Trató de mirar su rostro pero no lo logró, estaba en el asiento del copiloto.

—¡No soy de ustedes! ¡No soy de nadie! ¡Déjenme en paz! ¡Déjenme ir, por favor! —chilló con pánico, no podía creer que eso le estuviera pasando.

—Lo siento cariño, no puedo hacer eso. Como dije… ahora eres mía. —Su voz sonó casi dulce pero su risa tétrica no le causo nada más que estremecimiento.

Myriam sollozó y aflojó su cuerpo dejando de luchar, no tenía caso. Estaba atrapada. Miró por la ventana y no vio ninguna señal de salvación; ni sonidos de patrullas, ni carros ni personas tratando de detener a los secuestradores. Todo seguía su curso con normalidad, era como si nada hubiese pasado.  

Seguir leyendo

También te gustarán

2.1M 96.4K 66
La asesinaron un 23 de octubre, y desde entonces todos se preguntan: ¿Qué le pasó a Elizabeth Parker? Venus, la protagonista, tras el reciente asesi...
DESCONOCIDO Por Alicia Markus

Misterio / Suspenso

714K 6.5K 6
UN DESCONOCIDO UN MUNDO DESCONOCIDO UNA CHICA DISPUESTA A CONOCERLO SECRETOS Y UNA PERVERSA VERDAD Portada hecha por la hermosa y talentosa: @Arte...
15.4M 624K 34
Una chica crea un grupo en Whatsapp para conversar con sus amigos, misteriosamente ella sale del grupo una noche, y se mete un "Desconocido" al grupo...