Papi, estoy de regreso [S.O...

By KimPantaleon

254K 22.3K 11.1K

Susy es capaz de predecir la muerte. Su hermano mayor intenta calmar sus pesadillas, pero descubre que están... More

Aclaratoria
Dedicatoria
Introducción
1.- En las sombras
2. Manzana y canela
3. Fantasmas
4.- Psicofonía de auxilio
5.- Premonición
7.- La despedida de Víctor
8.- Querida Jess:
9.- Último día
10.- El incendio
11.- Siniestro misterio
12.- Luz al final del túnel
Epílogo
¡Escucha el audiolibro!
Agradecimientos

6.- La dulce y picante muerte

13.7K 1.4K 634
By KimPantaleon

Los grillos que entonaban su cantar al son del viento que mecía las hojas de los árboles y los ronquidos de Alan eran insuficientes para mantener a Víctor tranquilo. Estaba despierto y miraba hacia el techo de la alcoba. Una noche en vela podía ser molesta, pero para él no poder dormir era lo menos importante. Moriría en tres días y sentía que dormir era desperdiciar tiempo valioso.

Tal vez estaba loco, sin embargo, de alguna manera, le resultaba interesante encontrarse en ese estado porque una de las preguntas que había rondado por su cabeza desde hacía tiempo —y que en más de una ocasión lo había inquietado cuando Susy anunciaba la muerte de alguien— era entender por qué la muerte olía a manzana y canela.

Víctor sonrió con nostalgia. Se lo había cuestionado durante mucho tiempo; buscaba una explicación compleja y satisfactoria para un interrogante que, ahora, le resultaba lo más obvio del mundo. Se acarició el pecho, sentía los latidos mientras se concentraba en ese par de sentimientos que invadía su corazón.

Después del shock inicial que fue recibir una noticia de esa magnitud de forma tan brusca y, además, tener que lidiar con la reacción de Susy, Víctor sintió que el suelo bajo sus pies dejaba de existir.

Cuando su hermana se serenó, se encerró en su habitación. Ansiaba un poco de calma para pensar en sí mismo, en lo que acontecía.

Fue justo ese momento de paz que vino después de que sus miedos explotaran mientras maldecía hacia el cielo, luego de haber sacado del clóset su viejo saco de arena y golpearlo con tanta rabia que terminó por desgarrarlo, lo que lo ayudó a comprender por qué la muerte olía a manzana y canela.

Morir, así como la canela, pica: despierta sentimientos intensos como el miedo, la desesperación, la frustración y la impotencia; sentimientos que no solo se encuentran en la persona que está por agotar su tiempo, sino también en sus seres queridos. De golpe, la canela es fuerte e intragable, uno de los aromas más fáciles de distinguir, pero que si se huele demasiado puede irritar la nariz e, incluso, lastimarla.

¿No ocurría lo mismo con la muerte? Víctor cerró los ojos y sonrió. Sin duda, esa exquisita mezcla de olores iba perfecto con lo que hacía ser a la muerte lo que era.

El olor fuerte de la canela acapara la atención aunque, ¿qué pasa con la manzana, que es más dulce y tenue? En realidad, no es complicado. La gente se enfoca en el miedo que causa perder a un ser querido o en el de su propia muerte. Pocas de esas personas se ponen a pensar en el lado dulce de morir, en que es un hecho tan natural como nacer, y que puede traer paz a alguien que padece una enfermedad terminal y que añora dejar de sufrir. No es fácil de aceptar, se trata de un sentimiento suave como el aroma de la manzana.

Ambas emociones habían comenzado a latir con fuerza dentro de Víctor para desplazar a las demás. El muchacho se acarició el pecho a la par que se concentraba en las dos. Si bien no tenía ninguna enfermedad terminal o pensamientos suicidas, fallecer significaba demasiado para él: por un lado, lo aterraba; pero, por el otro, era un bálsamo.

Desde luego que amaba a Susy con todo su ser, al igual que amaba a sus padres, a Hans y a Jess, pero muy en el fondo, oculto en lo más oscuro de su espíritu, deseaba irse. Estaba agotado.

Sabía que, de seguir así, cada día más débil, se exponía a que seres más fuertes —igual que Ana o peor— atacaran a Susy hasta que él, en su cansancio, ya no pudiera defenderla.

«Por eso me tengo que ir», pensó; luchaba por convencerse a sí mismo de que era lo mejor. Quería enfocarse más en la manzana que en la canela. Por una vez quería amarse más de lo que la amaba a ella, pero el cargo de conciencia por dejar sola a Susy no daba tregua.

—Aunque... —susurró con la mano en dirección de su corazón—, en realidad eso no significa que la voy a abandonar.

Sonrió de nuevo al levantarse de golpe de la cama para sentarse sobre ella con las piernas cruzadas. Negó con la cabeza al darse cuenta de que, sin importar lo que hiciera, Susy siempre sería su prioridad. De hecho, si ahora cortejaba a la muerte, había sido justo por ella.

El muchacho se llevó las manos al cabello y lo revolvió al tiempo en que recordaba cómo había terminado en esa situación. Hacía unas horas, después de la cena, Víctor se había ofrecido a lavar los platos. Mientras lo hacía, miraba a través de la ventana que estaba frente al lavadero.

Pronto, divisó a una familia de indigentes que revolvían en la basura. Eran un hombre y dos niñas pequeñas. Las vio pelear por un viejo oso de peluche con sus cuerpos delgados, casi esqueléticos, y se le partió el corazón.

La primera idea que atravesó la cabeza de Víctor fue la de contarle a Susy sobre los indigentes; estaba seguro de que ella accedería a regalarles algunos juguetes. Se giró en su lugar para buscar una toalla con que secarse las manos e ir de inmediato por su hermanita, antes de que la familia se marchara, sin embargo, se quedó congelado en su lugar.

Había vuelto. La bestia en la que Jenny se había convertido estaba de pie sobre la escalera y tenía la vista fija en un punto incierto.

La observó, desconcertado; ella sonreía y lamía sus labios. La sensación de terror que palpitó en el pecho de Víctor hizo que, de forma inconsciente, atara cabos. El persistente acoso de Óscar durante las noches, el sueño que tuvo en el que Ana se hacía pasar por Susy, el relato de Jenny en el que decía que el amor de Óscar la hería y, ahora, esta criatura, cuyas facciones entreveraban las de Susy y las de Jenny...

«Tú eres Ana», masculló Víctor.

Ana sonrió todavía más ante la voz quebradiza del joven, aunque sin voltear a verlo. Víctor entendió lo que ocurría. Algo siniestro había tomado forma física y se había robado el cuerpo de Jenny, pero era un cuerpo putrefacto que serviría únicamente de forma temporal, así que necesitaba conseguir uno nuevo.

Ana volvió a relamerse los labios mientras contemplaba a Susy con ímprobo deseo desde el fondo de las escaleras. Víctor frunció el ceño. Todo el temor que sentía se esfumó para dejar atrás un halo de rabia. El muchacho dio un paso al frente con apariencia firme y amenazadora.

Llamó la atención de la criatura. Ana se giró hacia él y lo observó: «Esa niña a la que tanto miras es lo que más amo en este mundo. Y tú no te acercarás».

«¿Tú me detendrás?», había articulado Ana a modo de burla. Víctor escuchó dos voces salir de ella al mismo tiempo, mas no se intimidó.

«Puedo hacer cosas que no te imaginas, bestia». Víctor empuñó las manos. «Y primero muerto antes de entregarte a Susy».

En un parpadeo, Ana desapareció, aunque el olor a carne podrida se intensificó y el ambiente empezó a helar. Víctor tenía la certeza de que estaba cerca, pero fuera de su vista; entonces cayó en la cuenta de que Ana podía bloquear parcialmente sus habilidades.

Se tragó un grito al ver que la criatura atravesaba su pecho de golpe y sintió un desgarre en su alma que lo aturdió. La cabeza de Ana emergió por la espalda de Víctor y lo arrojó al suelo de manera violenta. Después, se paró frente a él y se inclinó para mirarlo cara a cara.

«Concedido». Fue lo último que Ana dijo, luego, dio un par de pasos hacia atrás y se desvaneció una vez más.

Trastocado, el joven no hizo más que mantenerse en el suelo. Había una escalofriante sensación de lobreguez en su interior, pero estaba bien. Ella no le había provocado nada más que un susto...

O eso fue lo que pensó hasta que, minutos más tarde, subió a la habitación de Susy para cometer la pequeña travesura de obsequiar el peluche de pingüino, y Susy descubrió que él olía a manzana y canela.

Se arrodilló y empezó a temblar. Con piernas y brazos débiles, se arrastró hasta la pared del fondo de la cocina, donde recargó la espalda y se abrazó las rodillas. Creía que era una simple —aunque, debía admitir, aterradora— amenaza. Atravesarle el pecho era una forma de decirle que algo peor sucedería con él si la desafiaba. Víctor se tomó el atrevimiento y la valentía de rechazar la idea, de convencerse de que ella no podría hacerle daño si tomaba las medidas adecuadas.

Pensó que él podía ser más fuerte.

Se quedó sentado en el piso hasta que logró calmarse. Cuando se levantó y miró por la ventana, se sorprendió al darse cuenta de que la familia de indigentes seguía en el mismo lugar que antes. Una vez más, parecía que el tiempo se había detenido para los demás, menos para Víctor y Ana.

Un poco en estado de shock, se acercó a las escaleras y las subió rumbo a la habitación de Susy. Antes de golpear y abrir la puerta, inhaló profundamente y exhaló. Bajo ninguna circunstancia, Susy podía enterarse de lo recién acontecido en la cocina, aunque no estaba seguro de si ella se había percatado de la presencia de Ana. Deseó que su hermana hubiese estado tan distraída y lo pasara por alto.

Cerró los ojos y se tranquilizó.

«Pensar demasiado en cosas siniestras las atrae». Debía dejar de hacerlo y concentrarse en la buena acción que todavía podía ejecutar si Susy le regalaba uno de sus peluches. Sonrió, enternecido al imaginarse la expresión de las pequeñas ante el juguete que sería nuevo para ellas. El cariño que le darían y lo importante que se volvería en sus vidas. Estaría impregnado de amor y de...

«¡Claro!», pensó, vivaz. «Eso podría ayudarme a cuidarla, un objeto que ambos amemos por igual».

Tomó la perilla de la puerta y la abrió, tenía una gran idea. Los seres humanos —en especial, los niños— suelen depositar energía en objetos de amplio valor sentimental, de forma inconsciente, los cuales se adhieren a la esencia de un espíritu. A veces es para bien, otras para mal.

Quizá si obsequiaba a Susy algo que tomara mucho significado para ella —como un peluche—, el juguete absorbería un poco del poder de la niña y la mantendría a salvo cuando él no estuviera cerca. Sin embargo, necesitaba usar un juguete nuevo, uno que llevara también parte de la esencia del propio Víctor. Pensó que después podría resolver eso.

Por fin, entró en la habitación de Susy con una sonrisa que no tardó en borrarse.

Tras emitir un nuevo suspiro, Víctor dejó de recordar y miró hacia la ventana con una sonrisa nostálgica. A lo lejos, ya podía distinguirse al sol mostrando sus primeros rayos entre los edificios. La noche se había esfumado más rápido de lo que a él le hubiese gustado. Aun así, se mantuvo sereno y sonrió.

—Bueno... empieza la cuenta regresiva —se dijo—. Tengo dos días y medio para hacer algo al respecto.  

Continue Reading

You'll Also Like

113K 19K 30
A Hoseok le gustan los dulces; Yoongi tiene el apodo de uno. ¿La vida puede ser tan dulce como una paleta o amarga como un limón? ☞Capítulos cortos. ...
877K 76.3K 50
Ariana tiene 7 años. Escribe notas todos los días. Pero no como cualquier niño. Ella se las escribe a sus padres. Aunque sabe que a ellos no les inte...
117K 6.7K 7
Cada vez que Lonnell pasaba frente al instituto Marie Curie, las borroneadas palabras «No country for bad boys» llenaban su cabeza de recuerdos. «No...
1.9K 199 11
*¿𝙎𝙤𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙘𝙪𝙧𝙖? ¿𝙊 𝙨𝙤𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙙𝙚 𝙡𝙖 ¿𝙀𝙣𝙛𝙚𝙧𝙢𝙚𝙙𝙖𝙙? * 𝙐𝙣 𝙢𝙪𝙣...