Cénit (Sol Durmiente Vol.3)

By AlbenisLS

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Tercera Parte de la Trilogía "Rosa Inmortal". El mundo de Rosa Arismendi es completamente diferente al de hac... More

En algún lugar del bosque. Octubre de 1988.
Capítulo 1: Puerto La Cruz, Venezuela. Octubre de 1988.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20.
Capítulo 21
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28: Cielo.
Capítulo 29: Infierno
Capítulo 30: Eternidad
Capítulo 31.
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36

Capítulo 17

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By AlbenisLS

Algo en mi interior me indicaba que siempre lo había sabido.

Desde mis años de infante aventurera hasta mi adolescencia golpeada por la tragedia, algo proveniente de mis venas me decía que siempre iba a estar protgida, que todo iba a estar bien. En cierto modo, nunca me hubiese sido necesario escuchar aquellas palabras de la boca de Ángel, revelando los verdaderos orígenes de mi madre.

Estaba sentada en el sofá de mi casa al lado de Celeste, quien parecía estar tan sumida en un rincón seguro de su memoria como yo. Mi mente estaba presente, sintiendo cada palabra dicha por Ángel como un tatuaje que quemaba dentro del alma; pero mi cuerpo no respondía a las órdenes que le daba. Se había resignado a permanecer inmóvil, tal y como una vez lo estuve ante el encantamiento de Ariel el vampiro, cuyo engendro aun me mantenía nerviosa, incluso viéndola muerta como estaba.

- ¿No van a decir nada?- escuché decir a Angel, pero no podía responderle. Estaba congelada como una estatua. Fue en cambio mi hermana menor la que rápidamente salió de su conmoción, de aquella fantasía en la que ambas estábamos sumidas.

-Nada de esto es real, es sólo un sueño loco. Una pesadilla o algo-. Celeste comenzó a llorar. Esto era demasiado para ella. Al final de cuentas, no había podido protegerla de los horrores que guarda el mundo exterior. Había fallado como hermana.

-Lo siento por haberles revelado eso de esta manera, pero era ahora o nunca. Ustedes deben estar enteradas de todo ahora que el mal ha entrado en esta casa. Deben estar protegidas, deben estar a salvo-.

-¿A salvo de qué? Hace una hora estaba preocupada porque Rosa estaba muriendo de cáncer y ahora me entero que existen los vampiros, los hombres de luz y que descendemos de una de ellos. ¡Hemos vivido engañadas toda nuestra vida!- Celeste espetó esas palabras con ira y dolor. Estaba consternada y con razón.

Ángel miraba hacia todos lados, tratando de buscar las palabras adecuadas a tal pregunta. Paulatinamente, fui saliendo de aquel estado de shock en el que me hallaba, pudiendo retomar el control de mis dedos, de mis manos, de mi lengua, de mi boca.

-¿A salvo de qué?- repetí la pregunta de Celeste, provocando que tanto ella como Ángel me mirasen.

-De la maldición que cae sobre todo el que posee la sangre Arismendi-. dijo en tono sombrío el protector de nuestra familia, el supuesto vigilante de nuestro bienestar.

Sólo que en ese momento, me sentía de todo menos bien.

-Quiero que me expliques todo, Ángel. Quiero saber qué sucede con nuestra familia y lo que tú tienes que ver en esto. Lo que... lo que mi madre tenía que ver en esto-. espete en un tono cruel, el mismo que había usado Celeste, debido a la desesperación del misterio que cubría como una sombra a mi familia y a todo lo que había ocurrido en mi vida durante el último año.

Ángel se puso de pie del sillón ubicado al lado del sofá y comenzó a caminar frente a Celeste y yo de un lado a otro. Se frotaba las manos y las juntaba frente a su boca, como si estuviese a punto de soltar otra bomba de noticia.

Afuera, la lluvia seguia cayendo como si fuesen baldes de agua y no gotas lo que caía del cielo nocturno. Aquel diluvio habia sido la escena de uno de los momentos mas impresionantes y dolorosos que habia tenido en mi vida. En la vida de ambas, Celeste y yo.

-Era necesario que supieran esto. Como les dije, ahora que el mal ha entrado en la casa, ustedes corren peligro. En especial tu, Rosa-.

-¿El mal?- inquirió Celeste, poniéndose de pie. -¿Te refieres a la mujer vampiro que intentó matarnos?- señaló a la pila sanguinolenta que seguía aún en el suelo lustroso de la casa, manchando su pulcritud perpetua.

-Sí. Los vampiros son una energía maligna, un ente creado para destruir y matar. En su mente sólo existen ellos y la sangre, nada mas- Angel nos dijo esto a ambas, pero sabía que era una advertencia hacia mí. Él sabía más de lo que me esperaba.

-¿Por qué en especial Rosa? ¿Que ha hecho ella?- preguntó Celeste, secándose las lágrimas y frunciendo el ceño en señal de confusión. La entendía perfectamente, pues en el instante en que me enteré de la existencia de los vampiros me comporté como una verdadera histérica. Ella lo había tomado mejor que yo.

Ángel me miró fijamente, y tuve que bajar la cabeza. Sus ojos, esta vez de una tonalidad aguamarina similar a la de los hermanos Deville, me estaban acusando de algo.

-Debes decirle, Rosa. Es hora de que se sepa la verdad-.

-¿La verdad sobre que?- Al parecer, preguntas era lo único que abundaba en la cabeza de mi hermana, quien esta vez me dedicó una mirada sospechosa, como si estuviese mirando nuevamente a Laura la vampiro a punto de abalanzarse sobre ella.

Suspiré. Ángel tenía razón. Era hora de que ya todo lo que había de saberse se supiera. No podía con mas secretos, mentiras e intrigas.

-Celeste... Yo sabía de la existencia de los vampiros mucho antes de lo que pasó esta noche- Las palabras salieron filosas por mi garganta, haciéndome daño. Tal vez me lo imaginé, pero juraría que luego de aquel momento sentí un intenso sabor a sangre en la boca.

-No entiendo... ¿Tu sabías que los vampiros eran reales antes de esto? ¿Pero cómo? Rosa, eres mi hermana, no quiero que me mientas. Por primera vez necesito escuchar sólo la verdad- Celeste era tan vulnerable como yo. Incluso más. Con todo aquello que sucedía en nuestras vidas de manera tan repentina, noté que Celeste Arismendi era un alma frágil y delicada.

Era difícil lo que estaba a punto de decir. Revelar que la razón por la que sabía del misterioso y siniestro mundo de los vampiros era porque Cristóbal Bolívar, el amor de mi vida, al quien le había roto su inmortal corazón, era uno de ellos.

-¿Recuerdas cuando fuiste a San Antonio con papá el día de mi cumpleaños?-.

Celeste asintió.

-Bien... esto es loco, pero...- carraspeé antes de soltar la verdad. - Cristóbal, Lucía y Héctor son vampiros. Es por eso que lo se, Celeste-.

-¿Quieres decir... que tu novio es un vampiro?- Celeste abrió los ojos como platos ante la revelación. -¿Durante todo el año has sabido que él era un vampiro, así como ella?- señaló de nuevo a los restos de la vampiro.

Mi mente comenzo a nublarse, sentía una intensa presión en mi cabeza que si no era controlada pronto se convertiría en una jaqueca terrible.

-Si, desde un principio lo supe- admití. Si de verdad aquella era la noche de las confesiones, entonces debía ser honesta. - Sólo que no de la manera en la que tú te enteraste de esto-.

-Ah, perdón- Celeste espetó en un tono sarcástico mientras caminaba alrededor del sofá a una velocidad que me inquietaba. -Supongo que durante una cita romántica con tu galán, él te dijo: "Ay no querida, yo no como carne con verduras. Mi dieta consiste en la sangre de seres humanos porque soy un vampiro", ¿acaso fue así, Rosa?-.

Celeste empleaba aquel sarcasmo como un mecanismo de defensa ante las dificultades o una verdad tan abrumadora como la que le había tocado escuchar. No necesitaba de todo aquello.

-Tengo... tengo que limpiar- dijo Celeste finalmente. Nerviosa y temblando como gelatina, se apresuró a la cocina de donde regresó con una pala, una mopa y un balde con agua y alguna sustancia jabonosa que olía a pino. Sin dudarlo, se arrodilló ante la pila de sangre que solía ser Laura y procedió a recogerla lentamente y con meticulosidad.

-¿En serio es el momento, Celeste?- inquirí, observando a mi hermana recogerse el cabello lacio y castaño en una coleta de caballo para protegerlo de la sangre.

-¡Claro que es el momento! ¿Acaso quieres que papá entre y vea esta cochinada en su sala? ¿Acaso también quieren traumatizarlo a él?- Aquella pregunta iba tanto para Ángel como para mí, pero ninguno de nosotros quiso responder. En cierto modo, ella tenía razón. Si mi padre regresara a casa y viese aquel desastre, con la mesa volteada con todo lo que había encima roto, tendría algunas preguntas que hacer.

Si yo me hallaba tan confundida respecto a las cosas que Ángel nos habia dicho, ¿como se sentiría Celeste, una novata en este tipo de cosas? Pensar en el termino "novato" me hizo dudar, ya que si descendíamos de una portadora de luz y nuestra familia ciertamente estaba maldita, sin saberlo ambas éramos ya unas expertas en la materia. Tal vez por eso fue que en seguida me arrodillé junto a Celeste y ambas comenzamos a limpiar la sangre del piso.

-Angel... necesito que nos digas qué pasa con nuestra familia. ¿A que te refieres con que el mal entró a la casa? ¿Por qué si nuestra madre era una portadora de luz murió de tal forma? Pensé que eran protectores de nuestra familia, pero a ella tuvieron que cuidarla. No entiendo nada-.

Durante todo ese rato, Ángel había permanecido inmóvil recostado sobre una pared. La misma a donde habia arrojado a Laura cuando se materializó en medio de la sala dispuesto a defendernos. Durante un minuto, mientras limpiaba una de las baldosas de cerámica, me imagine a Ángel infinidad de noches vigilando la casa como un ser invisible, un guardián dispuesto allí solo para protegernos del mal.

-Supongo que yo tambien debo revelar la verdad-. dijo Ángel, suspirando y sentándose en el sillón nuevamente. Me pregunte si esa acción era necesaria para él.

-Me parece lo mínimo que puedes hacer, Angel- dijo Celeste, quitándose un mechón de cabello de la frente sudorosa por el arduo trabajo que suponía quitar la sangre con un cepillo que se encontraba dentro del balde con agua jabonosa.

-Bien- dijo, a modo de respuesta. -Su... Su madre, como ya les dije, era una portadora de luz, como yo. Fue la guardiana anterior a mí encargada de cuidar de su familia, de todos los Arismendi sobre los que cae la maldición. Durante generaciones, ella se aseguró que la maldad jamas entraría en las casas de sus protegidos, pues el terrible oprobio que habita en su sangre es que estan condenados a extinguirse, que seran tentados por la maldad y atraídos a ella. Tal vez ella fue victima de esa maldición de manera indirecta, pues al llegar a la generación de tu padre, no pudo evitar enamorarse de él-.

Mi padre había sufrido toda su vida la supuesta demencia de mi abuelo y la consiguiente locura de mi tio, su hermano, quiénes aseguraban que un demonio había embrujado a los Arismendi con aquellas horribles palabras que finalmente había escuchado.

-No sabría decir por que se enamoró de él, pero supongo que es algo que traen los de tu familia. Son encantadores-. prosiguió Angel. No sabría decir si fue algo que imagine luego de todas las emociones vividas, pero pude ver al hermoso hombre moreno sonreírle... a Celeste.

-Al hacerlo, perdió todos sus poderes y su papel de protectora. Hay una regla inquebrantable para los portadores de luz, ademas de no revelarse a los familiares: Nunca enamorarse de ellos-.

Esa regla si que no era posible. Si Ángel y yo habíamos sido novios durante mis años universitarios, ¿por qué el seguia siendo nuestro protector? Quise preguntarle, pero Celeste se me adelantó.

-Pero si tú saliste con Rosa, ¿por qué siguen tus poderes contigo?-. Claro, que sin mi delicadeza para preguntar.

-El amor para los portadores de luz es mucho más intenso que para los humanos. Es como si la luz en nuestro interior se convirtiera en fuego, nos quema, es insoportable la idea de vivir eternamente sin nuestro ser amado-.

-Ella renunció. Por él, por papá-. dije, casi en un susurro. De repente, me sentí tan triste por todo lo que había sucedido en nuestra familia, que no pude evitar sollozar al imaginarme a mi madre sacrificar todo su mundo, lo que ella era, para estar junto a él. Eso era amor verdadero.

Igual que mi amor por Cristóbal. Que más daba si él era un vampiro, que no pudiese convertir a Sonia en una de ellos por sus reglas. Él estuvo a punto de hacerlo, de romper una de las reglas de su mundo por mí. Estuvo dispuesto a pasar las consecuencias de ese hecho porque se lo había pedido. Mi amor por él aun quemaba, dentro en el pecho, como una intensa llamarada. Tal vez ese era un rasgo heredado de mi madre.

-Si, ella renunció. Para hacerlo, hay que hacer algo terrible que te alejará de nuestro mundo de una vez por todas. Hay que dar un salto de amor. Y ella lo hizo por tu padre-.

Mi madre había decidido que estar con mi padre aunque sea por una vida humana era suficiente. El hecho de ser una inmortal guardiana no le bastaba si no podía estar a su lado, por lo que dio ese "salto de amor" término que me parecía lo bastante claro para preguntarle a Ángel. Se arriesgó y ganó, aunque fuese por muy corto tiempo, un gran amor.

Un amor que yo estaba a punto de perder para siempre.

Al terminar de limpiar la sangre, recordé las palabras que dijo Laura cuando se hicieron obvios sus planes de matarme. Había dicho que en la próxima luna nueva, el aquelarre de brujas del sur atacaría al clan Bolívar. La sola idea de no volver a ver a mi razón de permanecer viva, o por lo menos de saber que él se encontraba bien sin mi, me hizo dar un grito agudo que espantó a Celeste y a Ángel.

-¿Qué sucede?-preguntó Ángel.

-¿Te pasa algo?- soltó Celeste.

-Sí... Que si no regreso a San Antonio, mi amor morirá y yo con él-.

Pude escuchar alla, en la lejanía, como una risa siniestra se elevaba entre el sonido de la lluvia.

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