El Alma en Llamas

By DianaMuniz

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En un mundo en conflicto donde la magia esclaviza a las personas, la tecnología se revela como la única alter... More

Capítulo 1: Un nuevo comienzo
Capítulo 2 : Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro
Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)
Capítulo 3: Un caso interesante
Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (2ª parte)
Capítulo 4: La familia del Marqués (4ª parte)
Capítulo 5: Los caprichos del planeta
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (1ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)
Capítulo 8: Justicia
Capítulo 9: El despertar de las llamas (1ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las llamas (2ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)
Capítulo 11: Engranajes
Capítulo 12: En carne viva (1ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (2ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (3ª parte)
Capítulo 12: En Carne viva (4ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (1ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)
Epílogo

Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)

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By DianaMuniz

No le gustaban los vincios.

Puede que no fuera la persona más objetiva para opinar sobre el asunto pero no le gustaban. No era que tuviera algo en contra de ellos era que no quería que existieran, tan simple y tan sencillo como eso. Su padre, el de verdad, decía que el problema no estaba en los vincios, sino en la esclavitud. Y Suke estaba de acuerdo, pero solo en parte.

Una vez, hace tiempo, conoció a un alquimista que había creído que se podía revertir el vínculo, hacer que los vincios volvieran a ser humanos normales. Pero, que supiera, eso solo había funcionado una vez y puede que ni eso si recordaba el cercano incidente de Lederage. Ahora el alquimista yacía muerto y todo aquello que podía permitirle soñar con un mundo nuevo había sido reducido a un montón de escombros.

Le extrañó que hubiera un sitio como Mivara, que había prohibido la posesión de vincios. Era una ciudad dormitorio, poco más que un lugar de residencia para ricos que tenían muy lejos el origen de sus ganancias; las fábricas y las minas que empleaban vincios para funcionar. Un pequeño trozo de paraíso lejos del cielo que vivía a expensas del cercano infierno.

Suke no podía evitar dedicar miradas esquivas a la mujer que se sentaba a la diestra del marqués. Tenía el mismo aspecto delicado que todas las vincios de agua, con la piel de color azul oscuro y el cabello turquesa. Tampoco parecía cómoda en esa situación, era como si su presencia fuera una muestra de la voluntad de su amo. Puede que no fuera una esclava pero estaba lejos de ser libre.

El padre de Reyja parecía una versión madura de su hijo. El mismo rostro atractivo, la misma barbilla masculina, los mismos ojos azules... Pero sus rasgos eran más duros, como si el tiempo hubiera afilado sus facciones. Había algo en su pose que le desagradaba profundamente y no sabía qué era. No había nada en Reyja que le inspirara esa sensación de profundo desprecio hacia todo lo que le rodeaba. A pesar del comportamiento arisco del joven, no había sentido en ningún momento que le hiciera pensar que era alguien mezquino.

Contempló con tristeza la silla vacía que había delante de él, Reyja había mandado a uno de los criados con una vaga disculpa que se resumía en el hecho de que el joven no les acompañaría esa noche.

—Disculpen a mi hijo —dijo Arinsala con una mueca—. Siempre demuestra una clara indiferencia hacia sus obligaciones. Supongo que está en una edad difícil.

—Debe ser eso —dijo Kobe con frialdad, tampoco él parecía cómodo con la presencia de la mujer en la mesa. Aunque le había parecido intuir su  mirada de escrutinio policial cada vez que observaba al marqués—. Lo extraño es que su comportamiento en mi casa ha sido impecable. Incluso ha sido él el que me ha recordado la cena. No pretendía ofender —se apresuró a aclarar mirando a Pazme—, pero ha sido un día duro en el trabajo y no lo recordaba.

—Sí, Reyja sabe quedar muy bien ante los extraños —dijo Arinsala con amargura—, será un magnífico marqués.

—La cena está deliciosa —dijo Kobe cambiando de tema, sonriendo de nuevo a la madrastra de su compañero de clase. Suke alzó una ceja ante la evidente señal. Kobe era un hombre atractivo y no era extraño que se presentara en casa, de vez en cuando, con alguna conquista. Ninguna había durado mucho y, a veces, Suke se sentía culpable por ello. Pero la mujer del marqués... ¿no era demasiado problemático?

—Me han dicho que vas a clase con Reyja —le preguntó directamente Arinsala.

—Así es —contestó Suke—. Pero es el primer día.

—¿Son lo bastante estrictos? Porque no parece que Reyja esté recibiendo suficiente disciplina. Creo que la gente está demasiado influida por algunas anécdotas de su pasado y...

—¿Anécdotas? —repitió Kobe sorprendido.

—No deberíamos hablar de esto delante de Suke —dijo Pazme, hablando por primera vez. Parecía mentira como la cordialidad y efusividad que había manifestado un poco antes, había quedado reducida a poco más de una sonrisa que no llegaba a los ojos—. No deberíamos hablar de esto delante de nadie.

—¿Y qué tema de conversación propones, querida? —preguntó Arinsala con un retintín sarcástico.

—No sé... ¿Le gusta Mivara, capitán? —preguntó.

—Gran tema de conversación —murmuró su marido, con desdén.

—Sí, la verdad es que es una ciudad pequeña pero muy bonita. Como dijo esta mañana: es como vivir en el bosque. Me gusta esa tranquilidad. Ustedes son los vecinos más cercanos y tengo que coger el coche para venir a verles.

—Yo echo de menos un poco de vida social —confesó Pazme—. Ir al teatro o al cinematógrafo. ¿Ha ido alguna vez a un cinematógrafo? —preguntó.

—No he tenido el placer —dijo Kobe.

Suke puso los ojos en blanco ante el evidente flirteo y desvió la atención de la conversación de la pareja. Estudió la expresión del marqués. No parecía molesto pero tampoco se podía decir que disfrutara de la conversación. Idris, la vincio de agua que estaba a su lado, posó con disimulo una mano sobre la suya y el marqués la miró con una expresión completamente diferente a la que había utilizado durante la cena. Por un instante, su expresión gélida se derritió y miró a la mujer de una forma que solo podía definirse como absoluta adoración. Esa revelación le turbó un poco. Suke se apresuró a desviar la mirada y se encontró con los ojos de Valenda, que asintió con tristeza.

Todo era una fachada, la familia Arinsala representaba una pantomima y Reyja era el único que no quería aprenderse el papel. Por eso no había venido a cenar.

—No... no tengo más apetito —dijo Suke apartando el plato, sintiendo que tanta hipocresía le haría enfermar. Todos los comensales le miraron con curiosidad—. Acabo de recordar una cosa de los trabajos de clase de esta tarde —mintió y no se preocupó porque su mentira resultaba creíble, después de todo, nadie en esa mesa era buen actor—. Debería comentárselo a Reyja. ¿Puedo...?

—Deberías esperar a que acabáramos de cenar —dijo Kobe, frunciendo el ceño.

—No es necesario —dijo el marqués—. Seguramente Suke preferirá la conversación de alguien más afín. Valenda, ¿te importaría acompañarle hasta el dormitorio de tu hermano? Los criados no se atreven a entrar —explicó, mientras alzaba la copa para que se la llenaran de nuevo—. Reyja es muy posesivo con su espacio personal.

Le pareció ver algo parecido a una súplica en la mirada de Kobe que hizo que se sintiera culpable por dejarle solo ante las bestias. Aunque, pensándolo mejor, tampoco parecía tan mal acompañado, se dijo, mientras dirigía una mirada a la joven marquesa. De todas formas, sabía que le esperaba una charla antes de llegar a casa.

La mujer azul le miró con curiosidad y Suke se apresuró a desviar la vista. No le gustaban los vincios, ninguno, pero los de agua despertaban en él sentimientos de frustración y culpabilidad, y él odiaba esos sentimientos.

—Normalmente no es así —se excusó Valenda mientras le conducía por las escaleras al dormitorio de su hermano.

—¿A qué te refieres?

—A la cena. Idris no suele cenar con nosotros, pero hoy mi padre insistió y eso que sabía que Reyja no bajaría a cenar si ella estaba en la mesa. A lo mejor lo hizo por eso —suspiró.

—Tu padre se acuesta con ella —murmuró Suke, y al instante, se arrepintió de haberlo dicho en voz alta. Valenda le miró con expresión dolida, pero siguió caminando.

—Lo dices como si fueran amantes —dijo—. Y no es eso. Mi padre está enamorado de Idris desde hace muchos años. Cuando mi madre vivía, ellos ya estaban juntos —explicó como si eso lo arreglara todo.

—¿Y por qué se casó con Pazme? —se extrañó Suke.

—Quién sabe —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Por las apariencias, por nosotros... A mí no me consultaron, eso seguro. No sé qué le ofreció para que ella aceptara, pero me alegra que lo hiciera. Reyja la odia.

—¿A Pazme?

—No, Reyja no odia a Pazme. Reyja odia a Idris y a mi padre. En realidad, creo que Reyja odia a todo el mundo.

—¿A ti también? —preguntó.

—Sí —respondió ella con tristeza—, puede que más que a los otros. Pero también me quiere. Reyja es muy complicado. Todo es diferente cuando padre está en el hospital —dijo como si necesitara demostrar que no era tan malo como parecía—. Pazme es muy buena y divertida y cuando hacemos estas cenas... No sé, ellos se comportan mejor. No sé por qué tuvo que traerla hoy.

—Si el matrimonio es una tapadera... ¿Kobe podría salir con Pazme?

—¡Ni hablar! —exclamó Valenda, escandalizada—. ¡Está casada!

Suke parpadeó sorprendido ante la vehemencia de la afirmación. El padre tenía carta blanca y Pazme solo era un florero... No sabía si le irritaba más esa situación o que Valenda la encontrara tan natural. Cada vez que hablaba con alguien de esa familia, comprendía más la necesidad de Reyja de huir de su casa. «Me volvería loco si tuviera que quedarme aquí».

—Suke —murmuró Valenda antes de abrir la puerta. La joven se había puesto colorada y retorcía las manos en un gesto nervioso—. No somos mala gente —insistió—. Yo... yo no soy mala gente.

—No se me había pasado por la cabeza —dijo Suke. No, la estupidez no era maldad, pero a veces era igual de dañina.

—Bien —dijo ella, visiblemente aliviada—. Entonces... vendrás al colegio con nosotros. Todos los días.

—Sí, claro —dijo—. ¿Por qué no? —Valenda se pudo de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Antes de que Suke pudiera reaccionar, desapareció trotando por las escaleras, mientras emitía grititos de felicidad—. Está loca —suspiró.

*

Cuando Suke y Valenda se marcharon, un incómodo silencio se aposentó en la mesa. El marqués bebió de su copa un par de veces más, sin apenas tocar la comida. Pazme mantenía la espalda recta y orgullosa, pero agachaba la cabeza fingiendo estar concentrada en su plato. Adoptaba la postura con la facilidad de quién lleva mucho tiempo manteniéndola. Había algo en su porte, entre altivo y vergonzoso al mismo tiempo, que atraía a Kobe de una forma que sabía solo le causaría problemas.

Viendo que ninguno de los dos anfitriones parecía por la labor de iniciar una conversación, Kobe se centró en la vincio de agua que se sentaba a la diestra del señor de la casa. Llevaba un aro alrededor del cuello, como casi todos los suyos, pero, aunque se veía a leguas que también era una situación incómoda para ella, no tenía el gesto asustadizo del esclavo.

—¿Trabaja en el hospital? —preguntó, intentando ser cortés.

La mujer pareció sorprenderse de que le dirigiera la palabra y miró a su alrededor para cerciorarse de que en verdad se estaba dirigiendo a ella. Después, miró a su señor y esperó una inclinación de cabeza de él para empezar a hablar.

—Así es —dijo con timidez. Su voz tenía un timbre demasiado agudo para ser humano y que resultaba ligeramente ridículo.

—¿Es médico o... utiliza sus habilidades? —preguntó con curiosidad—. He oído hablar de las habilidades casi milagrosas de los vincios de agua pero de donde yo vengo no tienen muchas oportunidades para ejercitarlas.

—Cualquier controlador puede hacer que su vincio tire llamas, lance vendavales o arroje agua, pero solo un vincio completamente dueño de su albedrío es capaz de sacar todo el provecho a su don —contestó el marqués, antes de que la mujer pudiera abrir la boca—. Idris es increíble con su don. Puede detener la sangre en una hemorragia, condensarla en zonas que necesitan un mayor riego... —Por primera vez en toda la noche, la expresión del padre de Reyja cambió. Si durante toda la velada había transmitido fría amargura, ahora transmitía admiración y... ¿amor?— ¿Tiene idea de la cantidad de vidas que hemos salvado gracias a Idris? Todos los días llegan pacientes de todas partes para someterse a nuestros tratamientos.

—Pero... solo tiene a Idris —observó Kobe—. ¿Pueden poder tratar a todas esas personas? ¿No debería conseguir más vincios?

El marqués se revolvió inquieto en su silla. Parecía como si se hubiera sentado encima de un hormiguero. Miró a Idris y, nervioso, agitó su cabeza.

—No más vincios en Mivara —murmuró, refugiándose de nuevo en su copa.

—Pero...

—Capitán —le interrumpió antes de que pudiera decir nada—. No más vincios en Mivara. Idris y el jardinero son las únicas excepciones a una regla que no se cuestiona.

—Se llama Edro —le interrumpió Pazme, hablando por primera vez desde que los chicos habían abandonado la mesa—. El jardinero se llama Edro. Agradecería que no lo olvidaras, Souta.

«¡Menos mal!», Kobe suspiró aliviado por un segundo. «Pensaba que iba a tener que referirme a él como señor marqués toda la vida». Pero su infantil comportamiento duró nada y menos, al ver la mirada que el marqués había dedicado a su esposa. «A ver si acierto, el jardinero es el amante de la señora de la casa», aventuró, sintiéndose muy decepcionado.

—Por supuesto, querida —replicó con retintín, recuperando su frialdad habitual—. Hablando de vincios, capitán Aizoo —comentó el marqués como si la conversación no hubiera versado sobre el tema desde el principio—. Me han dicho que está trabajando en un caso interesante.

—Tengo por costumbre no hablar de ningún caso abierto —dijo Kobe, midiendo sus palabras.

—Por supuesto —asintió Arinsala—. Quizá podríamos hablar del caso que encumbró su carrera: el asesinato de Primus Gayus.

—Sí, verá... —Kobe apretó los dientes y los puños—. Mis jefes quedaron muy contentos con su rápida conclusión.

—¿Y usted no? —preguntó el marqués enarcando una ceja con curiosidad.

—Creo que quedaron muchos cabos sueltos. Me gusta llegar hasta el final con las evidencias y, en ese caso, ciertas autoridades ejercieron mucha presión para que se cerrara rápido. Demasiado rápido. No me volverá a pasar —dijo con una sonrisa, pero la mirada del marqués le retaba. Se había dado cuenta de la velada amenaza que escondían sus palabras.

«Voy a llegar hasta el final, señor marqués. No importa las piedras que me ponga».

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