El Alma en Llamas

By DianaMuniz

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En un mundo en conflicto donde la magia esclaviza a las personas, la tecnología se revela como la única alter... More

Capítulo 1: Un nuevo comienzo
Capítulo 2: Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro (cont.)
Capítulo 3: Un caso interesante
Capítulo 4: La familia del Marqués (1ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (2ª parte)
Capítulo 4: La Familia del Marqués (3ª parte)
Capítulo 4: La familia del Marqués (4ª parte)
Capítulo 5: Los caprichos del planeta
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (1º parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (2ª parte)
Capítulo 6: Nubes de Tormenta (3ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (1ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (2ª parte)
Capítulo 7: Otra forma de fuego (3ª parte)
Capítulo 8: Justicia
Capítulo 9: El despertar de las llamas (1ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las llamas (2ª parte)
Capítulo 9: El despertar de las Llamas (3ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (1ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (2ª parte)
Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)
Capítulo 11: Engranajes
Capítulo 12: En carne viva (1ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (2ª parte)
Capítulo 12: En carne viva (3ª parte)
Capítulo 12: En Carne viva (4ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (1ª parte)
Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)
Epílogo

Capítulo 2 : Instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro

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By DianaMuniz

Las colegialas se echaron a un lado cuando el vehículo azul de la señora Arinsala irrumpió en la calle que llevaba al instituto mixto de enseñanza laica Príncipe Byro. Todos sabían que raro era el día que el automóvil descapotable no ponía a prueba su supervivencia. Su conductora estaba irreconocible bajo el pañuelo y las grandes gafas de sol, pero al mismo tiempo era inconfundible y sabía hacerse notar sin ningún recato o pudor.

—Creo que ese es nuestro nuevo vecino —dijo Pazme asomando la cabeza para aparcar el coche con su habitual estilo que consistía en agitar a todos los tripulantes del vehículo como si fueran ingredientes en una coctelera. Con su posición y dinero, podía permitirse un chófer diferente para cada día de la semana, pero a Pazme le encantaba conducir su descapotable. Se quitó las gafas de sol para inspeccionar de arriba a abajo, con una precisión que solo se podía calificar como milimétrica, al hombre uniformado de cabello oscuro que en ese momento descendía de uno de los coches aparcados—. El capitán Aizoo, creo que me dijo vuestro padre. No lo sé, soy malísima para los nombres.

—¿Solo para los nombres? —masculló Reyja.

—No seas malo —protestó su hermana dándole un golpe en el hombro. Reyja suspiró aburrido y sonrió, su hermana solía ser demasiado inocente y apenas era capaz de captar la broma inherente en el comentario.

—Vamos a saludarle —enunció la mujer bajando del coche y agitando al viento su larga melena de rizos dorados para liberarlos del pañuelo que los había mantenido ocultos—. Tenemos que ser buenos vecinos.

—¿No es muy pronto para coquetear? —preguntó Reyja abandonando el vehículo. Miró sin interés al personaje que señalaba su madrastra. Parecía joven, para ser capitán. Estaba hablando con un muchacho que llevaba el uniforme del instituto. Eso captó su atención; no le resultaba familiar.

—Es muy guapo —cuchicheó Valenda a su oído mientras avanzaban hacia  ellos.

—¿Quién? ¿El capitán? —preguntó Reyja sin entender.

—No, tonto —se rio su hermana—. El capitán no está mal pero me refería al chico nuevo. Es muy guapo. ¿Crees que irá a tu clase?

—No lo sé —respondió él estudiando al muchacho. Su cabello negro le indicaba que no era de la zona, tenía facciones suaves y pómulos prominentes, y unos ojos grandes, muy grandes, pero no por ello saltones, enmarcados en unas largas pestañas oscuras y onduladas. Sí, era un rostro agradable. Casi demasiado—. Parece una chica —sentenció.

—¡Tú sí que pareces una chica! —se enfadó Valenda—. ¿Por qué te metes con él si ni siquiera le conoces?

Reyja se encogió de hombros. No servía de nada discutir con su hermana. No había mediado palabra alguna con él y ya empezaba a compadecer al chico nuevo que había acaparado la atención de la escolar.

—¿Capitán Aizoo? —dijo Pazme ofreciendo su mano. El capitán estaba a punto de subirse a su coche pero se detuvo para saludar a la mujer—. Creo que no nos han presentado aún; soy Pazme Fan-Bilderd de Arinsala, su vecina.

—¿Arinsala? —repitió el capitán estrechando la mano—. ¡La marquesa! —exclamó al entender con quién estaba tratando. Reyja esbozó una sonrisa torcida y se imaginó a su madrastra desplegando toda su cola de plumas multicolores; le encantaban los títulos, aunque no fueran del todo suyos.

—Oh, no, por favor, no hace falta —respondió Pazme con su mejor sonrisa turbada. Tal era su talento, que hasta se ruborizó ligeramente.

Reyja resopló empezando a perder la paciencia. Conocía de memoria la actuación de su madrastra, ahora vendría un invitación a cenar y...

«¿Qué tiene en...?» Se sorprendió al ver que sus ojos buscaban desesperadamente cruzarse con los del chico. Había algo raro en ellos.

—No hemos sido unos vecinos muy corteses, pero es lo que sucede en Mivara, las casas están tan separadas que a veces parece que estemos en medio del bosque —rio con coquetería—. Déjeme que les invite a cenar, por favor.

«Ahí está, la famosa invitación», suspiró Reyja. Valenda dio un saltito nervioso a su lado.

—Sí, por favor —exclamó sin contener la emoción ni apartar su vista del joven. Este hacía todo lo posible por evitar cruzar la mirada con ella.

—Es muy amable por su parte... —empezó el capitán mirando de reojo a su hijo—. ¿Qué te parece, Suke? —Su respuesta fue un gesto huraño y silencioso que fue ignorado con premeditación por su padre—. Estaremos encantados.

—Entonces... ¿a las siete? —preguntó su madrastra.

—Perfecto —respondió el capitán Aizoo—. La verdad es que me preguntaba...

—No —murmuró el tal Suke con voz dolida. Reyja sonrió al ver su expresión, puede que fuera divertido. Pero... ¡qué demonios tenía en los ojos! Le atrapaban una y otra vez, como buscando cruzarse con los suyos, pero el chico apartaba la vista evitando ese encuentro.

—Es que estos días tengo bastante trabajo y no sé si podré recoger a Suke. Si no es mucha molestia...

—Oh, no, por supuesto —exclamó Pazme—. Vengo a recoger a mis niños cada día, no me importa nada llevarme a su hijo.

—Suke no es mi hijo —explicó el capitán—. Pero como si lo fuera; es mi ahijado.

—Ya, le comprendo perfectamente —dijo Pazme, y por una vez su sonrisa le pareció sincera—. No son mis hijos, pero como si lo fueran. Oh, no les he presentado. ¡Qué descuido más imperdonable! Estos son Valenda y Reyja, Reyja debe de ir a tu clase... ¿Suke?

—Suke, contesta a la señora marquesa —le dijo el capitán dándole un codazo.

—No lo sé —dijo el joven hablando en voz alta por primera vez—. Es mi primer día, no conozco a nadie.

—Pues ahora sí —dijo Pazme—, esta preciosa jovencita es Valenda.

—Mucho gusto —dijo su hermana con una ligera reverencia. El joven inclinó la cabeza sin alzar la vista.

—Y este joven impertinente y maleducado —Reyja sonrió al escuchar su descripción, Pazme podía tener sentido del humor— es Reyja.

—Encantado —dijo Suke inclinando la cabeza.

Reyja buscó su mirada y no la encontró. Entonces, frunció el ceño y ante la sorpresa de todos sujetó la barbilla del muchacho y le obligó a mirarle a los ojos.

—¡Reyja! ¡Qué haces! —exclamó su madrastra.

Reyja la ignoró. Se centró en unos ojos que le devolvían la mirada, desafiantes. Unos ojos naranjas que brillaban con el reflejo de las llamas.

—Son naranjas, qué curioso —comentó, soltando la barbilla de Suke que le miraba con rabia encendida. En ese momento no apartaba la mirada.

—Son pardos —dijo Suke sin que su voz vacilara.

—Como prefieras —concedió Reyja fingiendo no darle importancia. Pero esos ojos... él había visto unos ojos como esos antes. ¿Dónde?

—¡Reyja! ¡Eres un maleducado! ¡No puedes tratar a la gente de esa forma! —Pazme parecía fuera de sí.

—Lo siento —dijo Reyja encogiéndose de hombros.

—¿Lo sientes? Como si eso fuera...

—Está bien —dijo Suke zanjando la discusión—. No ha sido nada.

—¿Seguro? —preguntó el capitán Aizoo, también él parecía preocupado.

Reyja frunció el ceño, molesto por el interés que había generado su gesto. No había sido amable pero tampoco había sido tan irrespetuoso como todos parecían creer. Después de todo, solo quería ver sus ojos, no era para tanto. ¿Por qué entonces el capitán le miraba como si hubiera pegado una paliza a su hijo?

—No es nada —insistió Suke.

Pero su padre no parecía estar de acuerdo. Con su mirada le dejaba claro que no se le ocurriera acercarse al chico. Reyja suspiró y se fue hacia la puerta del instituto sin despedirse. A lo lejos, le había parecido ver a sus amigos. Alzó la mano para saludarles, pero mientras tanto no perdía coba de la conversación que transcurría a sus espaldas.

—Lo siento, de verdad —insistía Pazme que parecía muy azorada, y esta vez, su bochorno parecía genuino—. Pagas un colegio caro y crees que los chicos saldrán bien educados, pero... La edad, supongo. Aunque no lo parezca, Reyja es un buen chico. Esto no afectará a la cena de esta noche, ¿verdad?

—No, por supuesto —respondía el capitán, aunque no con toda la seguridad que cabía esperar.

—Yo también debería irme —decía Suke y se despedía de su padrino.

—¡Yo te acompañaré! —Valenda, siempre tan amable...—No hagas caso a mi hermano, es un idiota. ¿Llevas bastón?

—Una mala caída —explicaba el tal Suke con indiferencia—. Dicen que apenas se nota, pero cojeo un poco.

Reyja llegó a donde estaban sus amigos y dejó de prestar atención a la conversación que transcurría a escasos metros de donde se encontraba él.

—¿Chico nuevo? —preguntó Bittody con curiosidad y desdén. Reyja reconoció el tono, era como si hubiera dicho: carne fresca.

—Y el hijo del capitán de la policía militar —dijo Reyja, ni que ese detalle hubiera marcado la diferencia alguna vez. Había visto algo en sus ojos de ascuas que le hacía estremecer. Suke no era como los demás. No sabía si eso sería bueno o malo, pero sí sabía que no quería tenerlo como enemigo.

—Lleva bastón como un señorito bien —se burló Ewdar.

—Lleva bastón porque se rompió una pierna —le defendió Reyja, sorprendiéndose a sí mismo por la vehemencia de sus palabras.

—¿Por qué le defiendes? —se extrañó Bittody.

—Es mi nuevo vecino —dijo, pero sabía que ese no era el motivo—, y le gusta a Valenda. —Sus amigos intercambiaron miradas en una conversación silenciosa que le indicaba que sus excusas no habían sido bien recibidas—. ¿Qué pasa? —preguntó Reyja frunciendo el ceño. No estaba acostumbrado a tener que defenderse.

—Pues que es raro —empezó Bittody—, normalmente, que fuera nuevo, el hijo del capitán, tu vecino y, sobre todo, que le gustara a tu hermana, serían motivos de peso para que ese crío volviera llorando a su casa.

Ewdar asintió con la cabeza. Y Reyja tuvo que reconocer que el grandullón tenía razón Cualquiera de esos motivos por separado, les habrían bastado para mostrar al pequeño bastardo su lugar en el instituto. Suke estaba con su hermana, en ese momento, aguantando pacientemente la incansable conversación de ella, se giró un momento y Reyja tuvo la sensación de que su mirada abrasaba. Un nuevo escalofrío recorrió su espalda.

—Es igual —dijo, sacudiendo la cabeza para intentar que esa molesta sensación desapareciera. «Sus ojos...». ¿Por qué le llevaban la contraria? ¡Él era quien mandaba! ¡Que lo tuvieran claro—. No quiero que nadie toque a Suke Aizoo, quién lo haga, se las verá conmigo, ¿está claro?

*

Las clases transcurrieron en un plácido continuo de tranquilidad y monotonía. No había tantas diferencias con el instituto de Lederage. Con suerte, conseguiría evitar toda la primera parte de humillación y bienvenida antes de que se aburrieran y decidieran dejarle tranquilo. Reyja Arinsala estaba sentado a un par de posiciones delante de él, cerca de donde el profesor creía tenerlo controlado. El numerito en la entrada... ¿en qué estaba pensando? Parecía el típico chico que nunca aceptaba un no por respuesta. Sus ojos le habían llamado la atención y tenía que verlos bien, nada más. Sus ojos llamaban la atención de la gente que se fijaba en ellos, pero la mayoría no le agarraba la cara sin miramientos. La mayoría tenían un mínimo de educación, no así Reyja que actuaba como si fuera el amo del lugar y, a juzgar por la reacción de los demás, era como si en verdad lo fuera.

Pero cada dos por tres notaba su mirada escrutadora sobre él. Era molesto. Muy molesto. Tenía que controlarse para no gritar que le dejara en paz, pero en realidad, no le había hecho nada, ¿no era así?

Suke repasó las notas de su agenda y los horarios que le acababan de pasar, intentando ignorar una nueva mirada del joven. Estaba sentado delante de él, tenía que girarse completamente para mirarle pero eso no le parecía un inconveniente.

—Señor Arinsala —le increpó el maestro—, la pizarra está delante de usted, no detrás.

—Pero ya la he visto, es muy aburrida —contestó Reyja con aire indolente—. Negra, con cosas pintadas, siempre es igual.

La clase se rio de la ocurrencia, Suke se planteó qué habría pasado si otra persona hubiera hecho la broma. Si el hijo del marqués hacía una broma, la clase reía. No había más. Frunció el ceño y revisó de nuevo su horario. Le costaba admitirlo, pero Reyja tenía razón, la pizarra era muy aburrida.

Se quedó sin aliento al ver que la siguiente clase era gimnasia. Él nunca hacía gimnasia. En Lederage, Kobe le había conseguido un justificante médico que le eximía de esa obligación. No soportaba la idea de tener que desvestirse delante de otras personas. No podía, sencillamente, no podía. Pero era su primer día y Kobe no le había hecho ningún justificante.

«Solo son cicatrices, Suke, solo eso. Además, no tienes ropa de deporte así que hoy no harás gimnasia».

La campana indicaba el final de la clase. El profesor se apresuró a dar deberes de última hora que Suke anotó con diligencia sin saber qué estaba escribiendo. «¿Y ahora? ¿Qué demonios hago?».

—Chico nuevo, toca gimnasia —dijo Reyja ocupando el asiento delante de él. Sus dos amigos le seguían a todas partes como perros falderos, esperando a que su jefe diera la orden para empezar a ladrar.

—Lo sé —dijo Suke desviando la mirada—, pero no tengo equipamiento. —Los tres chicos empezaron a reírse.

—¿Te han dado las llaves de tus taquillas? —preguntó el joven de ojos azules. En Mivara todos tenían el cabello rubio y los ojos azules, el cabello de Reyja era más oscuro, rubio ceniza, pero rubio de todas formas. Con su pelo negro, era como si Suke llevara un cartel de extranjero colgando del cuello.

Suke asintió y extrajo dos llaves de su bolsillo.

—Esta —dijo Reyja señalando una de las llaves— es la taquilla del pasillo donde tienes los libros y el material escolar. Esta otra —dijo cogiendo la llave restante— es la taquilla del gimnasio y en su interior encontrarás el equipamiento y toallas.

—Gracias —dijo Suke, sorprendido por la amabilidad y al mismo tiempo molesto porque su coartada se había venido abajo—. Lo que sucede es... la pierna —No se le daba bien improvisar. Para ser una persona cuya vida era un completo fraude, era un mal mentiroso.

—¿Tienes un justificante? —preguntó su vecino—. Bilgert no aceptará nada que no lleve la firma de un médico.

—Reyja, vámonos —dijo Bittody tirándole del hombro—. Deja al chico nuevo y larguémonos. Bilgert nos hará correr cien vueltas como lleguemos tarde.

—Cierto —admitió Reyja con una mueca—. Deberías venir tú también, si no vas a hacer gimnasia será mejor que se lo digas en persona. Bilgert es capaz de sacarte del laboratorio de química para que corras bajo la lluvia.

—Es verdad —corroboró Ewdar con un gesto doloroso—. Hace dos años; en un examen de matemáticas. Se me había ocurrido la magnífica idea de hacer pellas en su clase y Bilgert entró enfurecido y me puso a correr. Vomité hasta mi primera papilla. Oye, chico nuevo —añadió con cierto aire petulante—, estamos perdiendo un tiempo muy valioso contigo. Espero que seas consciente de lo afortunado que eres.

—Me llamo Suke —dijo, cansado de lo de chico nuevo, Reyja sabía su nombre, se lo habían dicho esa mañana cuando les habían presentado— y... agradezco vuestra ayuda, creo.

—Pues vamos —dijo Reyja levantándose de la silla. Suke le imitó, sin ganas, y buscó su bastón con la mirada. Reyja se había anticipado y lo llevaba en la mano. Lo contempló un momento y luego se lo tendió. «¿Qué demonios estás tramando?», se preguntó Suke sin fiarse. Tanta amabilidad le parecía sospechosa. En cualquier momento se destaparía todo, y él sería humillado para mofa y escarnio de sus compañeros de clase.

—Bittody —cuchicheó Ewdar a su espalda—, ¿por qué le ayudamos?

—Y yo qué sé —dijo Bittody encogiéndose de hombros.

No sabía si sentirse reconfortado porque los esbirros de Reyja no tuvieran ninguna idea de su plan. «A lo mejor, solo es amable», se dijo. «¡Anda ya!», se reprendió al momento.

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