Casamiento por conveniencia.

By EstefiPugliaro

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La familia de ella estaba en la quiebra, sin trabajo. Hasta que una oportunidad se presenta: Hacer que su hi... More

Sinopsis.
Capitulo 1 Los anillos.
Capitulo 2 La playa Parte 1.
Capitulo 2 La playa Parte 2/ El sueño
Capitulo 3 "Almuerzo,Poemas y Nuestro Primer Beso"
Capitulo 4 "En busca del vestido"
Capitulo 5 "Adiós Papá."
Capitulo 6 "El y yo"
Capitulo 7 "¿Celoso?"
Capitulo 8 Enamorada.
Capitulo 9
Capitulo 10 ¿Insegura?
♥♥11♥♥
♥♥12♥♥
Capitulo 13
14
Capitulo 15
Capitulo 16
17 "La Boda"
Parte 18 "El Viaje"
Parte 19 "La Pelea"
20 "Los Golpes"
21 "No Se Quien Eres"
22 "Hacerme Respetar"
23 "La razón de todo"
25 "Amor y pensamientos"
26
27 "La Pequeña Niña"
Capítulo 28 "Yannaiah"
Capitulo 29"Muérete Abby"
Capitulo 30: Layla.
Capitulo 31 ''Hospital''
Capitulo 32
Ayuda
Perdón!
Capítulo 33
¡Aviso!

24 "Explicar"

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By EstefiPugliaro

NARRA ABBY

Necesito averiguar más de esa tal "Denise", la única información que tengo es que se iba a casar con Zayn y blah blah blah, pero algo debió haber pasado para que cada vez que el la recuerde se ponga así.

Bueno, no podré averiguarlo hasta que Zayn no vuelva del trabajo, asi que lo mejor sera que me vaya a comprar un libro para leerlo y pasar el rato.

EN LA LIBRERÍA

—Hola, vengo a hacer un intercambio de libros. —le mostré a la chica los libros que tenia y me dijo que con esos dos libros solo me alcanzaría para el más barato y yo le dije que si—

DE REGRESO EN CASA 

El libro que había comprado se llamaba "Las mil grullas" de Elsa Bornemann.

El libro era el siguiente:

Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Por que ellos

eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en

el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que era lo que esta

pasando.

Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la cuidad japonesa de Hiroshima se habían

desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo

con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las

reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y

muerte por todas partes.

Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

¡Ah...y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas

levantaban murallas y nadie más que ellos podrían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.

Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban

tan acostumbrados al silencio...

Pero Naomi, sabía que quería a ese muchacho delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar

para darle a ella la ración de batatas de había traído de su casa.

-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía a la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para

pasar el mediodía.-Te dejo mi vianda-y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de

regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le

hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos

aún...

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de junio

y anunció las vacaciones escolares.

Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los

ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que dejar

de verse durante un mes y medio inacabable.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos un de la otra, sus familias no se conocían. Ni

siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente

la reanudación de las clases.

Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...

Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque

Y aunque no lo supieran ¡Por fin llegó agosto!-pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la aldea de

Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas

en todos los rincones del local.

Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación

de otras épocas. –Para cuando termine la guerra... -decía el abuelo.- Todo acaba algún día... –

comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la paz debería ser algo muy hermoso, porque

los ojos de sus madres parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal

como a el se le aclaraban los suyo cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la nieve. Sola.

Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor.

Un desierto helado y ella atravesándolo.

Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la

habitación. ¡Qué alivio!

Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.

Lento se apaga el verano.

Enciendo lámparas y sonrisas.

Pronto florecerán los crisantemos.

Espera,

Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía

sus pequeños tesoros de curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la ropa para remendar!

Sin embargo, esa tarea no le disgustaba.

Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba

aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidos

puntadas podía sujetar el deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que

finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de papá, el pedido de que

Toshiro no la olvidara nunca...

Y los dos deseos se cumplieron.

Pero el mundo tenía sus propios planes...

Ocho de la mañana seis de agosto en el cielo de Hiroshima.

Naomi se ajusta su obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?

"Ahora", Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez en el cielo.

El cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.

En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez.

Dos viejos trenzan bambúes por última vez.

Una docena de chicos canturrea: "Donguri Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez.

Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.

Miles de hombres piensan en mañana por última vez.

Naomi sale para hacer unos mandados.

Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron esta mañana. Y con ellos

desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el paso de Hiroshima.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la

puerta de su casa, ni retomar ningún camino requerido.

Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.

Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi ¡Y que aún estaba viva, Dios!

Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en la localidad próxima de Hiroshima. Como tantos

otros cientos de miles que también había sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora

instalado dentro de ellos, en sus misma sangre.

Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.

El invierno insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío exterior o sus pensamiento lo

que le hacía tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la

mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

Sobra su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro... -susurró, no bien sus amigo se paró, en silencio, al lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que hacen falta...

Mil grullas... o Semba-Tsuru, como se dice en japonés.

Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte.

Después, las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi- le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado dormida.

El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados)

entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta

ese día, había habido allí.

Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían

haberse esfumado mágicamente.

Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el

armario donde se solían acomodar las mantas.

Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió

a su lecho.

La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.

Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta

cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras

sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a

través de la silueta de papel. Separó en grupos de diez frágiles grullas del milagro y las aprestó para

que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su furoshiki y partió

rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la

bicicleta de su primo.

No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala de uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor...

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: 

-Pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía.

Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso en su silla sobre la mesa de luz luego se subió.

Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaba las

mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Toshi-Chan... Gracias...

-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas-y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse

impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.

Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos

¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente

de sucursal de un banco establecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle porqué, entre el

aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre

su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes...

Grullas y más grullas.

Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completará las mil...-cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida de Hiroshima de su niñez.

Con su perdido amor primero.

FIN DEL LIBRO 

Cuando termine de leerlo lo volví a releer, porque esa historia ya la había leído y me encantaba, pero ahora que la leí mas detallada me fascino. La historia es triste claro... Pero como que te deja algo ¿no? Algo como... Luchar por las personas que quieres... o quizá no es precisamente eso... ¿Me han entendido cierto?

—¡Amor! ¡Llegue! —oí gritar a Zayn, pero no respondí, seguía entretenida con la lectura, apenas escuché cuando entro en la habitación— ¿Que estas leyendo? —preguntó—

—Un libro. —le respondí e hice piquitos con los labios para que me diera un beso y me lo dio—

—Ojala siempre me recibieras así. Amo que me ames —Dijo y se acostó a mi lado abrazándome, yo me acurruque y escondí mi cabeza en su cuello— Te amo Abby, espero que no lo dudes más.

—Zayn... No lo dudo, Pero quiero que me expliques quien es Denise, que parte formo en tu vida, que te hizo para dejarte tan dañado. Quiero saberlo.

— Suspira* Esta bien Abby, te lo contaré:

—Hace unos... ¿Dos años? mis padres me iban a hacer casar con otra chica, cuyos padres eran como los tuyos, de baja economía. La compré y de a poco la fui seduciendo y ella hizo lo mismo conmigo. Nos enamoramos y bue... Hicimos el amor y la embarace. Y una semana antes de la boda la lleve a un lugar, y con tan solo mirarla un segundo a los ojos me desvié del camino y... —empezó a lagrimear— y me lleve puesto un camión y ella... ella... ella murió. Y mi hijo también. —ahí si rompió en llanto—

—Lo siento Zayn. No creí que fuera tan profundo y se que no podré reparar nunca la falta de tu hijo... Pero puedo darte. —me miró por unos segundos—

— ¿Estas diciendo que...? —asentí— ¿Segura?

—Segura. 

Sabía que el no daría el primer paso, asi que me decidí a darlo yo misma.

Me acerque a el y empecé a besarlo, apasionadamente y el no tardó en corresponderme. Pronto se montó sobre mi y empezó a quitarme la blusa.

CHICAS CAP CON ESCENAS SEXUALES SI SOIS NOPERVER DEJA DE LEER.

Pronto ya me encontraba en ropa interior frente a el, mientras sentía su duro miembro en mi sexo.

— Abby... Sino quieres hacerlo te entiendo.

—No Zayn... Hazlo, quiero tener hijos contigo, y esta es  la única manera. —luego de que dije eso empezó a desabrocharme el sostén, y luego las bragas—

Menos de 5 minutos después ya me encontraba desnuda ante el y Zayn solo tenía puestos sus boxers.

—Tu decides —Preguntó, sujetándose su bóxer.—

—Hazlo 

Bajo sus boxers, liberando su gran erección, y apuntando a mi vagina.

—¿Lista? 

—Lista. 

Entró en mi, pero suave y muy delicadamente, aunque el dolor no tardo en aparecer. Me sujete muy fuerte de sus brazos y cerré los ojos.

—Solo tienes que esperar a que tu cuerpo se acostumbre al mio. 

Pronto todo el dolor se transformo en placer y excitación, haciendo que le tuviera que pedir... Más.

—Oh Zayn... Yo...

—¿Que quieres Abby? Dímelo y te lo daré.

—Más Zayn... más...

—Como ordenes princesa.

Volvió a embestirme y yo volví a gemir, no puedo creer lo que estoy haciendo, no sabía que mi cuerpo podía liberarse de una manera tan gratificante.

BUENO CHICAS NO SE MUCHO DE ESTO ASÍ QUE AQUÍ TERMINO.

—Abby... Eso fue... —lo interrumpí—

—Grandioso. Gracias —sonrió—

—No hermosa, gracias a ti. 














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