Papi, estoy de regreso [S.O...

By KimPantaleon

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Susy es capaz de predecir la muerte. Su hermano mayor intenta calmar sus pesadillas, pero descubre que están... More

Aclaratoria
Dedicatoria
Introducción
1.- En las sombras
2. Manzana y canela
3. Fantasmas
5.- Premonición
6.- La dulce y picante muerte
7.- La despedida de Víctor
8.- Querida Jess:
9.- Último día
10.- El incendio
11.- Siniestro misterio
12.- Luz al final del túnel
Epílogo
¡Escucha el audiolibro!
Agradecimientos

4.- Psicofonía de auxilio

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By KimPantaleon

Susy rebosó de alegría cuando, en el interior del supermercado, Víctor la llevó hasta la sección de libros. Los ojos de la niña brillaban con ilusión al encontrarse frente a tantas obras diferentes. Algunos tenían portadas llamativas y colores vivos; otros, portadas oscuras y tenebrosas. Los había grandes y anchos, como también pequeños y delgados. Una porción del cielo.

—Como te has portado muy bien, te compraré el que quieras —dijo Víctor mientras se arrodillaba a su lado, encantado por la expresión eufórica que brotaba de su hermanita ante la noticia.

—¡Quiero todos! —respondió Susy con ambas manos en la boca en un intento por controlar su emoción.

—No puedo pagarlos todos —aclaró Víctor. Estaba conmovido por ella—. Algún día te haré una biblioteca, pero por ahora solo elige uno.

—Entonces tú sorpréndeme. Toma uno que me guste mucho —pidió a su hermano con voz demandante y juguetona.

Víctor emitió una fuerte carcajada antes de acariciar la cabeza de la pequeña y levantarse para elegir algunos libros. Luego de pasear sus ojos entre las opciones, escogió uno que en su portada tenía la imagen de una niña rubia que llevaba puesto un vestido azul con detalles blancos; un conejo reposaba a su lado. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas era un libro que le fascinaría a Susy. El muchacho podía asegurarlo.

Luego de entregarle el libro a la niña, Víctor regresó la vista al estante. No estaba seguro de cuál debía comprar para él. Tomó entre sus manos El retrato de Dorian Gray, pero luego de mirarlo con anhelo, lo devolvió. Era una mejor versión que la que él tenía, sin embargo, pensó que era mejor tomar uno que no hubiese leído, así que se llevó Entrevista con el vampiro. Una tarde tranquila de lectura y café junto a Susy. Añoraba eso.

Los libros eran los últimos artículos por incluir en el carro de compras. Por fin, podía acercarse a la tan anhelada caja nueve. Al llegar y formarse para pagar, Víctor pudo verla ahí, igual de hermosa que siempre: Jess. Solo pensar en su nombre le hacía vibrar el corazón.

La joven llevaba puesto el uniforme morado que hacía resaltar sus ojos color miel, y su cabello negro y corto era una decoración para su rostro. Simplemente era perfecta. Un suspiro emergió de la boca de Víctor. Se había vuelto incapaz de apartar la vista de Jess y, por cursi que sonara como para admitirlo, solo ella conseguía hacerlo ver corazones.

Cuando llegó el turno de los hermanos, Víctor sintió una corriente fría que le recorría la espalda. Debía esconder eso, mentalizarse en actuar natural y no demostrar el nudo en el estómago ni las mariposas. Se aclaró la garganta, preparado para actuar.

Jess saludó a los hermanos con dulzura. En cuanto la chica puso su atención en Víctor, él engrosó la voz y adoptó una pose relajada y ligeramente coqueta. Susy rodó los ojos. Víctor se portaba raro siempre que la veía. Sin prestarle más atención, se acercó al niño que acomodaba los objetos que compraron dentro de una bolsa de plástico. Susy notó que olía diferente a otras veces, sin embargo, no supo identificar en qué había cambiado.

Los ojos azules del niño se posaron en los de Susy, quien de inmediato le dedicó una gran sonrisa que él imitó. Ella logró darse cuenta de que intentaba ser sincero y, aun así, la sonrisa había parecido falsa. Comprendía que estuviera triste por su horrible situación; vivía encerrado en un asilo infantil, sin padres y ni más amigos que sus dos hermanos menores, Víctor, Hans, Jess y ella misma.

En silencio y como muestra de afecto, Susy acarició el hombro del niño. Al hacerlo, la esencia que despedía Greyson la embriagó y la hizo sentir una energía electrizante.

—Eres muy fuerte, Greyson —dijo, asombrada, y luego deslizó su mano hasta el rostro del niño.

—Gracias, nena —respondió él con una sonrisa.

Las palabras de Susy no estaban del todo claras para Greyson. Supuso que eran para animarlo, así que las aceptó con cariño. Sonriente, metió la mano dentro del bolsillo de su chamarra y sacó una pequeña margarita que había cortado del jardín para Susy, en caso de verla. Se la entregó con dulzura.

—¿Puedes llevar a Greyson a casa? —Escuchar que Jess lo mencionaba, llamó la atención del niño, quien de inmediato se giró para mirarla con horror—. No debería estar aquí.

—¿Por qué no? —preguntó Víctor con una ceja alzada—. Él tiene permiso para salir.

—No hoy, está castigado

—¡Ese castigo es injusto y lo sabes! —se defendió Greyson de golpe, dio un paso hacia atrás y se cruzó de brazos—. ¡La directora es una maldita perra mentirosa!

—Greyson, cuida tu lenguaje —regañó Jess, alarmada por sus palabras.

—Tranquila, yo me encargo —intervino Víctor una vez más antes de regresar su atención al niño—. ¿Por qué no subimos al auto y me cuentas lo que pasó, Greyson? —le dijo Víctor de forma amable, pero autoritaria.

Al verse arrinconado, Greyson soltó un suspiro pesado y asintió en silencio. Tras hacerle un gesto de despedida a Jess, Víctor tomó la mano de Susy y junto a Greyson se dirigieron hacia el estacionamiento.

Durante la corta caminata, Víctor se percató de que Greyson estaba incómodo y frustrado. Luego de meditar una manera para entablar conversación con el niño sin abrumarlo, Víctor soltó un suspiro audible.

—Amigo, sabes que yo jamás te juzgaré —comentó Víctor mientras salía con el auto del estacionamiento; trataba de utilizar un tono de voz cálido y comprensivo—. Tal vez no puedo criticar tus acciones desde mi privilegio, pero sí puedo aconsejarte desde mi experiencia.

Greyson agachó la cabeza ante las palabras de Víctor y después se relamió los labios de forma nerviosa. Desvió la mirada hacia la ventana y observó cómo los árboles de la avenida corrían a la velocidad del auto, mientras él, con un nudo en la garganta provocado por la impotencia y el dolor, luchaba por encontrar las palabras ideales para contarle a Víctor su historia.

—Teníamos un trato —confesó Greyson; sentía que su voz temblaba al hacerlo, aunque era tan suave que Víctor no logró percibirlo—. Nunca se lo dije a nadie porque la directora me dijo que debía ser un secreto. Ella me dejaba salir a trabajar todos los días con dos condiciones: tenía que darle la mitad de lo que ganaba —dijo el niño, quien alzó el dedo índice para empezar a contar y después levantó el anular—, y debía volver: de lo contrario, pondría en adopción a mis hermanos. Creo que pensó que yo quería huir, como muchos otros, pero no; yo solo quería que mis hermanos pudieran comer algo que no supiera a caca.

Tras soltar un suspiro, Greyson se recargó en el asiento del copiloto con la vista fija en el techo del auto. El recuerdo de la traición de aquella mujer le hacía hervir la sangre. Greyson le contó a Víctor que hacía un par de días fue a trabajar al supermercado, como solía hacerlo, sin embargo, como tenía algo de dolor en el estómago desde la noche anterior, decidió volver temprano al orfanato.

Las ganas de vomitar que Greyson sentía ese día, se volvieron más fuertes al ver que una pareja joven llevaba a uno de sus hermanos de la mano. Se dirigían a un auto negro que estaba estacionado justo frente a la institución. Antes de que sus labios entendieran que él quería gritar el nombre de su hermanito, sus piernas reaccionaron primero y se echó a correr, desesperado.

«¡Castiel!», el nombre de su hermano, por fin, salió de sus labios en un grito que había desgarrado su garganta.

La pareja se detuvo. Para sorpresa de los dos jóvenes adultos, apenas Castiel escuchó el grito, se arrancó de la mano que lo sujetaba y se abalanzó a los brazos de su hermano mayor. Al tenerlo tan cerca, Greyson notó que Castiel tenía marcas de agua seca en el rostro: había estado llorando. Empuñó las manos y alzó la vista, furioso, sin soltar a su hermano menor.

«¿A dónde se llevaban a mi hermano?», había exigido Greyson; la voz le temblaba de rabia contenida.

«Lo llevan a su nuevo hogar», había respondido una voz femenina y dulce desde la puerta del orfanato. Greyson miró con odio a la directora. «Acaban de firmar los papeles de la adopción de Castiel», le informó la mujer, ya que la pareja se mantenía en silencio, confundida ante la situación.

«Él no está en adopción, y Nathan y yo tampoco, ¡usted lo prometió!». Greyson estaba exasperado. Se puso de pie y resguardó a Castiel tras su espalda.

Aunque la directora mostró una sonrisa tierna y pretendió mostrarse comprensiva y dulce frente a los otros dos adultos presentes, Greyson alcanzó a leer en su mirada ira y odio. La intervención la había molestado, quizá hasta el grado de llevarlo a la disciplina física que solía ejercer con ellos, pero eso no fue suficiente para intimidar a Greyson.

«Cariño, ya lo hablamos. Ser parte de una familia amorosa es una bendición. No quieres negarles esa oportunidad a tus hermanos, ¿o sí?», había respondido la directora de forma forzada y con una sonrisa.

«Nunca lo haría», fue su respuesta. Sin embargo, en el instante en que la mujer abrió la boca para retomar la palabra, esta vez con la sonrisa más amplia, el chico la interrumpió: «Por eso los quiero a mi lado. Nadie los amará más que yo».

«Bebé, no entiendes la gran responsabilidad que implica cuidar de un niño. Y es natural, tú también eres un niño», se justificó.

«Tal vez, pero soy un niño que no rompe sus promesas. ¡Y le prometí a mi mamá que mi hermano y yo siempre estaríamos juntos!», gritó y, en un arranque que tomó desprevenidos a los adultos, tomó a Castiel de la mano. Ambos entraron corriendo al orfanato para encerrarse en uno de los baños.

No pasó mucho tiempo para que el escándalo se desatara en el lugar. Las voces de las cuidadoras gritaban sus nombres desde el otro lado de la puerta. Castiel se abrazaba con fuerza de su hermano mayor, las lágrimas empapaban su rostro. Al ver el miedo en la cara del pequeño, Greyson se preguntó si haberlo llevado ahí había sido un error. ¿Acaso debería dejarlo ir con esas personas?

—Un tiempo después, escuché la voz de la directora del otro lado de la puerta —continuó Greyson. Desde hacía algunos minutos, Víctor había detenido el auto frente al orfanato. El niño estaba demasiado sumergido en sus recuerdos que le tomó algunos segundos percatarse del lugar en donde se encontraban—. Me dijo que la pareja había cancelado el contrato de adopción, que me había salido con la mía.

Víctor sostuvo la vista en Greyson, después soltó un suspiro profundo. Alcanzó a entender por qué la directora lo había castigado incluso antes de que Greyson lo confirmara con su relato. Ella consideró inapropiada la manera en que Greyson intervino en la adopción, por eso le prohibió salir del orfanato por, al menos, dos semanas. Sin embargo, lejos de hacerle caso, Greyson decidió escapar.

Si bien las acciones de Greyson fueron impulsivas, según respondió Víctor, él también entendía el miedo que lo había llevado a actuar de esa manera. Estaba demasiado asustado por perder a su hermano como para tomar una decisión más meditada. Además, por muy maduro que Greyson aparentara ser, todavía era un niño inocente envuelto en decisiones de adulto que no le correspondían.

Víctor le dijo, con voz suave y tierna, que no podía aplaudir la manera en que había reaccionado ante el conflicto, pero admiraba su valor y el amor que sentía por sus hermanos menores. Le dedicó una sonrisa gentil a Greyson antes de revolverle el cabello. En el rostro del niño se formó una expresión de agradecimiento y, un poco avergonzado, agachó la cabeza antes de abrir la puerta del auto para bajar.

—Espera —lo detuvo Víctor, luego extendió un billete en su dirección—. No tienes que darle la mitad, ella rompió el acuerdo primero —recordó.

La sonrisa en el rostro de Greyson se ensanchó. Agradeció el obsequio y bajó del auto tras despedirse de los hermanos. Mientras los veía alejarse, se cuestionó si de verdad merecía tener a un amigo como Víctor.

***

El silencio de la noche se extendía por todos los rincones de la casa, y el sonido de los grillos al entonar su melodía proporcionaba un ambiente aún más tranquilo. De la habitación de Valeria y Alan se oían unos leves ronquidos. Las sábanas de la más pequeña de la casa emitieron un murmullo suave y un poco agudo cuando Susy se giró sobre la cama.

El único sueño frágil, tambaleante en ese momento, era el de Víctor. Respiraba con dificultad y daba vueltas sobre la cama. De su frente escurría sudor frío. No podía distinguir si estaba en una pesadilla, un recuerdo o algo más: todo se entremezclaba. Como fuese, no lo dejaban tranquilo.

Caminaba en un bosque oscuro, podía ver los árboles tras su espalda, sin que él pudiera detenerse. Se sentía ausente. En ese momento, no era él mismo, era controlado por su poder.

De pronto, se detuvo frente a una roca alta y grande. Víctor no supo en qué momento subió, solo podía ver relámpagos que cruzaban las puntas de los árboles con fiereza y el sonido de una tormenta golpeó sus tímpanos.

Intentó bajar la cabeza y, al hacerlo, vio figuras frente a él: eran cuatro chicos de cabello oscuro y un quinto hombre canoso que yacía de rodillas tras ellos. Sintió pena por todos, pero en especial por lo que se ocultaba en su propio interior, ese dolor irreparable que se bañaba en el anhelo de morir y que, a su paso, cubría todo de una profunda oscuridad.

Escuchó la voz de Hans pronunciar su nombre. Después oyó que Stephen preguntaba qué sucedía.

Después de eso, su poder se apagó y cayó de bruces contra el suelo. Todo se tornó de un tono negro intenso. Al principio, creyó que estaba inconsciente, aunque de inmediato se dio cuenta de que no era así.

En la lejanía, y de forma difusa, distinguió que Susy estaba de pie frente a él. Tenía el rostro cubierto por el cabello, además de una postura extraña, como si algo estuviese presionándola hacia abajo. Víctor intentó acercarse a ella, pero su cuerpo se sentía demasiado pesado por lo que resultó imposible. Estaba encadenado con algo que no podía ver. Se removió en su lugar. Su hermana temblaba.

De pronto, una risa burlesca golpeó sus oídos y lo ensordeció. Dentro de su corazón, sintió que algo malo ocurría con Susy lejos del sueño. En un arranque de frustración, consiguió romper las cadenas invisibles y acercarse a ella. La tomó de los hombros y la obligó a mirarlo.

Cuando el rostro de Susy quedó descubierto, Víctor se alejó de ella. Tenía la cara pálida y podrida. En lugar de ojos, poseía dos enormes agujeros negros que chorreaban una especie de aceite café con olor fétido. Además, tenía el labio superior hendido hasta la nariz y le dedicaba una sonrisa. La criatura se relamió los labios de forma repulsiva; vomitaba alquitrán negro por la boca.

—¿Quién eres? —preguntó Víctor al escuchar como esa risa se intensificaba.

La sangre se le fue del cuerpo. Empezó a temblar de forma incontrolable y dio varios pasos para alejarse de esa entidad que tenía el atrevimiento de usurpar la apariencia de Susy. Al principio, pensó que era una burla en su contra, sin embargo, al ver que la criatura se deslizaba las manos por el cabello y el rostro entendió que era una profanación de ella. Susy era un ser bendecido, esa criatura se mofaba de ella.

La risa aumentó de volumen cuando Víctor repitió la pregunta y taladró sus oídos con una respuesta entre gritos que se volvía inentendible. Quería hacerle daño, romper su cordura y obligarlo a pedirle piedad. Víctor empuñó las manos, furioso, y se cubrió los oídos. Sin importar lo que fuese esa cosa, no iba a tener dominio sobre él.

—¡Te ordeno que me digas quién eres! —gritó, autoritario.

De pronto, en un momento de alivio, la risa cesó. Víctor se quitó las manos de los oídos todavía con la vista fija en la criatura, quien agachó la cabeza y señaló algo detrás del muchacho. Entonces escuchó la voz de Susy que emergía de la oscuridad.

—Está detrás de ti. No debes mirarla —advirtió.

Víctor abrió los ojos. Estaba acostado en la cama frente a la pared y respiraba con dificultad. La almohada estaba empapada por su sudor. Por un segundo, agradeció estar despierto, sin embargo, la voz de Susy cruzó por su memoria. La habitación estaba inundada por un frío que le calaba hasta los huesos y un asqueroso olor pútrido le hacía compañía. Se estremeció al darse cuenta de que podía detectar el olor de ese ente.

Las palabras de Susy tenían un significado real, y esa cosa la fuerza suficiente como para manipular su presencia ante Víctor. Se encogió bajo la sábana. Sintió cómo la respiración de la criatura movía los cabellos de su nuca.

Estaba detrás de él y lo miraba con atención a la espera de que se girara.

—Ana. —Escuchó decir después de que una mano helada palpara su espalda y desapareciera en un soplido.

Ante el miedo que esa bestia le hizo sentir, Víctor permaneció recostado de frente a la pared, cubierto con la sábana hasta la cabeza. Los minutos transcurrían a un paso tan íntimo que el joven pensó que el tiempo se había detenido para obligarlo a permanecer sumido en la oscuridad y el temor.

Cuando las manecillas del reloj marcaron las tres con dieciséis, la presencia maligna dejó de ser percibida por Víctor. Entonces, supo que era el momento adecuado para bajar un poco la cobija y mirar sobre su hombro. Estaba a solas bajo la sábana; se escondía como un niño pequeño que estaba asustado por el monstruo del armario. Para él, volver a dormir fue imposible durante el resto de la noche.

No fue sino hasta que el cielo empezó a iluminarse y los rayos naranjas del amanecer se abrieron paso por la ventana que Víctor logró conciliar el sueño. Apenas unas horas más tarde, la voz de Susy aturdió sus oídos, igual que todos los fines de semana. Despertar con la alegría de la niña solía animarlo, pero ese día, por primera vez, lo odió.

—¡Por mis orejas y mis bigotes que ya voy demasiado retrasado!

La voz de Susy hacía eco entre los pasillos de la casa, repetía una y otra vez lo mismo. La noche anterior, Valeria había comenzado a leerle Alicia en el país de las maravillas, y eso la dejó emocionada. Ahora corría de aquí para allá, imitando al conejo blanco que tanto la había cautivado con su actitud apurada, el pelo blanco de nieve y la manera en que, gracias a él, Alicia había vivido tan impresionante caída.

Era tierno escuchar cómo se imaginaba sumergida en ese impresionante país. En cualquier otro momento, Víctor habría disfrutado de la alegría de su hermana; sin embargo, esta vez el cansancio era cruel y le provocaba sentir rabia hacia la satisfacción que Susy reflejaba a gritos. Maldijo en voz baja más de una vez mientras se cubría con la sábana y, por un instante, el deseo de hacerla callar ardió en sus venas. A pesar de la creciente ira, respiró profundo hasta tranquilizarse. Estaba consciente de que podía herir los sentimientos de la menor si le gritaba que se callara, así que prefirió mantenerse en silencio y salir de la cama. Después de todo, ella no tenía culpa alguna de su mala noche.

Arrastró los pies al caminar hacia el baño, donde se lavó el rostro con agua fría antes de tomar la ropa del perchero y vestirse. Luego bajó las escaleras rumbo al comedor. A pesar de su pésimo humor, el muchacho se esforzó en convivir con su familia, aunque no lo logró del todo. Tenía los ojos irritados y solo se limitaba a responder «sí» o «no» cuando se dirigían a él.

Durante la tarde, en un intento por animarse, preparó un bol de palomitas de maíz, encendió el televisor y se acomodó en el sofá.

Susy, que desconocía el extraño comportamiento de Víctor, decidió acompañarlo, de modo que se sentó en el suelo junto al peluche de pingüino y el resto de sus juguetes. Estaba concentrada en la nueva aventura que imaginaba, cuando una voz familiar, cavernosa, la llamó. Levantó la vista y lo que se manifestó ante sus ojos la hizo estremecer.

—Hermano —pronunció Susy con una inquietud en la voz que pasó desapercibida por Víctor. La niña abrazó el peluche de pingüino con fuerza.

—¿Qué? —dijo, desganado; ni siquiera miró hacia Susy. Deseaba poder dormirse, aunque fuese unos minutos, pero al encontrarse a solas con ella, debía cuidarla.

—Hermano —repitió la niña ante la falta de atención de Víctor, quien esta vez se limitó a emitir un gesto con la garganta. Cada vez más asustada y nerviosa, volvió a llamarlo—. ¡Hermano!

—¿¡Qué quieres!? —gritó Víctor, la sangre le hervía de irritación; sin embargo, al descubrir que Susy señalaba al par de columnas que conformaban el umbral de la sala, emitió un suspiro y relajó las facciones.

Despacio y un poco nervioso, él levantó la cabeza hacia aquel sitio. Ahí, solitaria, oscura e inmóvil, podía verse la silueta de una niña no mayor que Susy. El cabello negro y maltratado le tapaba la cara. Llevaba un sucio vestido blanco que estaba adornado con manchas carmesíes que parecían provenir de su rostro; sus manos y pies, resplandecientes de color azul pálido, languidecían a los costados.

Víctor, tenso, tragó saliva al notar que la madera bajo el espectro se pudría lentamente mientras que algunos gusanos se asomaban por su cabello y caían al piso. Se preguntó, si acaso, era la misma criatura que había visto ya otras veces, la misma que los había estado siguiendo desde la noche anterior a la muerte de Jenny.

Los hermanos, incapaces de moverse, se estremecieron al escuchar que el espectro emitía un ruido similar a un sollozo. En el suelo, se hicieron presentes algunas gotas viscosas de aceite café que se deslizaron por las mejillas de la criatura: lloraba y sus lágrimas se mezclaban con la sangre putrefacta de sus ojos.

Víctor se dejó caer del sofá para envolver a Susy en brazos, estaba claramente aterrada y temblaba como nunca antes lo había hecho. El muchacho no alcanzaba a entender de quién se trataba, tenía rasgos que le resultaban familiares, pero otros lo desconcertaban. En medio del mutismo, el ente caminó por el lugar sin rumbo fijo, parecía desconocer dónde se encontraba hasta que, de un momento a otro, desapareció.

—Jenny —susurró Susy con voz partida y rasposa.

El corazón de la niña latía como el aleteo de un colibrí a causa del miedo que la embriagaba, aunque también sentía pena por Jenny. Había una pesada nube de dolor que emergía de esa niña que alguna vez fue su amiga. Se giró hacia Víctor, lo abrazó con más fuerza y buscó esconder la cara en sus brazos.

—¿Q-qué dices? —tartamudeó Víctor—. Esa cosa... ¿es J-Jenny?

Susy no respondió con palabras, lo hizo asintiendo en silencio mientras se aferraba más al cuerpo de su hermano. La niña emitió un sonido de arcada. Normalmente, era capaz de mantener el control sobre sí misma y no mostrar ese tipo de reacciones, pero esta vez el olor a carne putrefacta era tan fuerte y penetrante que le resultó imposible. Susy agradeció, al menos, ser capaz de retener el vómito.

De pronto, y entremezclada con el viento frío y sombrío, una voz aguda y susurrante comenzó a retumbar en las paredes. Danzaba junto al eco, como si de una canción siniestra se tratase.

Los estómagos de los hermanos se volvieron un nudo ante la escalofriante psicofonía. Víctor tragó saliva, un escalofrío recorrió su columna vertebral. Por alguna razón que no consiguió entender al principio, el ruido producido por Jenny traía a su cabeza lo acontecido la noche anterior: la voz de Ana que se reía a todo volumen de él y le taladraba los oídos. Entonces, mientras la temperatura descendía todavía más, el sonido del viento y el cantar de los grillos se apagó; todo a su alrededor se quedó mudo para darle paso únicamente a la voz estridente del espectro.

Las palabras de Jenny eran difíciles de descifrar para Víctor, por no decir imposibles. No sabía qué pensar. Abrió la boca, tronó la lengua y volvió a cerrarla. Se volvió incapaz de hilar sus pensamientos de forma coherente. Las dudas lo carcomían y no lograba formular una respuesta convincente a las preguntas que surgían.

¿Qué rayos era esa cosa? Por una parte, sabía que se trataba de un ser maligno o Susy no estaría asustada. Sin embargo, y por otra parte, la misma Susy dijo que se trataba de Jenny, lo que convertía a esa bestia en un fantasma que debía ser inofensivo. Entonces...

—«Él no me deja» —murmuró Susy entre ecos. Víctor la observó, desconcertado—. «Dice que me ama. Yo también lo amo». —La niña alzó la cabeza, tenía las pupilas dilatadas y cubiertas por una capa blanca. Estaba en trance—. «Pero me obliga a quedarme y eso duele».

La forma entrecortada de hablar le dio a entender a Víctor que Susy no estaba siendo poseída, solamente traducía la psicofonía. Víctor prestó más atención a las palabras de su hermana menor.

—«Su amor me lastima».

—¿De quién hablas? —dijo Víctor tras emitir un fuerte suspiro de incomodidad—. ¿Quién te obliga a quedarte? —preguntó a Jenny, aunque sin mirarla.

—«Mi papi».

Susy hizo una larga pausa en la que Víctor tragó en seco. Eso significaba que el hombre que había estado vigilando a Susy, ¿de verdad era Óscar? Pero... ¿quién era Ana?

Susy tosió un par de veces previo a quedarse sin fuerzas y caer sobre el pecho de Víctor. Antes de que el muchacho pudiera emitir algo más que un quejido de desesperación, su hermana volvió a hablar.

—Algo malo le miente al señor Óscar, es un monstruo que no quiere ir al lugar oscuro. Creo que busca comer algo y eso lo va a ayudar. En mi mente, vi cadenas negras. Y aceite negro.

—¿Y también viste qué es lo que busca? —preguntó Víctor como si no supiera la respuesta, aun cuando él, mejor que nadie, entendía la gravedad de la situación.

—A mí —respondió Susy.

Sin más, la psicofonía se perdió entre los pasillos de la casa y se escabulló como el viento por la ventana. 

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