Rosas para Emilia ®

By Virginiasinfin

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Cómo podrías amar al hombre que una vez destruyó tu vida? Cómo enamorarse de alguien que una vez llamaste mon... More

*Sinopsis*
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Rosas para Emilia
Hola!

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By Virginiasinfin


ADVERTENCIA: En Wattpad sólo encontrarás esta historia hasta el capítulo 10. Si quieres leerla completa, puedes adquirirla en Amazon Kindle, Booknet y Buenovela.


-No eres Telma –dijo Emilia con desdén, mirando al hombre que se había acercado a ella. Echó una ojeada alrededor. A dónde se había metido esa muchacha?

-Emilia –dijo el hombre, y ella se giró a mirarlo.

-Me conoces?

-Estás hermosa-. Emilia se cruzó de brazos y sonrió nerviosa.

-Ah... gracias. Quién eres?

-Y hueles a rosas-. Emilia lo miró fijamente, pero allí estaba bastante oscuro. Sólo pudo ver la forma recortada de su cuerpo a contraluz. No cabía duda de que era un hombre alto, y de espaldas anchas.

-Bueno, sí... es el perfume que...

-Te amo –dijo él acercándose más. Emilia frunció el ceño. Era este su pintor de rosas? –Te amo –repitió él.

-Ah... pero... yo... no te conozco-. Él se acercó aún más, y Emilia pudo al fin ver más claramente sus facciones. Nariz recta, barbilla cuadrada, ojos oscuros, aunque de eso no podía estar segura por la escasa luz del lugar.

Él sonrió mirándola, y en su rostro se expresó tanta ternura que Emilia olvidó que debía tener miedo. Después de todo, estaba sola aquí, en un sitio solitario entre los árboles. Si gritaba por ayuda en caso de que lo necesitara, seguro que ninguno de los borrachos asistentes a la fiesta la oiría, y en caso de que la escucharan, no acudirían a ayudarla. Pero este hombre le estaba sonriendo como si al fin hubiese encontrado un tesoro largamente buscado, largamente anhelado.

-Eres tú... el de las rosas? –él no contestó. Sólo elevó una mano y tomó un mechón de su cabello, pasándolo entre sus dedos con delicadeza.

-Tan largo –susurró él-. Tan bonito-. Su voz la recorrió por completo, sintiéndola desde los cabellos que tocaba hasta sus pies, pasando por puntos extraños de su cuerpo. Su simple voz.

-De qué me conoces?

-Te he amado... desde que te vi. Eres un ángel. Mi ángel; fuerte y guerrero. Te amo, Emilia –él se inclinó para besarla, y extrañamente, Emilia no rehuyó a su contacto. Los labios de él tocaron los suyos con extrema delicadeza, olía bien, eclipsando un poco el molesto olor de las flores nocturnas de hace un momento. No olía a licor, o cigarro, como cabía esperar al estar también en esta fiesta.

Sí, olía bien. Un aroma que se mezcló con las fragancias de la noche, y ya no le molestó como antes. Era agradable.

Emilia se fue relajando con su suave contacto e incluso apoyó sus manos en los brazos de él, cubiertos por lo que parecía ser cuero fino. Él atrapó sus labios en los suyos en un beso delicado. La estaba adorando con este beso. Vaya, no se imaginó que algo así pudiera ser tan dulce. Había recibido besos antes, pero ninguno como este.

Pero el beso se fue volviendo exigente, y él la atrapó en sus brazos rodeándola por la cintura y pegándola a su cuerpo.

-Oye... -reclamó ella alejándose. Él, viéndose privado de su boca, besó su mejilla, y fue haciendo un camino hasta que llegó a su cuello. Tenía que doblarse un poco para llegar allí, pero por lo demás, parecía que simplemente esto era perfecto. Emilia se sintió extraña, como si algo caliente y espeso fuera quemándola por donde él iba besándola, y no era para nada desagradable. Se sintió asustada de sus propias reacciones-. Ya, basta –le dijo, aunque sin mucha fuerza. Estaba cediendo ante el extraño encanto que contenían los besos de este hombre y ni siquiera sabía su nombre!

Sin embargo, él la fue conduciendo hasta que la tuvo contra un árbol.

-Oye, espera! Yo no soy una... -se detuvo cuando sintió la mano de él debajo de su falda-. Qué te pasa! –gritó. Le hubiese encantado poder tener un buen ángulo para abofetearlo. Qué le pasaba? Sin embargo, él no atendió a su reclamo, y siguió besándola, pegándose a ella y atrapándola contra el árbol. Emilia luchó entonces con todas sus fuerzas para alejarlo. Encantador o no, ella no le había dado permiso para esto.

-Déjame! –volvió a gritar. Pero él era como una roca, o un muro.

-Te amo –repetía él.

-No, no! Suéltame! Me haces daño! –él la silenció con un beso, y aunque era igual de apasionado al primero que le diera, ya no tenía la misma ternura. Ahora estaba lleno de urgencia, una urgencia que ella no iba a satisfacer-. Que te haya besado hace un momento –intentó razonar ella luego de morderlo, consiguiendo así separarse- no quiere decir que me vaya a convertir en tu mujer.

-Mi mujer –dijo él, como si se hubiese iluminado su mente-. Oh, sí. Mi mujer.

-No! –gritó ella cuando él tocó su ropa interior. Y luego, cuando hizo fuerza para bajarla, gritó con toda su garganta.

Sin embargo, y a pesar de sus gritos y ruegos, él no se detuvo. La aprisionó contra el suelo al pie del árbol, tomó con una mano las suyas y siguió besándola, diciendo que la amaba, y sin embargo, haciéndole daño.

Rogó, exigió, amenazó, lloró. Pero nada surtió efecto, y cuando lo sintió intentando entrar en su cuerpo, Emilia supo que no habría salvación para ella.

Qué había pasado? Por qué había llegado a esto? Todo había empezado de una manera muy dulce, sus besos, sus palabras... Era su culpa, pensó. Debió salir corriendo en cuanto vio que se le acercaba, pero estúpida, cayó en la red como una tonta mosca y ahora estaba atrapada en ella y sin escapatoria. Las lágrimas bañaron sus sienes, internándose en su cabello, y miró el cielo a través de las copas de los árboles tratando de llegar a Dios con su ruego.

-Por favor no –repetía una y otra vez. Sin embargo, y a pesar de todo, él la penetró con fuerza. Emilia gritó de nuevo desgarrando así sus cuerdas vocales. Este hombre, este monstruo, le había arrebatado para siempre la virginidad, la dignidad, la pureza de su cuerpo, y quizá, también la de su alma.

Por qué? Por qué?

Y dolía, dolía muchísimo. Allí, en ese punto que se suponía era un santuario, algo que ella le otorgaría por voluntad propia a alguien de quien se enamorara, cuando quisiera, como quisiera.

Qué vergüenza sentía ahora mismo. Dolor, vergüenza, impotencia. No tenía fuerza contra él, no podía llegar a él de ningún modo, ni exigiéndole, ni pidiéndole, ni rogándole.

Él lanzó un bramido y se quedó quieto sobre ella, aplastándola con su peso. El movimiento que causaba el terrible dolor había cesado de repente. Emilia intentó moverlo, de un modo, de otro, pero él estaba allí, inconsciente.

Se fue arrastrando, poco a poco, hacia arriba, y no supo cuánto tiempo pasó hasta que al fin fue libre de él. Lloraba, se puso una mano en su entrepierna sintiendo ardor, dolor, y en su muslo un hilo de sangre se había formado. Monstruo, quiso decir. Maldito monstruo. Pero esas eran palabras tan nimias, tan pequeñas ante lo que en realidad él era que no se molestó en pronunciarlas.

Encontró determinación más que fuerza y se puso en pie. Él permaneció allí, boca abajo en el suelo, entre las raíces de los árboles, quieto. No quiso seguir mirándolo, era como contemplar su desgracia, y con el estómago revuelto, fue caminando hasta salir de entre los árboles. Afuera y adentro de la casa la fiesta continuaba, pero su vida había cambiado desde ahora y para siempre.

Caminó hasta la zona donde habían parqueado el viejo auto del padre de Telma, y allí la encontró.

-Emilia, mujer, dónde estabas? –al verla llorando, corrió a ella-. Emi? –Emilia se aferró a su amiga y comenzó a llorar-. Nena, estás bien?

-Sácame de aquí –le pidió Emilia entre sollozos-. Por favor, por favor. Sácame de aquí-. Telma asintió. La ayudó a entrar al auto y ocupó el lugar frente al volante. Vio a Emilia aferrarse al bolso donde asomaba el libro que habían ido a recuperar. No sabía qué le había pasado a su amiga, pero era necesario que se calmara antes de volver a casa.


-Don Antonio? –saludó Telma por teléfono. Emilia ahora mismo estaba en la ducha, y habían acordado que pasaría la noche aquí.

-Telma? –contestó el padre de Emilia.

-Eh... bueno, lo llamaba para avisarle que... acabamos de llegar de la fiesta. Emilia pasará la noche aquí.

-Ella está bien?

-Sí, señor, claro que sí.

-No estará ebria y con miedo de ponerse al teléfono, verdad?

-Don Antonio, Emilia nunca se ha puesto ebria.

-Mmm –murmuró el hombre con desconfianza.

-Bueno... tal vez... está un poquito pasada...

-Lo sabía.

-No se enoje con ella. La estoy cuidando aquí en mi casa. Mañana estará fresca como una lechuga.

-Más le vale. Dile que tendré una seria conversación con ella mañana.

-Sí, señor-. Telma cortó la llamada y caminó de vuelta a su habitación. Entonces escuchó un grito de Emilia, y corrió al baño. La encontró desnuda, arrodillada en la ducha, con la llave del agua abierta y llorando.

Entró y cerró la llave, y tomando una toalla, la cubrió.

-Nena, nena –la llamaba-. Dime, dime. Qué te pasó? Qué te hicieron? –Emilia levantó al fin la cabeza y la miró. Tenía el rostro mojado, pero Telma sabía que era más por las lágrimas que por el agua de la ducha.

Pero Emilia sintió tanta vergüenza de decírselo que simplemente volvió a enterrar su cabeza entre sus rodillas y llorar. Telma no tuvo más opción que ayudarla a levantarse y a secarse para que no se resfriara.


-A dónde se habrá metido? –preguntó Guillermo a nadie en particular. La fiesta ya estaba bajando su ritmo, y Rubén no había hecho su escena aún. Seguía desaparecido.

Las chicas que Andrés había invitado incluso ya se habían ido. Ya no había caso si Rubén hacía el ridículo desnudándose, o apareándose con otra frente a todos, pues entre las drogas que le habían puesto en la cerveza estaba un potente estimulante sexual. Si Rubén sacaba a la bestia que tenía dentro ya no valdría la pena; la chica no estaría allí para darse cuenta de ello.

Se adentraron entre los árboles que circundaban la casa, y Andrés tropezó entonces con algo. Con alguien.

-Míralo aquí –rió Guillermo-. Mira a dónde vino a dar-. Guillermo se asombró un poco cuando vio a Andrés levantar su pie y propinarle una patada en las costillas a Rubén.

-Hey, le vas a romper los huesos.

-Y qué? Hace mucho rato que tengo ganas de hacer esto –dijo, dándole otra patada-. Dónde está tu papaíto ahora? –susurró, dándole una patada más, y Guillermo empezó a perder la cuenta de las veces que lo golpeó, no sólo en las costillas, también en la cabeza, el vientre, las piernas.

-Míralo –dijo Guillermo-. Tiene los pantalones abajo –y se echó a reír-. Vino a echarse una meada y cayó muerto aquí-. Andrés tomó a Rubén por el cabello y lo hizo darse vuelta. Él seguía con los ojos cerrados, como si no sintiera nada de lo que le estaban haciendo a su cuerpo. Le puso los dedos en el cuello buscándole el pulso. No lo halló.

-Parece que sí está muerto –Guillermo palideció.

-Sabes, no me interesa que me atrapen por asesino. Qué haces? –exclamó cuando vio que Andrés le sacaba la chaqueta de cuero.

-Cuánto crees que vale esta preciosura-. Guillermo sonrió.

-Mucho -contestó apropiándose del reloj. Le sacaron de los pantalones la billetera, encontrando que después de todo, no había mucho dinero en efectivo allí. Las tarjetas no valían nada, no les convenía que los descubrieran por intentar usarlas.

Tomaron el cuerpo de Rubén, uno por los brazos, el otro por las piernas, y lo llevaron más profundamente entre los árboles hasta encontrar un deslizadero, y por allí lo tiraron. El cuerpo bajó rodando, golpeándose contra rocas, raíces de árboles y más vegetación.

Salieron de la zona caminando rápido, pero disimuladamente. Guillermo miró a su amigo. Andrés prácticamente se había transformado mientras golpeaba y pateaba a Rubén una y otra vez. Lo habían dejado bastante desfigurado, pero no encontraron satisfacción, ya que, al estar inconsciente, él no se había quejado ni una vez. Se podriría allí en ese sitio, hasta que los perros o las aves lo encontraran.


Gemima Sierra de Caballero se paseaba de un lado a otro en el hall de su mansión, cubierta con su pijama y su salto de cama de seda.

Eran las dos de la madrugada, y su hijo no había llegado. Sintió unos pasos que bajaban por las escaleras, y no le extrañó mucho escuchar la voz de su esposo.

-Gemima, vuelve a la cama.

-Rubén no ha llegado.

-Es un hombre ya. A lo mejor... no sé, está por allí con amigos... o con una chica. Vamos, dale libertad, no es un niño.

-Si fuera así me habría llamado. Él nunca hace esto.

-Tal vez lo olvidó.

-No Rubén! Él me habría llamado. Ay, Álvaro. Tengo un mal presentimiento.

-Vamos, no exageres.

-Sabes a qué lugar fue?

-Es temporada de graduaciones. Sus compañeros están celebrando sus fiestas, es obvio que está invitado a algunas. Y qué si se le hizo un poco tarde? Ya verás que mañana lo tienes ante tu mesa desayunando con unas ojeras y una resaca de miedo-. Gemima sacudió su cabeza rechazando esa imagen. Rubén nunca había hecho algo así. No era fiestero, no era tan irresponsable como para ausentarse sin llamar a su madre.

Sin embargo, se dejó llevar por su esposo, rogando porque lo que él decía fuera lo cierto, que había olvidado llamarla. Si era eso lo que había sucedido, ah, la escucharía, Rubén Caballero la escucharía hasta que le ardieran las orejas.


-Ya estás mejor? –le preguntó Telma a Emilia por la mañana. Ella movió los ojos para mirarla. Tenía unas bolsas horribles debajo de ellos, oscuras, mostrando que no había dormido nada anoche.

-Sí. Gracias.

-Tu padre está un poco enfadado –dijo Telma con cautela-. Cree que llegaste borracha de la fiesta-. Emilia hizo una mueca, y cerró sus ojos.

-Quiero irme a casa.

-Te llevo?

-Estoy a dos casas. Me voy sola.

-Nena, no me vas a contar qué pasó? –Emilia sacudió su cabeza-. Se declaró tu admirador? –preguntó ella, tanteando, y Emilia frunció el ceño. Se rehusaba a pensar que ese monstruo que la había atacado anoche fuera su admirador. Alguien que dibujaba rosas tan hermosas no podía tener tanta maldad dentro, verdad?

-No-. Contestó.

-Me estás mintiendo –Emilia la miró fijamente-. No era lo que esperabas? Te hizo algo?

-No quiero hablar de eso-. Dijo, y se puso en pie saliendo de la cama de su amiga. Buscó su ropa y empezó a ponérsela, pero no sabía si tenía rasguños o moratones en el cuerpo. No quería que Telma las viera.

Se encaminó al baño y allí se desnudó. Efectivamente, tenía un morado en uno de los senos, pero no le dolía. Unos pocos arañazos en las pierna que tal vez se había causado con la corteza de las raíces de ese árbol, aunque no era grave.

Entonces recordó el tacto de él en sus piernas, sus nalgas, y su estómago volvió a revolverse.

No aceptó el desayuno de la madre de Telma, y se fue andando a su casa, respirando hondamente una y otra vez.

Necesitaba enviar esas imágenes y todos los recuerdos al fondo de su subconsciente. Nadie debía saberlo, más que ella. Nadie debía enterarse de semejante humillación.


-Rubén no llega! –lloró Gemima, y Viviana sintió un peso muy desagradable caer en su estómago. Eran las diez de la mañana. Rubén ni siquiera había llamado, ni contestaba su teléfono-. Cuál era el nombre de ese amigo? –preguntó Gemima-. El de la fiesta!

-Él no lo dijo –contestó Viviana.

-Pero debe haber alguna tarjeta de invitación, no?

-Mamá... hoy en día las fiestas no son como las que se hacen aquí en casa. A veces las invitaciones sólo se hacen de boca.

-Algo le pasó. Estoy segura de que algo le pasó a mi hijo.

-No te pongas así –Viviana tomó su teléfono y llamó a su padre, que le había pedido que le informara del momento en que Rubén regresara, seguro como estaba de que volvería a salvo.

-Ya volvió? –preguntó Álvaro al contestar.

-No, papá. Y mamá ya está demasiado angustiada-. Álvaro frunció el ceño mirando el campo de golf a donde había tenido que ir a causa de una cita previa con un posible cliente.

-Mierda –dijo.


-Emilia? –llamó Aurora tocando a la puerta de la habitación de su hija. Llevaba dos días allí encerrada, no había ido a clase, algo inusual en ella.

Tampoco estaba enferma; no tenía fiebre, ni nada. Sólo estaba a oscuras en su habitación, en pijama, y apenas si comía.

-Emilia? –volvió a llamar-. Telma está aquí.

Emilia se sentó en su cama mirando hacia la puerta cerrada con llave. Escuchó la voz de su amiga llamarla, pero no acudió a abrirle.

-Emilia! –dijo Telma, ya con voz de enfado-. No me iré de aquí hasta que no abras esa puerta y me digas lo que está pasando-. Emilia miró al techo sintiéndose exasperada-. Sabes que soy muy capaz de hacerlo, así que no me retes! Ábreme esa puerta o...

Emilia la abrió de un tirón y Telma tardó un poco en recobrar la compostura.

-Estás haciendo un berrinche –la acusó Telma-. No es propio de ti.

-Un berrinche? Te parece que hago un berrinche?

-Y entonces qué es? –Emilia esquivó su mirada y comprobó que cerca no estuviera su madre, luego, entró de nuevo a la habitación-. Emilia, estoy preocupada! Tú no eres así. Tienes a tus padres preocupados. Ya has perdido dos días de clases! No que estudiar es lo primero, lo segundo y lo tercero en tu vida? –Emilia cerró sus ojos. Como siempre, había necesitado de la sensatez de Telma para volver a la realidad. Pero cómo iba a volver al mundo? Se sentía tan horrible.

Al ver que una lágrima bajaba por las mejillas de Emilia, Telma se sentó a su lado en la cama y se la secó.

-Venga. Cuéntame. Soy tu mejor amiga, no? Guardaré tu secreto.

-No es un simple secreto.

-Entonces qué es? No me digas que mataste a alguien en esa fiesta-. Emilia meneó la cabeza negando.

-No le hice nada... a nadie.

-Entonces... te lo hicieron a ti? –Emilia rompió en llanto, y Telma se preocupó-. Ay, nena. Nena. Qué te hicieron? Vamos, dime!

-Telma –susurró Emilia ahogada en lágrimas y sollozos que parecían venir de lo profundo-. Me violaron –Telma abrió grandes sus ojos-. Me violaron-. Repitió Emilia, y no paró de llorar, mientras se balanceaba en brazos de su mejor amiga.


Viviana escondió su rostro en el pecho de su novio, llorando.

Habían encontrado a su hermano a las afueras de una finca, sin signos vitales, golpeado hasta quedar irreconocible. Afortunadamente, la experiencia del personal de rescate y los paramédicos, habían sido lo que impidieran que lo dieran completamente por muerto.

Lo habían golpeado, una y otra vez, por todo su cuerpo, y además de eso, lo habían tirado montaña abajo para que se pudriera allí. Tenía tres costillas rotas, los dedos de la mano izquierda destrozados, el hombro fuera de lugar, y mil daños más. Además, habían encontrado en su sangre sustancias químicas que habían causado que entrara en estado de coma. Coma profundo. Su hermano estaba más muerto que vivo.

Óscar Valencia, el anfitrión de la fiesta a la que había ido Rubén esa noche, había sido detenido como principal sospechoso. Pero ya tenía un abogado peleando por él. El recién graduado simplemente había dado una fiesta en una finca que fue rentada especialmente para eso. Él no le había dado la invitación a Rubén Caballero, ni siquiera eran amigos, pero sí había admitido haber entregado libremente por lo menos diez invitaciones más para que fueran repartidas indiscriminadamente, ya que a la fiesta no se entraba si no se estaba en la lista.

Aquello era una mentira garrafal, ya que, según el personal contratado para atender la fiesta, había mucha más gente de la que se esperaba; es decir, que muchos que no fueron invitados igual asistieron y disfrutaron de la fiesta. Tampoco hubo un control de la gente que entraba y salía, así que la policía no podía hacerse a la lista de invitados.

Como terrible coincidencia, esa misma mañana habían sido puestos varios denuncios por abuso sexual, consumo de estupefacientes, y desorden público, todos con referencia a esa fiesta a la que Rubén había asistido creyendo que era una simple celebración.

Gemima lloraba sin parar. Era su hijo. Su hijo querido. Un hijo que apenas estaba despertando a la vida, lleno de sueños y proyectos. Acababa de graduarse de su pregrado, y ya había hablado con el decano de su facultad porque quería iniciar un posgrado también. Álvaro había aceptado que siguiera estudiando, aunque lo que quería era que empezara a trabajar ya en el Holding que presidía. Estaba ansioso por enseñarle a su hijo todo lo referente al negocio, aunque ya él sabía bastante, pues desde niño se había involucrado.

Si Rubén moría todos estarían devastados, perdiendo un integrante importante de la familia y en el que tenían depositadas tantas esperanzas para el futuro.

Habían tenido que contestar a las preguntas de los agentes. Ellos suponían que la vida de Rubén era desordenada tal como la de los demás asistentes a esa fiesta. No era inusual que un joven de su estrato social fingiera ante sus padres ser una santa paloma y en la vida real ser un pillo, drogadicto, pendenciero. Tardaron bastante en convencerlos de lo contrario, y no fue gracias a la opinión de los familiares, que siempre estaría a favor de él; los mismos compañeros de clase de Rubén dieron testimonio de que el chico poco se involucraba en las fiestas, nunca lo vieron fumar, y mucho menos consumir otras sustancias. De hecho, lo único que le habían visto en la mano esa noche había sido una lata de cerveza.

Fue a Álvaro a quien se le ocurrió preguntar si en la misma fiesta estaban Andrés y Guillermo, y la respuesta fue positiva. Ambos habían estado allí, y habían estado con Rubén al principio de la fiesta.

Por fin, la policía tuvo a quien investigar, pero entonces los dos jóvenes desaparecieron de la faz de la tierra. No estaban en sus residencias, ni nadie daba razón de ellos. Uno de ellos vivía solo, pues, para estudiar aquí, se había venido desde su pueblo, donde vivían sus padres, que le mandaban dinero para el estudio; y el otro, con una anciana que era su abuela, y ésta no había visto a su nieto desde hacía días. También había puesto el denuncio a la policía, preocupada como estaba de la desaparición del joven.

Viviana vio la desolación en los ojos de su padre, y se le acercó. Cuando le puso la mano en el brazo para consolarlo, él simplemente se alejó. Pensar que él había provocado esto lo estaba matando. Si tan sólo no hubiese hablado con ese par, dejándoles claro que no los contrataría; si tan sólo hubiese dejado las cosas así, al fin y al cabo, habrían dejado de verse, y tarde o temprano habrían tenido que renunciar a la esperanza de entrar en el Holding a través de él.

Pero no, él los había insultado tratándolos de holgazanes y aprovechados. Habían resultado ser más peligrosos de lo que jamás se imaginó.

Pero, cómo dos personas podían haber puesto todo su futuro y su vida en riesgo haciéndole esto a un compañero de estudios sólo por vengarse? Habían perdido el juicio en el momento?

No había sido algo momentáneo, pensó. Esto lo habían planeado con anterioridad. Le dieron la sustancia a Rubén, y para ello, primero debieron ponerse de acuerdo, conseguir las drogas, ponérselas en la bebida y engatusarlo para que la bebiera. Todo había sido fríamente calculado.

Habría él ocasionado todo esto? Qué iba a hacer si su hijo no despertaba?

La culpa lo carcomía, transformándose en rabia, y la rabia sólo lo llevaba a presionar de mil formas a las autoridades para que diesen con los que él creía eran los responsables.


N/A: Piedras y reclamos en la ventana de siempre :)


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