AMBER ©

By TRomaldo

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Aaron Foster nunca supo en qué momento las cosas cambiaron con ella. Empezó siendo solo un juego para él, bes... More

AMBER
Prólogo
CAPÍTULO 1: Primera vez
CAPÍTULO 2: Promesas
Capítulo 4: ¿Interesado, Aaron?
CAPÍTULO 5: La primera fiesta
CAPÍTULO 6: Discusiones
CAPÍTULO 7: Expectativas equivocadas
CAPÍTULO 8: Tensión
CAPÍTULO 9: Los amigos de Megan
CAPÍTULO 10: ¿Verdades?
CAPÍTULO 11: Una fiesta cualquiera
CAPÍTULO 12: Hermanos Bradford
CAPÍTULO 13: Chantaje
CAPÍTULO 14: Auto sabotaje
CAPÍTULO 15: ¿Celoso?
CAPÍTULO 16: ¿Amigos o enemigos?
CAPÍTULO 17: Corazones rotos
CAPÍTULO 18: Volver a verla
CAPÍTULO 19: Amber y Trent
CAPÍTULO 20: Jane
CAPÍTULO 21: Fuera de lugar
CAPÍTULO 22: Cogorza
CAPÍTULO 23: De verdad y dolores
CAPÍTULO 24: Secretos
CAPÍTULO 25: Descubierto
CAPÍTULO 26: De encuentros y juegos
CAPÍTULO 27: ¿Juegas?
CAPÍTULO 28: La última noche
CAPÍTULO 29: Es Marcel
CAPÍTULO 30: Problemas
CAPÍTULO 31: Tú, nada más
CAPÍTULO 32: Emily Prescott
CAPÍTULO 33: La familia de Aaron Foster
CAPÍTULO 34: Revelaciones
CAPÍTULO 35: ¿Estás dispuesto?
CAPÍTULO 36: ¿Aaron o Marcel?
CAPÍTULO 37: Adiós
CAPÍTULO 38: La decisión correcta
CAPÍTULO 39: Verte de nuevo
CAPÍTULO 40: El amor
CAPÍTULO 41: No podría odiarte
CAPÍTULO 42: Cómo intentar olvidarla, por Aaron Foster
CAPÍTULO 43: Confesión
CAPÍTULO 44: ¿Eras?
CAPÍTULO 45: Final
EPILOGO
Último anuncio.

CAPÍTULO 3: Odiosa diversión

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By TRomaldo

Su odiosa diversión

Aaron Foster bufó por tercera vez en el día, escuchando con aburrimiento las quejas que Megan le hacía. Apoyado sobre los casilleros, se limitaba a hacer oídos sordos y a tranquilizarse con toda la paciencia del mundo. Paciencia que, por cierto, no tenía. No era exactamente su enamorada, simplemente alguien muy cercano con quién podía divertirse a todas horas del día. Sabía que la rubia estaba enamorada de él, pero eso no significaba que Aaron iba a doblegarse pñor alguien que poco le importaba. Habían empezado con esa extraña relación de amigos con derecho, o como pudiera llamarse, hacía apenas algunas semanas y Megan siempre quería más de él, quería que le cumpliese todos sus deseos y caprichos.

—¡Aaron, lo prometiste! —gritó Megan de pronto, haciéndolo sobresaltar.

Le lanzó una mirada furiosa, aburrido después de oírla hablar una y otra vez sobre banalidades que no eran de su incumbencia. Megan se había pasado los últimos días insistiéndole a retomar la pequeña apuesta que ambos habían hecho una noche de borrachera. Pero ahora, en realidad, había perdido las ganas de hacerlo. La idea original era algo cruel y desagradable, quizá demasiado incluso para él.

—Te lo voy a decir solo una vez más —siseó ella mientras Aaron se miraba los nudillos con aburrimiento e indiferencia—. La apuesta...

— ¡Joder, que ya lo sé! —gritó fastidiado, desesperado por los chillidos que Megan no dejaba de proferir—. Acostarme con tu estúpida prima en menos de un mes y los dos mil dólares son míos. La respuesta es no, no lo haré y no quiero hacerlo, tengo mejores cosas que hacer que enamorar a una niña aburrida.

Antes le había parecido una idea maravillosa. Había creído que Amber Larousse, de quien Megan había despotricado e insultado innumerables veces, era alguien parecida a la rubia. Es decir, una chica muy sexy y divertida, demasiado sensual, pero había estado muy equivocado porque la noche que la vio en la gran mansión, se había decepcionado un poco. La había visto muchas veces antes a causa de Megan y conocía a Amber porque, precisamente, la ridícula apuesta trataba de ella. Obviamente debía estudiar a su presa, ¿no? Pues eso hizo.

Pensó divertirse muchísimo en el proceso. Pero ahora que vio en Amber a una muchacha sosa y aburrida, en realidad, había perdido cualquier tipo de interés en la estúpida apuesta. Sobre todo porque Aaron Foster tenía cosas más importantes que hacer que cumplir los caprichos de una muchacha que sólo quería vengarse de su prima. Su vida estaba muy ocupada y a tope de tareas—por—hacer como para darse el lujo de perder el tiempo con una apuesta que no veía ni pies ni cabeza. Además, Amber le suscitaba una extraña sensación. Lucía demasiado buena, muy dulce de una manera incorruptible. No podría tocarla sin que su consciencia le jodiera luego. Ese tipo de chicas estaban más que prohibidas para él, de todas formas ni siquiera le gustaba.

—Entonces...

—Y yo te lo diré una vez más, preciosa—respondió tajante, esbozando una amplia sonrisa de autosuficiencia hacia la rubia—. Si quieres que alguien le quite la virginidad a la princesa, búscate a otro porque yo no trabajo para nadie.

Suspiró aliviado cuando Megan se alejó furiosa y su mirada se perdió en la atractiva silueta de la rubia que caminaba directo al estacionamiento. Entonces también la vio. Deslizó una sonrisa burlona al ver, de pronto, a la causa de su reciente discusión salir apresurada de una de las aulas. Apoyado con descuido, sonrió aún más cuando sus ojos azulinos chocaron con los marrón oscuro de Amber. Le lanzó un beso volado y le guiñó un ojo con fingida coquetería antes de que la castaña lo fulminara con la mirada, fastidiada. Eso habían estado haciendo desde que se vieron por primera vez en la mansión, mirarse a lo lejos con burla y rabia, la retaba con la mirada hasta que la veía bufar molesta. Eso le encantaba a él.

Era tan fácil hacerla enfadar que de pronto se sentía mucho mejor. Sonrió aún más al ver a la castaña caminar apresurada por los pasillos.

No sabía qué tenía aquella chica pero le ocasionaba constante gracia, tenerla frente suyo era como sentir la burla aflorar en él. El solo mirarla, tan inocente, observar cómo se sonrojaba con cualquier pequeñez, en realidad, lo enfurecía y confundía a partes iguales. Aaron Foster tenía un delirio además de los autos y ese era, claramente, las chicas. Le fascinaba acostarse cada semana con muchachas diferentes, probar cuerpos nuevos y ahogarse del placer en el corto tiempo que ellas le proporcionaban.

Pero no todas eran iguales y él lo sabía mejor que nadie.

Por ejemplo, también estaba Amber. Ella era el tipo de chicas que despreciaba y aborrecía con todo su ser. No necesitaba conocerla y no quería hacerlo, porque la repulsión hacia ella era algo natural. Y es que, simplemente, jamás podría fijarse en una muchacha tan sosa, aburrida, y jodidamente orgullosa. Eso era todo lo que veía en ella y no le agradaba para nada.

La detestaba y nada más. Amber era otra de las niñas consentidas que tanto despreciaba. Ella lo tenía todo. Vivía en una enorme y lujosa mansión, poseía una vida cómoda y ausente de cualquier problema que pudiera desvelarla por las noches. Lo tenía todo tan fácil que le molestaba de alguna manera.

Amber Larousse, la princesita

Así que sí, su desprecio hacia ella fue casi de manera inmediata desde la primera vez que intercambiaron palabras. No la odiaba lo suficiente como para querer hacerle la vida imposible porque, después de todo, Aaron tenía cosas mucho más importantes en que pensar. Pero se contentaba con los leves desaires y molestias que era capaz de originar en ella. Es más, hacerla rabiar, desde ese momento, entraba en su lista de cosas—por—hacer.

Como fuera, Aaron Foster no tenía cabeza para pensar en tonterías. Ahora estaba tranquilo, sin chicas exigiéndole cosas o voces agudas molestándole los oídos. No, ahora estaba momentáneamente en calma. Pero su tranquilidad, como siempre, no duró ni dos segundos. Porque ahora tenía a una preciosa pelirroja al frente suyo reclamando su atención.

—Aaron... —murmuró Hale a su lado mientras le acariciaba el brazo, mirándole con esos intensos ojos verdes que parecían capaces de enloquecerte—. Iremos a por un batido —susurró sonriente sobre su oído, acariciándole la nuca antes de bajar los labios sobre su piel, besándole—. ¿Vienes?

Una lánguida y arrogante sonrisa afloró en él de pronto. Le lanzó una mirada maliciosa al sentir el cuerpo de la chica acurrucarse sobre su pecho. Los brazos de la pelirroja se enrollaron alrededor de su cuello y la espalda de Hale se irguió sobre él. Aaron inclinó el rostro apenas sobre ella, dejando que la chica hiciera todo el trabajo, como siempre. Le rozó los labios en una sonrisa altiva y su ego subió en desmesura cuando lo besó. No se detuvo y tampoco se paró a pensar que estaban morreándose en pleno pasillo, a vista de todo el mundo, ni mucho menos que su casi-novia acababa de irse apenas segundos atrás. Poco podía importarle a él.

¿Por qué desperdiciar la oportunidad de dejarse utilizar por una belleza como esa? No recordaba a nadie que no deseara tener la atención de esa pelirroja. El problema era que a él no le gustaba precisamente repetir con la misma chica, incluso con alguien como ella se le hacía aburrido.

Movió los labios sobre los carnosos de la muchacha casi con pereza, pero disfrutando enormemente del beso ferviente y sagaz, lo hacía con experticia y fluidez. La boca de Hale se movió sobre la suya con destreza, subiendo y bajando como si la vida dependiera de ello. Y después de largos segundos se alejó. Apoyó la cabeza sobre los casilleros de metal, mirándola hacia abajo con cierta bruma.

—Nada mal —calificó él con un encogimiento de hombros.

Sólo entonces la cobriza le fulminó con la mirada. Ofendida, sacudió la cabeza y se encaminó con el orgullo herido por el estrecho pasadizo.

Rodó los ojos y la siguió desde una distancia considerable. ¿Quién se creía que era ella para hacerle tal desplante? Que se jodiera porque Aaron Foster no repetía el mismo plato más de una vez. Al menos que pudiera obtener algo más de ellas, por supuesto.

Aunque aun así, la encontró con un grupo de jóvenes, rodeando los autos que sus amigos y él tenían. Se montó a su lindo coche sin mirar a ninguna de las allí presente y encendió el motor cuando una de ellas se sentó a su lado. Ni siquiera necesitaba girar a ver para saber quién era.

—Hola, bebé —chilló Megan mientras le tomaba el rostro para depositarle un húmedo beso en la mejilla.

Compuso una mueca de asco al sentir la baba de la rubia picándole la piel. Era tan asqueroso que apenas podía recordar por qué continuaba con ella. Es más, ¿qué no estaba molesta con él?

Era muy molesta. Apenas algunas semans y ella ni siquiera lo dejaba respirar. Se había adueñado de él como si fuesen esposos, como si tuvieran una relación más allá que puro contacto físico, como si fuera una relación seria. Aaron Foster no tenía novias, no amaba y, sobretodo, no se enamoraba. Era como su ley de vida y cada una de las chicas que se involucraban con él debían tenerlo muy claro. Era importante que conocieran sus reglas de juego para evitar ridículos problemas futuros sobre corazones rotos.

— ¿A dónde vamos? —se limitó a preguntar él

Y eso le recordaba algo más.

— A Gregory's world

—Odio ese lugar.

Megan bufó a su lado y él gruñó ligeramente por aquella altiveza, incluso cuando dijo ella:—Tú odias todo.

Levantó una ceja y miró por su espejo retrovisor para asegurarse de que sus amigos conducían detrás suyo.

—Claro que no, ese lugar es asqueroso. No entiendo cómo pueden comer ahí.

—Yo creo que es muy bueno —se burló Megan.

Y el preciado silencio apenas duró. Porque cinco minutos después, Megan había vuelto a hablarle con aquella voz tan aguda y estresante que le ocasionaba dolor de cabeza. Hasta que finalmente llegaron. Los tres autos se estacionaron detrás de él en el amplio estacionamiento frente al restaurante. Bajó a regañadientes y, antes de al menos poder estirarse, Megan ya estaba colgada de su cuello.

— ¿De quién fue la idea venir aquí?

— Mía —respondió ella.

Joe y Rex los siguieron desde atrás, riendo y conversando con otras tres chicas. Y mientras abría la puerta de cristal, Megan rió cerca de su rostro, el aliento de la chica barriendo los vellos de su mandíbula.

— ¿Recuerdas nuestra pequeña apuesta? —susurró con coquetería a centímetros de su oído.

Buscó una mesa libre y asintió sin prestarle mayor importancia. No entendía a qué venía ese recordatorio. Creyó que había dejado más que claro su posición. Se sentaron cómodamente y empezaron a conversar y a reír, esperando a que alguien los atendiera.

—Bienvenidos a Gregory's —murmuró una voz suave de pronto, una voz que ya empezaba a reconocer.

Y mientras levantaba la cabeza con una amplia sonrisa, la miró por segunda vez en el día. Sólo entonces entendió por qué Megan los había llevado hasta allí. Con todo el odio que la rubia le tenía a su prima, estaban en ese restaurante por Amber, como si de alguna manera quisiera burlarse de ella. Aunque Aaron poco podía entender qué hacía ella trabajando con todo el dinero que su familia tenía.


Una amplia y burlona sonrisa brotó en sus labios, observando triunfal cómo los ojos oscuros de la castaña se abrían con sorpresa hacia él, el sonrojo cubriéndole las mejillas. No haría ninguna ridícula apuesta, pero quizá sí podría divertirse de una manera sana, o al menos lo sería para él y para su consciencia. No se arrepentiría de nada y eso lo tenía más que claro. Además, Aaron la detestaba y esa ya era una buena razón.

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