El Intercambio

By Eros_Kinks

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Ocho meses atrás, los extraterrestres llegan a la Tierra en lo que parecía ser una invasión. Después de un ca... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58

Capítulo 1

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By Eros_Kinks



Por Vraion

La línea de voluntarios era larga. La edad mínima de los hombres que sudaban bajo el mismo sol era 21 años, y el nivel socioeconómico representado iba desde personas sin hogar hasta millonarios.

De todos los que entraban al edificio, muy pocos eran aceptados. La mayoría salía cabizbaja, decepcionada, maldiciendo o amenazando a los anfitriones del evento por no elegirlos.

¿Qué tenían en común todos esos hombres? Deseaban marcharse del planeta Tierra e ir a vivir al exoplaneta KIC, como parte del proyecto de intercambio cultural entre ambas razas.

Ocho meses atrás había aterrizado la primera nave espacial, seguida a los pocos segundos de muchas más, en diferentes partes del mundo. Provocaron histeria y entusiasmo, curiosidad y terror.

Por suerte, antes de que los ejércitos atacaran, los alienígenas se comunicaron por medio de ondas electromagnéticas. Todos recibieron un aviso de que venían en paz y con una misión especial: establecer lazos entre ambas especies.

Cuando por fin emergieron de las naves, los alienígenas resultaron tener un físico similar al de los seres humanos. Las diferencias más notables consistían en que todos tenían la misma altura, tono de piel grisáceo, y cabellos blancos. Además, sus ojos eran similares a los de los reptiles por su doble párpado y pupila alargada. En otras palabras, eran perturbadores.

Esas diferencias quedaron olvidadas cuando comenzaron a hablar. Eran cultos, dominaban todos los idiomas y poseían una inteligencia superior a cualquier genio humano. Los científicos de inmediato sugirieron colaboraciones para hallar curas a enfermedades mortales. Los militares sugirieron colaboraciones para desarrollar estrategias que llevaran a la paz mundial. Todos deseaban aprovechar ese caudal de información para sus propios beneficios; es decir, para beneficio de la humanidad.

Los alienígenas entonces propusieron un intercambio. Dejarían un grupo de sus mejores elementos y se llevarían un grupo de voluntarios humanos con el propósito de aprender las diferencias socioculturales en el planeta Tierra. Los únicos requisitos que pusieron fueron que los voluntarios tenían que ser mayores de edad y varones. Si ese primer intercambio resultaba exitoso, en el siguiente aceptarían féminas.

Por eso se hallaban todos esos hombres, dos meses después de esa proposición, en una línea rogando ser elegidos para vivir durante un año en un planeta extraño. ¿Qué los llevaba a ofrecerse de voluntarios? Difícil saberlo. Quizá el hastío por la guerra interminable entre los Estados Unidos y Corea, desde una desgraciada película de la cual ya nadie se acordaba, o los aterradores experimentos con bacterias y virus que habían diezmado un 40 por ciento de la población mundial.

Hansel solo sabía por qué él se hallaba allí con sus pertenencias más importantes en su compactador de fibra solar que colgaba de su hombro derecho y vistiendo sus mejores ropas electrónicas, mientras se acercaba a paso lento al final de la línea.

-¿También vienes a probar suerte? ¿No es excitante? -El chico que hasta el momento de su llegada había sido el último en la línea se había dado la vuelta para hablarle-. Siempre supe que había vida en otros planeta, ¡siempre! -dijo con fervor.

Hansel observó su cabello verde peinado hacia atrás a los lados y hacia arriba en la parte superior, a la vieja usanza, igual que sus ojos verdes delineados en negro. Lo más sorprendente era su ropa retro hippy. Su camiseta verde con un par de ojos en color negro que aparentemente representaban el rostro de los alienígenas, era de algodón, su pantalón negro era vaquero, y sus zapatillas deportivas, que habían sido verdes en otros tiempos, eran de lona con suela de goma. Esa ropa era difícil de conseguir y... costosa.

-Me llamo Ubaldo y no te burles de mi nombre. -El chico extendió la mano y lo miró como retándolo a hacerlo.

Hansel jamás había entendido por qué a la gente le gustaba burlarse de los nombres. Él había sido blanco de muchas burlas durante sus años escolares. -Hansel -dijo, estrechándole la mano.

-Oh. -Fue lo único que salió de la boca de Ubaldo, que lo miró con los ojos muy abiertos, antes de darle unas palmaditas en el brazo a modo de ¿consuelo?

-¿Sabes qué significa tu nombre? Los nombres solían tener significados importantes. No como ahora que la gente carga a sus hijos con cada combinación horrible de letras o palabras. -Ubaldo se estremeció de solo pensarlo-. Mi nombre significa inteligencia y audacia. -Miró a Hansel con una gran sonrisa-. Me gusta leer sobre temas poco comunes -dijo a modo de explicación.

Hansel lo miró sin saber si Ubaldo esperaba algún tipo de reacción o comentario de su parte. -Mi madre dijo que mi nombre significa regalo de Dios. -Se encogió de hombros.

-Oh, ¿eres... um... cristiano, católico, o lo que sea? -preguntó Ubaldo un poco incómodo. Él era agnóstico.

Hansel negó. Su mamá jamás había pisado una iglesia, aunque encendía velas. Hansel suponía que a los santos.

-Bien. -Ubaldo recuperó su viveza-. ¿Qué traes en el compactador?

-Mi ropa... mis cosas. -Hansel miró las manos vacías, con uñas pintadas de verde, de Ubaldo.

-¡Yo también traje mis cosas! -anunció, riéndose y mostrándole su equipaje recostado de la pared a su lado: una antigüísima mochila de lona antigua con imágenes de extraterrestres-. ¿Crees que nos acepten? Porque llevo dos horas aquí y solo han aceptado a uno desde que llegué.

Hansel se encogió de hombros.

-No eres de mucho hablar, ¿verdad? Mi exnovio, el hijodeputainfiel, decía que yo hablaba por diez. -Ubaldo revisó su proyector tridimensional satelital, con una cubierta de alienígenas que imitaba la de los celulares clásicos.

Hansel se rascó el cuello. Se le hacía un poco difícil seguir la línea de pensamiento del chico.

-¿Por qué número van? -preguntó un hombre detrás de Hansel, haciendo que los jóvenes se sobresaltaran.

Ubaldo y él se voltearon a mirar al hombre. Su traje gris electrónico y su iCommunicatorWatch gritaban Ejecutivo.

Hansel dejó que Ubaldo contestara, porque él prácticamente acababa de llegar también.

-No nos dieron número. Según me han explicado, solo dijeron que hiciéramos una línea. Ya llevo dos horas aquí. -Ubaldo miró al hombre de pies a cabeza. Era guapo, aunque jodidamente serio-. ¿Estás aquí por el intercambio o vienes acompañan...?

-¡Maldición! Tendré que llamar a mi oficina y decir que no podré volver en lo que resta de la tarde -refunfuñó el hombre, pulsando los números que aparecieron en la manga de su chaqueta, mientras daba unos pocos pasos para hacer su llamada.

-¿Por qué siempre me atraerán los idiotas? -refunfuñó Ubaldo en voz baja-. ¿Qué edad crees que tenga? -preguntó, pegándose a Hansel para cotillear, pero sin dejar de mirar al serio ejecutivo.

-¿Treinta? -dijo Hansel, encogiéndose de hombros, mirando hacia la línea-. Tenemos que movernos.

-¿Qué? -Ubaldo miró por encima de su hombro-. ¡Carajo!, ¿en qué momento se movieron tanto? -Agarró su mochila y se movió deprisa.

Hansel miró al ejecutivo y luego a Ubaldo que lo llamaba con la mano. -Disculpe, tenemos que movernos. -El hombre no le hizo caso. Él se encogió de hombros y caminó a paso lento, reuniéndose con Ubaldo.

-Dios, sí que eres lento. Temí que fuera a llegar alguien y se parara detrás de mí, viéndome así forzado a pelear por tu espacio. Créeme, no soy hombre de pelea. Mi lema es "Hagamos el amor, no la guerra". -Ubaldo le guiñó pícaramente un ojo.

Hansel se rascó el cuello. -No me hizo caso. -Señaló con el pulgar por encima de su hombro al ejecutivo.

-¡Oye, guapo, muévete! -gritó Ubaldo, logrando que tanto el ejecutivo como varias personas más lo escucharan y miraran.

Hansel se encogió un poco. No le gustaban los gritos, lo ponían nervioso.

-No había necesidad de gritar -refunfuñó el hombre, deteniéndose detrás de Hansel.

-Bueno, guapo, mi amigo Hansel intentó avisarte que la línea se había movido, pero lo ignoraste. -Ubaldo sonrió coquetamente.

El ejecutivo abrió mucho los ojos, dio un paso hacia atrás y carraspeó. -Estaba realizando una llamada -dijo a modo de explicación.

-Te perdonamos -ronroneó Ubaldo, extendiendo su mano-. Yo soy Ubaldo, y él es Hansel. ¿Cómo te llamas, guapo?

El hombre se veía incómodo. Miró de la mano de Ubaldo al rostro del chico, después miró a Hansel y luego a la carretera. Parecía estar analizando sus posibilidades: marcharse o quedarse.

Cuando Ubaldo comenzaba a pensar que lo dejaría con la mano en el aire, el hombre la sujetó. Ubaldo se estremeció. El apretón fue firme pero no triturador.

-Federico Mon...

-No hay necesidad de dar los apellidos -lo interrumpió Ubaldo, acercándose un poco más, quedando justo al lado de Hansel-. Federico, tu nombre significa jefe.

La manera en la que el chico lo dijo, como saboreándoselo, hizo que el hombre soltara su mano y diera otro paso atrás.

Ubaldo se rio. Hansel miró de uno a otro y se rascó el cuello.

-¡Ojalá y todos se mueran! ¡Espero que se los coman vivos! -gritó con despecho uno de los rechazados al salir del edificio, haciendo gestos groseros a todo el que lo miraba.

-Que mal perdedor. -Ubaldo chasqueó la lengua y se volteó a mirar la línea-. ¡Rayos! ¿Cómo es que de repente nos estamos moviendo tan rápido? Llevo poco más de dos horas y apenas nos movíamos -gruñó, agarrando su equipaje y apresurándose a recuperar su lugar.

Hansel caminó detrás de él con toda la calma del mundo. No sabía cuál era la prisa. Todavía faltaba bastante para que les llegara su turno.

Federico miró a Ubaldo y luego a Hansel. -¿Tanta confianza tienen de que serán aceptados?

Hansel lo miró e inclinó la cabeza. No entendía a qué venía esa pregunta.

-Tu compactador y su mochila -señaló el hombre.

Hansel se encogió de hombros. -No sabía si nos dejarían volver a nuestras casas en caso de aceptarnos.

-¡Maldición! No pensé en eso -gruñó Federico, volviendo a pulsar los números-. Mirta, ¿puedes ir a mi casa y preparar mi equipaje? Sí, sí, lo de siempre. De acuerdo, gracias.

-¿Mirta? ¿Estás casado, guapo? -preguntó Ubaldo que se había acercado para seguir cotilleando porque delante de él había un hombre sin hogar que, además de tener muy mal olor, no hablaba con nadie. Y, por supuesto, Hansel ya era su amigo, y Federico no estaba nada mal.

-Me llamo Federico. -No sabía para qué le había preguntado su nombre si iba a seguir con aquello de "guapo" para aquí y para allá.

Ubaldo sonrió angelicalmente. -Lo sé.

Federico suspiró y miró la línea. ¿Personas sin hogar? ¿En serio? ¿Qué podían aportar ellos? Pregunta que lo llevó a volver a mirar a los jóvenes delante de él. ¿Estudiantes? Sería una experiencia enriquecedora para ellos, pero siendo sinceros, dudaba que fueran a aportar algo valioso en el intercambio. Los jóvenes de hoy en día solo sabían hablar de sexo, alucinógenos y fiestas.

-¿Y bien, guapo? -Ubaldo chasqueó los dedos delante de la cara del hombre-. Planeta Tierra llamando a Federico. -Eso le hizo mucha gracia. Tanta que tuvo que agarrarse de Hansel para reírse-. Pla-planeta Ti-ti-tierra -repitió, agarrándose la barriga con la mano libre-. ¿Lo-lo captas?

Federico frunció el ceño. Sí, nada valioso. -¿Y bien qué?

-¿Estás casado? -repitió Ubaldo, secándose las lágrimas.

-Me parece que no es de tu incumbencia. -Federico lo miró serio.

-Ah, vamos, no seas así. Vamos a estar aquí días -exageró Ubaldo.

-Tres horas más -soltó Hansel, haciendo que ambos lo miraran.

-¿Qué dijiste? -preguntó Federico.

-¿Cómo lo sabes? -preguntó Ubaldo a la misma vez.

Hansel se encogió de hombros. Federico y Ubaldo lo miraron un rato en silencio, antes de que Ubaldo volviera su mirada coqueta al hombre.

-¿Vas a dejar a tu esposa sola por un año? ¿No temes que te la roben?

Federico levantó una ceja, pero ni así contestó.

-De acuerdo, si así es como quieres jugar... -Ubaldo se le acercó, deteniéndose delante de él-. Hansel, no dejes que nadie coja mi puesto.

Federico se cruzó de brazos. Típica postura defensiva.

Ubaldo sonrió, mirándolo de arriba a abajo, rodeándolo, haciendo que Federico quisiera darse la vuelta para que no le mirara el trasero, pero aguantándose para no incentivarlo más.

-No tienes aro, tu ropa no huele a perfume de mujer ni tiene rastros de lápiz labial, y tu temperatura corporal no cambió. -Ubaldo le pasó un dedo de hombro a hombro según lo rodeaba hasta volver a detenerse delante de él.

-Eso no significa nada. -Federico sonrió burlón.

Oh, esa sonrisa. Esa sonrisa fue la que motivó a Ubaldo a intentar descubrir todo lo que pudiera de ese hombre.

Hansel agarró su compactador y sacó unos audífonos satelitales. Aquella espera iba para largo y parecía que esos dos iban a estar en ese tira y jala todas esas horas. Escuchar música siempre lo relajaba.

-¿Qué haces? -Ubaldo se asomó por encima del hombro de Hansel, haciendo que volviera a sobresaltarse.

Hansel le enseñó los audífonos.

-Ah, no, no, no. Para escuchar música supongo que tendremos todo el largo y aburrido vuelo. ¿Cuántas horas o días crees que dure? -Ubaldo hizo un gesto con la mano, restándole importancia a su propia pregunta-. Estas horas son para conocernos. -Le quitó los audífonos de las manos.

-Eres un bully -bufó Federico, preguntándose si de verdad los dos chicos eran amigos.

-Si ya te aburrimos, ¿por qué no vas a hablar con -Ubaldo miró la persona que estaba delante del hombre sin hogar-... ese joven?

Hansel abrió la boca para decirle que no lo conocía, cuando fue volteado y empujado. Chocó contra el hombre, que a su vez chocó contra el chico delante de él.

-Lo siento -dijo Hansel y se rascó el cuello.

El hombre se volteó y gruñó, enseñándole sus dientes podridos y amarillos.

-¿Qué su-sucede? -preguntó en voz baja el joven que vestía ropa de fibra solar, igual que Hansel, con la diferencia de que su camisa tenía rayas blancas y azules. Además, Hansel se percató de que el joven usaba espejuelos de montura negra mientras miraba nervioso del maloliente hombre sin hogar a él.

Hansel se encogió de hombros. -Mi amigo me empujó.

El joven frunció el ceño y bajó la cabeza, volteándose para mirar hacia delante.

Hansel suspiró y se salió de la línea.

-¡Oye! ¿Qué haces? -gritó Ubaldo, que junto con Federico había estado observando la "interacción"

-Tengo sed -dijo Hansel, comenzando a atravesar el estacionamiento para cruzar la carretera y entrar a la cafetería del otro lado.

-De acuerdo, espera un minuto que yo también. -Ubaldo sacó dinero de su bolsillo, cuando se le ocurrió otra brillante idea-Oye, tú, joven delante de la persona sin hogar -llamó sin discreción alguna.

El joven miró por encima de su hombro, asustado.

Ubaldo sonrió. -Hola, soy Ubaldo. Este guapo es Federico. El que tiene sed es Hansel. ¿Cómo te llamas, y quieres algo de beber?

-Renato -murmuró por fin el tímido chico mirando después a Hansel. ¿Podría de verdad pedir que le trajera algo?

-Renato, vuelto a nacer. -Ubaldo miró con curiosidad al joven-. Anda, pide en confianza. Él te invita. -Señaló por encima de su hombro a Federico.

-¿Qué? Eres un... -comenzó Federico.

-Shhh, lo vas a asustar. -Ubaldo se volteó y lo miró, haciéndole muecas hacia Renato, que ahora estaba avergonzado.

-Seguro, yo invito. -Federico se preguntó por qué estaba haciéndole caso al molesto de Ubaldo.

-Um, yo... -Renato miró de Ubaldo a Federico a Hansel-. ¿Puedo pedir un té frío?

-Seguro, seguro -le aseguró Ubaldo.

Federico asintió. Hansel se encogió de hombros, acercándose para coger el dinero de Ubaldo y de Federico.

-Tráeme una cerveza bieeeen fría -pidió Ubaldo-. ¿Qué? -preguntó al ver la reprobación en el rostro de Federico-. Hace calor.

-¿Puedes traerme una botella de agua fría? -pidió Federico, ignorando a Ubaldo.

Hansel asintió y se marchó con el dinero, a paso lento.

-Para cuando regrese, la cerveza estará caliente -se burló Ubaldo-. Ven acá, Renato. No creo que importe si vas antes o después de él.

El hombre sin hogar se volteó y le gruñó, volviendo a mostrar su poco saludable dentadura.

Ubaldo frunció la nariz. Federico también hizo un gesto de incomodidad.

Renato lo pensó unos minutos antes de agarrar su bolso negro de fibra solar. Lo cierto era que el hombre sin hogar lo asustaba bastante. Se pasaba murmurando cosas y, aunque no las había captado todas, las que sí había entendido, lo habían puesto nervioso.

-¿Cuántos años tienes, Renato? -preguntó Ubaldo que le daba 18 como máximo, lo que hacía que no cualificara para el intercambio.

-Veinticinco -murmuró Renato, bajando la vista, pasando a mirar los coches.

-¡¿Qué?! -El grito de Ubaldo volvió a atraer varias miradas; algunas de curiosidad y otras de molestia.

-Disculpen -dijo Federico, distrayendo a Ubaldo al alejarse de ellos y caminar hacia un coche que entraba al estacionamiento.

Ubaldo se echó a reír al ver a Mirta. Ella podría ser la madre de Federico, si no fuera una autómata.

-Pensé que había llamado a su esposa, pero esa "mujer" es una autómata -cotilleó Ubaldo, entre risas.

-Podría ser un modelo... hogareño -señaló Renato en voz baja.

-Ah, demonios, no había pensado en eso -refunfuñó Ubaldo, viendo a Federico abrir la puerta trasera y sacar un elegante portatrajes antes de despedirse de la mujer-. ¡No la besó! -señaló triunfante.

Renato se sonrojó y desvió la mirada hacia la cafetería. ¿Podría Hansel cargar solo todas las bebidas? Quizá debió haberse ofrecido a acompañarlo. Se debatía entre cruzar la carretera o esperar allí, cuando Federico se les unió en el momento en que Hansel salía de la cafetería.

Renato sonrió al ver que Hansel venía abrazando con un brazo un envase térmico contra su pecho, mientras bebía del smoothie que llevaba en la otra mano.

-Así que te gustan las autómatas con apariencia... o sea, de edad avanzada -dijo Ubaldo a Federico, que solo levantó una ceja a modo de respuesta.

-Ahí viene Hansel -murmuró Renato.

Los otros dos se giraron a mirar al chico que cruzaba la carretera y el estacionamiento sin prisa alguna.

-Arg, ¿no te lo dije? -Ubaldo trotó hasta alcanzarlo y le quitó el envase.

Para cuando Hansel llegó al lado de los otros tres, ya todos tenían en sus manos sus respectivas bebidas.

-Gracias -dijo Renato en voz baja, mirando rápidamente a Hansel antes de bajar la vista.

Hansel asintió y luego se encogió de hombros.

-Sí, gracias -dijeron a la vez Ubaldo y Federico.

-Oh, estamos sintonizados -ronroneó Ubaldo, ganándose una mirada ceñuda del hombre.

Disfrutaron en silencio sus refrescantes bebidas. Hansel recuperó su radio. Renato se puso a leer uno de sus libros favoritos. Y Ubaldo siguió intentando sacarle información a Federico sobre su estado civil, sin éxito.

Ubaldo luego pasó a interrogar a Hansel y a Renato. Descubrió que Renato se había criado con sus abuelos, ambos ya fallecidos, porque sus padres eran del grupo Médicos sin fronteras; y que Hansel se había criado con su papá y su hermano mayor, quienes estaban en la guerra, porque su mamá falleció cuando él tenía once años.

Logró que Federico les contara que era el mayor de una familia de seis, incluyéndose. Todos sus hermanos estaban felizmente casados y con hijos. Ubaldo no logró descubrir si el hombre también estado casado.

Él, por su parte, les contó que se crió con su madre soltera y dos hermanos mayores, gemelos fraternos. Su madre seguía "soltera", y sus hermanos llevaban varios divorcios a cuesta.

Descubrió además que Renato era un geek de computación, que Hansel era simple, que Federico trabajaba en la Bolsa de Valores, y que él era -según Renato- un friki por su obsesión con todo lo relacionado a los alienígenas.

Tres horas después, tal como había predicho Hansel, llegaron a la puerta del edificio, cansados y muertos de hambre. El hombre sin hogar entró y no salió.

-¿Lo aceptaron? -preguntaron Ubaldo y Federico con cara de disgusto, por diferentes razones.

-El siguiente -dijo un guardia de seguridad humano.

Renato miró hacia atrás a sus acompañantes de las últimas horas. Tenía miedo, no iba a negarlo.

-Nos vemos allá dentro -lo animó Ubaldo, abrazándolo impulsivamente.

Renato se paralizó y luego se sonrojó.

-Suerte -dijo Federico, estrechándole la mano.

Hansel asintió y le apretó un hombro.

Renato respiró profundo y siguió al hombre de seguridad al interior de aquel edificio que significaría un giro de 360 grados en la vida de todos los aceptados.





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