Rosas para Emilia ®

By Virginiasinfin

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Cómo podrías amar al hombre que una vez destruyó tu vida? Cómo enamorarse de alguien que una vez llamaste mon... More

*Sinopsis*
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Rosas para Emilia
Hola!

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By Virginiasinfin

ADVERTENCIA: En Wattpad sólo encontrarás esta historia hasta el capítulo 10. Si quieres leerla completa, puedes adquirirla en Amazon Kindle, Booknet y Buenovela.


-Es decir -dijo el profesor de Composición Arquitectónica mirando su reloj-, que este hombre cada vez que construye un edificio, piensa en él como en un organismo viviente, así como el ser humano. Si se sostiene por sí mismo, es porque está bien hecho... -Miró a todos sus estudiantes y recogiendo sus apuntes agregó: -Eso es todo por hoy, chicos. Nos vemos la próxima semana.

Emilia suspiró con una sonrisa dibujada en el rostro. Amaba esta carrera que había elegido. Le encantaba! Arquitectura! Era un arte tal y como había pensado  desde que era niña. Recogió también sus apuntes, libros y lápices, los metió uno a uno en su mochila y salió al pasillo con el resto de sus compañeros, que iban uno a prisa, otros charlando entre sí.

No era una mochila de última moda, como las de sus compañeras, ni siquiera de la moda pasada; era la misma desde el bachillerato. Sus padres ya estaban haciendo un enorme esfuerzo al pagarle esta universidad, carísima, pero ella les estaba retribuyendo con buenas notas, y enamorándose cada vez más de su carrera. Quería construir edificios, casas, calles, parques. Quería hacer cosas bonitas que el hombre pudiera habitar.

-Emi! –la llamó Telma. Emilia se giró al escuchar la voz de su amiga. Telma llegó a ella un poco agitada, con libros en las manos y su cabello negro y rizado algo alborotado, como siempre-. Caminas muy rápido! –le reclamó.

-Lo siento, no sabía que estarías por aquí. Tu facultad queda al otro lado del campus, no? –Telma hizo un bufido poco femenino.

-Salimos más temprano de lo normal. El profesor abandonó la clase porque su primer hijo está naciendo-. Emilia sonrió. Telma lo había dicho como si en vez, su profesor se hubiese ido a tomar una cerveza con sus amigos.

-Qué desconsiderado –rió Emilia, y se encaminaron juntas a una de las cafeterías.

-Estás libre? –le preguntó Telma mientras avanzaban. Emilia miró su reloj.

-En unos minutos empezará mi próxima clase –contestó mientras se sentaban a una de las mesas y Emilia sacó uno de sus libros para hojearlo.

-No te pongas a estudiar. Estoy frente a ti y busco conversación, sabes?

-Pero tengo que hacerlo. Los exámenes son en un par de semanas.

-Vamos, por una vez! Qué es eso? –señaló Telma. Emilia miró a donde apuntaba su amiga, y vio una hoja en el interior del libro que tenía en la mano y que se había salido un poco.

Suspiró al ver de qué se trataba. Era un dibujo a lápiz. Un dibujo de rosas, rosas por todos lados, en diferentes ángulos, en carboncillo negro y siempre traían las mismas palabras: Para Emilia.

-Emi, es hermoso! –exclamó Telma-. Tienes un admirador?

-Un acosador, diría yo –suspiró Emilia echándose atrás el flequillo de su castaño cabello-. Esta es la quinta vez que recibo un dibujo como este.

-Pero es hermoso. De verdad, Emi. No sabes quién te las envía?

-No –respondió Emilia haciendo una mueca-. Nunca tienen remitente, aparecen entre mis libros y nunca nadie ve quién la metió allí. Ya hasta me avergüenza hacer el interrogatorio cuando aparece; no hacen sino reírse porque tengo un admirador secreto.

-Y por qué se ríen?

-Tener un admirador secreto está pasado de moda –rió Emilia. Telma miró a su amiga con ojos entrecerrados. Ciertamente, tener admiradores secretos no era lo que regía hoy en día; si alguien te gustaba, ibas y se lo decías, y esta norma aplicaba para ambos sexos. En la universidad era muy fácil dejarse llevar en cuanto a romances se refería, ella misma había tenido ya un par de novios, unos más ansiosos que otros por llevarla a la cama. Era sólo que Emilia parecía ser de otro planeta.

Sabía de primera mano que un chico se le había acercado hacía poco, pero ella lo rechazó diciéndole que simplemente estaba concentrada en sus estudios y no quería distracciones. Un novio sería una distracción innecesaria, y al oír eso, el chico dio la media vuelta bastante aburrido por la respuesta.

Y Emilia no había recibido más propuestas.

No era fea, pero tampoco era de las que destacaba entre las demás mujeres. Era... normal. Tenía ojos café como la gran mayoría de los pobladores del mundo, era delgada y de buenas formas, aunque más bien bajita. Su cabello era castaño, abundante y largo, eso sí era hermoso de ver.

-Me estás mirando raro, Telma –murmuró Emilia sin levantar la vista del dibujo de rosas.

-Sólo busco los atractivos que pudo ver en ti tu acosador secreto –Emilia se echó a reír.

Era su amiga desde la infancia, vivían en la misma ciudad y en el mismo barrio, habían estudiado en la misma escuela, y juntas se habían propuesto ser profesionales. Ambas estaban sacando su sueño adelante. Con mucho esfuerzo, pero lo estaban consiguiendo. Estaban ya en su segundo año universitario, y si bien era cierto que se veían muy poco, seguían siendo amigas.

Se enredó entre los dedos uno de sus rizos pensando en que Emilia no era muy afortunada al tener un admirador secreto, porque, de qué le servía a una mujer tener uno? No era mejor que se declarase y saber así si tenía oportunidad o no? Tal vez el chico era extremadamente feo, o era muy tímido, o era de esos que se consideraba inadecuado, con la autoestima por el suelo. Quién sabe?

Aunque dudaba que si el pobre se declaraba, tuviera una oportunidad; para Emilia Ospino lo primero ahora mismo era su carrera, lo segundo su carrera, y lo tercero su carrera. Estaba empeñada en ser una gran arquitecta, y sacar a su familia adelante.

Era admirable, ella era de las pocas que en verdad había entrado a una universidad privada para estudiar, y no para buscar novio o marido rico.

La vio pasar el dedo por una de las rosas, y luego mirarse la yema. Ésta estaba limpia, lo cual indicaba que el pintor de las rosas había tenido el cuidado de aplicarle fijador para que no manchase todo alrededor, ni se dañara el dibujo.

-Pero no cabe duda de que sea quien sea, sabe dibujar. Tal vez es de tu carrera.

-Sí, tal vez, pero no lo he podido descubrir.

-Si analizas los momentos en que descubres el dibujo, tal vez puedas hacerte a una idea de quién es...

-No he podido establecer un patrón hasta ahora, a veces descubro el dibujo cuando ya estoy en casa.

-Mmmm... estás asustada? –le preguntó Telma, y Emilia se quedó mirando el dibujo. Las rosas en esta ocasión parecían más bien la fotografía tomada desde arriba de un rosal. Detrás de ellas se advertían las hojas dentadas y los espinos. Sin embargo, las rosas en sí eran de una precisión inquietante. No había problemas de perspectiva, ni de proporción. Eran preciosas.

Podría ella sentir miedo de alguien que era capaz de hacer algo tan hermoso como esto?

Sonrió.

No había encontrado un patrón en las entregas, pero sí había descubierto uno en los dibujos; las rosas iban aumentando en número cada vez que recibía una, y este que tenía en las manos tenía cinco rosas, unas abiertas, otras aún en capullo. Alguien le estaba enviando un mensaje, y ella no era capaz de descifrarlo.

-No, no estoy asustada –dijo con una media sonrisa-. Tengo el presentimiento de que pronto sabré quién me las envía.



Rubén Caballero estacionó su auto con cuidado y salió de él mirando que no se hubiese salido de los límites... y que el auto no estuviera rayado.

Era su primer auto, era nuevo, y era un regalo de su padre por haber sido premiado por su proyecto de fin de carrera en la universidad.

Su padre había alardeado de ello frente a sus amigos, y había insistido en hacerle una fiesta. Afortunadamente, entre su hermana y él lo habían convencido de lo contrario, y en vez de eso, le había dado un auto nuevo.

-Está bien, está perfecto –dijo alguien tras él, y Rubén se giró a mirarlo. Eran Andrés y Guillermo, dos de sus compañeros de clase. O más bien, ex compañeros de clase. Pronto se graduarían, y seguirían sus vidas por separado.

Aunque sospechaba que estos dos no querían que fuese así. Su padre, Álvaro Caballero, era el socio mayoritario y presidente del CBLR Holding Company, una empresa dedicada a la construcción, y que iba en alza desde los últimos veinte años. Ellos querían, muy seguramente, que se tuviera en cuenta su amistad para tener una oportunidad y entrar a trabajar allí. Lo que ellos no sabían era que en lo referente a la empresa, su padre no se dejaba influenciar por este tipo de cosas, y si así fuera, la respuesta sería no. Álvaro había detestado a este par desde que los había conocido. Le había faltado muy poco para prohibirle a él juntarse con ellos, como si fuera un niño de quince, cuando ya tenía veintitrés.

Les sonrió y caminó hacia la entrada del edificio colgándose en el hombro los tubos de planos que siempre llevaba consigo.

-Vas de afán? –preguntó Andrés.

-Un poco –contestó Rubén-. Me retrasé por el tráfico y...

-Queríamos invitarte a una fiesta el otro fin de semana en casa de uno de los muchachos –dijo Guillermo sin perder tiempo y ubicándose a su lado, avanzando también.

-Una fiesta? –sonrió Rubén un poco inseguro.

-No te pongas así, es sólo la fiesta de graduación de Óscar.

-Ah... pero él no me invitó a mí.

-No?

-Y qué importa? –dijo Andrés-. Todo el curso va a ir.

-Bueno...

-Ah, ya veo que vas a decir que no... otra vez. Rubén, cuántos años tienes? Eres un niño acaso? En serio vas a terminar tu vida universitaria así?

-Así cómo?

-Sin divertirte!

-Mi vida universitaria no acaba aún –contestó Rubén sacudiendo su cabeza, y avanzó por el lobby del edificio hasta llegar al ascensor.

-Nos graduamos en un par de días, a mí me parece que el grado es el fin de la vida como estudiante.

-Pero yo seguiré estudiando –sonrió Rubén, como excusándose por ello.

-Ah... -Guillermo miró al techo disimulando que había blanqueado sus ojos.

Era insufrible, este chico era insufrible. Un auténtico hijo de papi y mami. Rico, bien vestido y peinado, nerd. Durante la mitad de la carrera lo había traído a clases el chofer de la familia, luego, el niño había venido en uno de los autos propiedad de los mismos, y ahora tenía el suyo propio. Siempre iba de punta en blanco; obtenía las mejores calificaciones, y los profesores no hacían sino lamerle las suelas, y el culo también, tal vez.

Sin embargo, aquí estaban él y Andrés, lamiéndole las suelas también. Necesitaban urgentemente un lugar donde emplearse luego de graduarse, y hasta el momento, no habían obtenido propuestas de ningún lado. No quedaba más que pegarse a este ricachón a ver si había suerte. Pero hasta el momento, nada.

Lo habían invitado a fiestas, le habían presentado mujeres, habían intentado engatusarlo de una y mil maneras, y, si bien había cedido un poco, y en una ocasión hasta habían ido a estudiar a su casa (su villa! Era una mansión!), no lo tenían aún donde querían.

-Aun así –siguió Andrés-, es el fin de la vida como estudiante de Óscar, y quiere celebrarlo. Si tú hicieras una fiesta así, querrías que tus compañeros celebraran contigo, no?

-Ah, bueno...

-Y a propósito –intervino Guillermo apoyando su mano en su barbilla como si se estuviera acariciando la barba-. No nos has invitado a tu fiesta de graduación.

-Es que... es algo... familiar. No se invitó a nadie, prácticamente.

-Pero somos tus amigos, no?

-Vaya, nos estás dejando por fuera –suspiró Andrés. Rubén se mordió un labio mirándolo.

-No importa. No somos de su círculo social, de todos modos.

-No es por eso...

-A nosotros nos corresponde ir a fiestas más comunes, como la de Óscar...

-No sean tontos –sonrió Rubén. Se rascó la cabeza. Su madre lo mataría por lo que iba a hacer, pero sintió que se quedaba sin opciones-. Vale, está bien. Están invitados.

-Yay!

-Debemos ir de traje? –Rubén apretó sus labios.

-Sí, me temo que sí.

-No importa.

-Llevaré regalo también, eh?

-No, eso no es necesario.

-Y qué dices, vas a la de Óscar? –Rubén lo miró meditando seriamente en ello. Tal vez debía ceder un poco. Estaría en vacaciones, podía relajarse, tomárselo con calma, y ellos tenían razón al decir qué poco se había mezclado con sus compañeros a lo largo de la carrera. Quizá era un poco tarde para empezar, pero tal vez cambiaba algo la impresión de niño elitista y esnob que se habían formado de él.

-Qué dices? –presionó Guillermo, había visto que el chico aflojaba.

-Bueno... no sé dónde es...

-Ah, de eso no te preocupes, te enviaremos la dirección por correo.

-No tienes que ir con traje y corbata –rió Guillermo-. Ropa casual estará bien.

-Vale...

-Tampoco es necesario que lleves regalo...

-De acuerdo... -Andrés y Guillermo se alejaron riendo aún, y Rubén suspiró. En el pasado había cometido esos errores, había ido con traje a una fiesta donde todos estaban en jean y camisetas, y llevado un regalo con moño incomodando así al anfitrión. Era cierto que le faltaba mucho mundo, y tal vez sus compañeros tenían razón cuando decían que era un hijo de papá. Pero así lo habían criado. Tenía él la culpa de eso?

Ingresó al ascensor recordando que ya iba un poco retrasado, y mientras las puertas se cerraban, se miró a sí mismo revisando que todo estuviera en su lugar. Esta cita era importante.


-Estúpido engreído –murmuró Andrés en cuanto el ascensor hubo subido-. No lo soporto.

-Oye, qué culpa tiene el niño de haber nacido en cuna de oro? –se burló Guillermo tomándolo del hombro para que le siguiera.

-Si no fuera porque de verdad quisiera entrar a trabajar en ese Holding... No hay otra manera de entrar más que lamiéndole las botas a ese estúpido.

-Esperemos que en esa fiesta afloje un poco más. Hay que pensar en un plan.

-Se me vienen unas cuantas ideas a la mente –rió Andrés, y siguieron el sendero que los llevaba a uno de los restaurantes del campus.


Rubén se detuvo en uno de los pasillos del cuarto piso cuando vio allí a Emilia Ospino. Quedó paralizado, y cuando ella se movió en dirección a él, se dio la vuelta dándole la espalda.

Ella dejó un halo de perfume de rosas al pasar, y él cerró los ojos disfrutándolo. Luego volvió a mirarla mientras hablaba con otra compañera acerca de las asignaturas que debía matricular para el próximo semestre.

Apoyó la cabeza en la pared que tenía al frente cuando quedó solo en el pasillo y apretó los dientes. Debía ser paciente, debía esperar, pero qué difícil era!

Miró el lado por el que ella se había ido esperando que todo lo que en él se había agitado volviera a la calma.

Conocía a Emilia desde el día en que había entrado a la universidad. Ella se había matriculado en una asignatura optativa y habían coincidido allí.

No era un enamoradizo, y la universidad estaba llena de chicas hermosas, pero había algo en ella que simplemente fue atrayéndolo hasta que quedó allí, atrapado en esa red. Pero cuando se decidió a acercársele y decirle lo que sentía, la escuchó rechazar a otro chico.

-No es personal –había dicho ella-. Eres guapo y me caes bien, pero no estoy pensando ahora mismo en el amor, ni nada de esas cosas. Estoy concentrada en mis estudios, eso es lo más importante para mí.

-Pero me gustas –había insistido el chico-. Tal vez podría hacerte cambiar de opinión cuando veas cuánto me gustas de veras.

-Por favor no insistas. Tengo un objetivo claro en la vida, y no es el amor o el matrimonio. Ahora mismo, un novio sería una distracción innecesaria.

-Podría hacer que te enamores de mí!

-No, no podrás... sólo conseguirás que me enfade-. Pero ya parecía enfadada, sonrió Rubén entonces, compadeciéndose del chico que estaba siendo rechazado tan tajantemente.

Si se le acercaba ahora, no conseguiría sino entrar a su lista negra. Había comprendido que debía esperar si quería una oportunidad, pero no se resignaba a quedarse completamente cruzado de brazos; ella era la primera mujer que de verdad le había gustado así tan seriamente en toda su vida, así que, silenciosamente, estaba intentando meterse en su mente.

Respiró profundo sacudiendo un poco esos pensamientos, y se encaminó a la oficina del decano que lo esperaba. Debían hablar del posgrado que empezaría dentro de poco.


-Llegué –anunció Emilia entrando en su casa y encaminándose directamente a su habitación. De la cocina salió su madre secando un vaso con un trapo.

-Saluda como se debe, jovencita –le reclamó Aurora. Emilia tuvo que darse la vuelta, y caminó a ella para que le dieran el beso en la mejilla.

-Buenas noches, mamá.

-Eso es. No te vayas a encerrar en tu cuarto. Tu papá llegará en unos minutos.

-Vale...

-Emilia, es en serio. Anoche nos dejaste la cena servida, y para cuando bajaste, ya estaba fría.

-Prometo cenar con todos esta noche –dijo Emilia desde el segundo piso, y entró a su habitación. En la habitación de al lado, seguramente estaba su hermano Felipe jugando a sus videojuegos. Desde acá se escuchaban las explosiones y la música electrónica que le acompañaba.

Dejó su mochila sobre su cama y se tiró boca arriba en ella mirando el techo acusando el cansancio de aquél día, y de los anteriores. Necesitaba mejores notas, subir su promedio. Había escuchado de empresas que becaban o favorecían a estudiantes brillantes, necesitaba ser mejor.

Pero estaba haciendo todo lo que podía con sus escasos recursos. Otros tenían todos los libros que pedían, todos los materiales, ella estaba prácticamente trabajando con las uñas.

Su familia era como cualquier otra, de clase trabajadora, propietarios únicamente de esta casa que había sido pagada a plazos. Su padre era un maestro de construcción que se iba bien temprano a su trabajo y volvía bien tarde cansado, lleno de tierra y manchas de concreto que se había secado sobre su uniforme. En alguna ocasión lo acompañó a ver las estructuras que con sus propias manos había ayudado a levantar, y así se había enamorado de la arquitectura. Su padre no era profesional, sólo un obrero que se había hecho un lugar en ese mundillo gracias a su inteligencia y experiencia.

-Hey, llegaste –saludó Felipe entrando a su habitación, y ella abrió los ojos para mirar a su hermano sentarse en la silla de su escritorio y mirarla con una sonrisa.

-Estoy cansada.

-Es que no duermes. Anoche vi la luz encendida casi hasta las dos. Qué hacías?

-Estudiar.

-Te vas a matar. Ni comes-. Emilia elevó una de sus cejas y se sentó mirándolo.

-Qué buscas aquí?

-Yo? Nada.

-Felipe... -El joven tomó aire, y Emilia cerró un ojo preparándose para la explosión de palabras que le siguió:

-Me invitaron a una finca este fin de semana con unos amigos del colegio y estoy seguro de que si le pido permiso a papá me dirá que no, no, no, y quiero iiiir!!! –Emilia se echó a reír.

-Y quieres que yo le pida permiso por ti?

-Por favooooor –Felipe juntó sus manos en una súplica, e incluso cayó de rodillas frente a ella. Emilia rió con más fuerza-. Ten compasión!

-Quiénes son esos amigos?

-Juan Ca, Johan, Juan Se.

-Mmm... y cuál es la finca –Felipe siguió dando los detalles hasta que se hizo la hora de la cena. Ya en la mesa, Emilia hizo caso de los mensajes que su hermano le hacía con los ojos y habló acerca de lo genial que era que a Felipe lo hubiesen invitado a una finca con sus amigos.

Antonio era un hombre severo, pero bastante justo, y luego de interrogar a su hijo de quince años acerca de qué, con quién y dónde estaría, le dio el permiso que necesitaba.

-Me debes la vida –le susurró Emilia a Felipe, y éste le sonrió mostrándole toda su dentadura; ahora mismo no le importaba mucho la deuda que había contraído con su hermana.


-Aburrido –susurró Andrés mirando a Guillermo de reojo-. Esto es mortalmente aburrido-. Guillermo rió entre dientes.

Rubén había tenido razón. Su fiesta de graduación no había sido tal, sólo una cena con unos pocos amigos y familiares, música de violines en vivo y vinos caros. Al menos eso podían disfrutarlo.

-No te quejes mucho, la hermana está buenísima-. Andrés miró a la joven que antes le habían presentado. Viviana Caballero, se llamaba. Ah, era preciosa, increíblemente parecida a su hermano menor, pero en ella esos rasgos eran delicados, armoniosos, preciosos.

-Pero está prometida, no? Mira, el tipo no le quita la mano de encima-. Roberto Solano tenía su mano posada en la cintura de su novia ahora mismo mientras hablaba con otro personaje con aspecto igualmente aburrido y esnob, como los de todos aquí.

-Crees que si le digo de fugarnos, me haga caso? –bromeó Andrés, y Guillermo se echó a reír. En el momento llegó Rubén a ellos.

-Sé que esto no es lo que ustedes llaman fiesta –se excusó él-. Intenté advertirles, pero...

-Bromeas? Esto está muy bien. Quiero decir... nunca había comido caviar. Es genial-. Rubén sonrió mirándolos. No entendía por qué se esforzaban tanto en ser sus amigos, casi desde el inicio de la carrera habían intentado meterse a la fuerza en su círculo, y ya una vez les había tenido que explicar cómo era la cosa aquí.

Él, Rubén, no era rico, los ricos eran sus padres. Ese concepto les quedaba terriblemente difícil de comprender, pero lo cierto era que no tenía libertad financiera. Tenía una asignación mensual que debía alcanzarle para todos sus gastos universitarios, su ropa, su transporte, y a veces, hasta su comida, pues los estudios le exigieron en algunas ocasiones comer por fuera, y hasta viajar. Si se quedaba sin dinero a final de mes tenía dos opciones: pedirle prestado a su papá, que luego se lo descontaba, o a su mamá, que a veces simplemente le sonreía y le decía que no. Era verdad que algún día heredaría, y entonces tendría dominio de todo, pero mientras tanto no tenía siquiera el poder de uno de los empleados.

Y mucho menos podría contratar, o influenciar para que se contratase a un par de amigos. Ellos tendrían que ganarse ese lugar con sus méritos, pero hasta el momento Andrés y Guillermo seguían haciendo presión sobre él. No comprendían que no podía ayudarlos en eso.

Por otro lado, era frustrante que sus amigos más insistentes sólo lo buscaran por eso.

-Andrés y Guillermo, no es así? –preguntó Álvaro Caballero llegando. De inmediato, Andrés y Guillermo enderezaron sus espaldas mejorando así su postura.

-Señor –saludó Andrés bajando su cabeza casi en una reverencia. Álvaro sonrió.

-Ahora son arquitectos también, no? –le preguntó a su hijo.

-Sí –contestó Rubén mirando a su padre. Tenían la misma estatura, y el mismo cabello castaño claro, aunque el de su padre estaba un poco encanecido. Ahora mismo, miraba a Andrés y Guillermo con algo que, más que interés, parecía suspicacia-. Se graduaron al igual que yo –agregó.

-Mmm, qué bien. Me interesaría mucho ver sus currículums.

-De verdad? –preguntaron Andrés, Guillermo y Rubén al tiempo.

-Claro que sí. Los espero el lunes en mi oficina. Me aseguraré de apartar unos minutos para conversar con ambos-. Y dicho esto, les dio la espalda alejándose. Andrés y Guillermo se miraron el uno al otro. Qué importaba ahora que la fiesta hubiese estado aburrida? O que la posibilidad de que Viviana Caballero se fugara con uno de ella fuera de una entre diez mil millones? Qué importaba lo mucho que odiaran a Rubén y su suerte en la vida?

Todo el tiempo que habían invertido tratando de llegar a ese niño rico había valido la pena. Tenían un lugar en la CBLR Holding Company!!


N/A: El primer capítulo de Rosas para Emilia! Gracias por leerlo. Ya sé que la historia no suelta ningún bombazo en el primer capi como de pronto ya están acostumbrados, pero también sabemos que no todas las historias se desarrollan de la misma forma.

Te espero en el siguiente capítulo y no olvides dejar tus comentarios, que son muy importantes para mí. Y tus votos!


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