Amelie Moore y la maldición d...

By siriusblack33

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Hasta sus once años, Amelie fue una chica muy normal... o creyó serlo. Por más asombroso que parezca, ella t... More

Sinopsis
Advertencia
El día en que todo cambio
Más allá de la plataforma 9 ¾
Sexto año
Volar en escoba, por Amelie Moore
Entre cazadores y capitanes
-NotadeAutora-
¡GUERRA!
Vacaciones de mal genio
El enigma de la mujer de la fotografía
Zorras por Francia
Las tres D
La mejor no cita del universo
Programa de infidelidades
Baile de pociones (Parte 1)
Baile de pociones (Parte 2)
Gwenog Hera Moore
Compañeras de cuagto
-NotadeAutora-
Pica-pica
Lily Evans
Séptimo año
Jamelie
Jodidas debilidades
Bufandas para el frío
El plan
La asquerosa mariposa del amor
Otra vez... ¡¿Qué?!
Visitas inesperadas
Los Weasley
Si ella lo dice...
Por ti
La trágica historia de una patética pelirroja friendzoneada
Desde James
Tercera, la vencida
El clásico
Chicles de sandía (Parte 1)
Chicles de sandía (Parte 2)
Albus Potter y la maldición de los Potter
One-Shots
PLAGIO

Epílogo

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By siriusblack33

1 año y tres meses después...

James gruñó por quincuagésima vez y, de un arrebato, apagó el televisor, al tiempo que lanzaba el mando hacia la puerta. De una patada, golpeó las sábanas para deshacerse de ellas y, furioso como había estado los últimos días, caminó rengueando hacia la puerta.

Nada más abrirla, se encontró con la ceja alzada de Paris.

-No aprendes nunca, ¿eh?

-Púdrete -refunfuñó, tratando de pasar sobre ella.

Y, lo hubiera logrado o no, Paris colocó su pie derecho sobre sus piernas a último momento, provocando que trastabillara y cayera de boca al piso. Desde el suelo, James gimió con dolor y fulminó a Paris con la mirada.

-¡Loca de mierda! ¡Me retas porque me levanté de la cama y ahora me haces tropezar! ¡¿Eres idiota?!

-Hey, calma los humos.

Mascullando un par de maldiciones, James se enderezó y, sentado en el piso, comenzó a masajear su pierna derecha. Le dolía como la mierda.

Le gustaba más cuando estaba en el hospital. Maldito el día en que lo enviaron a casa de sus padres, porque estaba todo el maldito día vigilado por Paris, Albus y Lily, que lo mantenían encerrado en su vieja habitación como si fuera una cárcel. Lo peor de todo era que en el hospital pedía algo y se lo traían enseguida, mientras que en su casa, sus hermanos lo mandaban a cagar hipogrifos cuando tan sólo quería un vaso de agua. Las mañanas eran un infierno, pero a la tarde, al menos, estaba su madre.

-¿Qué ocurrió ahora? -inquirió Albus, saliendo de su habitación con los lentes en la punta de su nariz y un libro en mano.

-Nada que te importe.

Albus se encogió de hombros y se apoyó en el marco para seguir leyendo. Ahora era malditamente más fuerte y alto que él, algo que a James le pegaba en el orgullo.

-Levántate del piso y vuelve a la cama -ordenó Lily monótonamente, llegando a la cima de la escalera sin despegar la vista de su celular.

-¿Puedes dejar ese aparatito?

-¿Puedes dejar tu estupidez?

-Touché -exclamaron Paris y Albus al unísono.

Dando un gritito exagerado y frustrado, James tomó con fuerza sus cabellos azabaches y tiró de ellos. Golpeó el suelo con el puño cerrado, calculando mal su fuerza y provocando que un fuerte dolor se extendiera por toda su mano. Se mordió el labio para contener sus ganas de gritar y, sin proponérselo, también se lo partió, sintiendo el sabor metálico de la sangre escurrirse entre sus dientes.

-Todo me sale mal -lloriqueó.

-Todo sería mucho más fácil si lograrás quedarte tranquilo dentro de la habitación, obedeciendo a los médicos -le recordó Paris-. Si no te mueves, se curara mucho más rápido, James.

-Aun así no podré volver a jugar de acá a un año.

Se tiró de panza al piso, ocultando su cara entre sus brazos. Últimamente, no hacía más que comportarse cómo un niño pequeño, cuando debería ser un adulto hecho y derecho. Sin embargo, eso era mucho pedirle cuando su entrenadora del Puddlemere le había prohibido jugar hasta dentro de un año culpa de la estúpida lesión que había tenido.

¡James Sirius Potter sin Quidditch! ¡Sonaba como el infierno!

-Albus, un consejo: nunca pero nunca intentes proponer matrimonio frente a todo un estadio -indicó, señalándolo seriamente-. Bah, no sé qué te digo si todos sabemos que eres un asco para el Quidditch.

-¡No soy un asco! -reclamó Albus.

-Nunca llegarás un equipo, así que tú toma mi consejo, Lily.

-Sí sabes que soy mujer y que nunca tendré que pedirle casamiento a nadie -repuso la pelirroja, alzando la mirada de su celular con una expresión de desconcierto.

-Sí sabes que soy una mierda dando consejos -replicó James, encogiéndose de hombros y volviendo a esconder la cabeza entre los brazos.

-Y no olvides que también eres una mierda con las oportunidades.

Gruñó, pero no dijo nada. Después de todo, París tenía razón: era una mierda para las oportunidades. Siempre que intentaba algo, le salía mal, pero aquella vez su mala suerte se había ido al carajo. ¿Tanto era pedir terminar el partido bien, como siempre, para tan sólo proponerle casamiento a Amelie frente a todo el estadio?

Pero no. Tuvo que estrellarse contra el piso con su escoba y lesionarse la pierna sólo por sacarle la Quaffle a Hallie Zabini a unos minutos que el árbitro pitara fin de tiempo. Habían ganado, por supuesto, pero en el momento en que debería haber estado agachándose frente a Amelie, había estado tirado en una camilla, medio moribundo.

Luego de eso, lo habían trasladado a San Mungo, algo que al final no había resultado tan malo, considerando que podría ver a Amelie más que como una visita, ya que ella trabajaba y se pasaba la mitad de su tiempo allí. Era el único lado positivo, por supuesto.

El último día que se encontró allí, pensó en pedírselo frente a todos sus compañeros de trabajo, pero en cuanto consiguió mantenerse de pie con ayuda de otros medimagos, Dean entró chillando y lloriqueando, con la Quaffle marca Wood padre impregnada en el rostro.

Enfadado por la inocente interrupción de su amigo, James había maldecido y pateado un armario, provocando que el tendón lesionado volviera a dolerle, obligándole a quedarse una semana más en el hospital. Finalmente, en cuanto recibió el alta, Ginny y Harry habían ido a buscarlo bajo el pedido de Amelie. Considerando que James no sabía cuidarse y que toda su ira le traía malas consecuencias, su novia había preferido que se quedara en casa de sus padres, dado que si volvía al departamento que compartían, él pasaría la mitad del día solo a causa de su trabajo como medimaga.

-Para la próxima deberías escuchar a Amelie y tratar de jugar con más cuidado -aconsejó Lily.

-¡Sí, eso hago!

Paris alzó una ceja, incrédula.

-James, no hace más de un año que estas en el equipo y ya te has lesionado.

-Perdona, querida -dijo James con altivez-, pero ese único año hemos ganado la copa gracias a mí.

-Y, al parecer, así seguirán si tú sigues desobedeciendo.

James soltó otro grito frustrado y trató de incorporarse, pero luego de la zancadilla de Paris, la pierna había vuelto a dolerle a horrores, por lo que no alcanzó a estar de rodillas que ya volvió a caer de culo al piso. Sus hermanos y la francesa soltaron una carcajada.

-¿Es que no piensan ayudarme?

Albus y Paris compartieron una mirada para luego ladear la cabeza y seguir a Lily al piso de abajo, dejando a James tirado en el piso.




-Lo estoy diciendo en serio, no puede seguir haciéndose el indiferente conmigo... seguro que ya ha encontrado otra... ¡Obvio! ¡Es por eso que no insiste más! Es un idiota –suspiró profundamente y deslizó el codo que estaba apoyado en el mostrador hasta recostar toda su cabeza sobre este.

Amelie rodó los ojos al ver como los cabellos de Hallie se desparramaban hacia todos lados, y siguió acomodando los papeles de su trabajo. Su secretaria estaba llegando tarde de nuevo y le importaba muy poco el breve tiempo que había empezado a trabajar para ella: tenía que hablar seriamente con el jefe de San Mungo para que le hicieran un cambio. Roxanne no podía llegar cuando se le antojara.

-Sabes que no lo hace por eso: él está cansado, Hallie. Mira, sé que Fred es un idiota y todo eso -creo que ya he escuchado ese cuento veinte mil veces-, pero el problema eres tú. Así que me parece que ya va siendo hora de que abandones un poco esa testarudez y afán por hacerte la difícil.

-No me hago la difícil –replicó la rubia-. Yo soy difícil.

Desesperada y agotada porque trajera sus problemas al trabajo, Amelie alzó ambas cejas en señal de disgusto. Ya habían hablado un montón de veces de lo mismo y no había manera alguna de que entendiera que ella no tenía la razón. El pobre Fred se había pasado todo el tiempo tras ella y, obviamente, dedujo muy bien que la única forma que le quedaba porque Hallie admitiera un poco de su amor a él, era abandonar su coqueteo al menos por un par de días.

Por supuesto, en el poco tiempo, Hallie había estado muerta de desesperación. Era notable que lo extrañaba un montón, aunque no lo admitiera. Había ido al despacho de Amelie catorce veces en los últimos cinco días: en una de las tantas visitas, entró cuando la pelirroja estaba atendiendo a Gilderoy Lockhart, quien, por suerte, estaba tan chalado de la cabeza que atendió los problemas de Hallie en lugar de Amelie sin queja alguna.

Cuando Amelie había formado una pila de todos los turnos que tenía por atender hoy y toda la información nueva que había llegado, Roxanne se dignó a aparecer.

-¡Al fin! –exclamó Amelie-. ¡Ya te he dicho, Roxanne, que a la próxima no dudaré en hacer que te echen!

-Sé que tus amenazas valen mierda, Moore –musitó la muchacha, tomando asiento en su lugar tras el mostrador-. Además, la culpa esta vez fue de Dylan. Él se tardó en llevarme.

-Me importan tres hipogrifos si tu noviecito es el de la culpa o no –gruñó Amelie-. Ya me ha dicho la doctora Adams que los ha encontrado frente a la puerta de su consultorio comiéndose a besos cuando era tu horario de trabajo.

-¡¿Hablas con Adams?! –inquirió Hallie, sorprendida.

-¡Hey, cuñada! –saludo Roxanne, alzando la mano para que Hallie la chocara.

Pero la rubia no lo hizo. En vez de eso, rechinó sus dientes y rodó los ojos.

-¡Ya te he dicho que no, Rox! Sabes que a ti te aprecio mucho y eso es porque no compartes nada de parecido con tu hermano.

-¡Oye, gracias! –exclamó la aludida-. Puedo entenderlo.

Suspirando profundamente y obligándose a concentrarse, Amelie comenzó a caminar con los papeles a dos manos hacia la puerta de su consultorio. La abrió cuidadosamente tratando de que nada se le cayera de los brazos y, antes de atravesar el umbral, se volvió nuevamente a su secretaria.

-Completa la ficha de Dean Finnigan que en unos segundos iré a controlarlo –le exigió, achinando los ojos para poder ver la hora en el reloj de la pared-. Hallie, no entres cuando esté con pacientes, ya sabes que no es correcto... y... ¡Ah, sí! Roxanne, no dejes pasar a Eric Corner otra vez a mi consultorio, juro que en cuanto vuelvas a hacerlo exigiré tu renuncia si es que James no se ha encargado de ti antes.

-¿James con su pata coja? –rio Roxanne, pasando las páginas de Corazón de Bruja.

Realmente le había tocado la peor secretaria del mundo... por no mencionar que Hallie volvió a escabullirse a su despacho a los pocos segundos.

-¿Puedo acompañarte a ver a Dean? Me aburro aquí.

-Para empezar –musitó Amelie, tomando la ficha médica de Dean y revisando los últimos puntos-: no deberías estar aquí.

-Sabes que no tengo nada interesante que hacer hasta los entrenamientos.

Las Arpías de HolyHead solían entrenar a la tarde, razón por la que Hallie siempre estaba libre para visitarla en su turno. Sin embargo, la rubia sólo venía cuando estaba peleada con Fred, porque si no, solía tener el resto del tiempo ocupada en él.

Y ya decía que no lo quería...

Hoy tenía muy pocos pacientes en comparación a otros días, por lo que podría irse antes si hacía bien su trabajo. Aun así, en cuanto saliera de San Mungo tendría que seguir atendiendo: a James. Porque él era peor que los niños pequeños cuando tenía algún problema.

Agradecía enormemente que Paris, Albus y Lily estuvieran de vacaciones, porque de esa forma tenía alguien que lo cuidara por la mañana. Ya a la tarde, Amelie podía hacerse cargo, con la ayuda especial que le brindaban Harry y Ginny. A decir verdad, era algo incomodo vivir en casa de sus suegros cuando tenía un departamento junto a James, pero con alguien tan inquieto e hiperactivo como él, que parecía no importarle su lesión, era imprescindible el que estuviera vigilado las 24 horas del día.

Decidida a relajar un poco su estrés y ocupar el tiempo de preocupación por su novio en otro momento, le indicó a Hallie con un movimiento de cabeza que la siguiera.

Caminó por los pasillos del hospital apresuradamente. Dean era un paciente difícil si no se lo atendía a tiempo, más que nada por el hecho de que nadie aguantaba sus exagerados sollozos. Ya había recibido muchas quejas de su último compañero de habitación, por lo que había tenido que conseguirle otro cuarto que estuviera desocupado.

-¡Am! –chilló Kyle con alegría, corriendo a abrazarla nada más verla.

Estaban a cinco habitaciones de distancia de la de su novio, por lo que Amelie supuso que había salido a buscarla, ya que no tenía otras razones para abandonar al histérico de Dean.

-Hey, ¿Cómo se encuentra?

-Mejor que ayer, claro. Tal vez dentro de poco ya debas darle el permiso para que salga.

-Tal vez –coincidió Amelie, mientras Hallie saludaba a Kyle-. Todo depende de si se le baja la histeria... no puedo dejarlo salir cuando grita de tal forma.

Kyle hizo un puchero y ladeó la cabeza, decidida a defender a su novio y decir que él estaba realmente mal. Pero Amelie pasó de ella hacia la habitación del paciente en cuestión: no tenía la paciencia suficiente como para escuchar a Kyle hablar nuevamente de que su novio estaba realmente adolorido y que tenía todo el derecho a comportarse así cuando no era verdad.

Ya era hora que su amiga entendiera que Dean era un cobarde para todo tipo de dolor.

-¿Tú?

-Oh, por Merlín, Zabini. Deja de perseguirme, ya sé que soy irresistible, pero... ten un poco de dignidad.

Para la mala suerte de Amelie, Fred estaba parado junto a la camilla de Dean y esbozó una sonrisa ladina nada más ver a la rubia. Junto a él también se encontraba Dylan, observando con los ojos entrecerrados la cara magullada de Dean.

Suspirando profundamente y maldiciendo a la vida misma por darle amigos tan poco reservados y normales, se dirigió a su paciente para observarle todos sus cortes. Las cicatrices le durarían bastante, pero no eran nada comparado con muchas otras cosas que había visto en su trabajo. Lo que si estaba feo eran los hematomas, aunque luego de un par de días curarían y no quedaría rastro de la quaffle con la que habían golpeado su cara.

-Muy bien, Dean. Esta tarde ya puedes irte... lo único que te recomiendo es que sigas tratando estos hematomas de acá –indicó, señalándolos con su dedo a Kyle-, con un quitamoretones, que será lo que más rápido podrá remediarlos. En lo demás... deberías comprar una crema para cicatrizar que te recetaré en cuanto vuelva a mi despacho.

-Olvidaste agregar que también le es recomendable aprender a jugar Quidditch a partir de ahora –musitó Fred, con una risita.

-Yo podría enseñarte, Finnigan –se ofreció Hallie.

-Pero yo lo haría mejor –terció Fred.

-¡Pfff! ¡¿Quién ganó el último partido?! ¡Oh, sí, nosotras!

-¿Y quién ganó el torneo? ¡NOSOTROS!

Esta vez, todos soltaron un suspiro hastiado ante Fred y Hallie. Años y años sin cambiar: esos chicos eran impresionantes. Ninguno de los dos sabia cómo olvidar su orgullo tan solo por un momento, y la única forma en la que parecían llevarse bien era cuando sus bocas estaban ocupadas una con la otra.

Pero luego de eso, o Hallie le daba una cachetada a Fred o él se encargaba de acusarla de hormonada. Así pues, nunca se veía un avance.

¿Es que no se cansaban? Porque las personas de su alrededor ya no los invitaban a los dos juntos a un mismo lugar.

Cuando estaba anotando en su libreta el diagnóstico de Dean y trataba de ignorar las discusiones de Fred y Hallie, escuchó un par de pasos tras la puerta y, segundos después, esta se abrió dejando mostrar a Jenna Adams.

-Oh, hola –musitó, mirando a todos con un aire nostálgico y deteniendo brevemente su mirada en Hallie y Fred, quienes se habían callado repentinamente, agachando su cabeza hacia el piso y alejándose entre ellos, incomodados.

-Jenna –saludó Amelie, con una sonrisa amable. En su último año de escuela no le había tenido mucho aprecio a la Slytherin, pero ahora que estaba en su trabajo trataba de llevarse con todos perfectamente-. ¿Algo nuevo para mí?

-Ciertamente, sí. Quería preguntarte si podía trasladar al paciente nuevo hacia aquí para su diagnóstico.

Amelie dio una rápida mirada hacia Dean, esperando que Adams entendiera con ese solo gesto que no era recomendable colocar a alguien al lado de él cuando habían recibido tantas quejas. La muchacha trató de reprimir una risa.

-Oh, no. Estoy segura de que se llevaran bien con los recién llegados.

Se hizo a un lado y los hermanos Thomas atravesaron la puerta. Seamus tenía un brazo apoyado en los hombros de su hermano, mientras que Elvendork lo ayudaba a caminar sosteniéndolo de la cintura. Segundos después, por la misma puerta aparecieron Lucy y Gwenog, con los rostros agotados.

-Vaya, quien diría que algún día te vería trabajando –exclamó Gwenog, sorprendida de encontrar a su hermana y dándole un gran abrazo.

-¿Qué fue lo que paso? ¿Por qué están aquí?

Pero antes de que pudiera responder, Elvendork soltó una enorme carcajada al ver el rostro magullado de Dean, quien refunfuño irritado. Recostado desde la camilla, Seamus también quiso reír, pero se retorció sobre su estómago en un alarido.

-Elvendork reto a Seamus de que no podría meterse un puño de Doxy's en un solo intento –le contó Lucy, negando decepcionada de izquierda a derecha, mientras Amelie se acercaba presurosa a revisar el estado del idiota en cuestión.

-¿Y tú? –inquirió Amelie, hacia su hermana-. ¿Qué haces aquí?

-Estaba allí cuando sucedió –respondió, acomodando el abrigo de Seamus sobre sus brazos-. Había ido a dejarle unos papeles del trabajo.

-Sí, unos papeles –murmuró Seamus, divertido.

-¡CIERRA ESA BOCOTA SI NO QUIERES QUE TE META ESAS HADITAS FEAS POR EL CU...!

Lucy, como la única rescatable de la habitación, tomo un trozo de pan que había sobrado del almuerzo de Dean y, de un solo saque, se lo introdujo en la boca a Gwenog, consiguiendo que callara.

Como era predecible, Seamus tenía una fuerte intoxicación a la que Amelie tenía que aplicar varias dosis de una poción súper complicada. Mientras lo atendía, trataba de dejarle en claro su estupidez por aceptar algo tan inmaduro. Elvendork era una persona muy inteligente y astuta, a la cual era difícil de enfrentar, y que siempre sabía de qué forma aprovechar la gran diferencia de inteligencia que tenía con su hermano.

Amelie notó como cada vez que Seamus gemía, Gwenog se alteraba levemente y no podía evitar insinuar una sonrisa por eso. Desde el primer mal encuentro que habían tenido hace un año, no dejaban de verse una y otra vez. Y, por más que supuestamente se odiaban, Amelie era capaz de rescatar gestos en ellos que los dejaban en muchísima evidencia.

Últimamente, su hermana se estaba relacionando más con magos que con muggles.

-Bueno... volveré a mi despacho. Cualquier cosa que sea IMPORTANTE –remarcó, alzando una ceja a todos-, me avisan.

-Te acompañaré a ver a tu sexy secretaria –exclamó Dylan emocionando, levantándose de un brinco del taburete.

-¡Eh! Cálmate –gruñó Fred-. Que al fin te haya dado el permiso no significa que puedas ir por ahí diciéndole sexy a mi hermana.

Cohibido, Dylan volvió a sentarse en el taburete. Definitivamente, no le convenía molestar a Fred cuando hacía tan poco que había dejado de hostigarlo con Roxanne.

-Y para ti lo mismo, Thomas –lo señaló Fred, de repente, amenazante-. Veo uno solo de tus asquerosos dedos sobre mi prima y te mato.

-Suerte que casi nunca me ves –indicó Elvendork, sonriendo desafiante.

-¿Dónde está James cuando lo necesito? –lloriqueó Fred, tapándose la cara con las manos por la frustración.

-En cama, reposando para poder volver a jugar –le recordó Amelie duramente, dejándole en claro al pelirrojo que no insistiera en invitarlo a donde sea-. O eso espero, porque si no lo mataré y lo cortaré en trocitos más chicos de los que serán los órganos de Dylan si se atreve a volver a distraer a mi secretaria.

Otra vez asustado, Dylan asintió fervientemente hacia la advertencia de la pelirroja. Demasiado tenía con pasar todo el día con Roxanne como para también venir a molestarla al trabajo.

Esta vez sin ser seguida por Hallie (quien definitivamente prefería seguir peleando con Fred), se dirigió en paz a su despacho. Le quedaban un par de papeles por ordenar y terminar el diagnóstico de Dean antes de, finalmente, poder retirarse del trabajo y volver a su casa... o, mejor dicho, a Grimmauld Place 12.

Rayos, extrañaba su departamento. Maldito James.

Vio, sorprendentemente, a Roxanne tras el mostrador. Y, la respuesta a porque no había aprovechado la ausencia de Amelie para escapar, estaba en el rubio que se encontraba frente a ella.

-¡Lou! –chilló, corriendo a abrazarlo.

-¡Ammie!

Se fundieron en un abrazo por los dos meses en los que no se habían visto. Habían estado hablando por un par de lechuzas pero no era lo mismo que tenerlo aquí en persona.

Su cabello rubio estaba ahora un poco oscurecido y se había dejado crecer una barba alrededor de su mandíbula cuadrada y bigote, que lo hacían parecer mucho más mayor y guapo de lo que era. Louis sin barba tenía cara de bebé, por lo que el cambio le favorecía bastante.

Sin pensárselo dos veces, Amelie lo invito a entrar a su despacho para que pudieran a hablar a solas de lo que tuviera para contarle. La pelirroja tomo asiento tras su escritorio, mientras su amigo se sentaba frente a ella, en un silencio algo incómodo. Por la mirada indecisa que revelaban los ojos azules de Louis, Amelie comenzó a inquietarse.

-¿Qué ocurre? –inquirió, observándolo fijamente para tratar de sonsacarle todo lo que tuviera que decirle.

-Ya lo decidí... me iré.

Por unos momentos, Amelie permaneció en estado de shock. Por más que de alguna forma sabía que esa sería la elección de Louis, afirmarlo le pegaba un poco fuerte.

-Me parece bien, Lou –murmuró Amelie, sonriéndole carismáticamente-. Es lo que quieres... es lo correcto. Pero, ¿Qué harás con el trabajo?

Louis soltó una risita.

-Renuncié hace... -miró su reloj-, unos diez minutos. Mañana mismo me voy. Tío Charlie me dijo que podría conseguirme algún empleo por allí, así que perfecto. Me da igual cualquier cosa.

Amelie ladeó la cabeza con una sonrisa ladina, no muy convencida. Realmente no sabía si lo que hacía su amigo le beneficiaba en algo: perdió su magnífico empleo y no estaba muy seguro de si iba a tener uno muy bueno en Rumania. Pero él parecía decidido y ella no iba a cortarle las alas.

-Se lo que estás pensando, Ammie –dijo Louis, frotando sus ojos-. Daré todo por estar allí, con ella, para tratar de devolverle todos los errores de mi pasado y... creo que de alguna forma me merezco todo el sufrimiento que siento al verla con Roger... ella se debió haber sentido igual cuando yo estaba con Annabeth.

-¿No te darás por vencido?

-De ninguna forma, ni siquiera porque Emily este profundamente enamorada de ese idiota... la haré cambiar de opinión, ya verás.

Se mantuvieron unos segundos en silencio, mientras Amelie trataba de acomodar su trabajo y Louis pensaba en todas las cosas que tenía que empacar en cuanto llegara a su casa.

Emily Grant había comenzado a trabajar en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, por lo que continuamente vivía viajando. En uno de sus tantos viajes había conocido a Roger Macmillan y se enamoró al completo de él, olvidando a Louis, quien al parecer estaba recobrando un poco de sentido y sentimientos hacia ella. Como la mala suerte del rubio parecía asemejarse a la de Amelie, al momento en que se dio cuenta lo que sentía por su mejor amiga, esta llego a su casa con la noticia de que ella y Roger eran novios oficialmente.

Ahora mismo, Emily había viajado junto a Roger y, curiosamente, Hua, a Rumania, porque les tocaba tratar el papeleo de unos dragones ilegales al trabajar todos juntos en el mismo departamento... por lo que Amelie no había visto a sus dos rubias amigas en muchos meses.

-Creo que debería ir a preparar todo... -murmuró Louis, levantándose lentamente de su asiento.

-Sí, tienes razón. Yo debo volver a casa... bueno, a la de Harry y Ginny.

Louis soltó una risita.

-Mándale mis saludos a James y dile que espero que se recupere aunque me odie.

-Bien, se lo diré –sonrió Amelie, dándole a Louis un largo abrazo de despedida-. Oh, y de paso mándale mis saludos a Liam y Dominique si los encuentras y diles que obviamente James y yo asistiremos a su boda. Estaba esperando para escribirle una carta, pero con todo lo que paso con James y el montón de trabajo...

Amelie bufó y le deseó buena suerte a su amigo una vez más, antes de tomar su bolso, despedir a Roxanne y firmar el registro de salida.




Quejándose una y otra vez, James comenzó a arrastrarse por el piso para llegar a su habitación. Podría intentar levantarse, pero sabía que sería mucho más dramático el reptar por el impoluto piso de su madre. Al menos esperaba que sus hermanos tuvieran una mínima compasión por él.

Sin embargo, Albus, Lily y Paris no volvieron a subir al segundo piso así que tuvo que seguir con su actuación sin ojos persiguiéndole. En cuanto llego a su cama sacó de debajo del colchón la roja caja aterciopelada que contenía el anillo para Amelie. La contempló un tiempo indefinido, como lo había hecho desde el día en que la compró, y limpió minuciosamente unas pequeñas pelusillas que se habían pegado a su exterior. Trataba a aquel envase como si fuera un pequeño tesoro, tal vez porque... tal vez porque lo que llevaba adentro era tan valioso emocionalmente como económicamente, si consideraba que había pagado por el un dinero que equivalía a dos de sus importantes salarios como deportista.

Aun así, lo único que le importaba es que Amelie dijera que sí. Le valía mierda todo el dinero que había invertido en ello, siempre y cuando ella no se enterara... si Amelie supiera todo lo que había gastado en ese anillo lo mataría. Le diría que no importaba todo lo material, que de cualquier forma ella lo seguiría amando: porque eso era lo que decía por cada regalo que James gustaba darle sin razón alguna. Era su forma de ser especial y perfeccionista con ella, era algo que no podía evitar considerando que cualquier cosa le recordaba a Amelie.

Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta que la manecilla de su reloj había llegado a marcar el mediodía, lo que significaba que en cualquier momento, Ginny, Harry y Amelie llegarían a casa por los polvos Flu. Solo fue consciente de los pasos en las escaleras y, para cuando esos pasos se detuvieron frente a su puerta, se dio cuenta que ya era muy tarde para volver a ocultar la caja bajo el colchón, por la que la ocultó rápidamente en el bolsillo de su pantalón.

-Hola, James –suspiró la pelirroja, deshaciéndose de su delantal y colgándolo en el perchero tras la puerta.

-Hola, cariño.

-¿Cariño? –inquirió Amelie, divertida, alzando una ceja.

-Solo intento convencerte de que me des el permiso de volver a jugar –confesó James, sonriendo para fingir inocencia.

Amelie chasqueó la lengua y se inclinó sobre él para darle un casto beso en los labios.

-Lo supuse.

Si James se la quedaba viendo (como usualmente lo hacía), podía notar que ella ya no era la misma desde que terminaron Hogwarts. Estaba mucho más adulta, más madura en todos los sentidos. Su apariencia física no había cambiado en ningún sentido pero tenía un aire importante, de persona que sabe hacer lo que sea con muy poco al alcance de sus manos.

James, en cambio, sabía que no era tan independiente como Amelie. En muchos y casi todos los sentidos, pero no era algo que le molestaba.

-Hoy parecía una reunión de ultimo año -comentó Amelie, examinando brevemente la pierna de James-. Estaban todos, parecían haberse puesto de acuerdo para pasarse por San Mungo.

-Diles que yo también quiero visitas –murmuró James, haciendo un mohín con su labio inferior.

-Ya le he dicho a Fred que no lo echaré de la casa en cuanto no te altere... pero ambos sabemos que no lo consigue. Ese chico tiene las energías al máximo. Hoy no dejo de insultar en medio del hospital a Hallie cuando me estaba yendo. Si hubieras visto como lo miraba la gente...

-¿Aún no se ha arreglado con Zabini? –inquirió James, sorprendido, mientras la cajita en sus bolsillos comenzaba a pesarle cada vez que Amelie masajeaba un poco su músculo lesionado.

Por suerte, la muchacha dejó su trabajo con la pierna de su novio y se alejó negando divertida, dejando a James que el aire le volviera a los pulmones, pero que, por una razón inexplicable, una rara sensación no le pasara desapercibida.

-¿Cómo te sientes? -preguntó ella, acercándose al tocador y revolviendo su caja de joyas.

El anillo volvió a pesar sobre su bolsillo. Estaba seguro de que era su imaginación por sentir que en cualquier momento lo descubriría... y, entonces, se preguntó: ¿Qué habría de malo?

Recordó la recomendación que Paris le había dado hace un año atrás: que tenía mala suerte cuando trataba de decir algo importante, por lo que no debía planear nada extravagante. Y supo que debía hacerle caso, porque la francesa siempre solía tener razón. Era ahora o nunca.

Lentamente, James volvió a levantarse, incapaz de mantenerse acostado sobre la cama. Hacer reposo no era para él, ni siquiera cuando eso significaba que podría ganar miles de cuidados y mimos de Amelie.

-Sabes que estoy bien, Am.

La muchacha rodó los ojos en cuanto lo vio nuevamente tras ella por el reflejo del espejo.

-Ay, James, ¿cuándo entenderás que nunca te recuperaras si sigues dejando de hacer reposo?

Soltando una suave risita de suficiencia, asegurándole que definitivamente nunca sería capaz de obedecerle, la tomó de la cintura y le dejó un par de besos en el cuello, erizando todos los vellos de su piel. Amelie sonrió y ladeó su cabeza para permitírselo, mientras tomaba el collar con su nombre que James le había regalado para su Navidad de los 17.

-¿Puedes? -Le pidió, apartando su cabello pelirrojo aún más de su cuello y ofreciéndole el colgante.

James tomó la joya y, sin dudarlo dos veces, comenzó a ponérsela, contento de que ella siguiera usándola. Una vez que lo hizo, no pudo evitar quedarse mirándola a través del espejo. Se dio cuenta que ya no podía seguir así, que se desesperaría si no dejaba nada en claro.

Tenía que declararse ahora mismo o se mataría por tomar tan tarde este momento. Tenían tan sólo 19 años (y recién cumplidos), pero le parecía suficiente sabiendo que estaban hechos el uno para el otro.

Por un momento temió que Amelie contestará que no... ella venía de una familia muggle, ellos no estaban acostumbrados a casarse tan temprano y, a la vez, ella podría pensar igual... pero a él no le importaría. Lo dejaría pasar y la esperaría a cuando estuviese preparada.

-Am... Tengo algo que decirte.

-¿Si? -inquirió Amelie, asustada por la mirada nerviosa de James y el hecho de que se estaba separando de ella.

-Quería decírtelo de otra forma. Esta no es la mejor manera posible -comenzó a explicarse, mientras Amelie se inquietaba-. Pero no puedo seguir esperándolo ni un minuto más. Ya no sé cómo... siempre me sale todo mal y... sólo espero que entiendas que siempre he querido hacerlo de otra forma.

Los ojos de Amelie se anegaron de lágrimas en cuanto volteó para quedar frente a él. Las palabras de James la estaban haciendo temer de verdad.

-James... ¿vas a dejarme? –soltó, indecisa. No quería alargar esto más de lo posible.

Pero su rostro lleno de angustia se relajó en cuanto James frunció el ceño sin entender y le acarició la mejilla.

-Moore... ¿Qué estás pensando? -soltó una risita-. ¿Realmente estás creyendo que quiero dejarte? Eso es ridículo, Am. ¿Cómo podría dejarte? Es imposible.

-Es que tus palabras... yo...

James negó rápidamente y le dio un casto beso en los labios, para no arruinar el momento. Ella aún se veía insegura e inquietante por conocer el verdadero significado de sus palabras.

Amelie, con el corazón en la boca, observó como James sacaba la caja aterciopelada de su bolsillo. Esta vez, lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas.

-Te quiero -le aseguró James, mostrándole la brillante alianza.

-¿Estás seguro de que no es solo para intentar convencerme de volverte a dejar jugar? –preguntó Amelie, divertida, con sus ojos verdes brillando más que de costumbre.

James soltó una carcajada y se puso en pie sin dejar de mirarla fijamente.

-Estoy seguro... aunque si me das el permiso igual, no me molestaría.

Sin poder evitar sentirse algo nerviosa, Amelie comenzó a reírse histéricamente, hasta que las lágrimas resbalaron a borbotones por sus mejillas. Se abalanzó sobre James y lo envolvió en un abrazo, mientras él trataba de mantenerla con su único pie bueno.

-Entonces... ¿Es un sí o un no?

-Ambos-respondió Amelie, sin aflojar su agarre-. Un no a que volverás a jugar...

James esbozó una sonrisa divertida, feliz y sincera.

-Pero un sí a todo lo demás.





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