Die Together

By YouMyHeaven

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Una historia de amor y mafia. More

Sinoptis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Caoitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Epilogo

Capitulo 25

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By YouMyHeaven

 Aquella mañana el mar estaba en calma, y el sol invernal se reflejaba en la superficie como un millón de espejos fulgurantes.

Las gaviotas planeaban sobre el rompeolas buscando comida. Las más espabiladas sobrevolaban las barcas amarradas, a la caza de sobras.

  Mientras el viento le desordenaba el cabello a ráfagas breves y repentinas, Eleanor miró a su alrededor en busca de Kyle. Había visto su moto aparcada cuando llegó al puerto, pero no había ni rastro de él.

 A pesar de que la mañana era cálida para la estación, estar sentada en un embarcadero congelado no era lo que se dice agradable. Se metió las manos en los bolsillos del impermeable e inhaló el aire salobre.

 De cabina del pequeño yate amarrado delante de ella surgió una figura que sostenía dos chalecos salvavidas naranjas.

 —¡Kyle! —gritó Eleanor, al tiempo que se levantaba y recogía su mochila del embarcadero—. Podías haberme dicho que estabas ahí dentro, bien calentito.

 Él la saludó agitando el brazo que tenía libre y le sonrió.

 —Quería hacerle una puesta a punto antes de que subieras a bordo —le explicó—. Lo traje aquí al final del verano, y luego he estado ocupado para utilizarlo.

 «Demasiado ocupado.»

 Eleanor se esforzó por devolverle la sonrisa y se acercó a la embarcación. Kyle le tendió una mano para ayudarla pero ella la ignoró y subió de un salto. Él la estrechó un momento y la besó en los labios.

 —Feliz cumpleaños —le dijo.

El abrazo fue frío, el beso, insípido, pero Eleanor lo atribuyó a las bajas temperaturas y entró en la cabina. El interior era amplio y estaba bien distribuido, con un saloncito elegante con sofás de piel blanca y una cocina americana con los electrodomésticos más modernos.

 —No está nada mal —comentó—. ¿Otro regalo de Seth?

 Kyle no respondió. Fue hasta la proa, donde estaban los mandos, y cogió un paquete que había dejado junto al timón.

—Esto es para ti.

 Se lo tendió con cierta rigidez, como si no estuviese convencido de lo que estaba haciendo. Eleanor, inquieta e incómoda, no lo cogió.

 —¿Estás bien? —preguntó.

—Así así, ¿y tú?

—Así. 

En el silencio que siguió a continuación, se estudiaron. Él la miraba como si tratase de no verla. Era una sensación extraña, pero Eleanor la notó. Ya no era capaz de leer nada en el fondo de sus ojos, había un muro entre los dos, una distancia que convertía cada gesto, cada aliento, en algo antinatural.

Se le acercó y lo abrazó con fuerza. Inspiró su olor, le acarició los rizos con la mano, pero su piel no le transmitía ningún mensaje.  

Con un suspiro, Eleanor se separó de él y tomó el paquete que le tendía. Era pequeño, estaba envuelto en papel rojo y atado con un lacito blanco.

 —¿Qué es?

 —Lo he pensado mucho, espero que te guste —respondió Kyle. De haber querido, podría haberle regalado casi cualquier cosa, un coche, un caballo, una tienda llena de ropa nueva. Pero ninguno de esos objetos encajaba con ella. Perdían todo su significado, si es que alguna vez lo habían tenido, y se convertían en la materialización del dinero que había servido para comprarlos.

 Eleanor rasgó el envoltorio y extrajo un estuche de terciopelo azul. Le dio un vuelco al corazón al pensar en lo que aquello podía contener y en cómo habría reaccionado sí, de verdad, al abrirlo, hubiese visto un anillo.

 En su lugar, había un colgante ovalado de aspecto antiguo, de esos que se abren por la mitad y esconden dos minúsculas fotografías.

 —Es precioso, Kyle.

 Era un objeto elegido con buen gusto, seguramente procedía de un anticuario, acarreaba las señales del tiempo y de las manos que lo habían tocado, de las mujeres que lo habían lucido.

 —Ábrelo —dijo él.

 Eleanor accionó el mecanismo y el colgante se abrió como un libro pequeño. En su interior sólo uno de los dos espacios para las fotografías estaba ocupado. Era la copia en miniatura del retrato que Kyle había fotografiado en la National Potrait Gallery de Londres.

 Eleanor sonrió, pero era una sonrisa triste.

 —¿Por qué tengo la sensación de que esto es un regalo de despedida en vez de uno de cumpleaños? —le preguntó.

 Kyle esperaba aquella pregunta. Días atrás, mientras daba vueltas al regalo, él había pensado lo mismo. Quería regalarle algo para que le recordase, algo importante pero que, de alguna forma, lo exculpase sin que su amor fuera puesto en duda.

 —Vamos a dar una vuelta. Mar adentro, lejos de todo —le dijo, acariciándole la mejilla.

 Se dio la vuelta y puso el barco en marcha. Éste se limitó a vibrar sutilmente, con un ligero ronroneo. Eleanor se sentó en uno de los sofás y se giró para mirar por una escotilla, mientras esperaba que Kyle maniobrase y abandonase el puerto.

La sensación de alejarse de tierra firme y surcar las olas le producía escalofríos y le entraban ganas de no regresar nunca más. Eleanor salió al exterior para contemplar las olas y también la costa, que se hacía cada vez más pequeña. Llevaba el colgante aferrado entre los dedos, luego se lo puso y lo escondió bajo el jersey. Cerró los ojos para sentir mejor el viento helado en su cara.

 —¿No tienes frío? —le preguntó Kyle a sus espaldas, cuando pasó un rato. Había reducido la velocidad y había puesto el piloto automático para que el barco mantuviese una velocidad constante. La rodeó con sus brazos, rozándole la mejilla con la suya propia y los dos juntos contemplaron la extensión azul que, con cada ola, parecía hablarles de libertad.

 Eleanor, tiritando, se giró para mirar a Kyle.

 Kyle la besó y ella lo estrechó con fuerza, obligándole a continuar, mordiéndole los labios, recorriéndolos con la lengua, como si fueran de caramelo. Lo sintió estremecerse y por fin fue capaz de reconocerlo, de captar sus emociones: estaba enamorado, estaba triste, estaba enfadado.

 —Me gusta el colgante. Lo llevaré siempre conmigo —le susurró al oído mientras él le besaba el cuello, desabrochándole la chaqueta.

 —Es sólo un objeto —respondió él, abrazándola con fuerza—. Si pudiera ponerme en su lugar, estar cerca de tu corazón, sobre tu piel, entonces sería feliz.

 Bajaron a la zona de los dormitorios después de que Kyle apagará el motor y echase el ancla. Eleanor no apreció el lujo que la rodeaba, el pequeño pasillo de maderas oscuras, los acabados caros, las numerosas habitaciones, como si fuera un piso espacioso.

 Delante de ella sólo veía a Kyle, que la llevaba de la mano. Las dudas desaparecían, las sombras se retiraban a los rincones de su alma, todo aquello al margen de ellos dos dejaba de existir.

 Eleanor dejó que Kyle la desvistiera despacio, tumbada sobre una cama enorme recubierta por una colcha celeste. La habitación olía a madera y se balanceaba suavemente, moviéndose al compás de las olas.

Kyle le acarició la piel con los labios, haciéndola gemir. Se detuvo varias veces para contemplarla desnuda, y le sonreía como si estuviera viendo algo muy especial. Ese día estaba muy callado, quizá tenía miedo de qué, sí abría la boca para hablar, recordaría quién era, de dónde venía, lo que le esperaba. O quizá era su corazón, que sofocaba las palabras y se limitaba a latir, a latir por ella.

 Cerró los ojos y la tocó, centímetro a centímetro.

 Ella temblaba entre sus brazos, por fin le rogó que se detuviese e hicieron el amor con ardor y desesperación. De nuevo, eran uno solo. Estaban unidos, eran invencibles, tan próximos que sus corazones eran imposibles de distinguir.

 Eleanor contemplaba las olas y, de vez en cuando, miraba a Kyle de reojo. Él, tras el cristal de la cabina, se afanaba en la cocina preparando dos tazas de té. 

 Incapaz de contenerse ni un minuto más, se levantó y decidió plantarle cara:

—Sólo quiero preguntarte una cosa, pero tienes que responderme con sinceridad.

Él se giró y asintió, sin sorprenderse.

 —¿Cómo puedes ser capaz de hacerlo? —exclamó Eleanor, señalando con un gesto del brazo la extensión de agua que los rodeaba por todos lados—. ¿Es por el dinero? ¿Por tu familia? No hay nada que pueda valer tanto.

 Kyle se puso rígido y soltó la taza que tenía en la mano.

 —No sé a qué te refieres.

 —Claro que lo sabes. Y yo también lo sé, mi padre me lo ha contado todo —exclamó Eleanor acercándose a él. Lo quería, lo quería con locura, pero supuestamente el amor es sinónimo de entendimiento, y ella tan sólo quería una razón, la que fuera, para poder entenderle. Porque a estas alturas todavía era incapaz de hacerlo—. Dime que no es cierto, ¿pretendes ayudar a Seth para que arroje al mar unos residuos tóxicos que envenenarán el agua, los peces y a la gente? Quiero saber la verdad. 

—No es tan sencillo.

 Kyle se pasó una mano nerviosa por el pelo. Nunca había querido afrontar esa conversación. Cuando Eleanor hablaba de su vida, de Seth, de lo que para él era normal y cotidiano, incluso necesario, todo se volvía distorsionado e indescifrable, como en un cuadro abstracto. Perdía el sentido, la dirección, los límites.

 —Sí que lo es. Yo te entiendo cuando me hablas de venganza. Entiendo que sientas gratitud hacia el hombre que te ha criado como si fuese tu padre —insistió ella, evitando decirle lo que realmente pensaba de Seth—. Pero no consigo hacerlo con esta historia del veneno. ¿Cómo puedes querer destruir algo tan hermoso? —Eleanor  volvió la vista al mar, de un azul intenso y vivo—. ¿Cuánto dinero ganarás a cambio?

 —No lo hago por el dinero —explicó él.

 —Y entonces, ¿por qué? —sollozó Eleanor—. ¿Qué puede ser tan importante?

 Kyle suspiró, sabía que no lo entendería.

 —No es más que una orden. Sigo las órdenes, me limito a hacerlo y punto.

 Ella parpadeó.

 —Si Seth te ordenase que me mataras, ¿qué harías?

 —Eleanor...

 —Respóndeme. ¿Me dispararías diciéndome, perdona, no es más que una orden?

 Kyle no respondió y continuó observándolo fijamente, temblando de ira.

 —¿Obedecerías como un perro? —continuó ella, con un deje de desprecio en la voz.

 —¡Basta, déjalo ya! —gritó él, dando un paso hacia delante—. No sabes nada sobre mí, ni de mis obligaciones. No sabes que quien forma parte de un clan no puede tomar otro camino. Si traicionas, acabas muerto. No puedes dimitir como si se tratase de un maldito puesto de trabajo, ¿es que no lo entiendes?

 Había gritado tanto que por un instante su voz vibró en el interior de aquel pequeño reducto cerrado. Agitó la cabeza con desesperación.

 —Eleanor, lo nuestro no puede funcionar. Somos muy diferentes, estamos demasiado distantes. Nunca podrías ser una de nosotros y yo nunca seré alguien como tú.

 —Pensaba que lo único importante era el nosotros.

 Kyle torció el gesto, tenía los ojos tristes.

 —No es así, yo no soy libre, tú misma lo has dicho.

 —No quieres serlo.

 —¡No puedo! —chilló él, dando un golpe sobre la encimera de la cocina.

  —Entonces, ¿esto es una despedida? —preguntó con seriedad; no la había impresionado el arrebato de ira—. Lo sabías desde el principio. Querías acostarte conmigo por última vez.

 Él la miró, sin expresión alguna.

 —No lo hagas más difícil de lo que ya es.

No dijeron nada más y Kyle regresó al timón para preparar el atraque del yate en el puerto. Eleanor se sentó en un sofá, con los ojos llenos de lágrimas, y el rato que tardaron en llegar a la costa se le antojó eterno. En el transcurso de unos minutos, todo había vuelto a cambiar.

 Y cuando llegaron al puerto no pudieron decirse nada más, ni encontrar una forma de hacer las paces.

 Porque en el muelle, esperando, estaba Landon. Y junto a él, su hermana Ashley.

 —Mierda —fue todo lo que Kyle acertó a decir. Atracó la embarcación con gestos nerviosas, maldiciendo entre dientes. A continuación, ayudó a Eleanor a bajar. Al llegar al embarcadero abrazó a Ashley, permitiendo que ella le besara en la boca.

 —Hola, amiga de Kyle—saludó Landon divertido—. ¿Hoy también estáis liados haciendo un trabajo?

—No —respondió Eleanor, sin perder la calma—. Kyle quería enseñarme el barco, pero hemos dado la vuelta my rápido porque me he mareado.

—Se te nota en la cara —replicó Landon.

 —¿Cómo es que estáis aquí? —preguntó Kyle, nervioso.

 —He pensado que te gustaría que tu novia te hiciera una visita, ya que no os veis casi nunca —respondió Landon con un guiño—. Tenías el móvil apagado y tu madre me dijo que habías venido al puerto a poner el yate a punto. Seth nos espera, hay novedades sobre los Hills.

 Ashley había cogido a Kyle de la mano y miró a Eleanor de arriba abajo.

 —Qué, ¿no me presentas a tu amiga? —dijo con una sonrisa de circunstancias.

 —Claro —respondió él, rehuyendo la mirada de ambas—. Ella es Eleanor, es una compañera de clase.

 Ashley le tendió la mano. Llevaba unos vaqueros ceñidos y unas botas de tacón decoradas con una franja de strass. Un abriguito de piel rosa que resaltaba su abundante pecho y el maquillaje completaban el efecto sexy. Por el contrario, la chica que tenía delante parecía sacada de una triste película en blanco y negro. Tenía la piel pálida, el pelo largo y negro encrespado por la brisa del mar y no llevaba ni pizca de maquillaje. Sus ropas no dejaban entrever nada, siempre y cuando hubiese algo que ver, claro. Ashley le sonrió.

 Eleanor estrechó la mano a la chica que nunca habría querido conocer. La encontró vulgar e insignificante.

 —Un placer, soy Ashley —dijo con un acento muy marcado—. Kyle te habrá hablado de mí.

 —La verdad es que no hace otra cosa. Debe de estar muy enamorado —respondió Eleanor impasible. Vigilaba cada movimiento y no le pasó desapercibida la mirada, cargada de culpa y de ansiedad de Kyle, pero lo ignoró.

 Ashley se giró hacia él, radiante:

 —Espero que la hayas invitado a la boda, Kyle —exclamó con entusiasmo excesivo, y se volvió hacia ella—. Nos casamos en mayo. Eres bienvenida, aunque será una ceremonia elegante.

 —Ya está bien, chicas —intervino Landon y, por una vez, Kyle se lo agradeció—. Tenemos que irnos.

 Se dirigió al todoterreno aparcado en la calle, mientras Ashley se llevaba a rastras a Kyle.

 —Adiós, Eleanor —dijo él, despidiéndose con un gesto de la mano mientras cogía la de Ashley con la otra.

 Ella lo observó marcharse y darle la espalda.

 No podía creer que todo acabara así.

—¡Kyle!

 Él se dio la vuelta y le hizo un gesto a Ashley para que continuara. Ésta obedeció de mala gana, pero sin renunciar a lanzar una mirada gélida en dirección a Eleanor.

 —Perdóname —le dijo Kyle cuando estuvo frente a ella, sin osar tocarla.

 En ese momento, lo que pasó entre ellos podría comparase al subir de una marea inesperada: se dijeron que se querían, se dijeron adiós, y otras muchas cosas que no se pueden traducir con palabras.

—No te marches con ellos, ven conmigo —le imploró Eleanor—. He descubierto algo importante. La oscuridad en la que vivimos no es más que nuestra propia sombra. Entre los dos podemos hacer que se desvanezca, estoy segura.  

 Kyle  apretó los labios y un relámpago le atravesó la mirada.

 —No puedo —respondió un instante después—. Lo siento.

 Y se marchó.

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