Die Together

By YouMyHeaven

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Una historia de amor y mafia. More

Sinoptis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Caoitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Epilogo

Capitulo 22

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By YouMyHeaven

No parecía que en su cuarto viviera un chico.

 Cada cosa estaba colocada en un sitio preciso, siguiendo un orden y una cierta estética. Junto a la ventana había una pared entera que estaba cubierta de estanterías que llegaban hasta el techo. Casi todos los volúmenes que albergaban eran ensayos de arquitectura o monografías de artistas importantes. Un único estante contenía la colección de revistas de coches y motos.

 La cama, de plaza y media, estaba cubierta por un edredón azul y algunos cojines celestes a juego. El olor a nuevo apenas hacía mella en

 El aroma de Kyle. Eleanor se contempló un segundo en el espejo del armario y no se reconoció. En sus oídos todavía retumbaba el sonido de los disparos y la invadía una inexplicable sensación de euforia.

 Kyle, pistola en mano, encendió el equipo de música y puso en marcha el CD que había en el lector.

 Dark side of the moon, de Pink Floyd.

—Es mi disco favorito —dijo, mientras las notas de «Breathe» inundaban la habitación.

 —Hubo un tiempo en que lo odiaba —confesó Eleanor, sorprendida de que les gustara la misma música—. Pero hace año y medio que no escucho otra cosa.

 Kyle fue a sentarse junto a ella, en la cama. Le rodeó los hombros con el brazo y cerró los ojos, escuchando las palabras de la canción, que se habían transformado en una plegaria.

 —¿Cómo se puede odiar esta música? —preguntó.

 Eleanor dio marcha atrás en el tiempo. A la noche en la que Jack estaba preparándose para salir de marcha. Ella estaba en su habitación con algunas amigas y le había gritado que bajara aquella estúpida música porque no les dejaba escuchar la radio.

 Habían discutido, ella le gritó, él se marchó dando un portazo. Entonces, Eleanor entró en la habitación de su hermano y, en un arrebato de rabia, cogió el CD de Dark side of the moon y lo partió en dos. Después se arrepintió, sí. Tenía pensado disculparse, pero Jack nunca más volvió a casa. La única vez que lo volvió a ver fue en el tanatorio, inmóvil y rígido, con los labios lívidos, tendido en el ataúd.

 En su cabeza retumbaban las palabras que le había escuchado a su padre en un descuido: «Estaba en mitad de un lago de sangre...». Había seguido imaginándose la escena hasta que, ante la necesidad de hacer algún gesto que la acercase a su hermano, había ido a comprar un nuevo CD. Y lo había escuchado de principio a fin. Por lo menos un millón de veces.

Pero no fue eso lo que le contó a Kyle.

 Se levantó de la cama y le tendió la mano.

 —Vamos a bailar.

 Él la cogió por la cintura con un solo brazo —el otro descansaba en el costado, la pistola en la mano— y Eleanor apoyó la cabeza contra su pecho. Se movieron lentamente siguiendo un ritmo distinto al de la canción, como si fueran al compás de las palabras en lugar de al de las notas.

 Porque cuanto más vives más alto vuelas

 Pero sólo si cabalgas la marea

 En equilibrio sobre la ola más alta

 Hacia una tumba prematura te encaminas.

 Bailaron la mayor parte del disco. Después, Kyle empujó dulcemente a ­­­Eleanor sobre la cama e hicieron el amor en silencio.

                                                                 ***

Kyle escuchó el ruido de un coche aproximándose por la carretera. Siempre alerta, acostumbrado a moverse deprisa, se puso en pie de un salto y lanzando maldiciones.

—Vístete, Eleanor. Rápido —le ordenó en voz baja. Se puso los vaqueros y la camiseta en el momento en que el chirrido de los viejos goznes del portón anunciaba que alguien estaba entrando.

 No había necesidad de asomarse a la ventana para ver de quién se trataba, reconoció al instante el motor del todoterreno de Landon.

 —Mierda —murmuró entre dientes. Se pasó una mano por el pelo, tratando de reflexionar. Cogió la pistola y se la metió en la cintura de los pantalones.

 —¿Qué sucede? —Eleanor ya estaba vestida y estaba tratando de arreglarse el pelo frente al espejo—. ¿Es tu madre? —sólo de pensar cómo podría reaccionar aquella mujer horrible si la pillaba allí, se le revolvía el estomago.

 —Peor aún —respondió Kyle, agitado—. Por favor, siéntate en el escritorio y haz como que estudias. Coge unos libros, dibuja, pero no salgas de la habitación bajo ningún concepto.

 —Me estás asustando.

—Quédate quieta y bien calladita —repitió él.

 Sin dar más explicaciones, acudió a abrir; Landon estaba llamando a la puerta como si quisiera echarla abajo.

 —¡Ya voy! —gritó Kyle, intentando mantener la voz firme. Su rostro no dejaba traspasar ninguna emoción cuando se encontró cara a cara con el hijo de Seth—. ¿Qué demonios haces aquí?

 —Pasaba por aquí y he pensado en que podía parar a saludarte —respondió Landon con una mueca. Entró en la casa y, a juzgar por sus gestos rápidos y nerviosos, debía estar colocado. Kyle lo dejó trastear en la cocina mientras buscaba algo de comer y de beber.

 —¿Hoy no te quedan sobras? —preguntó, con la cabeza en la nevera.

 —No. Mi madre ha ido al pueblo a visitar a su hermana —respondió Kyle, mirando su cuarto de reojo. Esperaba que Eleanor no hiciese ningún ruido.

 Landon se asomó desde la cocina con un plato lleno de pimientos asados en la mano.

 —¿Entonces estás solito en casa?

 —Sí.

 —Pues entonces he venido a traerte buenas noticias —anunció Landon—. Pero antes necesito comer algo.

 Kyle lo siguió a la cocina y lo observó, nervioso, mientras abría la despensa para coger el pan. Puso todo sobre la mesa descuidadamente y despedazó el pan sin cortarlo, tirando migas por doquier. Luego bebió agua directamente de la botella, con la boca pringosa del aceite de los pimientos.

 —Estás muy callado —dijo con la boca llena—. Y como siempre, tienes cara de capullo. Crees que pones cara de chico duro, pero no. Es la cara de un auténtico capullo.

 Kyle no entró a la provocación.

 —Mira tengo que estudiar. Dime lo que tengas que decirme y déjame en paz.

 Landon lo miró con desprecio, a continuación eructó.

 —Te sienta bien esa cicatriz en la cara. Si quieres, te hago una igual en el otro lado.

 —He prometido a Seth que no te seguiría el juego. Pero no pongas a prueba mi paciencia —replicó Kyle. Si Eleanor no hubiera estado en la otra habitación, habría sido el momento adecuado para devolvérselas todas juntas.

 El otro levantó las manos como si se rindiera.

 —Ah, si se lo has prometido a mi padre, me conformaré —comentó, sarcástico—. De todas formas, esta vez le he demostrado que no soy tan estúpido como él se cree. Mientras tú estás aquí, dándotelas de colegias, yo he resuelto un problema bien gordo.

 —¿De qué estás hablando?

 —Tenemos a dos chico que nos siguen la pista. ¿Te acuerdas de que papá lo dijo durante la última reunión? —preguntó Landon. Kyle se puso rígido, sabía a quién se refería—. Un juez y un comisario que creen que pueden ponernos la zancadilla. Pero ahora se lo pensarán dos veces.

 —¿Qué es lo que has hecho? —preguntó Kyle, tenso.

—Les he enviado una pequeña advertencia —respondió Landon. Se echó a reír de forma descontrolada—. He manipulado los frenos del coche del juez. Él y el im’bécil de su guardaespaldas han ido a estrellarse contra un muro. Es una pena que fueran tan despacio.

 —Eres el mismo idi’ota de siempre —comentó él. Se preguntó por qué Eleanor no le había sacado el tema y si su padre estaría bien—. Haciendo eso nos has expuesto ante ellos. Si antes tenían dudas, ahora estarán seguros de que van tras la pista correcta.

 —Por si te interesa, Seth no piensa lo mismo —replicó Landon—. Dice que, de vez en cuando, hace falta una advertencia para recordar a la gente quién está al mando. No podemos dejar que nos tomen siempre por tontos.

 —No, no podemos —asintió Kyle, que es ese momento lo único que quería es que Landon se marchase—. Has hecho bien.

 Landon lo miró con suspicacia. Luego se levantó de la mesa y se limpió las manos de restos de migas, frotando una contra otra. Kyle supuso que la visita había terminado, pero en lugar de eso, Landon se acomodó en el salón y se repantigó en el sofá, colocando en la mesita de cristal una cajita que había sacado del bolsillo de atrás de los vaqueros.

 —¿No estarás pensando en meterte una raya aquí?

 —No tardo ni un segundo. Y después me marcharé raudo como el viento.

 —Landon, vete. Ahora —le ordenó Kyle. Sabía que si se ponía a esnifar allí mismo, se volvería incontrolable.

                                                        *** 

Eleanor había permanecido inmóvil frente al escritorio, con un libro abierto ante ella.

 No escuchaba ningún ruido y la espera comenzaba a ponerla de los nervios. Se levantó lentamente de la silla y se acercó a la puerta de puntillas para escuchar. Se oían voces amortiguadas en la otra habitación, pero no se conseguía distinguir lo que decían, por lo que volvió a sentarse. Luego, de repente, la sobresaltaron unos gritos violentos. Kyle estaba discutiendo con alguien.

 —¡Márchate de mi casa! —gritaba.

 —¿De tu casa? Está construida con el dinero de mi padre —chilló la otra voz, un chico al parecer—.Todo esto es mío, ¿te enteras? Cuando mi padre se marche al otro barrio, no te dejaré ni el felpudo.

 «El hijo de Seth.»

 Eleanor se quedó helada y contuvo el aliento. Cruzó los dedos para que Kyle no saliera herido y aguzó el oído para seguir la pelea.

 —Quieres casarte con mi hermana sólo por el dinero.

 —Tú estás paranoico.

 —Lo único que quiero es lo que me pertenece por derecho —gruñó Landon. Se escuchó algún objeto saltar en mil pedazos.

 —¿Te crees que el respeto también es un derecho? —replicó Kyle con frialdad.

 —No eres nadie, ¿te enteras? Nadie.

 —Antes o después te arrepentirás de todo. Lo prometo —dijo de nuevo la voz de Kyle. 

—Qué miedo que me das.

 El silencio que siguió a continuación no fue nada tranquilizador. Eleanor puso la mano en el pomo de la puerta y lo presionó. La abertura entre la hoja y el marco era lo suficientemente ancha como para vislumbrar el pasillo y percibir los sonidos de forma distinta.

 —Detente, Landon —dijo Kyle, con voz queda—. Detente.

 Un disparo.

 Eleanor chilló.

 Incapaz de moverse, se tapó la boca con ambas manos y permaneció a la escucha.

 «Por favor Kyle habla, te lo ruego.»

 —¿Qué ha sido eso? —preguntó la voz desconocida. No obtuvo ninguna respuesta. Se escucharon ruidos como de pelea. Quizá Kyle estaba vivo. Quizá tan sólo estaba herido.

 —He escuchado un grito. Ahí hay alguien.

 —No hay nadie. Si no te marchas, te juro que te mato.

 Hubo un rumor de pasos en el pasillo. Eleanor retrocedió de un salto y regresó al escritorio, aun sabiendo que era un gesto inútil.

 Al instante la puerta se abrió y en el umbral apareció un chico. El chico del todoterreno, el del pendiente y la cadena de oro al cuello.

 Landon y Eleanor se miraron. A ella le temblaba el labio, pero se esforzó por aparentar normalidad.

 —Hola —le dijo. En principio, él no sabía situarla, como si fuese la última cosa que se esperaría encontrar en la habitación de Kyle.

 —¿Quién coño eres?

 Eleanor se aclaró la garganta. Después vio a Kyle aparecer tras los hombros del chico de mirada malvada y recuperó el control. Se puso de pie, estaba bien.

 —Soy una amiga de Kyle. Vamos juntos al instituto. Encantada.

 Landon la escrutó con suspicacia y luego se volvió para mirar a Kyle.

 —Por eso tenías tanta prisa en que me marchara.

 —Por favor, Landon, ya la has asustado bastante —dijo él—. Vámonos de aquí, yo me encargo de explicárselo.

 —Pero, ¿qué está haciendo aquí tu compañera de clase? —continuó el otro—. Y encima, mientras tu madre no está

 Se hizo un silencio de lo más elocuente, a pensar de que nadie pronunció ni media sílaba. Landon hizo una mueca que indicaba que había captado la insinuación perfectamente.

 —No es lo que parece —trató de decir Kyle.

 —Claro, por supuesto que no —murmuró el otro—. Bueno, entonces os dejo a solas. Disculpad la molestia. Adiós, amiga de Kyle.

 —Adiós —acertó a decir Eleanor. Bajo la sudadera, estaba completamente sudada. Ni siquiera se relajó al escuchar que la puerta se cerraba y el todoterreno se ponía en marcha.

 Kyle volvió a entrar en la habitación con un gesto torvo en la cara. Ella se levantó y corrió a su encuentro para abrazarlo.

 —Tenía miedo de que te hubiese disparado —dijo—. Perdóname, no tenía que haber gritado.

 —Deberías ser tú la que me perdonase —susurró él, mientras la estrechaba. Landon se había marchado, pero Kyle sabía que la cosa no acabaría ahí. Había reaccionado de una manera demasiado tranquila, seguro que maquinaba algo—. Eleanor, no es nada bueno que te haya visto. Es un tipo peligroso.

 —¿Qué podemos hacer? —gimió ella, todavía con el corazón acelerado. No conseguía quitarse de la cabeza la mirada malévola del otro.

Kyle se liberó de sus brazos y fue hasta el armario. Cogió una caja del estante más alto y sacó una pistola parecida a la suya, pero más pequeña, y un puñado de balas. 

—Toma.

 Eleanor miró el arma con incredulidad.

 —¿No querrás que vaya por ahí con eso?

 —Ya has tomado esa decisión —suspiró él. Parecía al borde de la desesperación—. Ahora es imposible dar marcha atrás. Hemos sido unos insensatos, tendrás que estar en guardia. Soy un auténtico miserable.

 Ella lo observó, luego le tendió la mano y cogió la pistola.

 —No es tu culpa. Fui yo quién te eligió a ti.

 La metió en la mochila con manos temblorosas, tras comprobar que estaba puesto el seguro. Luego se giró para abrazar a Kyle una vez más.

 Él la estrechó entre sus brazos, enterró la cara en su pelo y no pudo contenerse.

 Comenzó a llorar.

 No había vertido ni una sola lágrima en el entierro de su padre, mientras su madre chillaba sobre el ataúd, porque Seth le había dicho que los hombres no lloran. Que morir con honor es mejor que llevar una vida de borregos. Le había cogido por los hombros con sus grandes manos y a Kyle se le había pasado aquella horrible sensación de precipitarse al vacío, de no saber cómo permanecer en pie.

 Desde entonces, había aprendido que mostrar las propias emociones te hace parecer débil y permite que los demás te golpeen más fuerte.

 Pero, en aquel momento, el peso de las emociones era demasiado fuerte como para soportarlo.

 —Perdóname, perdóname —seguía susurrando a Eleanor, sin dejarla ir.

 Ella no sabía cómo reaccionar. Se limitó a estrecharlo más fuerte y a escuchar su llanto suave. Intuía que eran viejas lágrimas y lo dejó desahogarse.

 —No es tu culpa, Kyle—le repetía con voz queda, tratando de tranquilizarlo.

 Él se incorporó de golpe y se secó los ojos con el dorso de la mano. Ahora su mirada se había vuelto dura.

 —Soy un imbécil —dijo—. Sabía desde el principio que no funcionaría.

 —No digas eso, por favor —replicó ella—. Encontraremos alguna solución.

 —Te acabo de poner una pistola en la mano, Eleanor. El camino que hemos tomado no nos lleva a ningún sitio.

 Kyle la miró con ternura y a la vez con algo de nostalgia, como si ya se hubieran alejado para siempre.

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