Die Together

By YouMyHeaven

133K 6K 83

Una historia de amor y mafia. More

Sinoptis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 7
Caoitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Epilogo

Capitulo 6

4K 204 2
By YouMyHeaven

—A Eleanor  Becket le toca con… —la profesora de Arquitectura, la Parisi, recorrió un listado escrito en una hoja fotocopiada— … Kyle Harries. Para el trabajo sobre la catedral tendréis que…

 —No.

 Eleanor la había interrumpido con brusquedad. Se dio cuenta de que había alzado la voz y se ruborizó, avergonzada. Todos la estaban mirando con cara de interrogación.

 —¿Qué mosca te ha picado? —le susurró Cherly.

 —Perdóneme, profesora —repuso ella, mientras tragaba saliva varias veces en un intento por mantener el control. El corazón le latía demasiado deprisa, seguramente la voz le temblaba—. No creo que pueda ser la pareja de Harries. Para el trabajo, me refiero.

 Alguno se rió, pero la profesora parecía perpleja.

 Kyle, en su pupitre, la observaba con expresión neutral. Como si ni siquiera la viese. Era como si su protesta no le perturbase en absoluto.

 —Es decir, yo… —añadió ella— preferiría a alguien que fuera de por aquí, para conocer mejor la ciudad…

 Era una excusa barata, pero pareció surtir efecto porque la profesora arrugó la frente y volvió a ojear el listado.

—Lo siento, Becket —concluyó—. Desgraciadamente, las parejas para los trabajos en grupo se formaron el año pasado. Si te pongo con otra persona, Harries se queda colgado. Estoy segura de que con un buen plano y quizá una guía os resultará divertido descubrir la ciudad vieja solos.

 A continuación, sin dejar lugar a réplicas, pasó a explicar el proyecto, que consistía en realizar unos alzados del monumento que cada pareja tenía asignado.

 Eleanor estaba furiosa. Se escondió detrás del pelo y sin que nadie la viera, se colocó los auriculares del reproductor Mp3 en los oídos y puso la canción «Brain damage» de Pink Floyd a todo volumen.

 Tengo un loco en la cabeza.

 Dejó que sonara el timbre, que cambiase el profesor una vez y dos, hasta el recreo, limitándose a dibujar como una posesa en el cuaderno de bocetos.

 —Joder, sí que te lo has tomado mal —comentó Cherly, sabiendo que no la podía escuchar y observando la imagen de un gran cementerio que su amiga estaba componiendo en la página. Tumbas, cruces, lápidas y cuervos negrísimos posados por doquier. La chica fingió no haber visto que en una de las lápidas aparecía escrito «Kyle Harries» y se marchó sola al patio, imaginando que Eleanor no quería ser molestada.

Cuando, a pesar de los auriculares, notó que a su alrededor se había hecho el silencio, Eleanor dejó caer una lágrima. Fue a parar al cuaderno, donde se convirtió en un charco que emborronó las líneas de lápiz, parecidas a surcos negros. Se las secó rápidamente. En el fondo, no eran más que deberes. Podían hacerlo deprisa y dejarlo ahí, no tendrían que confraternizar mucho. Ni siquiera sabía por qué había reaccionado de ese modo. Por supuesto que no era la primera vez que tenía que véselas con un compañero de clase que se creía el amo del mundo.

 De su pequeño y estúpido mundo. Levantó la cabeza y se libró del pelo que le tapaba la cara, como si se sintiera más segura sólo de pensar en ello. Y se lo encontró de frente.

Estaba sentado en la mesa del profesor, leyendo su revista habitual de coches y motos.

Eleanor no tuvo tiempo de hacer nada porque él alzó la mirada y la observó. Estaba moviendo los labios para decirle algo, pero la música estaba todavía demasiado alta como para escuchar sus palabras.

 Lo vio bajar de la tarima y dirigirse hacia ella, así que se volvió a ponerse a dibujar, insistiendo tanto con el lápiz sobre la misma línea que casi agujerea el papel.

Kyle alargó una mano y ella advirtió el calor de su piel sobre su propio rostro, sin osar a moverse para apartarse. Lo quitó uno de los auriculares, tirando ligeramente del cable y rozándole la oreja.

—Te preguntaba que estas escuchando—le dijo.

—No es asunto tuyo —dijo ella cuando recuperó la voz. No le gustaba la posición dominante que él ocupaba, de pie, observándola desde arriba.

Kyle no se ofendió por la respuesta pero no se detuvo ahí. Se puso a examinar el dibujo y luego se echó a reír, a la vez que señalaba su propia tumba. Eleanor escuchó su risa mezclada con la letra y los acordes de Pink Floyd, en un efecto extraño. Se quitó el otro auricular.

—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —estalló—. Significa que me gustaría verte muerto.

—No eres la única —comentó él. Eleanor pensó que era el típico chiste de machote que se cree el centro del universo y soltó un bufido—.¿Se puede saber qué he hecho para que la hayas tomado conmigo?

—¿Y tienes la cara tan dura como para preguntármelo?

 Él parecía no comprender. De repente, sus ojos centellaron, como si ya se acordara.

 —El sitio.

 —Querrás decir mi sitio.

 —La única otra silla que estaba libre era junto a esa tía tan charlatana —le explicó él— Eres una chica, estarás bien.

 Eleanor  no respondió. No trató de explicarle que la prepotencia no se justifica de ningún modo y que clasificar a los demás tomando como única base los órganos genitales era un criterio totalmente banal. Se calló y volvió a mirar su dibujo como si concentrándose lo suficiente pudiese introducirse dentro de él.

 —Te propongo un trato —continuó Kyle —. Tú me dices lo que estás escuchando y yo te enseño lo que estoy leyendo.

 —Veo perfectamente lo que estás leyendo, ni que fuera ciega.

 —Bueno, las apariencias engañan —replico él

 A Eleanor le picó la curiosidad. ¿Qué quería decir? Y sobre todo, ¿por qué aquel tío estaba allí charlando como si fuera un viejo amigo cuando hacía días, desde que había llegado, que no le dirigía la palabra a nadie? Pensó que, de todas formas, iban a tener que hacer los trabajo juntos, por lo que asintió, tomándose aquel juego como una especie de tregua conveniente.

 —Estoy escuchando música clásica —mintió. Él emitió un silbido de admiración (o de burla) y abrió su revista por la mitad. Se la puso delante y ella comprobó que en el interior había unas fotocopias.

 Eleanor leyó algunas líneas, parecía un ensayo sobre escenografía. Hablaba de espacios, volúmenes, entradas y salidas.

 —¿Qué demonios es esto? —preguntó, perpleja.

 —El potencial de los espacios —respondió él, al tiempo que se sentaba a su lado en el pupitre. Eleanor apartó la silla más para distanciarse que para dejar sitio a sus piernas— ¿A ti no te gusta el espacio?

—Sí, cuando los demás no me lo invaden —respondió ella, satisfecha de tener la réplica preparada. Le sucedía raras veces, y casi siempre era producto de la rabia.

 —Entiendo que eres de las que prefieren ir por libre. Me parece bien —dijo él— Pero tenemos que hacer un trabajo juntos y deberíamos llegar a un acuerdo ventajoso para ambos.

 Eleanor cerró el pico. Él saco su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y la abrió. Sacó dos billetes de cincuenta y ella tuvo la ocasión de comprobar que allí dentro había muchos otros iguales.

 —Si piensas que puedes comprarme, tú…—dijo, irritada.

 —Un distanciómetro —la interrumpió él a la vez que le tendía el dinero.

 —¿Qué? —Eleanor estaba confundida. ¿De qué estaba hablando?

 Él suspiró.

 —Para hacerlo más rápido, nos hace falta un medidor láser. ¿No querrás ponerte a medirlo todo a mano?

 Ella parpadeó.

 —¿No?

 —No. Yo no tengo tiempo de comprarlo. ¿Puedes encargarte tú? —dijo él, que seguía tendiéndole el dinero—. Imagino que nunca has estado en una obra. Es un aparato que sirve para tomar medidas simplemente apuntando con un láser.

 —Vale —consiguió decir Eleanor—. Un distanciómetro.

 —Perfecto. Con eso lo haremos en un segundo —explicó él, satisfecho— No quiero empezar con una mala nota.

 Kyle notó la expresión escéptica de Eleanor  y le sonrió.

 —¿Qué pasa? ¿Pensabas que me importaba una mierda?

—La profe dice que estás repitiendo —le replicó ella, y vio que le había dolido. La mirada de Kyle se nubló por un instante y sus ojos se volvieron turbios y lejanos de nuevo.

—He estado enfermo —dijo en voz baja. Había vuelto a alzar el mentón como el día que se habían visto por primera vez, y Eleanor se sintió incómoda. Tuvo que refrenar el impulso de apartar aún más la silla sólo porque temía ofenderle—. Muy enfermo. Perdí demasiados meses de clase y tuve que repetir curso.

—Lo siento —dijo ella, y lo dijo sinceramente. Se preguntó si se habría repuesto del todo o si sería una de esas enfermedades horribles que te consumen hasta que mueras. Lo analizó pero no fue capaz de ver en él ninguna señal de mala salud. Tenía el pelo espeso, negro y ondulado. Sano. Un tono de piel aceitunado, y el color saludable de los que pasan mucho tiempo al aire libre. La mirada brillante e inquieta no dejaba translucir ningún tipo de debilidad.

Cuando sonó el timbre y Kyle volvió a su sitio, le vio abrir la revista de coches y continuar leyendo las fotocopias sobre escenografía. Era de nuevo el chico impasible y distante, y así lo hallaron los compañeros que regresaban del recreo.

 —Por Dios, ¿es que sólo lee esa mierda de revista? —comentó Cherly, sentándose.

Mientras le contaba los últimos cotilleos que había recopilado en el patio, antes de que el profesor los hiciera callar a todos, Eleanor borró el nombre de Kyle de la tumba usando la pequeña goma del extremo del lápiz. 

                                                            ***

 —Entonces, ¿cómo te encuentras?

 Su madre usaba un tono sospechoso. Demasiado alegre, demasiado ligero. ¿Dónde habían quedado los meses de silencio y llanto solitario? Eleanor suspiró en el auricular, imaginando al hombre de pelo entrecano que le secaba las lágrimas. Que conseguía lo que ni ella, su hija, ni su marido, habían sido capaces de hacer: devolverle la sonrisa.

 —Estoy bien. El instituto no está mal.

 Hacía girar con las piernas el sillón con ruedas en el que estaba sentada ante el escritorio, a la vez que acariciaba la tortuguita de escayola que descansaba junto al ordenador.

Había pensado pintarla de colores, pero luego le había parecido mal alterar la obra del artista desconocido.

 —¿Y tu padre? ¿Cómo está?

 —Pregúntaselo a él —respondió Eleanor. Hacer de espía no iba con ella. Su padre estaba como de costumbre, enterrado en sus papelotes. Y no sospechaba ni lo más mínimo que su mujer le estuviera poniendo los cuernos.

 —Oh, ya sabes que no habla mucho —replicó su madre con tono resignado.

 —Bueno, pues la verdad es que tú tampoco —añadió Eleanor.

En los últimos doce meses, antes del traslado, antes de la escena del restaurante, su madre había pronunciado una media de diez palabras al día. Las había contado. Casi cuatro mil palabras al año para mascullar lo indispensable antes de volver a encerrarse apresuradamente en su dolor egoísta.

 —Estamos hablando, ¿no? —replicó su madre, resentida. Seguro que no quería que le echaran nada en cara. Era imposible tratar de discutir acerca de sus errores y de sus faltas.

 —Por fin te has decidido a comunicarte con nosotros —dijo Eleanor con un tono hastiado. Sin darse cuenta, había abierto el cuaderno de bocetos y había comenzado a trazar un rostro.

 —Estoy tratando de arreglar las cosas. Con ustedes lejos, me resultará más sencillo recomponerme. Sabes que aquello que sucedió hace un año...

—No quiero hablar de eso. Ahora no —la interrumpió Eleanor, alterada. Para ella era imposible afrontar el tema del accidente. Era algo que había encerrado en su interior y allí era donde debía permanecer. Y, de todas formas, no quería hablar de eso con ella, porque era posible que en ese momento tuviera junto a ella al hombre de pelo gris y, por eso, sólo por eso, se sintiera más fuerte.

—Como quieras —accedió su madre—. Bueno, ahora tengo que irme, tengo una reunión, en el colegio.

«Si, claro»

—Hasta pronto.

—¿Eleanor?

—¿Sí?

—Sabes que puedes volver cuando quieras. Aquí siempre me tendrás a mí, a tus amigos, tu cuarto.

 «Allí no queda nada de nada.»

—Gracias, lo sé —respondió, sin dejar de dibujar. Por fin consiguió despedirse y colgar el teléfono. Odiaba esas llamadas, respondía únicamente para que su padre no sospechara. Decidió que, de ahora en adelante, dejaría el móvil en casa para evitarlas mejor.

Tuvo que contener el llanto.

Después miró el dibujo, para darse cuenta de que el rostro que había trazado tenía unos rasgos familiares; se dio prisa en borrarlo, pero lo hizo con tanto ímpetu que rasgó el folio.

Continue Reading

You'll Also Like

5.6K 463 52
Yakisha, tiene 18 años. Ella es una chica cerrada en sí misma,víctima de todos. Ella no cree en nada, ni en nadie,no tiene amigos,Odia vivir y no le...
Luna By May

Poetry

161 61 46
*Solo son palabras* Son poemas y pensamientos cortos,espero y les gusten.
137K 29.3K 59
La mano del rubio se coló bajo la máscara del anbu acariciando su rostro suavemente, los azules lo veían con debilidad y un gran amor, Itachi se dejó...
Nobilis By YinaM

Science Fiction

353K 32.2K 68
En un régimen estable, donde la calidad de vida es alta y la guerra es solo un mito de antaño, Aletheia es una adolescente a puertas de un compromiso...