03:00 A.M.

By DanielGDominguez

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¿Alguna vez habéis tenido un sueño, del que no podíais despertaros? More

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Todo comenzó una mañana cualquiera, de un día cualquiera. Eran las seis y el despertador sonó con una lenta melodía a base de piano y violín, elegida a conciencia para despertar de manera apacible, sin sobresaltos. Para que engañaros, por muy suave que fuera la canción, eran las seis de la mañana y además lunes... Aun así, aquella mañana había comenzado lluviosa, ayudándome a despertar tranquilo gracias al sonido de las gotas que llegaban a mis oídos, cayendo por el patio interior.

Aquella noche estuve particularmente inquieto y cómo no, para variar, me desperté a las dos y cincuenta y cinco de la madrugada... ¿Por qué tenía que ser siempre a aquella hora? ¿Por qué ninguna maldita noche podía dormir de seguido? Una vez más, preguntas sin respuestas... ¿Qué más da? Tan solo rondaban por mi cabeza, como mucho, los diez primeros minutos antes de darme una ducha para despejarme y afrontar un nuevo día de trabajo.

Tengo la vieja costumbre de no ponerme el calzado hasta que no voy a salir por la puerta. Me gusta sentir el contacto del suelo durante los primeros minutos del día. Cuando di el primer paso en el salón noté algo granuloso bajo mi pie; al tercer paso, ya podía sentir por toda la planta aquella extraña sensación. Encendí la luz aprovechando que mi pareja se encontraba de viaje, ya que normalmente suelo ir a oscuras para no despertarla. Para mi sorpresa, todo el suelo de la habitación estaba cubierto de tierra. Jodidos gatos, ya han vuelto a escarvar en las plantas de la terraza. Pero... la puerta que da a ella estaba cerrada. Y ni siquiera la abrí durante la tarde-noche anterior. Y anoche cuando fui a dormir, por supuesto que no había tierra alguna... ¡¿De dónde leches había salido aquella tierra?! Desconcertado, cogí la escoba y el recogedor y limpié todo el estropicio. Aun intentando encontrarle la lógica al asunto, desayuné, me puse mis botas y salí a trabajar.

Durante aquella mañana, entre cigarro y cigarro y en varias ocasiones mientras trabajaba, tras darle mil vueltas al asunto de la tierra, encontré una posible explicación. Uno de los dos gatos había conseguido coger algunas de las bolsas de té de la basura, y tras divertirse con ellas, romperlas y esparcir todo su contenido. ¡Claro! Eso debía ser. En cuanto llegase a casa, tan solo debía de mirar en la basura. Era lo último que había echado, tan solo tendría que comprobar si la dichosa «tierra» tuviera más bien, aroma a té rojo.

Tras entrar por la puerta fue lo primero que hice. Miré en la basura y tras coger con dos dedos —cual película detectivesca— la sustancia en cuestión, la olfateé. 

Mierda. No huele a té. Huele a tierra húmeda.

Mi cabeza empezó a funcionar buscando posibles opciones al misterio. ¿Es posible que llevara algo de barro en el calzado y lo soltase al llegar el día anterior? No. Habría visto la tierra por la noche, ya que me descalcé nada más llegar. Además, aquellos días estaba especialmente atento al tiempo, ya que anunciaban lluvias y no llegaba a terminar de caer ni una sola gota, para coger tal o cual abrigo... De repente todo mi vello se erizó, recordé que aquella madrugada si había estado lloviendo.

Tenía que haber una explicación lógica para todo esto. ¿Y si alguien hubiera entrado en casa mientras dormía? Nada parecía fuera de su lugar, desde luego. Decidí no contarle este pequeño detalle a mi pareja, para qué asustarla cuando realmente no sabía que había pasado. Opté por quitarle hierro al asunto, seguro que todo era mucho más simple de lo que parecía... Así que me limité a tomar un té —no pude evitar sonreír al coger la bolsita—, me puse música, y distraje mi mente durante el resto del día.

Todo quedó ahí, al día siguiente apenas pensé en ello, para nada en los sucesivos. Carmen había vuelto de su viaje, me sentí muy tentado de contarle todo, pero como he dicho, no era necesario asustarle sin motivo alguno. No pasó nada que me recordase a «el caso extraño de la tierra sin dueño». 

Tres días más tarde, todo cambió. ¿Habéis tenido alguna vez esos sueños, en los que parece que tu mente despierta antes que tu cuerpo? ¿Qué queréis despertaros pero vuestro cuerpo no responde y vais sintiendo como a fuerza de pensarlo una y otra vez, poco a poco, conseguís moverlo? Ya los había tenido en otras ocasiones, pero aquella vez fue diferente. 

Muy diferente.

Nos fuimos a dormir como siempre, cerré la puerta del dormitorio y una vez en la cama, no tardé en quedarme dormido. En mitad de la noche desperté, sin embargo, no pude abrir los ojos, mi cuerpo no respondía a orden alguna. Tenía la maldita sensación de que en aquella oscuridad no estaba solo, y a la angustia de no conseguir moverme, se le sumó la de que si no despertaba, ese algo o alguien iba a hacerme algo —nada bueno por supuesto—... Tras repetir una y otra vez, más bien gritar a mi cuerpo que se despertara, intentando arrancar un grito de mi garganta aún dormida para que lo hiciera, sucedió algo imprevisto. Sentí como abandonaba la oscuridad. Vi el cuarto sumido en sombras. Fue como si mi espíritu, alma, llamadlo como queráis, saliese de mi cuerpo, elevándose en el aire, despacio, hasta alcanzar el techo de la habitación. Una vez ahí, mi vista giró hacia la cama. Allí se encontraba mi pareja, tumbada, mirando hacia el lado contrario en el que yo estaba. Pude verme a mí, moviéndome muy, muy poco a poco, intentando despertar. Entonces vi a una tercera «persona», por llamarla de alguna manera.

Aquel ser se encontraba a mi lado de la cabecera, sentado en cuclillas, inmóvil. No pude percibir antes su presencia, debido a que su figura se confundía entre las sombras. Tenía los ojos cerrados y su cuerpo extremadamente delgado, hacía que los huesos, se le marcasen por encima de su vestimenta muy holgada de color indefinido. Súbitamente sus parpados se abrieron por completo, con la mirada desencajada. Miró en todas direcciones nerviosa, y comenzó a balancearse hacia delante y atrás. Su rostro, demacrado hasta el límite, podría describirse con las palabras demencia, obsesión, ansia, histeria. Comenzó a abrir su boca, hasta el punto que parecía que iba romperse de un momento a otro, dejando entrever dos hileras de dientes muy afilados, todos terminados en punta. Levantó su mano desprovista de carne y comenzó a acercarla a mi cuerpo. Cuando ya se encontraba muy cerca del costado derecho, mi vista viró hacia el techo y sentí caer hacia la cama. Volvía a estar dentro de mí. Sentí la urgencia alarmante de despertarme, era ahora o nunca. Había conseguido llevar mi brazo hacia la cabeza, entonces en un electrizante movimiento, pude agarrar mi cabello y tirar de él con fuerza. Desperté sobresaltado, con el corazón en la boca, un pequeño mechón de pelo en la mano, un punzante dolor en mi cabeza y con una dolorosa sensación en mi costado derecho, como si alguien me hubiera acercado un atizador al rojo vivo. Carmen se volvió en la cama, pero sin embargo continuó durmiendo. Miré el reloj. Esta vez no eran las menos cinco como de costumbre, eran las dos y cincuenta y nueve de la madrugada.

Me levanté. Tenía la garganta acartonada y necesitaba beber un poco de agua, aparte de intentar calmar el nerviosismo que me invadía. Tal vez hubiera sido mejor quedarme en la cama...

Abrí la puerta del cuarto y al encaminarme hacia la cocina, volví a sentir aquella sensación granulosa bajo mis pies... Encendí la luz. Con la mandíbula desencajada, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Unas huellas embarradas de unos pies descalzos, bastante huesudos por las marcas que habían dejado, venían desde la puerta de salida hasta acabar en la puerta de nuestro dormitorio. 

Esa noche también llovía. 

Si había conseguido serenarme algo mientras me levantaba de la cama, aquello anuló cualquier nuevo intento de conseguirlo. Lo limpié todo, no quería preocupar a Carmen, era bastante sensible con estos temas y de todas maneras, puede que aquello solo se quedara en una anécdota para contar, en ciertas noches del año.

Por supuesto, no dormí en lo que quedaba de noche. Temía que si volvía a cerrar los ojos y dormir, aquel ser estaría allí esperando para atraparme.

A la siguiente noche una idea rondaba por mi cabeza. Programé una nueva alarma en mi móvil, lo suficiente baja de volumen para no despertar a mi pareja, pero lo suficiente alta para despertarme. La hora programada eran las dos y cincuenta y cinco. Todo fue bien, el ser no volvió a aparecer. Ni las huellas. Ni nada más.

Una semana más tarde cuando volví a casa de trabajar, tras abrir la puerta de la entrada, me sorprendió no recibir el habitual saludo de mis gatos. Sonriendo y pensando qué podían estar liando entré sin más dilación, colgué mi chaqueta en el perchero y dejé las llaves en su lugar correspondiente. Una vez ya en el salón pude verlos. Estaban sentados, uno al lado del otro, sin reaccionar a mi llegada. Ambos miraban en dirección al final del pasillo; hacia el dormitorio. Los llamé pero no respondieron, entonces dirigí mi mirada hacia el pasillo y delante de mis propios ojos, la manecilla de la puerta giró y esta comenzó a abrirse despacio, sin prisa alguna, acompañada de un leve chirrido. No paró, lenta pero sin cesar, hasta que quedó abierta por completo. La persiana estaba echada, tan solo veía oscuridad dentro de ella. Avancé poco a poco hacia la habitación. Tal vez estaba mal cerrada, pensé.

Un sonido vino detrás de mí, al girarme pude ver que era uno de los dos gatos, que sin apartar la mirada de la puerta, tenía la boca abierta enseñando sus afilados colmillos amenazantes, con sus ojos entrecerrados y todo el lomo erizado. A continuación soltó un maullido mezclado con una especie de gruñido y comenzó a retirarse despacio. El otro agachó toda su figura, dispuesto a saltar por si algo se le acercase y también fue retirándose, poco a poco. Giré la vista hacia la habitación y me acerqué más a ella. Cuando la mitad de mi cuerpo entró, sentí un cambio brusco en la temperatura. Allí hacía frío, mucho frío, pese a que aún estábamos a mediados de octubre.

Algo me impactó sacándome de la habitación, haciendo que chocara con la pared de enfrente. 

La puerta cerró de un fuerte golpe.

Mi corazón no explotó de milagro. Con los ojos abiertos de par en par, fui hacia la cocina con paso lento, aún noqueado por la caída. Abrí la despensa y cogí la botella con etiqueta negra. Caminé hasta el salón, agarré el primer libro que pude de la estantería. El exorcista. Y una mierda. Lo solté y volví a coger otro. Ética para Amador. Perfecto. Pasé el resto de la tarde-noche en la terraza leyendo, acompañado de un buen whisky, varios cigarrillos, y mis dos gatos, que también tomaron la opción del lugar escogido como buena. Tal vez fuera una tontería, pero el tener una de las paredes libre, con vistas a un mundo abierto, me hacía sentir más seguro. A lo mejor tendría que haber salido corriendo de la casa sin mirar atrás para no volver nunca, pero no era ningún cobarde. O eso, o el orgullo pudo conmigo, más bien. Además conseguí autoconvencerme de que aquello, fue solo la corriente por tener todas las ventanas abiertas, una simple coincidencia en un momento muy, pero que muy oportuno... Es increíble lo que llegamos a creernos para encontrar la lógica a lo inexplicable.

Sobre las doce y media, mis ojos ya no daban más de sí, el cansancio invadía cada rincón de mi cuerpo; necesitaba dormir. Armado de valor fui hasta el dormitorio y abrí la puerta, la sensación gélida de por la tarde había desaparecido, allí hacía la misma temperatura que en el resto de las habitaciones, lo cual me transmitió cierta sensación de seguridad. Levanté la persiana para que las luces de la ciudad entrasen por ella ofreciéndome un poco de tranquilidad,  ya que la oscuridad de aquella habitación me inquietaba esa noche. Una vez en la cama comprobé las dos alarmas, enchufé el cargador al móvil, encendí un cigarro, le di un par de caladas, lo apagué y cerré los ojos. Cinco minutos antes pensé que tardaría en conciliar el sueño, sin embargo caí rendido enseguida.

Otra vez el maldito sueño. Volvía a no poder despertarme.

Una vez más mi ser incorpóreo volvió a salir de mi interior. Cuando vi el conjunto de la habitación, allí estaba aquel ser. De pie. Inmóvil. Ligeramente encorvado. Mirando mi cuerpo aún dormido. Entonces giró la cabeza y la levantó. Estaba mirándome, sabía que mi otro yo estaba allí arriba. Comenzó a reír nervioso, a carcajada limpia. Levantó su brazo y tocó una de las cortinas, que en un instante, estalló cubierta en llamas. Mi espíritu volvió a mi cuerpo, despertándome de un sobresalto; la cortina estaba ardiendo en la realidad. 

Busqué a tientas la luz de la mesita de noche, al accionar el interruptor la luz no surgió. Miré el teléfono móvil, este también permaneció con la pantalla apagada. ¿Pero qué coño estaba haciendo? Tenía que salir de la habitación cuanto antes. Salté de la cama y corrí hacia la puerta cerrada, cuando fui a tocar la manecilla, esta estalló en llamas al igual que la cortina...

Allí me encontraba, en el centro de la habitación, viendo como el fuego iba consumiendo los muebles, las paredes, todo, a una velocidad vertiginosa. Recuerdo como al mirar a través de la ventana, pude ver como el patio estaba más oscuro de lo normal, incluso cuando las llamas devoraban el interior de la habitación. 

Se ha ido la maldita luz, apuesto lo que sea a que son las tres de la mañana, pensé, aceptando que aquel era mi final.

Las llamas me alcanzaron. Un dolor agudo, más bien indescriptible, comenzó a sacudir todo mi cuerpo. Recuerdo como sentía que cada músculo, vibraba de manera independiente sin control alguno, incluso un fuerte olor a carne quemada inundó mis fosas nasales, o lo que quedaba de ellas. Creo que llegué a gritar, un grito desgarrador e involuntario que salió de mi garganta; unos segundos después se apagó, posiblemente mis cuerdas vocales habían sido pasto de las llamas. Mis ojos desprovistos de párpados, veían como el fuego consumía toda la habitación. Entonces pude escucharlo. Una risa diabólica y aguda llenó mis oídos y allí en frente se encontraba el maldito ser, sin que el fuego le hiciera mella alguna...

El dolor desapareció, mientras la oscuridad se apoderó de todo. Ni túnel, ni toda la vida pasar delante de tus ojos. Simplemente oscuridad. 

Y sé que no estoy solo.

Aquella noche por suerte mi pareja también se encontraba de viaje. Una llamada por teléfono al día siguiente, le dio la noticia de mi fallecimiento. Según las autoridades me había quedado durmiendo con el cigarrillo encendido y eso había provocado el incendio. Un vecino pudo ver las llamas, pero para cuando llegaron los bomberos ya nada podían hacer por mí. Los daños que fueron provocados por el incendio, se limitaron al dormitorio.

Hoy. En la noche de los difuntos. Cuando el velo que existe entre el mundo de los vivos y el de los muertos, se hace más delgado... He venido para advertiros. Si alguna noche, despertáis en la madrugada... 

Mirad la hora. 

Tal vez no estéis solos.                            

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