Un Nuevo Comienzo

By CelesteTapiaGmez

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Toda historia tiene un final... pero en la vida, cada final es un nuevo comienzo. Que la historia termina al... More

Dedicatoria
Epígrafe
Prefacio
Valentía
Un Ángel
Similares
Mil Mariposas.
Resignación
Noche De Chicas
Corazón Roto
Amor De Madre
¡ Feliz Cumpleaños!
¡Hogar, Dulce Hogar!
¡ A Divertirse!
Dia De Muertos
Llévame A Casa
Equivocaciones
Me Soltaste
Mi Angustia.
Un Karaoke Lleno De Emociones
Una Historia De Amor
Noche De Confesiones
¡ Sorpresa!
Baile De Navidad
¿Qué Hiciste?
Noche Vieja.
¿ Quieres Ser Mi Esposa?
¿Caminamos Juntos?
Luna De Miel.
¡Vas A Ser Papá!
Epílogo
Una Madre Nunca Abandona.
LA ÚNICA EXCEPCIÓN

Una Visita Inesperada

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By CelesteTapiaGmez

CAPITULO 21.

Cuando Evangeline cursaba el quinto semestre de preparatoria, el profesor de español les había dejado un trabajo que equivalía el ochenta por ciento de su calificación final. Se trataba de un reporte de literatura —clásicos solamente —. Si había algo que el profesor no soportaba eran las novelas juveniles, decía que solo eran palabras comerciales que no dejaban ningún provecho.

Él quería instruirlos por el camino del saber, les había dicho que al leer se les abrirían muchas puertas, no se dejarían cegar por las bobas campañas de los políticos, al igual que los programas basura de la televisión que solo servían como cortinas de humo.

Ella se encontraba nerviosa, pues nunca había leído un libro de más de doscientas páginas. Por lo que eligió —por recomendación de Denise—, cumbres borrascosas.

Prácticamente duró enamorada de ese libro por meses —ni que decir de Heathcliff —. Nunca le tocó un amor como ese, pues Alex era todo lo contrario a ese hombre, sin ninguna pizca de maldad ni rencor en su cuerpo.

Cuando ella conoció a Gerardo por primera vez para la cita del trabajo, pensó que era igual a Heathcliff, serio, temido por todo el mundo. Sin ninguna pizca de emoción por su rostro. Pero ahora, viendo con detenimiento al pie de su puerta, le recuerda al señor Darcy de orgullo y prejuicio, de aspecto inmutable, caballeroso, una facilidad con las palabras y ni que decir de su aspecto. Un hombre muy buenmozo. Bien dicen que la realidad supera la ficción.

—Señor Ruiz —es lo primero que brota de sus labios después de que se le pasa la sorpresa —, buenas tardes.

— ¿Qué no habíamos quedado en dejar la formalidad a un lado? —Las mejillas de la chica se tiñen de rojo de inmediato —. Buenas tardes Evangeline.

La contempla mientras se sonroja. Es de las cosas que más le gustan de ella, parece igual a una colegiala cuando ve a un chico apuesto frente a ella. De su cuenta la toma y le besa las mejillas, pero decide detener sus impulsos, no quiere que ella se lleve una mala impresión de él.

— ¿Quiere... quieres pasar? —le tiembla un poco la voz al preguntar eso.

—Si no es mucha molestia —una sonrisa aparece en sus labios.

Ella se hace a un lado, para dejarlo pasar. Sin querer sus hombros se rozan, al momento sienten una descarga eléctrica solo con el simple acto. Llegan al patio y Gerardo se percata de la presencia de Ricardo, el cual sigue muy al pendiente de sus redes sociales.

De inmediato comienza a sentir un sabor amargo en la garganta, acompañado de una punzada de celos. Ricardo en apariencia luce muy varonil, musculoso, bien arreglado, perfumado y guapo. Casi tan guapo como lo era Alex.

—Gerardo —la rubia carraspea para llamar la atención de su amigo, él al momento deja el celular —, él es Ricardo, un amigo de la infancia —ella se pone a jugar con sus manos para aplacar sus nervios —. Ricardo —voltea a ver a su amigo —, él es Gerardo, mi jefe.

Mi jefe, que amargo suena eso. Ese pensamiento cruza por la mente de Gerardo.

—Un placer —pronuncia con educación mientras le da un apretón de manos.

—Lo mismo digo, ahora si me disculpan ya debo irme —se disculpa Ricardo mientras va en dirección de la puerta —. Tengo otro compromiso, debo ir a León, Guanajuato por el velorio de un tío —confiesa al ver la cara de confusión de la rubia.

—Saludos a Nerea.

—Yo le doy tus saludos —sonríe —, ¿Angie?

—Sí, dime.

—Tú sorpresa no tarda en llegar —no está demás en decir que otra ronda de celos cruzó por la cabeza de Gerardo.

—No sirve de nada decir que no es necesario que me des algo.

—Y como ya te dije, no es algo material —se encoge de hombros —. Los tiempos son terribles honey, ya ni siquiera te alcancé a comprar flores y eso que no eres de enero.

—Ven a verme más seguido, con eso es más que suficiente —le da un fuerte abrazo. Gerardo se encuentra más verde que Hulk. Verde de celos.

—Lo prometo mi chula, me vas a ver como mínimo tres veces por semana —se inclina y le da un beso en la mejilla. ¿Alguien se puede morir de celos? Porque el hombre no tarda —. Ahora si me disculpan, ésta guapura se les escapa.

— ¡Por Dios Ricardo!

—Bye, bye —como Gerardo se encuentra a espaldas de él. Ricardo gesticula con los labios un perfecto mientras lo apunta y sale de la casa.

— ¿Por qué él no estaba el otro día? —pregunta el hombre con un tono algo duro.

—Él tiene problemas con su familia, debido a sus preferencias sexuales —él suspira al escuchar eso, y acto seguido se disculpa mentalmente por pensar mal del tipo —. Pero siempre me estuvo apoyando, incluso cuándo Ian no podía hacerlo.

— Se ve que es una persona sencilla y agradable —añade en un tono más agradable. Ahora entiende que sus celos no están fundamentados.

—Lo es y además de eso, es muy bromista.

Después de eso, los dos caen en el temible silencio incómodo. Ninguno de los dos sabe cómo continuar la plática, ya que siempre estuvo la niña de por medio.

—Debo confesarte que la pasé muy bien con tú familia —el castaño es el primero en romper el silencio —, y ni que decir de tus amigos —ella lo mira con timidez —. Hace mucho que no pasaba una velada tan agradable, por lo que debo darte las gracias.

— ¿A mí? —Asiente —, ¿Por qué?

—Por dejarme acompañarte esa noche —se aclara la garganta —, me refiero a todos nosotros.

—Yo también debo agradecerte —le confiesa con un poco de valor —, gracias a tus anécdotas lograste subir mi estado de ánimo.

—No es nada —pasa una mano por su cabello —, pero ya que estamos en los agradecimiento quiero agradecerte por cantar junto a mí — ¡Dios mío! El corazón de la chica late al mil por hora, no quería tocar el tema justo ahora —, yo ni en sueño me hubiera animado a hacer eso.

—Es que todos mis amigos hacen que uno se sienta en casa.

— ¿Te has de estar preguntando a que se debe el motivo de mi visita? —cambia el tema de inmediato.

—La verdad no —mentira, es una pregunta que no deja de rondar por su cabeza. Para disimular los nervios, empieza a jugar con sus manos —. Supongo que algo relacionado con Sofía —niega con la cabeza.

—En unas semanas va a ser nochebuena, nosotros cada año damos un baile en esa fecha, de gala en el hogar —no deja de ver su rostro para no perder de vista ni la más mínima expresión — Y me gustaría que fueras.

—Yo no lo sé...

—Creo que no te lo he pedido como se debe —ella pasa saliva con dificultad —, ¿aceptarías venir al baile de navidad? —un grito interno exige ser liberado al escuchar la petición de ese hombre

—Acepto —sonríe a lo bruto.

—Me alegra escuchar esa respuesta —le sonríe sin dejar de mirarla —Evangeline, yo debo decirte algo...

El llamado de la puerta lo interrumpe en plena oración. La rubia de mala gana se dirige para ver de quien se trata, mientras que su visita masculla algo entre dientes.

Angie queda pálida al abrir la puerta, al punto del desmayo.

No, no, no.

Eso no puede llegar a su vida cuando con mucho esfuerzo la ha ido reconstruyendo.

—Hola hija —saluda su padre del otro lado —. Ha pasado mucho tiempo.

●●

Ambos se encuentran sentados frente a frente sin dejar de checar las expresiones del otro. Por sus miradas pareciera que se encuentran en un duelo a muerte, basta con que uno tire del castillo.

El sentimiento es terrible. Pasas años queriendo superar a esa persona cuando de la nada decide volver como si no hubiera hecho nada malo. Solo con una sonrisa cínica en su rostro.

Dejemos algo en claro, ella no es de palo. Tardó tres meses en asimilar el abandono de su padre, pues no le cabía en la cabeza como un padre no puede querer a una hija. Y eso sin contar todos esos años en los que espero una llamada por parte de él. Al final, ella se dio por vencida con el pasar de los años.

— ¿A qué viniste? —pregunta finalmente, no deja de sentir sus piernas como gelatina. Suerte que Gerardo no se encuentra viéndola en este momento. Él salió para darles más privacidad.

—Tienes motivos de sobra para odiarme.

—Que poco me conoces, nunca he odiado a nadie y tú no eres la excepción —evita su mirada por unos instantes —. Pero tampoco puedo decirte que te quiero y mucho menos que te considere un padre, porque nunca lo fuiste ni lo serás.

—Lo comprendo, sé que me lo gané a pulso —suelta un largo suspiro —. Quiero decirte que desde el día en que te eché —aunque sea difícil de creer —, me he sentido muy mal.

—Muy difícil de creer, casi imposible —se le quiebra un poco la voz al hablar — ¿Cómo creer en alguien que dejó a una niña en medio de la calle sin piedad alguna? —Si no hubiera sido por sus tías, quien sabe dónde hubiera acabado —, ¿Cómo creer eso, cuando rechazabas mis llamadas?

—Todos estos años estuve en depresión, sólo me dedicaba a beber —hace una mueca —. Te corrí porque no soportaba verte si me ibas a recordar a tu madre, eso no te lo voy a negar. Pero después llegaron los remordimientos, traté muy mal a todos mis trabajadores, fui un miserable con todos los que me rodeaban —confiesa avergonzado —. Y agradecí mis acciones, porque no me hubiera gustado tratarte igual que a ellos.

—Entiendo eso, pero no es justificación suficiente —ella sabe lo que es caer en la depresión, pero no lo justifica —. Entiende que yo también estaba sobrellevando la perdida de mi madre, como para tener que sobrellevar tu ausencia. Yo también necesitaba de un padre.

—Cuando supe que te ibas a casar, quise ir —confiesa avergonzado —. Pero me arrepentí, no quería ser el antagonista en ese momento tan importante de tu vida. Te veías tan feliz, yo no tenía el derecho de descontrolar tú vida.

—No es tanto por mí, sino por Mía. Me hubiera gustado que ella supiera lo que era estar en los brazos de un abuelo —una lagrima logra escapar —. Pero no, siempre tuve que soportar la misma pregunta: ¿mamá, y mi abuelo dónde está? ¿Por qué no nos visita? —El hombre siente una punzada de dolor en el pecho —, ¿Qué te hacía falta? ¿Una alerta sobre el fin del mundo para que decidieras levantar el trasero y venir a conocer a tu nieta?

—Créeme que estoy arrepentido.

—Esas son solo palabras —se cruza de brazos —, y a esas se las lleva el viento.

— Cuándo supe del accidente me dolió mucho, y descubrí que era cierto eso que dicen, pagas lo que hiciste con lo que más quieres —carraspea un poco —. Lo último que quería era que pasaras por un infierno como el que pasé yo.

— ¿Cómo me encontraste?

—Ricardo —ella abre los ojos como platos al escuchar esa respuesta —. Él fue a conversar conmigo allá en la hacienda mientras visitaba a sus padres, me dijo que caíste en depresión y todo con lo que tuviste que lidiar. Y ahí me di cuenta de mi error.

—Esa era su sorpresa... —un buen amigo no, él es un hermano que cuida y vela por ella.

—Hablando de sorpresas, yo también tengo una para ti.

— ¿Sorpresa? —el corazón tiene un límite para tantas emociones y ella teme llegar al suyo.

—Decidí pasar los restos de tú madre a la tumba de tu esposo e hija.

Por las tantas cosas que sufrió de niña, una fue la de no tener un cuerpo en donde llorarle a su madre, pues los restos permanecieron en la hacienda de su padre, el cual le negaba las visitas. Eran innumerables las veces en que escuchaba hablar por teléfono a su tía Glenda, exigiéndole que la dejara visitar los restos de su madre. Ni siquiera pudo asistir al velorio. No le pudo decir el último adiós.

— ¿Lo dices en serio? —le pregunta Evangeline. Trata de no llorar, pues lleva tanto sin pensar en esa posibilidad.

—Es en serio, te causé mucho daño y quiero remediarlo —baja la cabeza con vergüenza —. Espero que algún día me puedas perdonar.

—No puedo perdonarte así como así, pero te prometo que haré mi mejor esfuerzo —le dice entre lágrimas —. Desde el momento en que perdí a mi familia, comprendí el dolor por el que debiste haber pasado. Solo promete una cosa.

— ¿Qué cosa?

—Que vas a poner de tu parte y nunca te vas a volver a ir de nuevo.

—Eso te lo prometo ahora y siempre.

—Papá...

Ella no puede terminar la oración. Se inclina a darle un fuerte abrazo. Se trata de un amor qué les hizo falta durante tantos años.

Y a pesar de que se encuentra agradecida con la vida —y a Ricardo —de ver de nuevo a su padre. Para ella el único padre que tiene es su tío, quien siempre estuvo con ella en todo momento y aún más en los días de tormenta. No porque que sea su padre biológico le debe respeto y cariño. Eso se gana.

Pero ese secreto lo va a llevar por siempre en su corazón para no dañar a terceras personas.

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