Factura al corazón © DISPONIB...

By sophiatramos

5.1M 337K 121K

DISPONIBLE EN ESPAÑA Y LATINOAMÉRICA POR NOVA CASA EDITORIAL 💕 --- ALGUNAS DEUDAS SON PARA TODA LA VIDA. Em... More

¡DISPONIBLE EN FÍSICO!
Anuncio importante
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31 - Especial: Responsabilidades
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
POR SIEMPRE EMMA

Capítulo 35 [Final]

149K 7.8K 3.8K
By sophiatramos

[En Multimedia: "Bienvenido a nuestra boda", con cariño Isabella y Joseph]

Dedicación especial: A Dimas Damián Dutary, quien me hizo parte de su equipo hace mucho tiempo. Y a todos los que han leído hasta aquí, porque llenaron de júbilo mi corazón.

Y para cerrar con broche de oro, un capítulo muuuy largo. Confieso que tuve una pequeña lucha interna sobre si debía partirlo en dos, pero al final decidí publicarlo tal cual. Léelo a tu propio ritmo y recuerda: va con todo mi amor, como siempre.

¡Gracias por llegar hasta aquí! <3

----

Estar de esa manera con Matt fue extrañamente hermoso.

No fue como ver un atardecer en paracaídas, pero fue igual de emocionante. No fue como cenar en la zona más peligrosa de la 'Aguja Espacial' durante una noche estrellada, pero fue igual de romántico.

No fue como atacarnos el uno al otro compitiendo por el liderazgo en la tabla de puntuaciones ficticia, pero fue igual de divertido.

Cuando la magia terminó y pudimos volver a la realidad, me miró a los ojos y susurró despacio: «¿Por qué no me contaste?». Y yo, sabiendo exactamente a qué se refería —porque los chicos se dan cuenta—, le respondí: «No puedes dárselo a cualquiera, es más serio que un primer beso». Terminó por sonreír y preguntar: «¿Cómo sabes que no soy cualquiera?», a lo que sin titubear respondí: «Porque te aseguraste de que nos quisiéramos primero»

Para mí, esa noche no "hicimos el amor" —como le llaman en las terribles películas de romance—, porque el amor no se hace, ni se piensa. Incluso decirlo es dudoso. El amor se siente y punto.

Esa noche solo nos amamos. Sin prisa, con dedicación, abandonándonos en nuestro pequeño universo y mezclando nuestros sentimientos con el silencio apacible que abundaba en su habitación.

-----

Matt mantiene los párpados cerrados. La lobreguez en su habitación hace que me cueste confirmarlo, pero si los tuviera abiertos podría percibir el brillo de su oceánico iris. Situación que no está sucediendo mientras estoy acostada a su lado.

—¿Estás despierto?—rompo el silencio.

Demora en responder.

—Sí...

—Si estás despierto, ¿por qué tienes los ojos cerrados?

Si hay algo en este mundo que jamás lograré entender, es por qué la gente cierra sus ojos si no va a dormir. La frase "descansar la vista", debería ser erradicada. Para mí la hora de dormir es sagrada, o cierras los ojos porque vas a disfrutar de ella, o no los cierras y punto.

—No sé—ríe—. Solo los tengo cerrados.

—¿Te das cuenta de cuán ridículo suena eso?—refuto—. Es absurdo que alguien que no esté durmiendo o pensando en dormir, cierre los ojos.

—Si solo cierras los ojos cuando vas a dormir, ¿por qué los cierras también cuando me besas?—contraataca—. ¿Eso también es absurdo para ti?

Me callo. De acuerdo, punto para Sinclair.

—Se siente más cuando los cierras, pero si no es para dormir o besar, ¿por qué cerrar los ojos?—no pretendo perder igual—. Te pierdes de lo que está sucediendo enfrente tuyo. Es solo mirar un fondo negro. Y el negro es de lo más aburrido. El negro ni siquiera es un color, es ausencia de luz. Es la percepción visual de máxima oscuridad, algo totalmente deprimente. De verdad la gente no debería...

—Ya los estoy abriendo, ya los estoy abriendo—me interrumpe, con la intención de detener mi discurso filosófico.

Cuando percibo el océano que tanto me gusta, le sonrío y digo:

—Encontré un nombre.

—¿Un nombre?

Me levanto solo un poco para alcanzar la lámpara de noche que tengo a mi lado y encenderla. Cerciorándome que la sábana me siga cubriendo, vuelvo a recostarme a su lado.

—Para el perro. Le encontré un nombre a nuestro perro.

—Ya era hora—me sonríe también—. ¿Cuál es?

—¿Prometes no reírte?

—Lo prometo.

Toma mi mano para llevarla a sus labios, cautivándome con su ternura de siempre. Cielos, ¿cuándo me volví tan fanática del romance?

Es que no es el romance. Es nuestro romance.

—Pero promételo de verdad.

—Te prometo de verdad que no me reiré.

Inspiro profundamente y espiro.

—Vincent Van Gogh.

Silencio pesado. Los labios de Matt abandonan mi mano, se curvan hacia arriba y suelta una risotada que acaba con el silencio apacible que reinaba en nuestro momento romántico.

Pienso que se va callar, porque pues, se calla; pero niega con la cabeza y ríe más alto. Lo observo con el rostro más serio que sé poner. Apuesto piensa que estoy bromeando.

—Oh, ¿hablas enserio?—abre mucho los ojos.

Asiento, lentamente.

Presiona los labios. Está intentando no volver a reír en mi cara, pero termina por hacerlo de nuevo. Cada vez más alto.

—¡Dijiste que no te reirías!—lo empujo con un dedo.

—¿Quién le pone Vincent Van Gogh a un perro?

¡Yo!

No, no, debo renunciar al individualismo.

—Nosotros—le respondo—. En la tarde, mientras me ignorabas, le encontré una cicatriz en su oreja izquierda, lo que me indica que tuvo una cortada en el lóbulo, tal como a Vicent Van Gogh le cortaron la oreja.

Seguro está demás decir que Van Gogh fue un pintor neerlandés —uno de los principales representantes del postimpresionismo—, y a parte de ser famoso por sus alucinantes obras de arte, lo es porque un día amaneció sin una oreja y centurias más tarde todavía nadie sabe quién se la cortó.

—Buena investigación, Sherlock—se burla Matt.

—Le podemos decir Vincent para que parezca un nombre común—añado—. Además, Van Gogh estaba demente y nuestro perro no se ve muy cuerdo, si me permites decirlo.

Mientras sigue riendo, Matt finge confusión.

—¿Enserio? Para mí estaba muy cuerdo antes de traerlo a casa—dice—. Aunque... ¡Ya sé qué es! Usualmente cuando la gente se acerca a ti, pierde la cordura.

Abro la boca y gimo, indignada. ¿Quién cree que es para bromear así después de lo que acabamos de hacer?

—¡Es todo! ¡Me voy a mi habitación!

Remuevo la sábana de mi cuerpo dispuesta a huir como la reina del drama que soy, pero a Matt no parece importarle. Continúa riendo a carcajadas al mismo tiempo que contempla mi cuerpo de arriba abajo.

—Lindo cuerpo, Sherlock—declara lleno de picardía.

—¡Cállate!—lo empujo para alejarlo.

Mi intento de drama se torna inútil. Antes que pueda seguir con el arrebato, mi sensual chico me toma de la muñeca y tira con fuerza de mi cuerpo para encarcelarme debajo del suyo.

Y aun cuando sé que a este punto debería existir una gran confianza entre nosotros, no puedo evitar sentirme nerviosa.

—Yo también perdí la cordura por ti—susurra consiguiendo que olvidé por qué estaba enojada e incluso el nuevo nombre del perro—. La cordura y muchas otras características que le daban el sentido lógico a mi hemisferio.

Inevitablemente, me saca una sonrisa de estúpida.

Me cuesta creerlo todavía. Hace un mes era una chica solitaria, con un corazón envuelto en una máxima oscuridad —como el color negro—, que no creía en el amor ni en sí misma, y mírame ahora, enamorándome de golpe, sin temor al abismo de consecuencias en el que pueda caer.

Nos miramos durante un largo rato, transmitiendo un sinfín de promesas hermosas el uno para el otro, hasta que corto el momento:

—Pídemelo.

—¿Qué?—Matt denota confusión.

—Pídeme que sea tu novia.

Niega, jovial.

—No... no te lo mereces.

Mi ceño se frunce.

—Lo merezco más que cualquiera en este mundo.

—¿Y eso por qué?—su sonrisa es tan cautivante.

—Porque aquellos que se hacen reír merecen estar juntos—replico, imitando su tono filosófico—. Y yo te hago reír mucho.

—Eso es discutible—intenta hacerse el difícil.

—No lo es y lo sabes.

Se calla, seguramente admitiendo en su interior que se suma un punto para Bennett en la tabla de puntuaciones.

—¿De dónde sacaste eso?—me pregunta.

Le guiño un ojo.

—Me suscribí a una de tus listas de correo—replico—, de las que te envían frases motivacionales todos los días a las cuatro de la mañana, mientras duermes.

Ríe y yo río con él.

—¿Estás diciendo que saco mis frases épicas de una lista de correo?

—¿Sino de dónde más?

Oh, otro punto para Bennett. Estoy que ardo, señoras y señores.

Matt lleva sus manos hasta mi cintura, aprieta y termina haciéndome cosquillas. Río tan alto que temo que a este punto hayamos despertado a todo el mundo. No me extrañaría que todos estén pegados en la puerta escuchando nuestras incoherencias (porque ha sucedido).

Verán, haya sacado la frase de una lista de correo o no —en verdad sí fue así—, estoy de acuerdo con ella. Cuando encuentras a alguien con quien te puedes reír sinceramente sin parar durante un largo rato, definitivamente hay un fuego ardiente entre tú y esa persona.

—Bien, tú ganas—declara mi sensual chico, al cabo de unos segundos.

Tira el cuerpo hacia atrás, agarra mis manos y quedo sentada. Rebusca algo entre las sábanas, pero al no hallarlo, se fija en el suelo del dormitorio.

Encuentra la camisa que tenía puesta antes del momento mágico y recubre mi cuerpo con ella ajustando los botones uno a uno.

—Ven—me agarra de la mano, entrelazando sus dedos con los míos.

Caminamos pausadamente hasta una amplia ventana que se esconde tras unas cortinas bronce. Matt tira las cortinas hacia ambos lados dejando ver el cristal, cuyo reflejo muestra una parte de la terraza decorada para la boda, y otra parte el escenario interior en el que nos encontramos.

Me abraza por la espalda, rodeando mi cintura con sus brazos. Su calidez es tan deleitosa que me convence que estoy en el lugar indicado, con la persona indicada.

—¿Qué ves?—murmura en mi oído.

Conociéndolo, sé que es una pregunta de lo más capciosa, pero recurro a la honestidad:

—La decoración de miles de dólares para la boda de Isabella y Joseph, cuya paleta de colores no fue la que sugerí.

Seguramente si mi subconsciente estuviera presente, hubiese dicho algo como: «No puedo contigo soqueta, te ganas el premio del año por arruinar un momento romántico», pero decidió darme la privacidad que merezco con la persona que también lo merece.

—¿Qué más?—pregunta Matt, divertido.

Lo pienso mejor un minuto, pero fallo nuevamente en mi respuesta:

—Una parte de tu sensual abdomen que no quiero compartir con nadie—replico. Y no es mentira.

Su sonrisa, tan mortal como todo lo demás en él, me ataca a través del reflejo.

—Hablo enserio—dice.

Es verdad, en el reflejo hay algo más importante que la horrible paleta de colores que Isabella y Joseph eligieron para la decoración de su boda y todas las demás cosas materiales.

—Nosotros—respondo.

Asiente.

—Repite después de mí...—murmura—. Soy el hemisferio derecho del cerebro.

Me desconcierto.

—¿Ahora vas a usar la gráfica de los hemisferios del cerebro en mi contra?—me burlo inconscientemente—. ¿Finalmente te dignaste en leerla?

Niega.

—No es en tu contra—me susurra al oído causándome un cosquilleo que no es molesto, sino agradable—. Y sí, me digné en leerla. Ahora repite después de mí: Soy el hemisferio derecho del cerebro.

Por primera vez, desde que no conocemos, permito que el efecto Sinclair se manifieste en mí. Se siente diferente que cuando impedía que lo hiciera. Es una sensación más hechizante que la fuerza electrizante y la patea a un lado burlándose por su debilidad.

Mis ojos, completamente embrujados, terminan por fijarse en nosotros.

—Soy el hemisferio derecho del cerebro—digo.

—Soy valiente, libre, creativa, anhelante—me dice Matt y lo sigo sin titubear—. Soy imaginación sin límites. La urgencia del pintar un lienzo en blanco y llenarlo de colores vibrantes.

Las palabras salen de mi boca con tanta seguridad que me impresiono que sea yo quien las esté pronunciando.

«Soy valiente. Soy anhelante. Soy libre. Soy imaginación sin límites. Soy la urgencia de pintar un lienzo», sí, ésa soy yo. En palabras cortas e incluso distintas a la gráfica de los hemisferios del cerebro —porque Matt no tuvo la intención de memorizarla—, ésa soy yo.

¿Cómo este chico me conoce tan bien? ¿Cómo, en un mes, logró erradicar lo peor que habitaba en mí y potenciar lo mejor?

Soy todo lo que quiero ser—cita Matt a la gráfica, convenciéndome que no solo se dignó en leerla, sino también analizarla y adecuarla a mí.

Soy todo lo que quiero ser—repito, despacio, pero con firmeza.

¡Cuidado todos! Una Emma segura de sí misma ha nacido.

Matt alcanza mis manos haciendo que nuestros dedos se entrelacen. Los aprieta, creyendo que requiero seguridad. Y aunque ya no necesito que me la brinde, porque predomina en mí, nunca dejará de gustarme que lo haga.

—Soy Emma Rosalie Bennett—continúa.

El tocadiscos se raya. Eh no, no, alto ahí.

—Sabes que odio ese segundo nombre.

De acuerdo, tal vez todavía me falta un poco más de seguridad. Solo un poco más.

—Repite, mi amor, repite—añade Matt.

Bufo.

—Soy Emma Rosalie Bennett.

El enojo se desvanece por completo al oír lo más hermoso que he oído jamás:

—Y soy la novia de Matthew Allan Sinclair—dice Matt enorgullecido.

Sonrío ampliamente.

—Y soy la novia de Matthew Allan Sinclair—le digo y me suena todavía más hermoso—. Una declaración muy...

—Shh...—susurra.

Dejo de ver nuestro reflejo y el iris azul que más me gusta se presenta en mi vista, pues Matt gira mi cuerpo rápidamente en dirección a él. Su mirada es tan penetrante que me roba el aliento.

—Soy Matthew Allan Sinclair—me dice, enloqueciendo el palpitar de mi corazón—, y soy el hemisferio izquierdo del cerebro. Soy lógico, analítico, habitual. Un maestro de las palabras. Siempre tengo el control.

No leyó, analizó y adecuó la gráfica a mí. La leyó, analizó y adecuó a nosotros.

Sé exactamente quién soy—cita a la gráfica, con plena seguridad en sí mismo.

Inclina el rostro hacia abajo para ampliar nuestra conexión visual. Su respiración es calmada. No denota ni un gramo de nervios, sino emoción. Esperaba este momento con ansias, lo está atesorando tanto como yo o incluso más.

—También odio mi segundo nombre—me muestra su cautivante sonrisa—, pero es quién soy. Soy Matthew Allan Sinclair y soy el novio de Emma Rosalie Bennett.

Y eso suena todavía más hermoso que mi propia declaración de amor, porque deja muy claro tres cosas: 1) Matt se enorgullece de quién es, 2) Se enorgullece de quién soy y, 3) Se enorgullece de quiénes somos juntos.

Tres cosas que no necesitaba oír, porque las sabía, pero qué bien se siente reafirmarlas.

Me invade unas inmensas ganas de llorar. Llorar de felicidad. Pero me contengo, porque podría llorar y arruinar el momento, o podría sonreír como nunca y disfrutar del premio celestial que es este sentimiento.

Opto por la segunda.

—¿Debo seguir perseverando por ti?—Matt agarra mi mentón para que lo vea y no se pierda nuestra conexión ni con un solo movimiento—. ¿O dirías que sí a esta declaración?

¿Es que acaso eso es una pregunta que debe hacer?

Hago silencio, solo para dejarlo a la expectativa. Y luego de unos cuantos segundos, asiento con varios movimientos de cabeza.

—Sí y un millón de sí—le respondo, prácticamente saltando para rodear su cuello con mis brazos.

Corresponde mi abrazo con tanta fuerza que se me escapa todo el aire de los pulmones. Pero no me importa, porque no es solo Matt el que me está abrazando. Es mi demente, desvergonzado, persistente, abnegado y enamorado novio.

Recuesta su cabeza sobre la mía, besándola primero para entonces acercar su boca a mi oído.

—No perdimos el sentido de quienes somos—susurra, besa mi mejilla y vuelve a mi oído—. Adquirimos un nuevo sentido.

¿Saben esa sensación de estar flotando sobre el mismo lugar en el que estás parado? ¿Ésa en que tu estómago se llena de mariposas que revolotean desesperadamente en busca de una salida inexistente? ¿No? Yo tampoco la conocía. Hasta hoy.

Hasta hoy que he desbloqueado un nuevo logro: decir sí a un futuro prometedor que en una sola palabra que todos puedan entender, queda proclamado como mi "novio".

El novio decente, valiente y merecedor, que deja de abrazarme para sonreírme y cerrar nuestro trato del futuro con un beso que para mí, incluso se siente mejor que el primero.

No sé en qué momento quedamos acostados nuevamente uno al lado del otro, porque me desconecté de nuestros movimientos. Solo sé que mientras mi novio me contempla, debo cerrar los párpados para "descansar la vista", porque el cansancio está venciéndome.

—Lo siento...—susurro antes de desfallecer—. Por ser tan idiota. Lo siento.

La pacífica respiración de mi novio me indica que está desfalleciendo a mi par.

—Lo siento también—me dice—. Por formar parte de la idiotez. Pero por favor no me vuelvas a ocultar nada, ¿lo prometes?

Asiento.

—Lo prometo.

Definitivamente lo que somos es lo que somos. Emma es Emma y Matt es Matt. Pero juntos, diría yo que somos un nuevo sentido. Una nueva gráfica con un hemisferio central en donde se entremezcla la creatividad y la lógica. Un hemisferio que se definiría bien con la frase: «Soy exactamente todo lo que quiero ser»

—Aun así, debo felicitarte—añado—. Golpeaste a mi ex-patán más duro de lo que yo lo hice.

—¿Lo golpeaste?—pregunta.

—Directo en el rostro—le respondo, recordando aquel encuentro desastroso que tuvimos en el aeropuerto.

Estaba segura que Matt me diría algo como: «¿Qué te he dicho sobre andar pegándole a la gente?», pero en cambio dice:

—Ésa es mi chica.

Nos quedamos mudos después de aquello, disfrutando de nuestras presencias. Sin embargo, mi mente se empieza a nublar por el agotamiento y sé que es hora de decir adiós a la noche tan especial.

—Buenas noches, novio—digo con dificultad.

Matt deja emanar un suspiro.

—Buenas noches, novia.

Coincidimos en una última respiración antes de desconectarnos de la realidad circundante. Y mientras siento que el sueño finalmente me domina, unas palabras salen imprevistamente de mi boca:

—Matthew... Sinclair...—mis labios se mueven pausadamente—. Nunca pensé que...—veo todo borroso, la voz me falla—. Conocería a alguien como tú, pero qué bueno que lo hice porque...

Es el discurso de amor que le tenía. Mi subconsciente lo está diciendo por mí.

—Mi vida dejó de ser blanco y negro—termino, desfalleciendo.

Silencio.

La mía también—se escucha la lejana voz de Matt que parece perderse en medio del vacío.

Todo se torna negro.

-----

—Matt...

Golpe.

—Matt...

Golpe.

—¡MATT!

Abro los ojos sobresaltada.

Los rayos de sol penetran a través de la ventana causándome molestia. Hace calor, mucha calor. También me siento asfixiada. Es Matt, que me está abrazando y apretando mi barriga. Su respiración en mi oído me hace cosquillas.

—¡MATT!—grita alguien desde afuera.

La persona golpea la puerta con suma desesperación y pronuncia el nombre de mi persona favorita con tanto afán que pareciera que su vida dependiera de ello.

¿Qué hora es? ¿Por qué Matt me abraza tan fuerte? ¿Y por qué está abrazando también a Vincent? ¿Cómo demonios se metió Vincent al dormitorio? ¿Y por qué me siento celosa del perro?

Miro al reloj: 9:40a.m.

¡Nos quedamos dormidos!

—¡Matt, querido, despierta!

Esa voz... Solo hay una persona tan inquisitiva en este mundo que no tiene vergüenza de interrumpir el sagrado sueño de los demás cuando se trata de descubrir algo que considera no está bien: La mujer que se casa hoy.

Me revuelco en las sábanas tratando de quitar a Matt de encima mío, pero está tan dormido que no se ha percatado de los golpes en la puerta, o los gritos que pretenden ser dulces, o mis movimientos desesperados.

Cielos, Isabella me matará. Literalmente me va a matar. Lo dijo clara y específicamente: «El estilista llega a las 9:00a.m. Tiene solo una hora y media para cada una (Jane, ella y yo). Debes estar lista a esa hora o te mato"». Hizo mucho énfasis en la parte de «te mato».

—Matt—susurro—. MATT.

Logro remover su brazo de encima mío y lo toco repetidas veces con mi mano, pero no da señales de vida. ¡Ni él ni Vincent!

—Matt, vamos, vamos, por favor, despierta.

Se mueve. Pero solo para liberar el brazo con el que rodeaba al perro y abrazarme con él para apretar más fuerte mi espalda contra su cuerpo.

Quisiera que se quedara así por siempre conmigo, pero lastimosamente tenemos una boda hoy a la que no podemos faltar porque son seres queridos, somos los padrinos y todas esas otras excusas que te dicen para que no faltes a una boda.

—¡Matt!—persiste Isabella—. ¡Vamos, querido, necesito que te despiertes!

¿Qué no le da vergüenza? Sin importar cuánto se esté derrumbando el mundo, yo jamás he ido a su habitación a despertar a su futuro esposo. Tampoco es como que tenga muchas agallas para hacerlo, pero ese no es el punto.

—¡Matt!—susurro.

—¿M..m...mmm?—empieza a reaccionar.

—Por favor, por favor despierta.

Ríe en mi oído. Está tan adormecido todavía.

Los golpes cesan. Matt me libra del abrazo y mientras bosteza, me giro para verlo. Su cabello está más revuelto que las sábanas que nos protegían del frío que hacía en la madrugada. Mantiene los ojos cerrados dejando resaltar unas ligeras ojeras que se han formado debajo de ellos.

Sonrío. No sé si soy yo que estoy muy enamorada, pero me parece de lo más lindo. Hasta creo que se ha convertido en mi faceta favorita de él.

—Vamos, despierta, debes salvarme de ésta—le digo, dándole un suave toque en el pecho con un dedo.

Abre los ojos finalmente. Luego los cierra, abre, cierra y vuelve a abrir como si sus párpados pesaran demasiado.

—¿Sal.. salvar...?—pregunta. Su expresión cambia a una de asombro—. ¡Oh por Dios!—exclama.

Me asusta.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasó?!—alzo la voz más de lo que debería.

—Santo Cielo, Emma, eres de lo más hermosa en la mañana—agarra la sábana y la estira hacia arriba—. Rápido, volvamos a dormir para despertar y que seas lo primero que vea de nuevo.

Envuelve nuestros cuerpos incluyendo nuestras cabezas y Vincent, ya despierto, hace de las suyas para meterse en la cueva en la que nos encontramos.

—¡No, vete!—rechazo su intento de lamer mi rostro.

—Cierro mis ojos, cierro mis ojos...—Matt ignora mi lucha con el perro—. Y cuando los abro—dice y me sonríe—. ¡Ahí está mi hermosa novia! Ven, mi amor, quiero un beso tuyo en nuestra primera mañana como pareja oficial.

Captura mis labios y por supuesto que yo no me quejo. Al contrario, le correspondo perdiéndome en su ternura, lo que también hace que olvide mis obligaciones en esta mañana.

¡Bam! ¡Bam! La puerta nuevamente.

¡Emma! ¡Sé que estás ahí! ¡Escuché tu voz!—persevera Isabella—. ¡Abran la puerta ya!

Aún con nuestros labios unidos, Matt y yo intercambiamos una mirada de alerta.

Y es así como se arruina la mañana que pudo ser hermosa por ser la primera en que te despiertas al lado de tu novio oficial. Definitivamente esto lo muestran más romántico en las películas.

—¿Ésa es Isabella?—me pregunta Matt, separándose.

Remuevo la sábana, la tiro a un lado y abandono el lugar al lado de él para levantarme.

Me horrorizo con el desorden que tenemos. Nuestras prendas de ropa de la noche anterior están tiradas por todas partes como también algunas almohadas y el cobertor de la cama. ¡Madre mía! Su dormitorio dice por todas partes: «Aquí Matt y Emma tuvieron una aventura y no precisamente inocente».

¡BAM! ¡BAM!

—¡EMMA ROSALIE BENNETT!

Tiemblo.

—Me va a matar, me va a matar—corro como demente alrededor de la cama, recogiendo todas mis cosas como también las de Matt.

Matt termina levantándose y corriendo a mi par, recogiendo nuestro desorden.

—¡Me va a matar!—exclamo por tercera vez, tirándole a Matt el pantalón que tenía puesto anoche. Lo atrapa hábilmente.

—¿Por qué te va a matar?—se pone el pantalón, a la mayor brevedad posible.

Vincent nos ladra desde la cama. Matt encuentra mi vestido desde su lado y me lo tira. No lo atrapo como él.

—Porque si me ve aquí sabrá que dormí contigo y me dará un sermón de por qué no debo tener relaciones sexuales con alguien con quien estaba peleada y con quien no tengo una relación formal, ni tampoco informal, ni tampoco una relación definida—me agacho para agarrar el vestido.

Matt levanta una sábana del suelo y me la tira.

—Pues dile que ahora sí tienes una relación—dice—. Dile que eres mi novia. Que somos adultos y que nos amamos.

Bufo.

—Sí, claro—doblo la sábana en dos, luego tres—. Como si la excusa del amor fuera a funcionar—termino con sarcasmo.

Vincent vuela por los aires, muerde un extremo de la sábana para entonces gruñir y halar para quitármela.

—Suelta... ¡Suéltalo!—halo por mi lado—. ¡Vincent Sinclair!

¡BAM! ¡BAM! "¡EMMA!", se escucha desde afuera por enésima vez.

—Oh... pero mira nada más lo que encontré—Matt recurre a un tono muy pícaro. Alza una mano que sostiene... ¡Mi ropa interior!—. Esto me trae bonitos recuerdos.

Mis mejillas se tornan más rojas que un tomate. De la vergüenza abro la boca con la intención de gritar, pero luego recuerdo que Isabella está allá afuera airada y se me pasa.

Vicent hala con todas sus fuerzas la sábana, lo que hace que pierda el equilibrio y caiga al suelo. Me pongo de pie de un salto, todavía muy roja, enojándome porque Matt se está burlando de mí.

—¡Deja eso!—digo—. ¿Dónde...? ¿Dónde está tu camisa?

Me señala con su dedo índice. ¡La tengo puesta!

—Oh, demonios.

—¡EMMA! ¡Ésta es la última vez que te llamo!

—Hagamos un trato, amor—me dice Matt—. Yo te devuelvo esto—alza más la mano que sostiene mis bragas—. Y tú me devuelves la camisa.

Enrojezco más.

—Pero no traigo nada debajo—balbuceo, nerviosa, aun cuando sé que debería sentirme en confianza. Después de lo de anoche, no debería tener pena de nada con este chico.

—Exacto—me ataca con su arma mortal—. Vamos, nena, solo quítatela.

Quedo más roja que roja.

—¿Quién... quién te crees que eres para hablarme así?—pregunto. El brillo de sus ojos me recuerdan la noche anterior—. Oh cierto, ahora tienes ciertos derechos sobre mí—río como idiota—. ¡Estoy tan emocionada!

No me quito la camisa. Porque sin importar cuántas indirectas Matt me esté haciendo para verme desnuda, si me la quito tendré que ponerme el vestido que pica y no hay forma de que vuelva a esa tortura.

Cuando la habitación se ve "decente", nos apresuramos en llegar a la puerta. Matt sostiene la perilla.

—Espera, espera—paso una mano por mi cabello para peinarlo—. ¿Cómo me veo?

Los labios de Matt se curvan hacia arriba.

—Preciosa—responde, acariciando mi mejilla con las yemas de sus dedos.

Aun cuando no le creo, pero revoluciona mi interior con tan solo una palabra, asiento con la cabeza. Agarra la perilla nuevamente.

—Espera, espera—lo detengo—. Me va a matar. No puedo hacer esto, mejor me esconderé. Tú sálvame.

Matt accede sin protestar. Abre la puerta hasta la mitad. Me escondo detrás de ella, procurando hacer mucho silencio.

Vicent ve una oportunidad para escapar, por lo que no lo duda ni un minuto y sale acelerado por la puerta rozando a Matt y quizás a Isabella también.

—¡Hola Isabella!—Matt pretende sonar emocionado—. ¿Qué te trae a mi habitación en una mañana tan calmada como ésta en la que dormía solo y definitivamente con más nadie?

Estamos tan jodidos.

—Buenos días, querido—Isabella finge dulzura—. Tengo más de quince minutos llamando, ¿por qué no me respondías?

Matt suspira.

—Es que estaba muy dormido abrazando a mi hermosa nov...—le pellizco la espalda—. Almohada.

—Con que la almohada, bien—prosigue Isabella—. ¿Puedo pasar?

¡Pero qué descarada! ¡Esas hormonas de futura mamá se le están subiendo a la cabeza!

—¿Pa-pasar?—Matt cambia el tono a uno serio—. Isabella sé que hoy te vas a casar con mi hermano y todo eso, pero no creo que tengamos la confianza suficiente para que entres a mi habitación.

—¿Por qué no?—indaga Isabella.

—Porque estoy desnudo.

—Tienes pantalones puestos, Matt.

Matt balbucea.

—Sí, pero estoy por quitármelos—hace un ademán de poner la mano en la cremallera y bajarla—. No creo que debas verme desnudo.

Yo tampoco lo creo. No hay manera que permita que alguien más vea ese cuerpo de él que es un regalo del Cielo.

—¡Ya, ya!—Isabella se avergüenza—. ¿Has visto a Emma?

—¿Emma? ¿Quién es Emma?—dice. Pellizco su espalda, va a joder todo—. ¡Claro, Emma! No la he visto.

—¿Seguro que no está adentro contigo?

—Isabella, si te estoy diciendo que estoy por desnudarme, ¿por qué Emma estaría adentro conmigo?—Matt se hace el tonto—. ¿Te das cuenta de la locura que eso es? Definitivamente Emma no está adentro conmigo.

—Bien—accede Isabella—, pero si ves a Emma—alza más la voz hasta empezar a gritar. Por supuesto que sabe que estoy adentro—. ¡Dile que el estilista ya llegó, que estamos retrasados y que la estamos esperando abajo!

—¿Por qué gritas?—ríe Matt.

—¡Que la estamos esperando abajo y que sin importar las locuras que haya hecho, tiene que peinarse y maquillarse para mi boda PORQUE ES LA MADRINA!—grita más Isabella y retorna a su dulzura de siempre—. Pero solo se lo dices si la ves. Buenos días, querido.

Entonces Matt cierra la puerta.

Nos miramos durante un minuto. Luego soltamos una carcajada que no hace más que tirarnos más a las peligrosas aguas turbulentas.

¿Qué puedo decir? Al fin y al cabo solo somos dos jóvenes enamorados que no son capaces ni de salvar sus propios pellejos porque no hacen más que pensar en excusas tontas que jamás funcionarían.

—Debo irme—le digo, sonando un poco desilusionada.

Pero Matt, adoptando una expresión de picardía, niega con un movimiento de cabeza.

—No me parece—murmura, poniendo sus manos en mi cintura y empujando mi cuerpo hacia atrás contra la pared—. Yo opino que te quedes.

—Debo ir a maquillarme—le susurro, en un intento fallido de resistirme—. Y a peinarme, y todas esas cosas aburridas que...

Mi corazón late a mil por hora al sentirlo tan cerca, con su cuerpo sobre el mío, provocándome a propósito.

—Mi preciosa novia no necesita maquillaje—sus labios terminan por posarse sobre los míos, presionando con gentileza.

No creo que se aburrirá jamás de llamarme así. Yo tampoco creo que me aburra.

—En verdad debo irme—hago un esfuerzo inmenso por resistirme, muy triste por tener que acabar con nuestro momento especial.

Matt asiente, pero no deja de besarme.

—Así nunca podré irme—digo, tomando aire.

Niega, pero no deja de besarme hasta que uso toda mi fuerza de voluntad para separarme y me apresuro en agarrar la perilla de la puerta.

—Soy la madrina y tú, el... el...—me distraigo mucho con su famoso encanto—. El padrino. Un muy sensual padrino, que debe...

Trago. ¿Cómo es que no puedo concentrarme ni siquiera para hablar? Esto no era tan difícil antes.

—Arreglarse también para la boda de su hermano—termino rápidamente abriendo la puerta, pero me detengo estando en el pasillo.

Doy una vuelta lenta para darle un vistazo a Matt. Me está haciendo ojitos para que entre a la habitación. Está más que claro que a ninguno de los dos nos importa la boda tanto como nuestro nuevo compromiso.

—Bueno—balbuceo—, te veo ahora.

Me preparo para correr la maratón de mi vida hasta mi dormitorio, pero antes, mi novio me agarra del brazo sin previo aviso para arrastrarme dentro de su habitación otra vez.

Empuja mi débil cuerpo contra la puerta, que está abierta y que atenta contra nuestra privacidad.

—'Ahora' puede tardar demasiado en llegar—susurra tan cerca de mí que termino mordiendo mi labio de los nervios—. Pero está bien.

Entonces me suelta, justo cuando creo que me voy a derretir.

Salgo sin mirar atrás. Será lo mejor.

Probablemente me voy volando de la alegría hasta mi habitación, porque esas son las locuras que te hacen sentir el amor.

Entro, respirando muy hondo, cierro la puerta y me recuesto sobre ella creyendo que me voy a desmayar de la emoción por todo lo que ha sucedido. Vaya, vaya, tengo novio y es un príncipe que tiene todas las cualidades noveleras con las que todas las chicas sueñan.

—Ah...—suspiro, dejándome caer hasta el suelo.

—Vaya, suspiro—retumba una voz.

Salto, quedando de pie. Isabella está sentada en mi cama, cruzada de brazos y piernas, con una ceja alzada y su rostro de: «Te pillé».

—Isa... Isa... Isabella.

«Dile que la esperamos abajo», ¡por supuesto que dijo eso para despistarme! Estaba segura que vendría a mi cuarto a buscar algo que ponerme primero. Es demasiado astuta.

—¿Dónde dormiste, Emma Rosalie?—adopta su actitud maternal. No puede ser que huí de mi madre y esta mujer la sustituye mejor. Ni siquiera mi mamá es tan sobre-protectora.

—Por... por ahí—respondo lo primero que se me viene a la cabeza.

Me señala con un dedo.

—¡DORMISTE CON ÉL!

Tartamudeo.

—¡Oye! ¡Soy una adulta!

Isabella suspira. Sabe que jamás podrá corregir mi rebeldía, pero es bonito que se preocupe tanto por mí.

Pasa una mano por su cabello, poniendo un mechón detrás de su oreja y suelta otro suspiro.

—Emma...—enfoca sus ojos en los míos—. Los amo a ti y a Matt. Sé que se gustan y todo eso, pero ayer estaban peleados, ya se arreglaron y ahora parece que son amigos con derechos. No me agrada eso, nos quita mucha integridad como mujeres, debes darte a respetar.

Ella no es la más pulcra para decirme eso. Cuando vivíamos en el apartamento conté que llevó como dos "hombres de bar", antes de encontrar a Joseph. Y no eran nada de ella, solo noches de diversión.

Cabe destacar también que soy muy mala con las matemáticas, así que ya se pueden imaginar con cuántos "hombres de bar" estuvo realmente.

Me cruzo de brazos.

—Entonces te alegrará saber que no somos amigos con derechos—sueno muy firme. Luego llega a mi cabeza el argumento de Matt—. Tenemos una relación. Es mi novio y nos amamos.

Dudo tanto que esa excusa funcione, pero vale la pena intentarlo.

Los ojos de Isabella brillan llenos de júbilo.

—¡¿Lo es?!—cuestiona.

Asiento con la cabeza.

—¡Madre mía! ¡Qué buena noticia!—da pequeños saltos en su lugar. Llega hasta donde estoy para rodearme con sus brazos y apretarme con fuerza—. ¡Ya era hora! ¡Qué emoción!

Vaya... ¿Quién iba a decir que esa estúpida excusa funcionaría?

—¡Lo sé!—me uno a su sesión de brincos, mientras nos abrazamos.

—¡Es tan genial que celebraremos aniversario en la misma fecha!—exclama Isabella.

Se detiene la emoción en mi interior. De hecho, el disco romántico que sonó toda la noche y mañana se raya causando un ruido que se oye más metal que otra cosa. Metallica ni sabe.

—¿Ah?—se me sale.

Isabella se separa. Agarra mi rostro con dos manos, me da un beso en la mejilla y sonríe.

—Joseph, Matt, tú y yo, celebrando aniversario juntos—dice Isabella. No, no, no, por favor no—. Qué bonito suena. Estoy muy feliz por ti, amiga. Ahora vístete, por fis, tenemos que prepararnos para mi boda. Jane ya está en la cocina, ve a hacerle compañía, yo tengo que hacer algo antes.

Quedo pasmada en el momento en que Isabella sale de mi dormitorio. Definitivamente no sé cómo lo hago, pero tengo un don para quedar involucrada en todo lo que no quiero estar involucrada. Y celebrar aniversario con mi mejor amiga y su esposo, que es el hermano mayor de mi novio, cuenta como una de esas cosas.

Suspiro. Matt no querrá cambiar la fecha.

Suspiro. Yo tampoco quiero cambiarla.

Suspiro. Tocará huir de ellos cuando llegue la fecha todos los años.

-----

Jane se ve aburrida sentada en uno de los taburetes de la cocina, esperando a que Edward termine de preparar café. El dichoso estilista no está por ningún lado, lo que me hace pensar que ni siquiera ha llegado y que Isabella solo quería hurgar en mi vida porque se preocupa por mí.

Con mi vibra de enamorada —que espero no se note mucho—, tomo asiento al lado de Jane, dándole los buenos días.

Empieza a hablarme sobre algo que no le presto atención porque a mi mente llegan imágenes de Matt abrazándome, besándome, diciéndome que soy su preciosa novia, durmiendo a mi lado, abrazando al perro y otras cosas bonitas que vivimos en la noche.

Sin darme cuenta, empiezo a sonreír y luego suspiro. Sonrío, suspiro, sonrío, suspiro, sonrío más y más, más, más hasta que...

—Parece que hoy es un mejor día, ¿eh?—Jane me saca de mis pensamientos.

—¿Uhmm?—le respondo.

—Lo digo por la sonrisa que traes.

Me compongo. Cubro mi rostro con una mano y la uso para recostar mi cabeza sobre ella.

El olor a café invade la cocina. Edward está muy concentrado preparándolo manualmente en una olla. Cuando él lo prepara, sabe muy distinto al de la máquina. Es más rico, más casero. Ni siquiera a Matt le queda tan bien.

—¿Qué sonrisa?—creo que me sonrojo.

Jane me sonríe, recordándome la perfecta sonrisa de mi perfecto novio que es perfecto en mi vida y todo lo demás que pueda ser perfecto.

—La sonrisa de estúpida.

Casi suelto una carcajada. Voy a tener que cobrar por cada vez que mis conocidos usan alguna de mis frases. Juro que tendría más dinero que los Sinclair.

—¡Ésa es mi frase!—me quejo.

Jane no me para bola.

—Ah, ya sé...—se acerca a mí para susurrar—. Lo hiciste anoche con mi hermano.

Entonces estoy segura que me sonrojo. Siento mi rostro más caliente que la olla en la que Edward prepara el café.

Toso, porque no sé cómo más reaccionar.

—¡Jane!—me sale entrecortado, de la vergüenza que cargo.

Jane ríe. Edward, por suerte, no se ha percatado de nada.

—Oh vamos, Emma—me dice mi cuñada—. No es como quiera imaginar a mi hermano y a ti en medio de eso, pero...

¡Ah! ¡Me muero de la vergüenza!

—Soy muy liberal—me enseña su pulgar hacia arriba—. Tampoco entiendo qué tipo de amistad con derecho tienen ustedes, pero si se quieren y se hacen feliz el uno al otro, estoy de acuerdo con ello.

Es tan diferente a Isabella. Definitivamente Isabella es la mamá sobre-protectora, mientras que Jane la hermana alcahuete.

Abochornada, me escondo entre mis manos. Previo a eso, percibo a Edward acercándose a nosotras con dos tazas de café que coloca sobre la mesa.

Y cuando la humillación está por reinar en su máximo nivel, alguien me toca la espalda de sorpresa. Dos manos agarran mis hombros para obligarme a voltear, pero antes que pueda averiguar a quién pertenecen, sostienen mi rostro presionando unos labios sobre los míos.

Mi respiración se va, dando paso a que mi corazón se acelere. Conoce perfectamente a quien pertenecen esos labios tan cautivantes como también seductores.

—¡Oigan, estoy aquí!—Jane se oye a lo lejos, no porque no esté cerca, sino porque estoy cayendo en un sueño apasionante.

Matt se separa solo un poco de mí y clava sus azules ojos en los míos, con la única intención de hipnotizarme.

—Ya es 'ahora', nena—murmura.

No me queda nada más que asentir, porque estoy que me desmayo ahí mismo de tanto romance. Si es así de dedicado en nuestro primer día como pareja, no quiero ni imaginar cómo será el resto de nuestra vida. ¿A quién engaño? Estoy ansiosa por averiguarlo.

—Hola, amor...—respondo, sonriendo como idiota.

Un segundo, ¡¿yo dije eso?! ¿Quién soy y qué demonios me está haciendo el amor?

«Estoy orgullosa de ti, soqueta», me aplaude mi subconsciente y luego bebe un poco de mi taza de café.

—Oh sí, es un hecho: lo hicieron anoche—Jane renuncia a su atención en nosotros para concentrarla en su café.

—Oye, Edward—Matt la ignora—. ¿No es mi novia la más hermosa de todas?

No sé en qué momento Edward volvió a su lugar al lado de la olla de café, pero está sirviéndolo en más tazas.

—Es muy hermosa, señor Matt—responde divertido.

—La más hermosa de todas—presume mi novio.

Unos aplausos suenan a nuestro lado. Es Jane, que no bromea, sino que parece realmente feliz por nosotros.

—Felicidades, felicidades—dice—. Definitivamente el amor es una locura hecha por dos y ustedes están dementes. Son el uno para el otro.

Matt, que hacía su mejor esfuerzo por no caer en el humor de Jane, suelta una carcajada muy aguda.

La buena vibra abunda en la cocina y me susurra: «Ahí tienes, Emma, terminó la tormenta. Te presento a tu nuevo Sol. Es brillante, irradia alegría y sus rayos te iluminarán por siempre. Disfrútalo, disfrútalo mucho»

—Buenos días, familia—Joseph es el siguiente en aparecer en la cocina. Creo que no es necesario que diga que trae una enorme sonrisa en el rostro.

Intento separarme de Matt, por respeto, pero rodea mi cintura para abrazarme contra él. Está tan orgulloso de nuestra nueva relación.

Joseph toma una de las tazas de la mesa, bebe, nos examina. Vuelve a concentrarse en su taza, deposita su atención en nosotros y bebe un poco más.

—Ustedes dos...—nos mira fijamente, hace silencio y sonríe pícaramente—. Sí, no hay duda, ustedes dos lo hicieron anoche.

Jane es la primera en soltar la risotada. El rubor vuelve a mis mejillas, mentón, frente, nariz, manos, pies, cuello, cabello, todo lo que soy, lo que no soy, lo que tengo, lo que no tengo, lo que me hace falta. Todo se pone rojo.

De pronto mi perspectiva de Joseph, que lo hacía ver como el padre serio, da un giro de mil grados o más y entiendo por qué Isabella y él se complementan tan bien. Ella es la amargada, y él, el divertido.

Me escondo en el pecho de Matt, quien ríe levemente. Pienso que se va a poner de mi parte, pero en cambio dice:

—Sí y fue muy bueno.

Grito, apesadumbrada. ¡Maldita sea! ¡No puedo creer que puedan bromear con eso! Es un hecho: Los Sinclair me han ganado en humor negro. Oficialmente me arrebataron el título.

Me bajo del taburete rompiendo el abrazo con Matt, dispuesta a huir de ese lugar, pero no se detienen.

—Matt, Emma no se ve complacida—dice Jane.

—Sí, Matt—le complementa Joseph—. Te dije que debías practicar más.

Le ruego a Matt con los ojos que me ayude.

—Con la única con quien quiero practicar es con Emma—rechaza mi petición, poniéndole la cereza al helado de la broma.

Entre los tres hermanos chocan palmas, sin parar de reír.

—¡¿CÓMO PUEDEN BROMEAR CON ESO?!—grito, corriendo a la salida de la cocina, pero me topo con Isabella en medio de mi escape.

Me observa petrificada.

—¡¿Qué le hicieron a Emma?!—regaña—. ¡¿Por qué está tan roja?!

Joseph, Matt y Jane se encogen de hombros, pretendiendo ser inocentes. Edward se cubre la boca, evitando formar parte de la burla.

—Emma—Isabella impide que corra—. ¿Qué te hicieron estos malvados hermanos?

Gruño.

—¡Pregúntale al inepto de mi novio!—señalo a Matt.

—¡No hice nada!—exclama Matt, haciéndose el tonto.

—¡Suficiente!—nos dice Isabella con autoridad—. El estilista está en el recibidor. Así que los chicos se van, las chicas debemos embellecernos. Vamos, fuera, fuera.

Edward es el primero en escapar. Lo compadezco, aunque a él parece no molestarle, sino divertirle la familia.

Joseph también sale, no sin antes acariciar el vientre de Isabella y besar su frente. Parece que ya se arreglaron. Qué bueno, sino esta boda sería más desastrosa de lo que ya es.

Matt me pasa de largo. Mi mente lo interpreta como que me está ignorando, pero fallo en mis suposiciones cuando me toma sorpresivamente del brazo para robarme un beso.

Quedo boquiabierta viéndolo irse con una expresión de victoria.

—Ah... el amor—se burla Jane.

Un grito se escucha desde el pasillo.

¡TE AMO, EMMA BENNETT!—es Matt. ¡¿Y ahora qué le pasa?!—. ¡¿Me escuchan todos?! ¡Amo con locura a Emma Bennett! ¡La amo como jamás había amado a nadie!

Río llena de nervios.

Confirmado: se le zafaron varios tornillos. La buena noticia: los tornillos me pertenecen.

Trato de ocultar mi alegría, pero es imposible. Estoy feliz, enamorada, con los animalitos de Blanca Nieves bailando una melodía romántica en mi cabeza. Traen unos vestidos formales, tienen invitación a la boda y creo que no me quieren abandonar jamás.

Me volteo para encontrarme con que Isabella y Jane me dirigen miradas traviesas y terminan por soltar gritos de emoción como las chicas que son. Eventualmente me uno a sus gritos como la chica que también soy.

-----

El vestido de la tarde de hoy no pica. Todo lo contrario: me hace sentir bonita y segura. Me hace querer usarlo. Hace que quiera presumir a todo el mundo que hoy apoyo con todo mi corazón a las dos personas que se unen en sagrado matrimonio.

Es violeta, porque dicen que es un color que representa disfrutar al máximo los cristalinos sentimientos del corazón. Un color mixto que se origina mezclando el rojo y el azul, lo que metafóricamente se traduce como la unión de lo femenino y lo masculino. Es fuerza espiritual y especial sensibilidad.

Por eso, a parte de incluir al amarillo, blanco y verde entre la paleta de colores de la boda —que no fue la que sugerí—, logré convencer a Isabella de usar el violeta para algunas flores, los vestidos de las damas de honor y la niña de los anillos.

El estilista, que trabaja en el salón de Jane, optó por peinados recogidos para Jane, Isabella y para mí. Así que hoy llevo al descubierto mis hombros luciendo mi cuello con joyería que Isabella compró especialmente para mí. El conjunto se acompaña con un maquillaje pastel, tan sutil que encanta.

Sostengo fuerte el ramillete de flores que me obligaron a usar, mientras contemplo el escenario donde nuestros seres queridos se prometerán amor eterno rodeados de familia, amigos y personas que de verdad importan.

El pasaje hacia el altar se ve más espléndido que anoche. Está adornado con pétalos de rosa del color de la espiritualidad, mientras que la niña de los anillos —que es una prima de los Sinclair—, corre con una canasta entre risas divertidas.

Río con ella cuando veo a mi perro sin raza (pero con un nombre que lo define bien) persiguiéndola, pensando que se trata de un juego.

Jane está un tanto ajetreada. Lleva un accesorio adicional que yo: los auriculares que la destacan como experta en logística de eventos.

Pasa a mi lado, apretando mi hombro con cariño y susurrando un: «ya casi iniciamos».

Todas los asientos están llenos de personas que visten su atuendo más elegante. Incluso tuvimos que poner más sillas porque algunas personas que no estaban invitadas (reporteros, fanáticas de Joseph, clientes del hotel...) llegaron de imprevisto.

Al tener que recibirlas y fingir que estábamos de acuerdo con que vinieran me sentí como en la boda de dos celebridades.

Dos fotógrafos intrépidos capturan todos los momentos, el personal del banquete termina de preparar las mesas con la cena de hoy y azafatas atienden a los invitados que esperan que inicie el evento.

De pronto, mientras me estoy burlando de Vincent que le ha quitado la canasta a la niña y ésta grita despavorida, siento mi presencia favorita posarse a mi lado. Me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos, para entonces llevarla a sus labios y besarla.

—Mi encanto se sintió victorioso cuando le dije que finalmente te has unido a nuestro equipo—me dice Matt, siendo el payaso de siempre.

Y yo, recurriendo a mi siempre útil humor negro, le respondo:

—Sabes que estás arruinando el momento con esa babosada, ¿lo sabes, verdad?

Carcajea, como siempre, otorgándome el punto en la tabla de puntuaciones de Bennett y Sinclair. Bien, vuelvo a estar encabezándola.

Matt gira mi cuerpo sutilmente hacia él.

—Eres la deuda más hermosa que he adquirido—murmura, permitiendo que me deleite con el océano en su iris. Un azul tan intenso que se convirtió prontamente en mi color favorito desde que lo conocí.

—Soy la única deuda que has adquirido—le sigo en su filosofía.

—Y la única que espero mantener toda mi vida—me dice, jugando con un mechón de cabello que el estilista quiso que llevara suelto.

Su mano acaricia una de mis mejillas, tentándome a recostarme sobre ella, porque se siente como la mejor protección.

Mi futuro prometedor también se ve muy bien hoy. Como el padrino que es y parte de los demás caballeros, viste un saco de gala negro con un ramillete de flores violetas que también lo obligaron a usar.

—¿Puedo hacerte una pregunta?—digo.

Asiente.

—¿Qué deseaste aquel día?

El rostro de Matt se llena de confusión.

—¿Qué día, mi amor?—pregunta, suavemente.

Jane nos pasa de largo. Esta vez va acompañada de Joseph, quien ya debe tomar posición en su lugar.

Detrás nuestro, ya están listos los participantes de la ceremonia: las damas de honor y los caballeros, como también la prima que lleva los anillos.

—El día que estuvimos en la 'Aguja Espacial' y cambié la regla número ocho por esa cursilería de: "Pide un deseo a una estrella"—replico—. ¿Qué deseaste aquel día?

Sonríe.

—¿De verdad no sabes? Es bastante predecible.

Lo pienso un minuto y juego al azar:

—Deseaste que tuviera un superpoder mutante.

Matt niega, jovial.

—Aquel día desee que tuvieras un gran poder, pero no uno mutante—declara—. Creo que suspenderemos las películas de superhéroes por un tiempo.

No estoy de acuerdo con suspender las películas de superhéroes porque son mejores que las románticas, pero termino concordando en que su deseo sí puede ser algo muy trivial.

—Deseaste que fuera feliz—digo.

—Algo así—responde—. Desee que te dieras cuenta cuán feliz ya eres.

Es curioso que mi deseo de ese día también tuvo algo que ver con eso: «Deseo que Matt siempre esté presente en mis momentos felices»

—Deseo concedido, Sinclair—informo a mi manera, sabiendo que eso lo hará sentir complacido—. Estúpidas y todo, esas reglas de felicidad tuyas podrían ayudar a una humanidad carente de esperanza.

Lo crean o no, eso fue un cumplido.

Matt está por contraatacarme, pero su móvil suena. Lo saca para verlo y sus labios dibujan una amplia sonrisa.

—Tengo una sorpresa para ti—me dice—. ¿Me esperas aquí?

—¿En este momento?—protesto—. Pero ya estamos por iniciar.

—Es el momento apropiado—besa mi mejilla—. Espérame un momento, no tardo en volver.

No me queda de otra que acceder. Así que mientras lo espero, contemplo nuevamente el escenario frente a mí: Jane termina de darle instrucciones a la orquesta que toca hoy para nosotros.

Me pierdo en lo que veo hasta que siento que alguien toca mi hombro.

Pensando que se trata de Matt, me volteo y mis ojos café son invadidos por la impresión ante aquellas figuras que están ahí paradas.

—¡¿Mamá?! ¡¿Papá?!—exclamo, extremadamente sorprendida—. ¿Cómo fue que...? ¿Por qué...? ¿Cuándo...? ¡Ah, qué importa!

Dudosa, porque pienso que se trata de un sueño, recibo a mis padres en mis brazos que me aprietan en conjunto. Son reales. En verdad están aquí, conmigo. Vinieron a la boda, ¡pero no me avisaron!

Esto solo puede ser obra de...

—Tenía muchas ganas de irlos a buscar al aeropuerto—Matt camina en nuestra dirección—. Pero Isabella y Joseph nos han complicado un poco el día a todos.

—Oh, querido—mi mamá se separa de mí—. No te preocupes, ya es suficiente con todo lo que hiciste para que pudiéramos llegar a tiempo. Ese jet privado de ustedes es una maravilla.

Detrás de Matt, alguien más se acerca a nosotros. Es una joven de rizos dorados, que conozco bien, porque crecimos juntas en el mismo vecindario y de hecho, somos familia por parte de mi madre.

—Hola—llega hasta mí, algo tímida, e incluso incómoda.

—Ellie, hola—la abrazo y ella me corresponde, pero se separa prontamente.

—Tía, tío, iré a buscar puesto—le dice a mis padres.

—Yo te acompaño, linda—mi papá la rodea con su brazo. Juntos abandonan nuestro lugar de reunión para involucrarse con la ceremonia, donde están todas las sillas y los demás invitados.

Verán, algunas personas nacen con una estrella en la cabeza. Mi prima Ellie y yo somos un claro ejemplo de aquella analogía. Aun cuando somos parientes cercanos, yo nací común y corriente, con unos aburridos ojos café, mientras que ella es una atractiva rubia de ojos verdes. Su madre, la hermana de mi mamá, se casó con un francés y he ahí el resultado de la naturaleza europea.

Ahora la pregunta es: ¿qué hace mi prima aquí? Teníamos años sin vernos y la recordaba como una niña más animada. Ahora es toda una adolescente, que parece estar pasando por la época más difícil de su vida.

—Espero que no les moleste que hayamos traído a Ellie—mi mamá decide despejar mis dudas—. ¿Recuerdas que su papá estaba muy enfermo?

Mientras asiento, Matt se posa al lado mío, prestando atención a mi madre, pero también a Jane que nos hace señas a lo lejos. Estamos por iniciar.

—Falleció en la semana—el tono de mi mamá es de desilusión—. Ellie está devastada, aunque ya todos estábamos preparados para esto. Se está quedando con nosotros mientras la familia hace algunos trámites en Francia.

Mi tío, el francés, fue diagnosticado con la enfermedad más común pero mortal de todos los tiempos: cáncer. Cuando aún vivía en Seattle, siempre estaba internado y debíamos visitarlo mucho.

Jane se esmera más con las señas de humo desde la distancia.

—Eh, eh—dice mi mamá—. Me integraré al evento, sé que deben estar enredados—entonces me agarra la mano—. Es bueno verlos, querida, se ven muy bien juntos. Hablamos más tarde.

La orquesta contratada inicia con el coro celestial para la entrada de Isabella. Siento la presión de inmediato y no soy yo la que se casa.

—¿Lista, madrina?—Matt me ofrece su brazo.

Hago silencio. Las bodas son bodas y suelen ser aburridas, pero ésta...

—Lista, padrino—agarro su brazo, aceptando la seguridad que me brinda.

Y así abrimos la marcha nupcial hacia el altar. Por suerte la orquesta sigue nuestros pasos, porque estamos de lo más desorientados al no poder ensayar ayer como debíamos.

Aun así, hoy no hay roces, ni discusiones, solo miradas gentiles del uno para el otro, disfrutando de la increíble coincidencia que es que hoy estemos caminando juntos hacia el altar y que en verdad estemos juntos como una pareja oficial.

La marcha nupcial más esperada la hace Isabella cuando aparece. Su vestido blanco, que tuvo que enviar una última vez al sastre por la bendición que descubrió lleva en su viente, resplandece por sobre todas las personas y objetos decorativos.

Como iba diciendo: la bodas son bodas y suelen ser aburridas. Pero ésta representa un inicio no solo para Isabella y Joseph, sino también para todos los que somos su familia.

Las bodas son lo más novelero que hay en los finales felices, pero yo veo a ésta distinta: No se trata de la boda, se trata del momento. Ver a mi mejor amiga caminar por el altar, tan feliz como segura de su decisión, me da seguridad también.

Entonces comprendo algo sobre la felicidad: no se encuentra en las cosas, ni en las personas. Está en las experiencias que vivimos. Malas o buenas, le brindan una perspectiva a nuestro corazón.

La felicidad fortalece y el dolor se transforma en poder. El poder de decidir si queremos sufrir por las situaciones mundanas o si queremos vivir sin lamentaciones.

Los anillos —que tampoco fueron los que sugerí—, se pasean hacia el altar en las manos de la encantadora prima de los Sinclair.

Un silencio nos llena de expectativa, hasta que el sacerdote, dirigente de la ceremonia, da la instrucción a Joseph para que inicie los votos:

—Isabella Olsen—Joseph agarra el anillo más pequeño—. Cuando te conocí por primera vez, dudé de si eras para mí, porque no creí que merecería a alguien como tú—sonríe—. Esa duda voló en una brisa de otoño cuando dijiste por primera vez: "Joseph, te quiero".

Oh, demonios, espero ese estilista nos haya puesto maquillaje a prueba de agua, ¡porque estoy a punto de llorar!

—Querer a alguien es un sentimiento hermoso, pero amar es una decisión—prosigue Joseph, besando la mano de Isabella—. Y yo, Joseph James Sinclair, decido hoy tomar la mejor decisión: estar contigo y amarte por el resto de nuestras vidas.

¿Por qué todos los segundos nombres deben ser tan terribles?

—Porque tú, Isabella, eres lo único que necesito en esta vida. Prometo amarte sin medida. Anteponer tu felicidad a la mía. Defenderte, aun cuando no tengas la razón. Entregarte mis ojos, y mirar en la misma dirección.

Sus votos son tan magníficos que sin darme cuenta estoy contemplando a Matt, quien sonríe orgulloso de ver a su hermano hablar con tanta seguridad. Definitivamente la filosofía de vida la llevan los Sinclair en la sangre.

—Yo te tomo a ti, Isabella Cecilia Olsen...

Sí, es definitivo, todos tenemos segundos nombres que apestan.

—Para hacerte mi esposa y no desampararte jamás—entonces le pone el anillo a Isabella, que ya ha empezado a llorar. ¿Quién no lo haría con tremendo discurso? Hasta le ganó al mío de lo blanco y negro.

Isabella agarra el anillo que queda y lo coloca sobre el dedo de Joseph.

—Joseph James Sinclair—dice, entre sollozos, tratando de respirar—. En ti he encontrado mi mejor amigo y el respaldo que necesitaba en mi vida.

Justo cuando creo que voy a empezar a llorar, Isabella deja de hablar para echar un vistazo a su espalda. Hago lo mismo y descubro que Vincent está mordiendo la cola de su vestido.

El reemplazo de mi madre me fulmina con la mirada.

—Vincent...—susurro—. ¡Vincent!

No sé por qué Matt pensó que era una buena idea que yo tuviese una mascota.

—¡Vincent!—digo más fuerte, pero no me hace caso. Río nerviosa, mientras todo el mundo me observa detenidamente—. Lo siento... entenderá que ése es su nombre en algún momento.

Matt usa dos dedos para silbar. El perro acude a su orden y se sienta a su lado.

—Lo siento—dice entre labios a la pareja que se casa y el sacerdote que dirige la ceremonia.

"Cómo arruinar los votos de una pareja enamorada que se está casando", por Emma Bennett y Matthew Sinclair.

—Joseph—Isabella retorna al discurso—. El amor que nos tenemos no se puede definir con palabras que digamos hoy o en el futuro, sino en el tiempo que permanezcamos juntos.

En menos de un minuto, a Joseph también se le han humedecido los ojos. Mientras tanto, yo me muero de la vergüenza todavía por lo del perro.

—Estoy ansiosa de envejecer contigo—continúa Isabella—. Ser fuerte cuando tú no lo puedas ser, acompañarte cuando te sientas solitario...—hace una pausa y prosigue—. Te entrego mi vida hoy, sin ninguna duda, sino con plena seguridad. Nunca pensé que conocería a alguien como tú, pero qué bueno que lo hice por que...

¿Dónde oí esa frase antes? Me suena como a...

Mi vida dejó de ser blanco y negro.

¡Mi discurso de amor para Matt!

Matt instantáneamente pone un rostro de eterna confusión. Seguramente en su cabeza deben rondar las palabras: "¿Eso no me lo dijeron anoche?"

Me arreglo la garganta forzadamente, buscando una posición que resuelva la incomodidad que siento.

Estoy a punto de golpear con mi codo a Isabella, pero entonces recuerdo que hay más de 300 personas en el evento y que lo están grabando por lo que decido no seguir haciendo el ridículo.

Con un «acepto» y un beso sincero, Isabella y Joseph sellan su pacto de amor para el futuro.

Aplausos resuenan, los flashes de las cámaras nos ciegan y pétalos de rosas violetas aparecen por doquier, porque pues, nuevamente lo digo: bodas son bodas.

La nueva pareja casada se escapa de mi vista entre la multitud que los elogia con gritos y no sé qué otras incoherencias, pero bueno, nuevamente: bodas son bodas.

-----

En la recepción de la boda, hay un espacio de tiempo en que no me importa nada de lo que pasa a mi alrededor, ni siquiera que mis padres y mi prima Ellie estén nuevamente en la fila del banquete por su tercer plato de la noche.

Así que me encuentro muy cómoda sentada en una de las mesas intercambiando miradas traviesas con mi novio, cuando de pronto escuchamos la voz de Jane:

—¡Matt!—llama—. ¡MATT!

—¡Ahora no, estoy coqueteando con mi novia!—responde Matt, a lo que río como tonta.

—¡Entonces trae a tu novia!—le grita Jane—. ¡Debes dar el discurso para Joseph e Isabella!

Matt cambia el semblante. Alarmado, abandona la mesa, pero me agarra de la mano para llevarme con él.

—¿Creíste que te ibas a escapar?—nos susurra Jane pretendiendo sonreír y entregándonos unas copas con champán—. Tú perdiste en 'cara o sello', te toca a ti dar el discurso—dice y toma el micrófono—. ¡Y ahora, estimados invitados, las palabras del padrino para la feliz pareja casada!

Ah... Jane Sinclair nunca dejará de ser mi ejemplo a seguir.

Matt recibe el micrófono, lo prueba y mientras me mantiene abrazada a él, recita:

—Buenas noches a todos—su voz es tan celestial—. Verán... nuestros padres siempre creyeron que yo sería el primero en casarse, porque Joseph era muy exigente con las mujeres...

Sonríe. Creo que se me caerá la baba de verlo.

—Incluso hicimos una apuesta en la que yo estaba departe de mi hermano, y ellos se pusieron departe mía—hace una pausa. Seguro el recuerdo de sus padres lo atormenta—. Si ellos estuvieran aquí se sentirían enojados por haber perdido la apuesta, pero al mismo tiempo muy felices por Joseph, porque nos amaban a los tres sin medida.

La gente ríe por el chiste, pero yo creo que voy a llorar.

—Encontrar el amor es difícil—dirige su vista a mí—. Pero cuando estás destinado a encontrarlo, puede aparecer en el lugar que menos esperas, como por ejemplo, en una ferretería durante un robo a mano armada.

Algunos se burlan, otros no entienden, yo me ruborizo.

—¡¿Ese discurso es para Joseph e Isabella o para Emma?!—grita Will en algún lugar de la multitud.

Antes que Matt contraataque, le quito el micrófono.

—¡No te metas con mi novio!—exclamo e inmediatamente me percato que estoy haciendo el ridículo, porque Joseph e Isabella, sentados juntos en una mesa, se mueren de risa de mí—. Lo... lo siento...—le devuelvo el micrófono a Matt.

Matt, tan profesional como siempre, vuelve a su discurso anterior:

—Cuando encuentras el amor, la vida es mejor—me abraza más fuerte—. Isabella y Joseph estaban destinados a encontrarse, y estoy muy feliz que así haya sido porque se merecen el uno al otro—alza la copa que lleva en sus manos—. Por la feliz pareja.

Los invitados aplauden mucho. Se escucha también el choque de algunas copas, gritos y silbidos, departe de los más animados.

----

Las bodas no son bodas hasta que la pareja recién casada huye de la fiesta, cuando está en lo mejor: el baile, la borrachera y la cosa. Así que despedimos a la pareja Sinclair en la entrada de la casa, donde una limosina pasa a recogerlos.

Se ven tan felices, agarrados de la mano, entrando al auto y despidiéndose de todos.

Pasada las dos de la madrugada, cuando Jane se ofrece a llevar a mi familia a sus dormitorios de invitados, me paso un rato por la terraza donde horas atrás vi a Isabella caminar hacia el altar.

No sé por qué, pero empiezo a pensar en el futuro: ¿Será que algún día caminaré hacia un altar con un vestido blanco? ¿Tendría yo una gran ceremonia? ¿Sería mi matrimonio para toda la vida? ¿Y es que en verdad los matrimonios son para toda la vida? ¿Será Matthew Sinclair el compañero con el que pasaré el resto de mi vida?

—Muy pensativa—mi voz favorita interrumpe mis pensamientos.

Mi futuro prometedor me rodea con un brazo para traerme cerca a él, permitiéndome deleitarme con su dulce aroma.

Suspiro.

—¿Piensas que algún día pasaremos por esto?—pregunto, invadida por la curiosidad.

Se queda pensativo un minuto.

—¿Recuerdas la regla número ocho?—replica—. ¿La que quisiste cambiar por un deseo a una estrella?

«Regla número ocho: Vive el 'ahora'»

Lo conozco bien. Sé por dónde va todo esto y por qué lo trae a colación otra vez.

—Por supuesto que la recuerdo.

—Respondiendo a tu pregunta...—me sonríe, sosteniendo mi mentón con una mano—. Pienso que no debiste haberla cambiado.

Río. En su manera de decirme que disfrute lo que tenemos, mientras lo tenemos. Que me preocupe por nuestro presente, porque con él se forja nuestro futuro. Creo que nunca dejará de enseñarme cosas.

—Voy a cambiar todas esas reglas tuyas—me burlo.

Ríe conmigo para luego darme un corto beso, aprovechando que estamos completamente solos frente al escenario que todavía se ve tan hermoso como cuando inició la ceremonia.

—Te reto—replica.

—Oh, Sinclair, no sabes en lo que te estás metiendo.

—Lo sé—me dice—. Créeme que lo sé.

Miramos juntos el pasaje donde nos tocó abrir la marcha nupcial como la madrina y padrino que fuimos.

—Aun así, creo que podemos practicar, ¿no?—dice, divertido y se aleja hasta el altar—. Anda, ven, te espero acá.

Finjo modelar un pomposo vestido antes de empezar mi intento de marcha nupcial. Él carcajea desde la distancia, probablemente disfrutando las bromas que nos hace el destino.

Y entonces camino, sin prisa, hacia mi presente prometedor.

¿Sería ésta una escena como la de las terribles películas de romance, donde hoy estoy caminando hacia un novio, pero luego se transforma en el verdadero día de nuestra boda?

No. Porque me resbalo con unos de los desgraciados pétalos violetas que adornan el pasaje, cayendo como idiota al suelo.

Matt, muerto de la risa, corre hasta a mí para ayudarme a levantar —y quizás recuperar mi integridad—, mientras dice: «Emma Bennett: La torpe chica que amo que se cae cuando imaginamos nuestro final feliz».

Así que la conclusión es que nuestra historia siempre debe desarrollarse en el presente y solo por ese hecho, es más real y mejor que las terribles películas de romance.

Mucho más real.

Y mucho, mucho mejor.

Fin de la primera parte. (es broma, no hay segunda : ( ).

----

Manténte ahí que ya viene el epílogo ;)

S.


Continue Reading

You'll Also Like

5.3K 412 80
Para esos casi algo que me rompieron el corazón Para todos esos amores que deje atrás y para aquellos que nunca podré olvidar Para todas las personas...
70.7K 1.1K 10
Su mundo era un caos , tal vez fue su culpa empezar todo así. Hasta un día que dio una vuelta en su vida. Haciendo que ella fuera feliz.
150K 11.3K 23
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
396K 34.7K 34
Amber y Nelly. Personajes conocidos de "La hija de mi primer amor" y de "La amante", cuentan su larga historia de amor. Ambas resumirán sus recuerdos...