Un Nuevo Comienzo

By CelesteTapiaGmez

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Toda historia tiene un final... pero en la vida, cada final es un nuevo comienzo. Que la historia termina al... More

Dedicatoria
Epígrafe
Prefacio
Valentía
Un Ángel
Similares
Mil Mariposas.
Resignación
Noche De Chicas
Corazón Roto
¡ Feliz Cumpleaños!
¡Hogar, Dulce Hogar!
¡ A Divertirse!
Dia De Muertos
Llévame A Casa
Equivocaciones
Me Soltaste
Mi Angustia.
Un Karaoke Lleno De Emociones
Una Historia De Amor
Noche De Confesiones
¡ Sorpresa!
Una Visita Inesperada
Baile De Navidad
¿Qué Hiciste?
Noche Vieja.
¿ Quieres Ser Mi Esposa?
¿Caminamos Juntos?
Luna De Miel.
¡Vas A Ser Papá!
Epílogo
Una Madre Nunca Abandona.
LA ÚNICA EXCEPCIÓN

Amor De Madre

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By CelesteTapiaGmez

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Evangeline al escuchar como su vecino sube a todo volumen Maria Magdalena —una canción de los ochenta —. Oscar es un hombre, que tal parece se quedó varias décadas atrás, ya que solo escucha música de los noventa en retroceso, viste a la moda de esos años, y se peina con el horrendo peinado de esos años. Y aunque Alex solía bromear muy a menudo con respecto a sus gustos, no dejaban pasar la hora de la música. Pues Oscar acostumbra a escuchar canciones de décadas pasadas cada noche, a la misma hora, sentado en el patio bebiendo una copa de vino.

Mientras que ellos también la aprovechaban a su manera, ya que cada que la música comenzaba a sonar, Alex la sacaba a bailar al patio, solo que en lugar de vino, eran unas cervezas las que se tomaban, en compañía de unas papitas.

La rubia tararea la canción mientras revisa por última vez que todo haya quedado cerrado en su casa, tanto como ventanas y puertas. Y antes de dirigirse a la puerta principal mira con nostalgia el patio. Pero esta vez las emociones han cambiado, ya no siente tristeza, ya no siente enojo. Solo nostalgia por recordar los buenos momentos, y agradecida por haberlos vivido.

Es cierto lo que Antoine de Saint-Exupéry nos cuenta en su más famosa obra, el principito. Cuando se haya consolado uno (porque siempre se consuela uno), te sentirás contento de haberme conocido. Y ahora ella lo sabe.

Justo en esos precisos momentos le entra una llamada. Hace una pequeña mueca al ver de quien se trata. Cierra los ojos por unos instantes, cuenta hasta diez y contesta una vez que sale de su casa.

—Ian —va directa, sin saludos a su amigo —, ahora no tengo tiempo para platicar —le aclara de inmediato mientras cierra con llave su casa. Una vez hecho esto empieza a caminar en busca de un carro de sitio.

— ¿Y se puede saber a dónde te diriges con tanta prisa? —la interroga con un deje de autoridad en su voz. Sin duda este hombre es peor que un padre de familia. No, pensándolo mejor, es un padre de familia, ya que si tenemos en cuenta las horas que son, una ciudad grande, los peligros que pasan las mujeres. Está bien que esté al pendiente de ella.

—Debo ir a mi trabajo —retiene el aire al decir esto. Ya espera la reprimenda por parte de su amigo —. Es obvio, ¿qué más podría hacer en esta ciudad?

— ¿Me crees de cinco años? —la riñe tal y como esperaba —. No tardan en dar las nueve de la noche, tú jefe no puede ser tan negrero como para tenerte trabajando en la noche.

—No miento —le replica con molestia —, y Gerardo no es negrero —aclara por lo bajo, esperando que no haya percibido la forma en la que se refirió a él.

— ¿Desde cuándo te refieres a él por su nombre? —ella cierra los ojos al ver que si se dio cuenta —. Te guste o no, es tú jefe y debes tratarlo como tal.

—El señor Ruiz me pidió cuidar de Sofía por esta noche —y a pesar de que se percibe sarcasmo en su tono de voz, su semblante se torna triste al recordar el motivo de tal petición —. Su prometida le sorprendió con una cena con sus padres y no pudo decirle que no.

— ¿Y la otra mujer no se encuentra o qué? —la rubia murmura algo entre dientes antes de darle una respuesta menos grosera.

—La otra mujer, como la llamas —le reprocha —, se llama Lorena y por ahora no se encuentra. Desde hace dos días que está en el mar vacacionando, y no regresa hasta pasado mañana.

—Porque soy buen amigo —una carcajada brota de los labios de la chica. Ante todo buen amigo —, te voy a ahorrar la parte del sermón. Al fin y al cabo, ese ya te lo sabes al derecho y al revés.

Bendito seas señor.

Agradece ella de inmediato, lo menos que tenía planeado para esta noche, era escuchar el mismo sermón una y otra vez. Por lo menos Denise no le da la misma guerra que él, y aunque no la alienta —debido a sus anteriores jugadas pasadas —, tampoco le dice que está mal.

—No te voy a hacer perder más tú tiempo —tose un poco antes de continuar —, solo llamaba para preguntarte si vas a pasar unos días en el pueblo. O más bien llamo para confirmarlo.

—Si dentro de dos semanas, por motivo de...

—Ya sé el por qué, así que no te molestes en decirlo —suspira —. Solo que tenía esa preocupación en la cabeza, no quiero que pases sola esos días.

—Muchas gracias por preocuparte —le agradece con sinceridad —, y te aseguro que en unos días estaré dándote guerra en persona.

— ¿Guerra? Guerra ya me das —se carcajea, ella junto con él —. Pero para eso están los amigos, ¿o no Pacha? —ella ríe al oír la forma en la que la acaba de llamar.

—Claro que si Kuzco.

Esto es como un chiste personal entre estos dos. Cuando iban en la secundaria, él era todo un mujeriego —eso no cambió mucho en la prepa — y se sentía galán, en toda la extensión de la palabra.

Una vez ella, en son de burla le dijo que era igual Kuzco, una persona arrogante y excéntrico, al igual que el personaje de la película; las locuras del emperador.

Ante ese comentario, la llamó Pacha, como otro de los personajes de la película, queriéndole dar en la torre, cosa que no logró y los apodos se quedaron.

Hace tantos años que no se llamaban de esa manera, por lo que la llamada fue especial. Él no es un amigo, es su hermano mayor que vela por ella.

●●

¿Han sentido unas tremendas ganas de estrangular a alguien?

Pues Evangeline acaba de sentir unas ganas de matar a su jefe en cuestión de segundos, el hombre se topó con ella en la entrada y ni las buenas noches le dijo. Solo salió a toda prisa para no llegar tarde a su dichosa cena. Mientras que la pobre rubia quedó con el saludo en la boca y la mano en el aire en un intento de saludo.

—Sofía ya se encuentra dormida, tomó su merienda y enseguida se fue a dormir —le informa Leonardo con calma al ver la expresión de la pobre chica —. Y el señor le manda avisar —ya que no tuvo la educación de decírselo en persona, piensa Leonardo, solo que no lo dice en voz alta —que va a llegar a altas horas de la noche, por lo que va a llegar directo a su habitación —ella asiente con la cabeza —. La recámara de huéspedes ya se encuentra preparada para usted.

—Gracias, ¿puedo leer un poco en la sala? —le pide permiso con timidez. No importa cuánto tiempo lleve trabajando ahí, aun le da pena hacer ciertas cosas —. Es que aún no tengo sueño, y de esa manera le echo una ojeada a Sofía cada tanto.

—Para eso no tiene que pedirme permiso —sus mejillas se tiñen de rojo —. Adelante —le señala el lugar —. Para cualquier cosa que ocupe, voy a estar en la cocina.

Una vez que Leonardo la deja sola. La rubia se encamina hacia la sala, y una vez que toma asiento es que busca el libro entre las cosas de su bolso. Se trata del mismo libro que le prestó Gerardo, el cual lleva un señalador en la mitad del libro.

Empieza a retomar su lectura, no sin antes echar un último vistazo en dirección a las escaleras. Sin darse cuenta del paso de las horas, ya lleva más de una hora leyendo, sin ningún tipo de interrupciones, más que una de Leonardo, quien le había traído una taza de té para acompañar su lectura.

Ella cierra el libro al bostezar por quinta vez consecutiva. Mira el reloj que se encuentra colgado en la pared. Las once de la noche. De inmediato se pone de pie para dirigirse al cuarto de invitados, ya que no quiere a abusar de la hospitalidad, de hecho no planeaba quedarse leyendo tanto rato, solo que nunca pensó que ese libro sobre Antonieta Rivas Mercado le interesada tanto.

Una vez que guarda todo, sube las escaleras para ir a su dormitorio. Y es cuando pasa por la puerta de la habitación de Sofía, que se da cuenta de que ella no había despertado para nada, ni siquiera para pedir un poco de agua.

Extrañada entra a la habitación, tratando de no hacer ningún tipo de ruido que pueda despertarla.

Aparentemente Sofía se encuentra profundamente dormida, solo cobijada con una sábana, las demás cobijas se encuentran tiradas en el suelo. Por lo que Evangeline se acerca para recogerlas y arroparla un poco. Y es estando cerca, que se da cuenta de que la niña se encuentra bañada en sudor, así como su ropa se encuentra entripada. De inmediato extiende su brazo derecho para tomarle la temperatura en la frente.

Se encuentra ardiendo en temperatura.

— ¡LEONARDO! —llama de inmediato al mayordomo tratando de no entrar en pánico. Ya que si ella hubiera subido antes o le hubiera echado una que otra vuelta, se hubiera dado cuenta del estado de salud de la niña, pues quien sabe cuánto tiempo llevaba así — ¡Por favor venga rápido! —de inmediato le quita las sabanas y las cobijas. Busca entre sus armarios y cajones ropa de noche limpia, para quitarle la húmeda.

— ¿Qué sucede? —pregunta él casi sin aliento después de subir corriendo las escaleras. Temía ver un maleante en el piso de arriba —. ¿Hay algún problema?

—La niña tiene bastante temperatura —le informa ella, que se encuentra hecha un manojo de nervios —. Haga el favor de traer un termómetro, paños, y vea que hay en el botiquín para estos casos.

—Enseguida.

Una vez que se retira, la rubia se ocupa de desvestir a la niña, para quitarle el mameluco que trae puesto, y ponerle un camisón de algodón de manga corta. Su cabello —el cual se encontraba pegado al cuerpo debido al sudor —lo ata en una pequeña coleta.

Sofía —quien se encuentra más dormida que despierta —, luce bastante pálida, tiene los labios resecos, más el ardor de su piel. Un quejido le confirma que también ha de traer dolor de cuerpo.

Y es en medio de esa crisis, que no puede evitar en pensar en Gerardo. Quien una de dos; o no le prestó la debida atención o prefirió hacer vista ciega ante su hija.

¿Tan emocionado se encontraba su padre por esa cena, que no fue capaz de ver el estado de su hija?

Aparte de todo eso, una que otra grosería cruza por su cabeza al ver semejantes acciones. Después de esto, no duda que sea capaz de mandarla a un internado... aunque tampoco ella queda impugne en medio de esta ecuación. Ya que ella tampoco estuvo al tanto de la niña, solo se dedicó a prestarle atención a su libro.

—Aquí tiene todo lo que me pidió —la voz de Leonardo la saca de sus no tan agradables pensamientos. Hace una pequeña mueca el ver que él tiene el brazo extendido, en espera de que tome el termómetro.

—Gracias —lo toma con una penosa sonrisa y con sumo cuidado lo coloca en la axila de la niña —. Por favor, moje esos paños en el baño —le pide con amabilidad —. Tenemos que bajarle la temperatura.

—Como usted ordene.

—Cielo Santo —murmura una vez que retira el termómetro. Cuarenta grados de temperatura. De inmediato le va colocando los paños húmedos en la frente. Así estuvo en lo que esperaba el regreso de Leonardo, quien había ido en busca de un médico o una farmacia abierta. Paró con los paños hasta que el termómetro marcó treinta ocho grados.

— ¿Geli? —la rubia quien ya se estaba cabeceando un poco alza la cabeza al escuchar esa débil voz. Y el apodo.

—Aquí estoy —le pasa una mano por su cabello —. ¿Cómo te sientes, linda? —le pregunta más aliviada al ver que por lo menos la niña ha vuelto en sí.

—Quiero vomitar —hace una pequeña mueca. De inmediato toma entre sus brazos para llevarla al baño para que pueda vomitar mejor, sin ensuciarse ella o la cama. Una vez hecho eso la regresa a su cama, y nada más la cobija con una sábana.

—No te vayas —la niña, quien ya se encuentra somnolienta nuevamente se aferra al brazo de Evangeline —. Si te quedas aquí, él no me hará daño —un puchero aparece en su rostro, mas no derrama ni una lagrima.

— ¿Quién? —pregunta alarmada al escuchar eso —. ¿Quién te quiere hacer daño?

—Una niña vestida de blanco con cabello negro —con debilidad señala la ventana —. Hace rato había entrado por la ventana, y me quiso jalar de las piernas —la chica suspira aliviada al escuchar eso. Esa es una de las razones por la cual Gerardo no la deja ver películas de terror, ya que no pueden dormir otra vez como normalmente lo hacen. Y ahora agreguemos las alucinaciones que dan por la temperatura.

—No me iré —besa su frente con cariño —. Velaré tus sueños toda la noche. Y pelearé contra esa niña si es necesario.

— ¿Por la garrita? —con gran fuerza alza su pequeño meñique. Una sonrisa aparece en el rostro de la rubia.

—Por la garrita.

A la media hora hizo su aparición el médico, quien se encargó de volverle a tomar la temperatura, le dejó algunos medicamentos —que ya traía consigo —, y se fue.

Evangeline cuidó de la niña toda la noche. No durmió en el cuarto de huéspedes como estaba previsto, pues no quería dejar a la niña sola, quien aún se encontraba con temperatura alta. Despertaba cada veinte minutos para checarle la temperatura, para darle de tomar sueros, para llevarla al baño y para darle sus medicinas.

Finalmente pudo dormir con calma a las cinco de la mañana, cuando la temperatura de la niña bajó a los 36 grados.

●●

A dos habitaciones de donde se encuentran descansando —pues sin duda fue una noche pesada, tanto para la enferma como para la cuidadora —. Gerardo despierta con un terrible dolor de cabeza, unas nauseas tremendas y un genio del demonio. Claro, ya no es un chiquillo, ya no puede tomar a lo loco, tener sexo desenfrenado y desvelarse a las cuatro de la mañana sin afrontar las consecuencias.

Se da una ducha rápida, se viste de inmediato, toma unas aspirinas para su dolor de cabeza y se dirige al cuarto de su hija para saludarla. Entra sigiloso a la habitación y se sorprende al ver a Evangeline dormida a lado de la niña. Casi al ras el suelo.

— ¡QUE SIGNIFICA ESTO! —grita de inmediato con exagerado enojo. Claro, con alguien quiere descargar la terrible resaca y esta chica fue la afortunada —. ¿Me puede explicar porque está dormida aquí? —ella despierta sobresaltada. Despertar con semejantes gritos, no es muy bueno que digamos — Usted tiene el cuarto de visitas. Debería haber pasado la noche ahí, no a lado de mi hija.

—Lo sé, es que yo... yo —debido a la sorpresa y los gritos no logra formar una frase completa... o por lo menos coherente. Y es que sin duda alguna sus gritos se han de escuchar en un radio de un kilómetro a la redonda.

— ¡Ahora balbucea!

—Es que yo...

—Ella durmió aquí, porque me cuidó toda la noche papi —interviene Sofía, quien también despertó a causa de los gritos de su padre —. Anoche enfermé de fiebre y ella se ocupó de mí —se inclina para abrazarla y darle un beso en la mejilla — Fue cómo si mi mami se hubiera encargado —esto último lo agrega con un poco de malicia, pues quiere ganar unas cuantas casillas en el juego de su niñera.

—Así es señor —añade Leonardo, que va entrando con el desayuno de la niña —. La señora se ocupó de ella toda la noche, se dedicó a cuidarla hasta que la temperatura bajó. Por lo mismo amaneció aquí.

Gerardo queda sin palabras al escuchar todo eso, sin embargo la mira con maravilla, asombro y porque no, con remordimiento. Ya que no le dio tiempo de explicarse. Sin duda esa rubia de ojos verdes ha sido una caja de sorpresas en su vida.

●●

Gerardo estaciona el auto afuera de la casa de la rubia. El traerla a su casa es su modo de pedirle disculpas por la forma en que la trató. Evangeline se negó varias veces, pero de nada le sirvió. Él quería remendar el daño que había hecho, y pagarle de alguna manera las atenciones que tuvo con su hija. Aunque sea un poquito.

—Gracias por traerme —le agradece ella lista para salir del auto lo más rápido que le sea posible. El estar a solas con ella provoca que todo su sistema se desarme, y no quiere cometer ningún tipo de error con él. Es cuando jala la manija, que él la toma del brazo con dulzura.

Un simple tacto. Solo eso basta para que ella sienta de repente una corriente eléctrica por todo su cuerpo. Con temor lo voltea a mirar y descubre que no le despega la vista de encima. Los dos se sostienen las miradas sin parpadear, en el más absoluto silencio de la mañana.

—Gracias —Gerardo es el primero en hablar, sin dejar de mirarla —. Sólo una madre hubiera hecho lo que acaba de hacer con mi hija.

—Hice lo que hubiera hecho cualquier persona —le responde sin más.

Como un padre que está al tanto de sus hijos, por ejemplo.

Esos pensamientos muchacha, si fuera de las personas que piensan en voz alta, ya estaría de regreso con su familia en un dos por tres. Y es que, siempre hay personas que no valoran mucho a sus hijos, y eso causa una impotencia tremenda. Y ella que fue madre, siente esa impotencia a la quinta potencia.

—Se equivoca, Elena no lo hubiera hecho —rompe con el hechizo de la mirada y baja la cabeza un poco —, ¿Hago bien en casarme con ella? —qué suerte que bajó la mirada, ya que no logra ver el momento en el que ella queda sin aire al escuchar esa pregunta.

— ¿Por qué me lo pregunta? —Ella tiembla por dentro, eso sin contar lo acelerado del corazón y el revoloteo exagerado de las mariposas en el estómago.

—Porque usted me dijo, que si ella me amara, amaría a la niña —es bueno saber que pensó en el tema. Y eso no solo lo piensa ella, sino también ustedes y yo, porque no —. No es justo que la mande a un internado por Elena —y volvió a meter la pata con sus pensamientos sobre él —. Medité mucho sobre el asunto, aunque no lo pareciera.

—No me haga mucho caso —esta es una de esas situaciones en que dan ganas de agarrar a la mujer por el cuello por decir semejante burrada. ¿Por qué regresar dos casillas hacia atrás, cuando ya avanzas cuatro? —. A lo mejor se encariña con ella.

—No, eso nunca va a pasar... mi hija necesita una madre, no una enemiga.

Los dos quedan sumidos en silencio por unos minutos. Ella entra en pánico al ver que la mano derecha de Gerardo se acerca con lentitud a su mano izquierda. Nunca habían intimado tanto, por lo que de inmediato abre la puerta del coche. No quiere hacer algo de lo que después se arrepienta.

—Debo irme —le dice al salir del auto a toda velocidad —. Gracias por traerme. Sin más entra a su casa, evitando la posibilidad de que él pueda decir o hacer algo más.

Lo cierto es que no se siente preparada para arriesgar el corazón de nuevo. No cuando no es segura la cosa. No cuando él se encuentra confundido por su actual relación, sin ofrecerle algo realmente.

Aunque eso no puede evitar que fantasee por unos segundos. Una sonrisa se dibuja al recordar la forma en la que la miró, aunque solo haya sido por unos segundos, el tacto de su mano. Fue indescriptible, o tal vez solo fue la magia del momento. Pero lo que ella ignora en este preciso momento, es que a él le pasó algo parecido. Algo que sólo sintió con Sara.

Otra cosa que tienen en común, los dos tienen pánico ante esos nuevos sentimientos. No, nuevos no. Solo estaban dormidos, esperando el momento para atacar de nuevo. A pesar de que ellos los creían muertos, incluso enterrados, para de esa manera no sufrir de nuevo.

Para la buena o mala suerte de ellos, el amor siempre juega con todos, y ellos no van a ser la excepción. Pues ahora sí que ella está jugando en el tablero sangriento del amor.

La pregunta es: ¿saldrán ilesos?

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