Ángeles en el infierno 

By hiraeth---

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Cuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien... More

Prólogo.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítulo 39.
Capítulo 40.
Capítulo 41.
Capítulo 42.
Capítulo 43.
Capítulo 44.
Capítulo 45.
Capítulo 46.
Capítulo 48.
Capítulo 49.
Capítulo 50.
Capítulo 51.
Capítulo 52.
Capítulo 55. KAYLA. Hace 137 años.
Capítulo 56. CAIN. Hace 137 años.
Nota.
Capítulo 58. ALEX.
Capítulo 59. SARAH.
Capítulo 60. KAYLA.
Capítulo 61. ALEX.
Capítulo 62. SARAH.
Capítulo 63. SARAH.
Capítulo 64. KAYLA.
Capítulo 65. KAYLA.
Capítulo 66. CAIN.
Capítulo 67. CAIN.
Capítulo 68. CAIN.
Capítulo 69. ALEX.
Capítulo 70. SARAH.
Capítulo 71. ALEX.
Capítulo 72. ALEX.
Capítulo 73. SARAH.
Capítulo 74. SARAH.
Capítulo 75. ALEX.
Capítulo 76. SARAH.
Capítulo 77. SARAH.
Capítulo 78. SARAH.
Capítulo 79. SARAH.
Capítulo 80. SARAH.
Capítulo 81. ALEX.
Capítulo 82. SARAH.
Capítulo 83. SARAH.
Capítulo 84. SARAH.
Capítulo 85. SARAH.
Capítulo 86. KAYLA.
Capítulo 87. SARAH.
Capítulo 88. SARAH.
Capítulo 89. SARAH.
NOTA DE LA AUTORA.
RETO.

Capítulo 47.

2.8K 200 5
By hiraeth---

KAYLA. Hace 202 años.

La primera vez que nos citamos fue dos días después de la fiesta, para desayunar en la ciudad. Todas las veces que nos vimos se presentaba con algo nuevo planeado. Lo hacía con genuina ilusión, con la esperanza de un niño de que realmente me gustara.

La tercera vez me llevó a sus establos y dimos un paseo a caballo. Aquella fue la vez que realmente marcó la diferencia. Dos de sus hombres nos seguían a lo lejos, pero igualmente pareció que por fin estábamos a solas. Aquel día tragué saliva y dejé de producir feromonas para atraerle.

Sólo Dios conoció el alivio que sentí al ver que él no notó la diferencia.

-Es precioso- dije. Le apreté el antebrazo. No tanto el paisaje como él mismo, pero eso no se lo pensaba decir.

Era otoño y el jardín se encontraba en plena metamorfosis. El sol jugaba con las nubes. A pesar de que la hierba seguía verde, la luz era muy fría. No habían flores, y los árboles estaban tintados desde un llamativo amarillo, hasta los tonos más oscuros del rojo.

Jonathan sonrió, orgulloso de sí mismo.

-Lo es. Mi padre siempre muestra a sus invitados el jardín en primavera, pero yo lo encuentro mucho más hermoso en otoño. Parece mucho más salvaje, ¿sabe? Es un recordatorio de que aunque lo continuemos podando está hecho de algo mucho más antiguo que no podemos controlar- me miró fijamente sin detenernos. Sus ojos danzaron sobre mi rostro, como si encontrara en él algo que yo ni siquiera sabía tener. Siempre sonriendo. Nunca dejaba de sonreír cuando estaba conmigo-. Y no está ni mi padre ni mi hermana en casa. Estamos solos, señorita Blackash- me estremecí. Sin duda un atrevimiento para la época-. Aunque no entiendo por qué ha traído a su pobre carabina- exclamó bien alto, para que la mujer que nos seguía unos pasos atrás nos escuchara. Casi pude ver su sonrojo.

La había encontrado hacía un par de semanas en la calle mendigando comida. Con una suma considerable de dinero como aliciente y la ropa adecuada, la había convertido en mi acompañante, tras asegurarme de que no me haría preguntas. Siempre se encontraba conmigo cuando Jonathan y yo nos veíamos a solas, tal y como dictaban las reglas de sociedad.

Ahora mismo todo avanzaba a una velocidad vertiginosa, y me daba la sensación de encontrarme en una carrera cuya meta era un precipicio abismal. Estaba en el ojo del huracán.

Jonathan me condujo por un camino cubierto por las hojas caídas. Llevaba puesta una levita y pantalones negros, a conjunto con su sombrero. El chaleco y su pañuelo eran de distintos tonos azul pálido. De seda ambos.

Se detuvo de pronto donde comenzaba el laberinto. Se giró. Me miró en silencio con sus ojos de noche y levantó con cuidado mi mano. Con una sonrisa pícara, me besó los nudillos.

-Lo siento, señorita Blackash, pero voy a tener que poner a prueba su confianza en mí.

Me agarró de la mano y echó a correr. Grité por la sorpresa, pero no dudé. Me agarré la falda con mi otra mano enguantada y le seguí riendo como una cría.

-¡Jonathan!- exclamé su nombre de pila sin percatarme.

Jonathan tiraba de mí porque a penas podía avanzar con las capas de vestido encima. Los finos tacones amenazaban con torcerme el tobillo. No paraba de reírme tontamente, mientras él giraba con total seguridad.

-¿Sabes el camino?

-¡Shhh!- se llevó un dedo a los labios, y me arrastró hacia un rincón, donde nos agachamos. Me apoyé en el muro que formaba el arbusto.

La mujer que nos seguía pasó de largo delante de nuestros ojos.

-¿Señorita?- le gritó débilmente al aire. Soltó un gruñido-: Ricachones malcriados- la ristra de maldiciones que le siguió se perdió cuando giró la esquina.

Jonathan me tapó la mano con la boca para que no me riera, hasta que se la aparté de un manotazo.

-¡Me estaba ahogando!

-No sabía lo linda que está cuando se irrita.

-¿Qué?

Sonrió.

-Nada- se encogió de hombros, levantándose. Se palmeó los pantalones y las mangas de la chaqueta para limpiarse. Me ofreció el brazo de nuevo en un ademán elegante. Se lo cogí recelosamente-. ¿Continuamos?

-¿Conoce el camino?

-Bueno- reconoció-. Voy recordándolo según avanzamos, al menos. Creo.

-Es usted un truhán embaucador, ¿lo sabía?

-Soy consciente de que es uno de mis mejores defectos.

Salimos de allí, para surgir directamente sobre el pequeño huerto que tenían. El empedrado se detenía abruptamente.

-Con cuidado- susurró, ayudándome a esquivar una calabaza aún verde.

Mis zapatos se hundían en el fango, y a pesar de mis intentos no pude evitar que mi falda se manchara de barro. Se dirigió hacia donde empezaba la maleza.

-Oh, por los Infiernos- me frené-. ¿Se puede saber a dónde me lleva?

-¿De qué se queja ahora? ¿No se lo pasa fantásticamente siempre que la invito?

-Tal vez finja mejor de lo que se cree- puse los ojos en blanco y le seguí.

-Ya lo creo que lo hace. Pero no cuando está conmigo; no lo niegue.

Nos detuvimos tan sólo a unos pasos de entrar en el bosque, frente una higuera gigante, robusta y majestuosa. Las ramas eran tan pesadas que se doblaban hasta casi rozar el suelo. Las hojas eran mucho más grandes que mi palma abierta. Levantó una de las ramas, y me indicó que pasara dentro.

Ahogué una exclamación de sorpresa. Debajo de la copa de la higuera había tanto espacio que podías caminar sin a penas agachar la cabeza. Las ramas nos hacían de pared y nos ocultaban del exterior. Era un lugar frío y húmedo y en sombra, pero unos rayos del sol consiguieron pasar aventurados entre las hojas y convirtieron la guarida en un lugar encantador. Llenaron el sitio de sombras y luces doradas y tintaron las hojas con tonos cálidos.

-¡Y voilà!- exclamó Jonathan abriendo los brazos-. He aquí mi refugio favorito.

Caminó galantemente hasta el tronco nudoso y abultado, y rebuscó en un hueco que formaban el origen de varias ramas. Sacó un colorido mantel y una pequeña cesta de mimbre.

-¡Por los Príncipes! ¡Lo tenías todo planeado!- dije riéndome por la sorpresa.

Parpadeó curioso al escuchar mi expresión, pero no preguntó.

Jonathan colocó el mantel con un movimiento fluido, y se sentó en una de sus esquinas. Dio unas palmadas para indicarme que me sentara a su lado, y sin esperar a que lo hiciera, comenzó a sacar lo que contenía la cesta. Un par de pequeños platos, y unas copas que apoyó precariamente sobre el suelo irregular. Galletitas saladas y dulces.

Me senté, intentando de todas las maneras hacerlo de forma cómoda con aquel gigantesco cancán. No lo conseguí, pero logré aparentarlo, al menos.

-Lo tenía planeado desde hacía días- dijo, sirviéndome vino blanco. A pesar de la sombra, su piel era demasiado pálida para ocultar el rubor de sus mejillas al reconocerlo-. Pero temía parecer demasiado osado. Pero luego os vi hoy y... mis dudas se esfumaron, señorita Blackash- dejó la botella a un lado, pero no se atrevió a mirarme-. Jamás he conocido mujer más ingeniosa, agraciada y encantadora que vos, y supe que si usted no lograba apreciar mis intenciones, ninguna otra dama sería capaz-. No supe qué responder. Mi corazón conseguía avanzar más o menos a trompicones. Su mirada vagó por la estancia, cohibido por mi silencio-. Maldición- exclamó de pronto-. He perdido mi sombrero.

No pude evitar reír. Conseguía hacer cualquier situación del todo cómoda.

-Eso es por el karma, señor Etherdeath.

Él se giró hacia mí, curioso. Me observó de esa manera particular que tenía. Sus ojos danzando por todo mi rostro, como si intentara descifrar algo o grabarlo para siempre. En silencio, tan sólo un par de segundos, pensando algo que yo nunca lograba adivinar.

Nunca me había incomodado que un hombre me mirara. Pero aquel verbo cobraba un sentido diferente si era él quien lo hacía.

Luego se recompuso.

-¿El karma? ¿Qué es eso? No, mejor no me lo explique. Es tan exótica y peculiar, señorita Blackash. ¡La mitad de las veces no sé de qué habla! Y me encanta. ¡Ninguna mujer me ha encandilado tanto con las expresiones tan extrañas que utiliza! Como por los Príncipes. A veces temo que yo en cambio os parezca insulso y aburrido en comparación. Que note que la mayoría de veces finjo que sé de qué habla para no parecer un crío ignorante ante usted- abrí la boca para explicarme, pero él negó con la cabeza-. No, no. Mejor no diga nada. Quiero saborear este momento todo el tiempo posible. No quiero que rompa mis fantasías con la sensatez que siempre acompañan sus palabras.

Jonathan suspiró, y se recostó sobre los codos en una posición escandalosamente inadecuada. Se desabrochó el chaleco para respirar con tranquilidad.

-Estamos bajo un ficus sycomorus, conocida más bien como higuera sicomoro- cambió de conversación alegremente para aliviar la tensión.

No esperó a que yo le respondiera. No había hablado con la intención de que yo le contestara o afirmara que me sentía igual. Lo había dicho por el simple placer de hacerlo. Porque se sentía así, y le gustaba poder confesarlo en voz alta.

Respiré temblorosamente, fingiendo que no me había afectado en absoluto. Yo antes había sido así. Quería ser como él.

-El pobre tiene más de noventa años y mide más de sesenta y cinco pies. Ha sido mi fiel compañero y refugio en mi infancia, cuando acudía a él cuando mis padres discutían y sus gritos se escuchaban por todo el recinto. Ah, no, no- dijo al ver mi expresión-. No me mire así. Estoy segura de que sí que se amaban, aunque costara ver pruebas de ello. Pero ambos tenían un temperamento implacable, por lo que inevitablemente chocaban entre sí. Supongo que entre roce y roce, siempre surgía la chispa- me dedicó una mirada entrañable y descarada-. Y he aquí las dos mejores cosas.

Se levantó de un salto que hizo que me sobresaltara, y se sacó una navaja suiza de la bota.

-¿Ingeniosa, cierto?- fue sacando uno a uno todos los artilugios que escondía: un sacacorchos, una cuchilla, un destornillador, un abrelatas y unas pequeñas tijeras-. Es del ejército suizo, pero mi padre consiguió un cargamento entero hace unos cuantos viajes. Aunque supongo que usted ya la conocía- quise negarlo, pero mi sonrisa me delató. Jonathan soltó una carcajada-. Lo sabía.

Jonathan salió de la higuera sin avisarme y con la navaja en la mano.

-¿Señor Etherdeath? ¿Qué está haciendo?

Volvió unos segundos después con las manos repletas de unos higos rosados y una sonrisa gigante.

-Me gustó mucho más cuando me llamó por mi nombre de pila- dijo ladeando la cabeza-. Y éste será nuestro postre. Están deliciosos con el vino blanco, y además ayudan a curar los catarros. Lo fantástico de esta clase de higuera es que produce su fruto entre julio y diciembre. ¿La estoy aburriendo, verdad? Reconocedlo. He dado varias clases de jardinería tan sólo para impresionarla.

Tuve que apartar mi falda para que pudiera volverse a sentar.

-Señ... Jonathan- rectifiqué.

-Casi temo lo que va a decirme.

Sonreí, porque yo también.

-No debe impresionarme. Estoy tan gusto con usted que no logro recordar nuestras diferencias. He viajado por el todo el mundo- dije, pensando en mis cacerías de Nefilim e Iluminados-, pero jamás he considerado ningún lugar mi hogar. Mi padre es distante conmigo- no volvió a mirarme cuando mi relación con Alejandro salió a la luz-. Y mi madre falleció demasiado pronto como para concederle más hijos. ¡En mí pesa demasiados deberes como para poder socializar con nadie! Siempre me recuerdan mi alcurnia- pensé en Alejandro, con quien había sido un impedimento, y en Cain, quien lo consideraba un deber-. Pero tú no. Tú eres capaz de ver más allá. Eres capaz de verme a mí- tragué saliva, de pronto consciente del paso que estaba dando-. ¿Acaso eso no es más importante que cualquier diferencia entre nosotros? He oído muchas veces que el hogar no depende de dónde, sino de quién. El problema es que aún no lo había conocido a usted- susurré.

Tomé aire de forma trémula, y me dio la sensación de que había hecho demasiado ruido en el intenso silencio que se había instalado en las pocas pulgadas que nos separaban. Me cogió el rostro entre las manos. Enterró sus dedos en mis rizos, y su pulgar acariciaba mecánicamente mis mejillas.

-No sabe qué alivio siento ahora que puedo decirle cuánto la amo.

Sus palabras cogieron el aliento de mi boca.

Me miró como siempre lo hacía. Intensamente, sin parpadear. Pero sus ojos negros se mantuvieron quietos. Como si por fin hubiera encontrado lo que andaba buscando.

Ambos temblábamos cuando por fin me besó.__________

65 pies= más o menos 20 metros. 

La imagen es de la película The Young Victoria, y está ambientada en la época, así sabréis más o menos cuál era el entorno. 

Por cierto, la especie de higuera ficus sycomorus sólo crece en África, pero me pareció guay.

[Océano.] 


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