Hacía tiempo que no sabía nada de su antiguo amigo. No estaba muy contenta con ello, pero no tenía la culpa de sus actos. Era consciente de que era Mortífago. Sabía su decisión de las Artes Oscuras, incluso antes que ella. Recordaba perfectamente como se conocieron.
Estaba con su hermana, en el parque, jugando, cuando hizo magia involuntaria. Su hermana se apartó, llamándola monstruo. Severus, en cambio, se le había acercado, mostrandole un hermoso mundo, con grandes secretos, y muchos como ella.
Se pasó todo el verano con él, preguntándole por ese extraordinario mundo. Cada día iban al mismo parque para hablar. Al llegar la carta de Hogwarts, y el momento de abordar el Hogwarts express, lo habían hecho juntos. El ir en casas separadas no hizo que se distanciaran, no fueron las casas. Fueron sus compañeros. Ni a los amigos de Lily les gustaba Severus, ni a los compañeros de Severus les gustaba Lily.
Aún así, los primeros seis años habían sido los mejores. Hasta que él la llamó Sangre Sucia. Esas dos palabras, provocaron el fin de una grandiosa amistad. Lily recordaba como se había sentido al oír esas palabras por parte de Severus. También recordaba el arrepentimiento pintado en Severus al darse cuenta. Pero en ese momento no le importó. La rabia de sus palabras. La rabia de que Potter creyese que era mejor y la defendiera, hizo que no le volviera a dirigir la palabra salvo en lo más esencial.
Ahora, sentada en el sofá de su casa, observando al azabache de ojos castaños dormir, con una mano en el vientre ya voluptuoso de Lily por el embarazo, no estaba segura de que perder a Severus fuera lo mejor, como a su tiempo creyó. Y deseó que Severus estuviera allí, para ver la evolución de su bebé. Para verla vestida de blanco. Para poder hablar con alguien que la conociera desde pequeña. Para poder recuperar su infancia.
Lily murió, desgraciadamente, con esos pequeños pensamientos, junto al afán de salvar a su hijo. Murió, queriendo recuperar, lo que en realidad, nunca se fue.