Cazadores de ángeles

By Saku_Mayu

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-¿Has visto un ángel? -preguntó, inclinando la cabeza-. Son seres divinos, de extraordinaria belleza; magnífi... More

Capitulo 1
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20

Capitulo 2

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By Saku_Mayu

—¿Volvemos juntas a casa? —preguntó Miriam, recogiendo la mochila—. Ha sido un día muy largo.

            —Claro, ¿Vienes, Alyx?

            —No, aún tengo que hablar con la profesora de gimnasia.

            —Podemos esperarte —afirmó Miriam—. ¿Dónde se habrá metido Alex?

            Era increíble la facilidad con la que todos habían comenzado a dirigirse al nuevo profesor de arte como Alex, pero Alyx aún no había visto que alguien se hubiera atrevido a llamarlo así

            —Cuanto más lejos, mejor —soltó Arya rencorosa—. Puede que sea guapo, pero tiene toda la pinta de ser un monstruo.

            —¡No exageres! Seguro que fuera de clase es un cielo.

            —¿No es demasiado joven? —las cortó Alyx, acercándose a la ventana. Los alumnos, en parejas o en grupos, iban alejándose del patio.

            —¿Joven? —repitió Miriam extrañada—. Claro que sí. Si no lo fuera no sería tan interesante.

            —No hacéis buena pareja —bromeó Arya. Miriam le sacó la lengua—. ¿Te esperamos, Alyx? Si quieres podemos acompañarte.

            Alyx se planteó la posibilidad pero desechó rápidamente la idea.

            —No hace falta —aseguró—. Nos vemos mañana.

            Bajaron juntas hasta la puerta principal, y tras volver a despedirse, Alyx se alejó hacia el edificio que se encontraba tras el instituto. Había sido un día extraño, pero su primer día de clase no había sido tan duro como esperaba. Alexander había parecido un ogro a los pocos minutos de entrar a clase, pero tenía que reconocer que explicaba muy bien y había algo diferente en cómo lo hacía. ¿Fascinación? Alyx sonrió como una tonta y sacudió la cabeza.

            Y también estaba Steve.

Había estado apareciendo y desapareciendo durante toda la mañana. No parecía prestar mucha atención a lo que los profesores decían y, aunque estaba constantemente rodeado de gente, no parecía estar a gusto entre ellos.

Bueno, al menos había terminado el primer día y seguía de una pieza. Katrina no le había prestado demasiada atención y admitía que entre unos y otros comenzaba a resultarle ligeramente interesante su nuevo instituto.

            —Debería haber traído algo más de abrigo —susurró al sentir un escalofrío.

            Fue en aquel momento cuando oyó unas voces no muy lejos de allí. Tras el patio, apartada de los dos edificios, se levantaba lo que parecía ser un pequeño recinto rodeado por un muro de piedra blanquecino. Era imposible distinguir lo que se encontraba en su interior, pero los candados y las diversas cerraduras que sellaban la única entrada, evidenciaban la intención de que nadie pudiera entrar. La poca luz del día no parecía conseguir iluminar aquel lugar, obligándolo a permanecer en las sombras que producía oscuridad. Alyx forzó la vista, intentando averiguar la identidad de las dos figuras que se encontraban cerca de la entrada del recinto. Con cuidado, fue deslizándose aferrada a la pared de piedra blanca hasta llegar a la esquina. Asomó ligeramente la cabeza. Desde allí, las figuras de Steve y Alexander se distinguían perfectamente.

            —¿Qué haces aquí? —preguntó Steve. Tenía los puños cerrados con fuerza y los mantenía a los lados con esfuerzo.

            —¿No es evidente? —respondió Alexander con indiferencia. El profesor tenía la cabeza alzada, y parecía tener un especial interés por el cielo grisáceo que se extendía sobre él—. Soy profesor de arte.

            Alyx vió como el rostro de Steve se contraía por la rabia, pero Alexander siguió examinando el cielo como si no lo hubiera notado.  ¿Qué estaba sucediendo entre esos dos?

            —¿Desde cuándo te interesa el arte? —explotó Steve, furioso.

            —No creo que mis aficiones sean de tu interés, Steve. Ahora vuelve a casa, tengo que preparar una clase para mañana.

            —Maldito seas, ¿Qué has hecho con el verdadero profesor de arte? ¿Lo has matado?

            Alyx sintió como un escalofrío de terror recorría todo su cuerpo. Aquella conversación se estaba volviendo muy peligrosa.

            —¿Y si lo he hecho?

            Alyx retrocedió lentamente, alejándose del recinto.  Cuando llegó al extremo sur del instituto, se giró y comenzó a correr. De pronto, una brisa helada hizo revolotear las ramas de los árboles desnudos que custodiaban el paseo hasta la salida. Alyx ladeó la cabeza con el presentimiento de que alguien la observaba. A su derecha, no muy lejos de allí, apoyado sobre el tronco de uno de los imponentes árboles del patio, Alexander la observaba fijamente, sin parpadear. El corazón comenzó a latirle con fuerza y, durante un segundo, Alyx sintió que el aire frío de aquel día de invierno le quemaba la garganta. Sin pensarlo dos veces se lanzó a correr y esta vez no miró atrás hasta llegar a la cerca de la puerta de salida. Cuando lo hizo, Alexander había desaparecido.

           

           

            El olor a carne asada inundaba la cocina. Alyx miró con desgana su comida mientras su madre servía el guisado en los tres platos. Richard, su padrastro, sostenía en las manos los últimos proyectos de su trabajo y hablaba eufórico con alguien por teléfono.

            —Esta mañana ha sido un buen día, querida —dijo, tras colgar el teléfono—. Han aprobado mi proyecto de construcción al sur de la ciudad.

            —Eso es fantástico, cariño. ¿Qué tal tu primer día de clase, Alyx?

            Richard apartó las hojas y la observó atentamente.

            —No ha estado mal —susurró, apresurando de pronto su comida.

            —No comas tan deprisa —dijo Richard—. Va a sentarte mal.

            Alyx no respondió. Y por primera vez desde el día de la boda de su madre con Richard, sus pensamientos hostiles e inquietantes no tenían nada que ver con su padrastro. Hacía apenas una hora que sus conflictos con ese hombre habían quedados relegados a un segundo plano.

            —Tengo muchos deberes para mañana —se disculpó apartando el plato medio lleno.

            —Un momento, señorita —interrumpió Claudia— Me parece muy bien que te quieras poner al día rápidamente, pero primero la comida.

            —No tengo mucha hambre.

            No mentía. Tenía un nudo en el estómago y parecía que iba a terminar expulsando lo que había conseguido tragar.

            —No empecemos nuevamente con lo mismo, Alyx. Termina primero lo que tienes en el plato.

            Alyx se sentó nuevamente en su sitio y miró su comida con repugnancia. No obstante, en aquel momento sonó el timbre de la puerta. Con un suspiro de alivio, se levantó de la mesa.

            —Niña...

            Alyx ignoró a su padrastro y antes de que su madre o su abuela pudieran detenerla en la entrada, echó a correr calle abajo.

            —¿Qué haces aquí?

            Steve dejó la mochila encima del sofá y se apresuró a cerrar todas las ventanas.

            —Déjalas abiertas. Me gusta el aire fresco —dijo Nathan desperezándose.

            —A mí no.

            —Tan agradable como siempre.

            —¿Qué haces aquí? —insistió Steve, cruzándose de brazos.

            —¿Intentas intimidarme? —se interesó Nathan inocentemente.

            —No. Sólo quiero que te vayas de mi casa.

            Nathan se levantó de mala gana. Era cuatro años mayor que él y, tal vez, su único amigo. Tenía una tez intensamente bronceada y unos ojos azul brillante que resaltaban con un cabello espeso y claro.

            —Pensé que me echarías de menos. ¡Qué decepción! Eres muy cruel.

            Nathan sonrió maliciosamente y se acercó lentamente hasta él.

            —No quiero tener que repetírtelo una tercera vez. ¡Sal de mi casa!

            —Vamos, no te cortes, sigue hurgando en la herida, termina de romperme el corazón.

            —Deja tus estupideces para otro momento, Nathan. Hoy no ha sido un buen día.

            Los labios de su amigo se curvaron en una sonrisa sardónica.

            —No sabía que tú tuvieras de esos buenos días.

            Steve agarró la chaqueta marrón que reposaba encima de uno de los sillones y se la lanzó a Nathan. Éste la recogió hábilmente.

            —Tercera y última vez que te...

            —¿Piensas echarme a la fuerza de tu casa?

            Nathan parecía divertirle la situación. Siempre conseguía sacarle de sus casillas y, sin duda alguna, disfrutaba haciéndolo. Sopesó las posibilidades de echarle de la casa sin llamar demasiado la atención si no conseguía que se fuera por propia voluntad. Bajo ese rostro de chico travieso y esa mirada viva y divertida, se escondía un temperamento de fuego y una fuerza sobrehumana. No iba a ser fácil.

            —Vete de mi casa, Nathan.

            —¿Y si no me voy?

            Steve ladeó peligrosamente la cabeza pero Nathan no se movió. En esos momentos le molestaba saber que su amigo era tan fuerte. ¡Lo sencillo que sería echar a cualquier otro! Reprimiendo un grito de frustración levantó una mano.

            —Te echaré a la fuerza.

            —¡Bien! Eso quiero verlo.

            ¿No iba a defenderse? Daba igual. Si salía malherido o muerto de allí no era asunto suyo. Sintió como la energía fluía por su cuerpo y poco a poco iba acumulándose en su mano extendida. Nathan siguió sin moverse pese a ver sus intenciones. ¿Lo subestimaba hasta ese punto?

            —¡Invocación de fuego! ¡Fé...!

            Una mano agarró su brazo con fuerza. Steve se giró para ver el rostro indiferente de Alexander a su lado.

            —Intenta decir la última palabra y te romperé el brazo —amenazó sin emoción.

            —Creo que se me olvidó decirte que Alexander me había citado aquí —comentó Nathan alegremente.

            —Sí..., se te olvidó ese pequeño detalle —susurró Steve furioso.

            Alexander no lo soltó hasta que neutralizó la energía que había condensada en su mano. Cuando finalmente se vio liberado, se frotó involuntariamente el brazo dolorido. Miró furioso a su maestro sin decir nada. No habría dudado un sólo instante en romperle el brazo.

            —Tu actitud es muy impulsiva y apasionada —le reprendió, como si no hubiera sucedido nada segundos antes.

            —Ahí es dónde reside su encanto, maestro.

            —¿Desde cuándo mi casa se ha convertido en un centro de reunión? — preguntó molesto.

            —El lugar nunca ha importado, Steve. Éste es tan bueno como cualquier otro.

            Alexander lo miró mientras se quitaba las gafas. Las guardó en un bolsillo de su chaqueta corta de cuero y se sentó cómodamente.

            —Adelante, sentaros, no os cortéis por mí.

            Nathan obedeció de inmediato. Steve, en cambio, permaneció de pié tozudamente.

            — Veamos..., ¿Qué era lo que quería deciros? —comentó Alexander para sí mismo. De pronto, como si advirtiera en aquel momento la reacción caprichosa de Steve, levantó la cabeza y clavó en él sus cautivadores y penetrantes ojos—. ¿No vas a sentarte? Haz lo que quieras, por supuesto, pero te advierto que con tu actitud no llegarás a ninguna parte. Después de estar un rato con los músculos rígidos lamentarás haber permanecido de pié y te sentarás avergonzado, reiterando únicamente mi afirmación de que eres idiota —Entrecerró los ojos, saboreando cada una de sus humillantes palabras—. Pero, como ya he dicho antes, la decisión es tuya, muchachito.

            —No me llames muchachito —rugió Steve, arrastrando cada una de las palabras.

            Sentía como le ardía la cara. Con impotencia y de mala gana se dejó caer al lado de Nathan, quien sonreía divertido y se frotaba impaciente las manos esperando, tal vez, a que las noticias de Alexander prometieran una tarde entretenida.

            —Sabía que tu causa no estaba totalmente pérdida, Steve —bromeó Alexander.

            Steve bufó y se cruzó de brazos molesto, pero no dijo nada. En cambio, el rostro de Alexander se agravó y cruzó las piernas más relajado.

            —Independientemente de nuestra relación fuera de las clases, Steve, durante las horas lectivas y dentro del recinto escolar soy tu profesor de arte y parte del miembro docente. No olvides jamás tu posición.

            ¿Su posición? Le hubiera gustado que le explicasen cuál era esa posición tanto dentro como fuera del instituto. Desde que su tutela y supervisión había pasado a las manos de Alexander, éste se había encargado de hacerle ver todos y cada uno de sus errores y de que pagase por ellos de la forma más dura posible. Desechó la posibilidad de desafiarle con la mirada. De alguna forma que no llegaba a entender, los ojos de su maestro eran aún más perturbadores que los suyos.

            —¿Profesor de arte? —Nathan miró a Alexander y a Steve—. ¿De qué estáis hablando?

            —No es asunto tuyo —respondió Alexander tranquilamente.

            —Tal vez suyo no lo sea, pero a mí sí me gustaría saber el motivo.

            —¡Eh! ¡Un momento! A ver si me aclaro. ¿El maestro es tu profesor de arte? ¿De Arte?

            Nathan comenzó a reírse divertido hasta que Alexander le dio un puñetazo en el estómago. Su amigo se encogió del dolor con una mano sobre la parte herida.

            —¿Duele? —se interesó Alexander, amablemente.

            —Sí..., mucho —dijo Nathan, con la respiración entrecortada.

            —Bien, la próxima, si no cierras la boca, será aún más fuerte.

            —No has respondido a mi pregunta —soltó Steve, ignorando los gemidos de Nathan.

            —No recuerdo haber oído ninguna pregunta.

            —¿Por qué te has convertido en profesor de arte?

            —Supongo que era una vocación tardía —respondió sin emoción.

            Steve se levantó furioso, con los puños cerrados.

            —Siéntate, Steve —ordenó Alexander, con voz tranquila—. No quisiera tener que hacerte daño. Durante unos segundos más, Steve permaneció de pié, discutiendo con sí mismo la posibilidad de atacar a su maestro—. Aún así, estoy únicamente en tu instituto para vigilarte.

            —¿Vigilarme?

            —Esto se pone interesante —susurró Nathan, una vez se hubo recuperado.

            —Tengo órdenes —explicó Alexander—. Consideran tus reacciones y actitudes un peligro a la hora de mantener en secreto nuestra identidad.

            —Dicho así parece que somos extraterrestres —bromeó Nathan.

            —¿Es eso? ¿Tienes que vigilarme para que no meta la pata?

            Alexander reflexionó la respuesta y asintió convencido.

            —Es una manera de decirlo. Está claro que no soportas las reglas y te importa muy poco las órdenes de tus superiores. Y, sobre todo, tus acciones heroicas, o suicidas, sólo han conseguido poner en peligro a los miembros de tu equipo y a varios civiles. Hemos considerado, por el bien de todos, la necesidad de tenerte vigilado durante todo el día.

            —¡Estarás de broma!

            ¿Vigilado? ¿Su actitud peligrosa? No podía creerse lo que estaba oyendo. Él únicamente cumplía con las misiones que le ordenaban. Era cierto que de vez en cuando se veía implicado en enfrentamientos, pero no era algo que él iba buscando. Si lo atacaban en mitad de la calle, no iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que lo matasen como habían hecho con sus padres.

            —No. Y, ya que no puedo obligarte a que vengas a vivir conmigo, desde éste momento, Nathan será tu compañero de piso.

            El silenció que siguió a sus palabras no pudo ser más claro.

            —Un momento —les cortó Nathan, pidiendo tiempo con las manos—. Me parece genial que os matéis entre vosotros, en serio, pero a mí no me impliquéis en vuestros asuntos. Ya sabéis: paz y amor.

            La sonrisa de Nathan se había borrado por completo y, por primera vez desde que Steve lo conocía, se le veía dispuesto a enfrentarse a Alexander.

            —No hay posibilidad de negociación.

            —Vamos, maestro, no me puedes hacer esto. ¿En serio pretendes que viva y duerma con este tío? Míralo bien. Necesita asistencia psiquiátrica urgente; es agresivo, violento y mentalmente inestable. Piensa en mi seguridad física y mental al menos. ¡Es un monstruo sediento de sangre!

            Alexander se levantó y apoyó una mano sobre el hombro de Nathan. Sus ojos no mostraban ninguna emoción.

            —Por eso mismo necesitarás una cosa.

            —¿El qué?

            Nathan recuperó la energía súbitamente y esperó expectante a que Alexander le diera algo de gran valor.

            — Una gran cantidad de buena suerte —dijo, en cambio, guiñándole un ojo.

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Segundo capitulo :) Gracias por leer, por vuestros comentarios y espero que os haya gustado ^^ Actaulizaciones y demas temas sobre las historias que escribo, podeis pasaros por el blog o el facebook ^__^ Gracias!!!!

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