Éxtasis (Saga Adrenalina II)

DreamingwithMark tarafından

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"Hasta un perro sabe proteger a los suyos." Kiara ya no es Kiara. No al menos Capaldi. Tras la muerte de su h... Daha Fazla

Prólogo
Capítulo I
Aviso
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Aviso
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Nota

Capítulo XVIII

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DreamingwithMark tarafından

Hell no había hecho ninguna pregunta a Kiara. Ni siquiera se había molestado en pedirle una explicación. Los hechos hablaban por sí solos y no tenía nada por lo que preocuparse. El mafioso que se había convertido en su peor pesadilla había muerto y ella lo había solventado. Joder, que si lo había solventado... Sin embargo, había algo que no acababa de cuadrarle. Era como si una parte de su cerebro lo estuviera advirtiendo de algo, de algo que no podía captar por estar perdidamente enamorado de la mujer que tenía enfrente y que sonreía como una niña ante el regalo que acababa de hacerle. Era una pulsera de Tiffany's. Bastante cara.

-Creo que no voy a poder quererte más de lo que te quiero ahora – dijo sin apartar la mirada de los brillantes.

-Entonces te compraré cien pulseras más.

-Ninguna será tan bonita como esta.

Sonrió y tiró la ceniza del cigarrillo por el balcón. Estaban asomados a las concurridas calles de Nueva York. Aquella fina lámina de cristal era lo único que los salvaba de una caída de casi veinte metros. Aunque Kiara no parecía sentirse intimidada ante la altura. Asomaba medio cuerpo mientras zarandeaba la pulsera en su muñeca. Le venía algo grande. Llegaba casi a la mano. Hell no pudo evitar mirar aquellas preciosas y diminutas manos e imaginar sangre caliente devorándolas. Se frotó los ojos, tiró la colilla y entró de nuevo a la habitación.

Kiara continuaba en el balcón. Estaba preciosa así. Por unos instantes vio a la Kiara de casi dieciocho años que había sido encerrada en aquel cuchitril en medio del bosque. Ahora era mayor. Sí, una adulta. Una mujer de pies a cabeza. ¿Y él? ¿Qué pasaba con él? "Ni siquiera he madurado", pensó con amargura. Solo había conseguido sortear los incidentes que habían ido poniéndose en su camino lo mejor posible. Desastre a tiempo completo.

De debajo de la cama de Kiara, que se había convertido también en la suya, asomaba un folio blanco. Era apenas una esquina pero Hell lo vio. Se agachó y estiró. Jamás habría podido imaginarse de qué se trataba. Era él. O más bien, sus ojos. La mirada que le devolvía el papel era... "¿Qué mierda hay ahí dentro?", se preguntó. ¿Tristeza? ¿Crueldad? ¿Seducción?

Miró por encima de su hombro. Kiara seguía en el balcón. Tenía demasiada curiosidad. Escarbó bajo la cama y encontró una caja de cartón. No llevaba la tapa y enseguida comprendió por qué. Estaba, literalmente, a rebosar. Los folios sobresalían aunque se notaba que Kiara había intentado comprimirlos para que cupieran. En todos ellos había dibujos, esbozos y palabras sueltas.

Había varios de sus ojos. Pudo distinguir en ellos una gama de emociones dolorosa. Desde la más pura diversión a la ira. ¿Kiara había visto aquello en él? Rebuscó con una espina clavada en el pecho. Se le había secado la boca. Dios, eran buenos de verdad. ¿Cómo nunca nadie se había dado cuenta antes? ¿Acaso Kiara no quería enseñarlos?

Pero el que más lo impactó sin lugar a duda fue el último. Estaba escondido en el fondo de la caja, oculto entre muchos otros bocetos. Era él. Llevaba traje y sus zapatos italianos favoritos. Todo era muy oscuro. Había una cama al fondo y paneles de madera mugrientos. Tenía el rostro ligeramente inclinado hacia abajo. Miraba algo. Era el día en que se conocieron. Kiara había apretado con fuerza el carboncillo hasta que el dibujo había quedado casi negro por completo. Las figuras solo se delimitaban por una gama de grises muy fuerte. Solo había un punto de claridad en todo el dibujo, y de nuevo eran sus ojos.

-¿Qué estás haciendo?

Kiara lo miraba con el ceño fruncido. Su sonrisa había desaparecido por completo. Y el tono de voz... Hell tragó saliva. No vio a Kiara.

-Lo he encontrado sin querer. Son muy buenos – contestó.

¿Qué demonios pasaba con él? ¿No tendría miedo? Kiara seguía mirándolo con fijeza. Supo lo que quería decir con aquello. Se apartó y entonces ella comenzó a guardarlos de nuevo como una autómata. Seguía sin cambiar su expresión vacía.

-Ey, nena – rodeó sus hombros con el brazo -. Lo siento. No te enfades conmigo. No quería que te sintieras incómoda.

-A estas alturas no hay situación en la que me encuentre incómoda contigo – contestó mirándolo -. Esto es lo único que tengo. Es mi salvavidas. No quiero que nada exterior lo manche.

Hell crispó el rostro.

-Osea, que mancho la pureza de tus dibujos – soltó con evidente irritación.

-Tú, yo y cualquiera de este mundo viciado – Kiara se zarandeó los dibujos -. Aquí dentro están todos mis recuerdos. Aquí dentro todavía nadie me había hecho daño. Aquí dentro seguiré siendo siempre limpia. ¿Lo entiendes? Todo sigue viviendo en estos dibujos. Un imagen congelada en el tiempo.

Asintió con lentitud. Quería entenderlo, de verdad, pero no podía. Por primera vez en su vida, Hell no pudo comprender algo. Y Kiara lo vio en sus ojos.

-Tú lo sabes todo sobre mí – dijo él -. ¿Por qué tú sí puedes tener secretos?

-Venga ya – chistó Kiara -. ¿Que no tienes secretos? Esta relación en sí misma es un gran secreto.

-¿Ah, sí? A ver, ¿y qué cosas te oculto?

Kiara hizo un ademán con la cabeza dando a entender que daba igual. Se lo advirtió, iban a discutir y no quería hacerlo. Terminó de guardar los dibujos y volvió a empujar la caja bajo la cama.

-No, ni se te ocurra dejarme con la palabra en la boca – Hell la tomó por el brazo antes de que pudiera levantarse -. Contéstame.

Los ojos de Kiara bajaron hasta la mano que la apresaba. Parecían chocolate derretido bajo sus pestañas de mariposa. Chocolate muy frío.

-Suéltame - "o hago que me sueltes".

-¿Sabes? No me está gustando nada el camino que está tomando esto. Prefería cuando me tenías algo de miedo.

Kiara entrecerró los ojos.

-Y lo tengo.

-Entonces contéstame. Ya.

Entreabrió los labios y ladeó el rostro. Por unos instantes, pensó que iba a besarlo y tuvo que prepararse mentalmente para no dejar que lo engatusara con palabras bonitas y arrumacos.

-Yvonne me dijo algo sobre tu familia.

-Vaya. ¿Qué podrá ser? - dijo divertido.

Circulaban tantos rumores sobre los Capobianco que ya nada podía sorprenderlo. Es más, a veces habría deseado que muchos de ellos hubiesen sido ciertos. Lo de abrir un casino en República Dominicana no sonaba mal.

-Que habías matado a tu hermano. Lo ahogaste en la bañera. Erais niños.

Kiara lo dijo de golpe. Se quedó mirando con fijeza a Hell, buscando el más mínimo indicio de culpabilidad pero solo encontró desconcierto. La había soltado y permanecía sentado frente a ella sin saber qué contestar.

-No maté a mi hermano – dijo al fin -. Fue un accidente.

Dejó que se tomara un par de segundos para pensar.

-Daemon tenía mucha fuerza. Aunque éramos gemelos la diferencia era evidente. Yo siempre estaba enfermo y me quejaba de las rozaduras de los zapatos. Yo era muy listo, ¿sabes? Antes de quemarme el cerebro con la droga y la bebida y por eso los niños se metían conmigo en el colegio. Me pegaban bastante. Una vez incluso me reventaron la nariz.

-¿Tus padres no hicieron nada? - preguntó Kiara sorprendida.

-Por supuesto que no. DD era de los que pensaba que de los palos se aprende. Era partidario de espabilarnos a los dos a base de los golpes que nos diesen los demás. Una vez lo escuché decírselo a mi madre: "Babe, ahora son niños pero llegará un día en que se convertirán en hombres. Nosotros moriremos. Sí, nena, moriremos. Y cuando eso ocurra estarán solos. Quiero que se defiendan con uñas y dientes. No quiero que les ocurra como a mí con Jack." Ya sabes, mi padre y la familia.

-¿Entonces? ¿Tu hermano te pegaba?

-No, por supuesto que no – Hell se mordió el labio inferior -. Era él el que me defendía de las palizas. Joder, recuerdo un día que el matón de último curso me tiró la mochila e intentó robarme los libros... Daemon dijo: "¡Eh! Si tocas a mi hermano te mato. Lo juro por mi Familia." Y casi lo consigue. El crío acabó en el hospital y nos echaron del colegio. A Tears y Sky las dejaron terminar pero las iban señalando con el dedo. Fue una época jodida.

-¿Y qué pasó con él? ¿Alguien intentó matarlo como mi padre hizo contigo?

-No. Fue mucho más simple. En verano íbamos a California. Teníamos una casa preciosa. A mí y a Daemon nunca nos gustó la playa. Mi padre se iba con Sky y Tears y nosotros nos quedábamos con mi madre en la piscina que había en la parte trasera. No creo que hayas probado a hacerlo nunca, pero nosotros jugábamos a dar saltos desde el bordillo, cuánto más complicado más puntos. Quién ganase tenía que hacer todo lo que dijese el otro durante un día entero. Estábamos acostumbrados a hacerlo, Kiara. Ni siquiera recuerdo las veces que Daemon había dado más de tres volteretas en el aire antes de caer al agua. Aquel día no cayó al agua. Supongo que calculó mal. Se golpeó la nuca contra el bordillo. No se despertó.

Kiara lo miraba con los ojos muy abiertos. Sus rostros estaban muy cerca. Hell solo susurraba.

-No sé cómo salimos de aquello – dijo tragando saliva -. ¿Sabes? Cuando por fin tomé conciencia de lo que había pasado, de que habían quemado a mi hermano en aquel incinerador y que no volvería a escuchar su voz nunca más, me asaltó un pensamiento terrorífico. Habría cambiado a cualquiera por él. No me importaban ni mis padres, ni mis hermanas, ni mis amigos. Habría firmado sin pensarlo para que todos murieran y él regresara. Habría hecho cualquier cosa.

-Tu madre me dijo que eras propenso a reparar las partes rotas de los demás. Que por eso estabas conmigo.

-Supongo que tiene parte de razón. Aunque yo lo veo más una necesidad obsesiva de proteger lo que me rodea. Quiero que mi gente esté bien.

-¿Yo soy ahora tu gente?

-Tú eres mi familia.

El móvil de Hell sonó en algún lugar de la habitación. Kiara lo habría lanzado por la ventana de haber podido. Odiaba que la atención que le profesaba se desviase a algo más. Ella era lo más importante. Al igual que él lo era para Kiara. No quería individualismos de ningún tipo.

Hell se levantó y se acercó a la cama. Lo alcanzó y contestó. El sonido de lloros y gritos inundó la habitación.

-Ajá... De acuerdo, vale. Tranquila, mamá, voy para allá. No, no, tú quédate quieta. ¿Has llamado a Ri-...? No, mamá, escucha lo que te digo. ¿Has llamado a Richard? Perfecto, él sabrá qué hacer. Estoy a diez minutos de casa. Estaré ahí antes de que puedas colgarme. Eso es, sigue hablándome...

Hell, sin soltar el móvil, cogió su chaqueta, las llaves del coche y le dio un beso a Kiara.

-La poli ha estado en mi casa. Van a volver con una orden de registro – explicó con rapidez.

-¿Te vas?

-Mi madre está de los nervios – dijo rodando los ojos.

-Pues tú pareces muy tranquilo.

-Mamá, estoy casi subiendo al coche – Hell mantenía voz tranquila -. Niñata, soy Hell Capobianco. ¿Qué me van a hacerme a mí los maderos?

Lo vio salir cruzada de brazos. Estaba harta de que se marchara. Si no era por un cargamento, era por una reunión con algún capo importante, o sino, por un amigo pasado de droga. Comenzaba a cansarse de aquella disponibilidad de Hell por horas.

Pasó el resto del día dibujando. Al haber rebuscado entre sus cosas, encontró dibujos olvidados y decidió terminarlos cuánto antes. Quería ir la semana siguiente a La Escuela de Artes Visuales a recoger la matrícula. Con un poco de suerte en un mes estaría fuera del local de Mamá Rosa. Desde que se había cargado al estúpido mafioso la trataban como a una reina. Era insoportable. Creían que por haberlo hecho solucionaría todos los problemas del club. Ni de broma.

Alrededor de las ocho estaba bebiendo una cerveza cuando tocaron. Pensó que era Hell pero cuando abrió la puerta no había nadie. Solo un paquete a sus pies sin ningún tipo de remitente. Solo una nota. "Kiara", con letra pulcra. Miró a ambos lados del pasillo pero no vio nada fuera de lo común.

Dejó el paquete sobre la cama y esperó un par de minutos antes de abrirlo. Era desconfiada. A esas alturas de su vida, ¿quién no debería serlo? Desenvolvió el papel casi con respeto y encontró una libreta de tapas negras con un dibujo de una media luna en él. "Wendy Wolf", leyó en la parte interior de la libreta. Comprobó que no hubiese nada más en el paquete y volvió a centrarse en el cuaderno. Cuando ya no pudo hacer nada más que comerse la cabeza, lo abrió. Había esperado a ver si aparecía Hell. Él siempre sabía qué hacer en este tipo de situaciones.

Era un diario. Todas las páginas estaban garabateadas y completas hasta el más mínimo espacio. La letra era elegante, ligeramente curvada. La tinta era siempre negra. El papel estaba desgastado, como si hubiesen estado usándolo o estrujándolo durante mucho tiempo. Algunas de las páginas estaban manchadas. Cuando quiso darse cuenta ya estaba leyendo. Algo en su pecho se resquebrajó.

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