Atrévete a dominarme {Wigetta...

By Guti_chica

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Portada realizada por sallyxmonagas1, todos los créditos dirigidos a ella. Guillermo regresa a el pueblo en e... More

Prólogo
Capítulo uno.
Capítulo dos
Capítulo cuatro
Capítulo cinco.
Capítulo seis
Capítulo siete
Capitulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
*Extra*
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Aviso
Capítulo quince
Capítulo dieciseis
*Extra dos*
Capítulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo ventiuno.
Nota para mis bonitas/os lectoras/es
Tag del Escritor
Capítulo ventidos
Capítulo veintitrés
Capítulo venticuatro.
Capítulo Veinticinco
Capítulo veintiseis
Respuestas
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Para los interesados en ello.
Capítulo treinta.
Tag 40 cosas sobre mi.
Capítulo final.
Epílogo.

Capítulo tres

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By Guti_chica

Seguía a mi madre con la mirada, intentando aguantar el dolor de tobillo, mientras ella rebuscaba, entre las cajas que aún no habíamos desecho, el botiquín.

-Voy a poner una hoja de reclamaciones - bufó, abriendo la millonésima caja.

-No ha sido su culpa, mamá. He sido yo el que ha querido correr. - argumento, sujetando las gasas sobre mi tobillo.

-Esa no es escusa. ¿Acaso no han leído tu informe médico? Deberían saberlo. - vuelve a gruñir ella, y grita cuando encuentra el botiquín. -¡Aquí!

-Estoy cansado de ser un vago. Además, no quería que los demás pensasen que era un cuentista. - me defiendo ahora yo. - Además, todo ha ido bien hasta hace un rato.

-Si no hubieses hecho eso, esto no estaría pasando. Guillermo, te operaron hace dos meses, y tu tobillo ahora tiene placas, ¿Como tengo que decirte que no puedes forzarte? Eso por no hablar de que la herida se te ha abierto.

-Estoy harto de tener limites, entiéndeme.

Me mira, pero no dice nada. En su mirada puedo ver compasión, quizás pena, y eso me enfada más. Estoy perfectamente, no necesito que nadie me compadezca. Retira lentamente las gasas manchadas levemente de sangre, y con suero y betadine procede a curarme cuidadosamente la pequeña raja. Mi tobillo duele, siento un extraño palpitar donde tengo colocada la placa y los tornillos, como si tuviesen vida propia. Sandra sale de la cocina con una manta fría que estaba en el congelador, y mientras mi madre me aplica sobre el tobillo una pomada relajante de músculos, Sandra aplasta el hielo, y después me coloca la manta sobre el pie.

No me gusta sentirme tan cuidado, y tener a gente tan pendiente de mi, pero supongo que la culpa es mía por hacer las tonterías que hago. Es decir, si meses atrás no hubiese bajado las escaleras corriendo como niño caprichoso, no me habría roto el tobillo por tres lados diferentes y no me habrían tenido que operar, y ahora mismo estaría corriendo y saltando como un pequeño saltamontes. Justo después de ese pensamiento me doy cuenta de que las pastillas para el dolor estaban haciendo su trabajo demasiado bien. Observé a mi madre recoger todo lo que había utilizado para curarme, y como luego lo guardaba en uno de los muebles más a mano.

-¿Creéis que seréis capaces, ambos, de no atentar contra vuestra vida mientras que yo hago la cena? - dijo, y tras un asentimiento de mi parte y de la de Sandra, se encerró en la cocina y se puso la radio.

Mi hermana, por su lado, también puso música en la televisión, y yo simplemente me recosté en el sofá a esperar a que el dolor cesara.

-Hoy tenemos visita - afirmó mi hermana, después de que empezase una canción un tanto antigua.

-¿Sabes quien es?

-Bueno, ya sabes que soy un poco cotilla, así que me enteré de... muchas cosas. ¿Sabes quien es Carlos de Luque? - la sola mención de dicho apellido captó mi apellido.

-El viejo antisocial - contesté.

-No, Carlos padre no, Carlos hijo - mi mandíbula cae lentamente y miro atónito a mi hermana.

-Pero ¿no estaba muerto?

-A menos de que mamá sea capaz de hablar con muertos por el teléfono, lo dudo. Él y su hijo vendrán a cenar hoy. - afirmó mi hermana, y después concentró de nuevo su atención en la nueva canción que sonaba en la televisión.

Samuel iba a cenar en casa, y solo con saberlo mi corazón ya latía fuerte, chocando con mis costillas casi dolorosamente. Estaba desesperado por saber por que motivo mi corazón latía de esa manera solo por escuchar su nombre. No sabía nada de él, solo eran una cara y un cuerpo bonitos, pero nada más. No había ningún tipo de sentimiento -a excepción de respeto, obviamente- en la relación profesor-alumno que manteníamos. Es decir, él tiene más de trescientos alumnos de los que preocuparse, así que no debería tomarme como algo personal el hecho de que me hubiese cargado por los diversos pasillos del instituto y me hubiese ofrecido cuidados para los golpes que había sufrido, ni que me hubiese llevado a mi casa. Cualquier persona lo habría hecho, ¿no? ¿NO?

En cualquier caso, quería verme bien. Seguramente tendría las mejillas rojas de la calor, el pelo excesivamente alborotado, y me debería ver horrendo con el pijama tres tallas más grande de la debida. ¿Que estoy pensando? Me quiero ver guapo para un hombre que ni siquiera tendrá interés alguno en mi. Quizás no debería ser precipitado, pero es más que obvio que es hetero, ¿no? Seguramente hizo todo eso porque le di tremenda pena. Allí tirado en el suelo, sangrando por la nariz como un cerdo y lloriqueando como un bebé. Si, eso debía de ser. Me tenía pena, como todo el mundo.

(...)

Salí del baño, con una toalla rodeando mi cintura, y de entre el montón de maletas que adornaban el lateral izquierdo de la habitación conseguí sacar unos vaqueros azules y una camisa blanca. Me puse unos boxers y los pantalones, y luego lentamente me puse mis zapatillas rojas, que descansaban junto a la cama. Mirándome en un espejo que había pegado a la pared, acomodé mi pelo y después agarré la camisa, y me la fui poniendo mientras bajaba las escaleras.

-¿Como tienes el pie? - preguntó mi hermana mientras terminaba de acomodar las cosas en la mesa.

-Las pastillas han hecho bien su trabajo. - la contesto, terminando de abrochar mi camisa.

El timbre de la puerta suena, y los tacones de mi madre resonaron por el pasillo. Sandra y yo nos quedamos parados junto a la mesa. Se escucharon varias voces, y segundos después de que se escuchase claramente como se cerró la puerta, mi madre entró seguida por un señor de no más de cuarenta años, y de Samuel. Éste último sonrió al verme, pero yo agache la cabeza, haciéndome el indiferente ante su gesto. En mi cabeza seguía moviéndose el pensamiento de que él me tenía pena, y no podía evitar comportarme algo rencoroso. Supongo que mi hermana Sandra se dio cuenta de mi gesto, y cuando ambos hombres se sentaron en sus respectivos asientos ella me golpeó en las costillas con su codo -afortunadamente en el lado que no tenía dañado-, y me lanzó una mirada llena de reproche.

Samuel y su padre se sentaron uno junto al otro, y Sandra y yo nos sentamos frente a ellos, puesto que mi madre ocuparía la cabecera de la mesa. Levanté la mirada, y me encontré con sus ojos marrones mirándome fijamente. Esta vez no corrí la mirada, si no todo lo contrario. Me permití observarle atentamente. Tenía una expresión seria, que resaltaba bastante gracias a la barba que recientemente comenzaba a crecer. Su pelo castaño estaba despeinado, pero no le hacía verse peor, al revés, le daba un aire más atractivo. Ceñida a sus hombros una camisa morada, amoldándose a su figura, resaltandola, haciéndole ver más fuerte de lo que quizás, y solo quizás, era en realidad.

Mentalmente me abofeteé por dichos pensamientos. Era obvio que era un hombre realmente fuerte, que seguramente iba al gimnasio y mantenía una dieta equilibrada -la cual se iba a ir al garete con el pollo que mi madre había preparado para cenar-. Para distraerme dirigí mi mirada hacia el hombre, que sentado al lado de Samuel, paseaba su mirada por toda la sala, deteniéndose a observar más detenidamente los cuadros de mi madre. En sus rasgos se podía ver claramente que no era un hombre totalmente español. Sus ojos achinados y sus pómulos levemente resaltados daban a entender que tenía familia china, o japonesa, o coreana, pero no estaba seguro, nunca había sabido diferenciarlos. Llevaba puesta una camisa granate, que al igual que la de su hijo, le hacía ver su marcado cuerpo -pero no tanto como Samuel-, más resaltado. Me pregunté que fue lo que atrajo a mi madre en su juventud a salir con aquel hombre, y vi muchas razones. Era un hombre guapo y atractivo, pero la sonrisa sincera que adornaba su rostro daba a entender claramente que no era tan serio como su hijo, o su padre, también era procedente de una familia adinerada y con una buena reputación.

Mi hermana me pateó bajo la mesa y me regañó por quedarme mirándole con tal descaro a la vez que mi madre salía de la cocina con una enorme bandeja. Sirvió los platos y después se sentó.

-Hacía mucho tiempo que no comía uno de tus famosos pollos - dijo De Luque, sonriendole a mi madre.

-Bueno, tampoco es que te hayas dejado ver - contestó ésta con el mismo humor.

Y continuaron con una conversación que realmente no me interesó, mientras yo me limitaba en comer el pollo de mi madre -tan delicioso y rico como siempre los hacía-, y a observar como ella sonreía abierta y sinceramente. No es que mi madre fuese una mujer amargada, pero desde que murió el padre de Sandra no la había visto tan alegre en presencia de un hombre, ni tan coqueta. Casi se me desencaja la mandíbula cuando vi como dejó caer su mano sobre la de De Luque -quizás debería llamarle Carlos, puesto que a lo largo de la cena ya me ha regañado varias veces por tratarle de 'usted'-, y este disimuladamente se había permitido agarrarse a ella. Sandra reacciona de la misma manera, incluso tose, para luego excusarse diciendo que había tragado un cacho de hueso.

Mi cabeza comienza a doler, pero prefiero mantenerme en silencio y aguantar hasta que la cena termine. En diversas ocasiones levanto la cabeza disimuladamente para observar a Samuel, y en todas las ocasiones me encuentro con sus ojos fijamente puestos sobre mi. Es realmente incomodo el hecho de sentir su mirada constantemente sobre mi, pero lo que realmente me hace sentirme mal es el dolor de estomago y cabeza que de repente estoy comenzando a sentir. En cierto momento dejo de comer y simplemente me limito a mover con el tenedor el pollo de un lado a otro del plato.

A mis oídos llega lejanamente la conversación que mi madre comienza con Samuel, en la que le agradece por millonésima vez su ayuda hoy en la mañana. Tanto Samuel como Carlos me preguntan como me encuentro físicamente, a lo que yo, sin entretenerme mucho y dando respuestas vagas, respondo que me encuentro mejor. Entonces mi madre aprovecha para decirle sobre mi tobillo, y desconecto nuevamente.

-...cielo, Guillermo.

-¿Eh?¿Que? - pregunto desconcertado cuando mi madre capta mi atención.

-Quería decir una cosa - me dice seriamente.

-Oh, si si, adelante - contesto, intentando dirigir toda mi atención hacia ella.

Pasea su mirada de manera alterna entre Carlos y yo, y se arrasca nerviosamente el cuello.

-Sé que quizás no es el momento más oportuno, pero es tan bueno como lo puede ser cualquier otro. Puede que si sea un poco tarde, concretamente un poco más de dieciocho años, pero mejor tarde que nunca. No quiero que pienses - comentó, dirigiéndose hacia Carlos - que hago esto con algún tipo de interés, porque principalmente lo hago porque creo que él se lo merece. Y tampoco quiero que tu pienses -dice, ahora dirigiéndose hacia mi - que te he estado engañando todo este tiempo sin motivo alguno, porque en verdad yo pensaba que sería algo bueno con el paso de los años, aunque está más que claro que me he equivocado.

Intento despejar mi mente, que se siente repleta con las palabras de mi madre aún en ella, cuando esta suelta la mayor bomba que me ha tirado jamás en la vida.

-Guillermo, Carlos es tu padre.

No se si las ganas de vomitar han llegado antes o después de escucharla decir aquello, pero tampoco es que importase mucho. Noto la mirada de Sandra y de Samuel sobre mi, incluso la de mi madre, mientras que Carlos se ha quedado totalmente congelado mirando a quien sabe donde. Se que esperan una respuesta, o quizás un gesto por mi parte, pero siento que si hablo voy a desperciciar todo el rico pollo que me acabo de comer, así que espero a que se me pase un poco para hablar, y soy todo lo directo que mi cuerpo me lo permite.

-Creo que voy a vomitar.

(N/A: Se que la historia tiene varios errores ortográficos, pero no me lo tengáis en cuenta por favor. Es algo complicado escribir desde el móvil sin cometer fallo alguno -por mucho que se revise no es igual que escribir con el ordenador-. Espero que os este gustando la historia.)


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